domingo, 17 de septiembre de 2017

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«Diagnóstico médico del joven Vorj»

Hace siete meses fui al médico por muchas dolencias. A pesar de no haber tenido nunca una relación estrecha con el médico, hice una excepción porque los síntomas eran insoportables y me veía al borde de una catástrofe. Primero me hizo un examen breve, y después me sometió a diversas pruebas derivándome por último al psicólogo. Terminé aceptando la noticia del médico. No tuve que mentir para obtener resultados evidentes.

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          Estimado joven, por desgracia tiene una infección en la zona superior de la cabeza, con una alarmante irritación de amígdalas, garganta, y oídos, que irradia hasta la cabeza. Probablemente sinusitis. Aunque según indican las pruebas, acumula fluidos en los tímpanos, lo cuál puede indicar a su vez que se quedará sordo. Además, usted, paciente, fumador, bebedor y con baja actividad física presenta calambres, entumecimientos de las extremidades y, probablemente, predisposición a la diabetes: en el historial médico podemos comprobar que el abuelo del joven padecía de este mal. Y por ello, la herencia de la diabetes es muy probable.
          Por otro lado, todo indica que tiene los pulmones bastante perjudicados, una mucosidad densa, similar a la que produce la fibrosis quística, lleva acompañando al joven largo tiempo. Mucosidades marrones, y en ocasiones grises. Los riñones procesan mal los líquidos, expediente: piedras en los riñones, arenilla; seguido de una predisposición maligna a las infecciones urinarias. Por otro lado, se ha encontrado sangre en las micciones de las mañanas. No procesa el hígado bien el alcohol, y dolores le acompañan cada vez que consume vino –tinto– . Recientemente se ha encontrado acidez grado 3, seguido de unas úlceras en el estómago. Segregación de hiel y esputo denso. Según parece, el conducto de alimentos, junto con la traquea, la faringe y la boca del estómago están dañadas por una posible vinculación a la bulimia. Joven, deje de vomitar tan seguido, no le traerá nada bueno. La válvula que regula los alimentos, ubicada en la boca del estómago está dañada y dilatada, por ello, la acidez, e incluso, parte de los alimentos, en momentos de estrés, mala posición o inactividad, suben hacia la boca del paciente. Según indica el equipo médico lógico y psicológico, presenta bipolaridad clásica, además de una terrible depresión, provocada, según indica el especialista, por un conflicto de valores y creencias familiares.
         Es probable que necesite medicación para tratar la esquizofrenia que parece presentarse, levemente, pero allí está. Es un hecho que no se puede negar. En el último informe, el joven paciente explicaba su larga necesidad de dormir, y, como indica, la de no despertar, la fantasía con la muerte, los pensamientos suicidas y la terrible soledad que le aflige. Todos estos síntoma son alarmantes ya que el muchacho no es un adolescente, y está experimentando males que se vinculan con un posible desarrollo de ataques de pánico, esquizofrenia, e incluso demencia completa. Predisposición, según el segundo especialista, a perder de la memoria de cosas simples. Memoria a corto plazo nula, y, extrañamente, memoria a largo plazo desbordante. Posible inicio de alzheimer. Se recomienda la utilización de fármacos para controlar el aspecto emocional.
        En cuanto al apartado físico del paciente, mi diagnóstico es que, en definitiva, el muchacho se está muriendo.


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«Cartas de Madrugada»
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From: ***@yahoo.com
To: ***@yahoo.com
Subject: Hola cariño
Date: 
Wed, 11 May 2016 05:48:56 +0100


Te quiero y deseo que seas feliz y que te quieras mucho.... somos imperfectos, y a veces cuando creemos que no cumplimos "lo que debe ser" nos sentimos fatal... pero creo que es un error pensar así.

Sigue haciendo tus cosas con tranquilidad y no importa cuánto tiempo inviertas para lograr algo... el tiempo es un absurdo que me ha perseguido casi 50 años, pero ahora pienso distinto.

Te quiero y deseo que sigas bien... estar bien depende de nosotros, nadie más tiene que ver con este sentimiento.

Un beso,
mamá

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From: ***@yahoo.com
To: ***@yahoo.com
Subject: RE: Hola cariño
Date: 
Wed, 25 May 2016 07:53:03 +0200


Y yo a ti mamá, deseo que seas feliz y mantengas la compostura, por algo eres mi madre.
Sí, es cierto, somos imperfectos, pero no me vengas ahora con esas chorradas, te lo digo claro porque te quiero, pero la imperfección me puede comer toda la puta polla. No sé, no creo en lo que no cumplimos. No creo en lo que dices, pero yo de igual modo te amo. 
Sigue siendo fuerte y manteniéndote erguida y hermosa, me alegró mucho saber que tenías otro trabajo, te lo mereces, por tu esfuerzo, por tu dedicación...

Estaba pensando en ir a Mallorca en vacaciones, ya me diréis algo, pero todavía hay tiempo.

Un beso,
tu hijo Sergio

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De: María Ramírez (***@yahoo.com)
Este remitente no está en tu lista de contactos.
Enviado: jueves, 26 de mayo de 2016 6:49:01
Para: Sergio Ramírez ***@yahoo.com)

Espero que estés bien. Cada uno es dueño de su vida y de sus actos. La compostura es parte individual de cada uno de nosotros. Cada vez que te he dicho algo lo he hecho desde los sentimientos y jamás te he reprochado tus "chorradas o tus errores", ya tienes bastante contigo mismo, Sergio.

Que la imperfección te coma tu puta polla es algo que solo tú puedes gestionar. Cuando digo algo, no tienes que estar de acuerdo conmigo, por algo somos de distinta generación. La belleza es una cuestión interna, Sergio. Según el concepto que tengamos de nosotros tendremos hermosura.

En cuanto a tus vacaciones de verano, ¿cuánto tiempo has pensado descansar? También piensa en las prácticas que ya deberías hacer por lo avanzado de tus estudios. Tienes ya edad de trabajar y aprender a gestionar parte de tus gastos.

Solo eso, Sergio.
Estamos en contacto, como siempre y como lo desees.


Un abrazo,
tu madre

También quiero decirte que el lenguaje define mucho de nosotros. Evita hablarme como sueles hacerlo con la gente de tu generación, por favor muchachito, o por lo menos evita ciertas palabras que solo las puedes aplicar a tu contexto.

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Sergio Ramírez 6:33
Para: María Ramírez
De: Mi hijito lindo (***@yahoo.com)
Enviado: viernes, 03 de junio de 2016 6:33:51
Para: Puta Ramírez (***@yahoo.com)

Estimada madre:

Gracias.
Estoy bien.

Cada uno es dueño de su vida, pero nadie es dueño de nada. Honestamente la compostura es un absurdo, no hace falta enunciarla para que exista. De hecho, el propio hecho de hacerlo implica no respetarla. Yo mantengo la compostura, por ejemplo.

Vamos a aclarar algo, mamá, por si no lo has entendido bien. Cada vez que te he dicho algo lo he hecho desde los sentimientos significa que haces lo que te da la gana y luego intentas justificarlo diciendo que es lo que sientes, o en su defecto, que eso quiere decir que al menos hiciste algo. Eso no me vale. Por lo menos no a mí. Puedes decírselo a quién quieras, a los piojosos de tus alumnos, a tu hija, o incluso a papá, pero a mí no. Que nos conocemos, que hemos discutido esto varias veces. Por favor, te pido, amablemente, y desde los sentimientos, que seas mujer, y que aceptas las cosas de cara, que no me escondas el rostro, que no creas que puedes decir toda la vida que eres una niña pequeña, ten algo de amor propio y simplemente acepta cuándo has cometido un error. Nada más. Así como yo acepto mis errores. Sobre lo de los reproches, prefiero no comentar nada. Recuerda que las hostias duelen.

Es cierto que ya tengo bastante conmigo mismo, y voy a aclararle otra cosa, señora. Esa mierda de que vaya al psicólogo te lo puedes ahorrar, sólo es de cobardes que no quieren afrontar la vida. Que sea la última vez que me insinúas algo tan patético. En la vida piso uno de esos centros quirúrgicos, porque eso suponen mi fin. Lo digo tanto para mí como para ti. Si quieres ceder ante el vicio de los psicólogos, adelante, pero que sepas que allí sólo te van a joder la cabeza. Ya eres mayorcita (¿50 o 52?) como para decidirlo por ti misma.

La imperfección no come nada, de hecho, no me importa. La tolero y la acepto, no la victimizo, ni la hago reina de mi vida. Tendrías que estar ya en materia y aceptar que escudarse en que alguien es imperfecto no significa otra cosa que ser un cobarde. Cuando dices algo, de hecho, la mayor parte del tiempo, me muerdo la lengua para no estropearte el día. Esto no quiere decir que no te respete. Si te hablo claro es porque te respeto. Lo de las distintas generaciones, la verdad, eso sí que me puede comer toda la puta polla.

He pensado descansar cosa de cuatro o cinco días. Tengo trabajo en la redacción y quería ver a Alice antes de que empiece con sus cosas académicas. Yo tengo edad de trabajar y para aprender a gestionar parte de mis gastos como tú has tenido edad de trabajar con doce años porque tus padres eran una puta mierda. No me vengas con esas estupideces, que ya tienes una edad. Con esas jodidísimas estupideces. Te voy a traducir lo que tú, vilmente, me estás diciendo:

Sergio, ya tienes 21 años, y te jodes porque vas a trabajar y sentir lo que se siente, porque Sergio, yo tuve que trabajar cuando era muy joven, porque Sergio, eres un fracaso y siempre lo has sido, porque Sergio, eres una mierda, porque Sergio, te vas a joder porque el dinero lo pongo yo y tú sólo obedeces lo que yo mando

Otra cosa, mamá. Yo no soy culpable de tus años trabajando fregando suelos y recogiendo mierda con las manos, ni tampoco de nada malo que te haya ocurrido, eso entiéndelo de una putísima vez. Porque en casa los que hemos sufrido toda tu ira y todos tus agresiones hemos sido Alice y yo. Y si es que tengo una relación lejana con mi hermana no es por mi culpa. Eso también entiéndelo. Si es que mi hermana no me habla es porque tú la has intoxicado, porque eres una miserable egoísta que sólo ha pensado en ella cuando lo tenías todo. Tenías un hogar, y una familia, y lo has mandado a la mierda por una bajeza. Y si estos meses he estado en la más absoluta mierda, no es porque, como sueles pensar, soy frágil y demás mariconadas –como te gusta decir–, ha sido porque todo lo que he creído ha resultado ser falso. A la mierda, ¿me oyes? Y si he llorado en la cocine frente a tu rostro hipócrita, no ha sido por mí, ni por papá, ni si quiera porque mi hermana me desprecio, ha sido por ti. Porque has sucumbido ante el vicio, y te has traicionado a ti misma. Sentía dolor, pero no lloraba de dolor, lloraba de lástima. Como cuando uno va por la calle y ve a una perra siendo violada por tres bulldogs.

Por lo demás, respeto tu vida, tus deseos, tus anhelos y tus fantasías.
Y aunque arda, la verdad siempre se acepta.

Un saludo afectuoso,
tu hijo que te quiere
Sergio


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«Pronto»
 Me visto una chaqueta y salgo al supermercado. Camino cansado, con la mirada prolongada sobre mis pasos. Con los dientes muertos y los labios secos. Doy pasos como un sonámbulo. Antes me he tropezado con un trozo de metal, he girado sobre mis pies para no caer y he terminado de espaldas contra un coche. He sentido la asfixia en mi cuello. Después me he arreglado la chaqueta y he seguido recto. Unas ancianas al verme han desviado la mirada y han cuchicheado algo. He podido leer sus pensamientos: dicen que algo raro guardo, que algo está sobre mí. Supongo que la superstición les hará divagar sobre maleficios, magia negra o demonios. No les presto mayor atención. Mi cuello se mueve con torpeza y me arde la garganta. Llevo tres o cuatro días fumando compulsivamente. No puedo parar, no tengo nada que pueda llenarme. Finjo que lo necesito, pero en realidad sé que me estoy engañando. Trago saliva y mantengo el ritmo. Evito cualquier obstáculo para no volver a tropezar. No sé si ya van dos o tres días sin dormir. No tengo insomnio. Sólo le tengo miedo a no despertar. Llego a la esquina y corto hacia la izquierda. Evito a la gente, levanto la cabeza con arrogancia y finjo que no me duele nada. Pero llevo los pies destrozados. Mis ojos están cayendo, mi sangre parece estar bien: no la noto cansada, ni siquiera noto mis pulsaciones. Tampoco noto nada diferente, sólo un letargo prolongado. Luces que me dejan ciego. Sombras que se mueven. Veo a unos vagabundos y me provocan asco. También veo a mucha gente más. Una anciana con buenos zapatos, llevada del brazo de una sudamericana. Me dan el mismo asco que los vagabundos. Después un tipo ha entrado al estanco a comprar tabaco, lleva el pelo canoso y un rebeca con pelusas. Asiento con la cabeza, y yo lo sé: ese tipo es un infeliz. Sale del casino un ludópata con algunos billetes. En total, calculo, unos ochenta euros. Entro en el supermercado, bajo por la escalera mecánica y me pongo en la fila. Una dependienta se pone nerviosa al verme. Giro el rostro y nos encontramos, nuestros ojos se ven y ella descubre en mí algo espantoso. Algo que le perturba porque baja la cara hacia el suelo e intenta alejarse. No sé qué ha visto, aunque me haga una idea, la verdad es que no sé qué ha visto. Cojo un paquete de chicles y lo deposito en la cinta transportadora. La cajera no me ha visto a los ojos. Menos mal, me digo. Extiendo la mano y le doy las monedas. Saca el tíquet, y me devuelve la diferencia. He dudado en cerrar los ojos, pero al observarme, y estirar la mano ha dejado caer las monedas al suelo. Después, como un lobo que observa la luna he devorado su alma. Ha gesticulado desesperación y ha arqueado los hombros con terror. Mi boca se dilata y mis ojos se extienden, veo el alma de la cajera intentando esconderse del depredador. Sonrío sin ninguna intención, piso las monedas con el pie y de mi boca brota un monstruo, y las palabras dicen: que sepas que pronto volveré a por ti.


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«Océano de piedra»

Cruzamos un puente de piedra y saltamos una valla, caminamos por un sendero estrecho de baldosas, piedras y rosales. Llegamos al estómago del puente. Luego seguimos el camino que se dibuja en el suelo hasta estar profundamente perdidos en las vísceras de La Piedra. Contemplamos el oasis dentro de la ciudad, un rincón lleno de fantasmas de cristal. Nos sentamos a disfrutar de la belleza del mar de piedra. Los peces metálicos nadan, los hombres se asfixian con el aire, y la arena no se cuela entre los dedos. Estamos completamente solos en medio de un océano de piedra.

Quedo de pie mirando el sol mecánico. Brilla con una perfección artificial. Como si su alma estuviera hecha por hombres de metal. Él se va a jugar con la marea. A intentar cruzar las mayas del océano. Veo sangre en sus rodillas y sus muñecas crujen. Entiende que el proceso será muy doloroso. Gira su rostro hacia mí preguntándome con la mirada si sería buena idea seguir intentándolo. Niego dulcemente. No, Z, no vayas... Pero lo sigue intentando hasta que se cansa del roce, y sangra ríos por los talones. El dolor es purificación, pienso. Me sonrío levemente, no todos los días ves el océano de piedra. Le observo de lejos. Devoro sus movimientos, sus pasos, sus botas, su silueta precipitándose entre la gente fantasma. Le anhelo. En un rincón unos cartones, cajas para dormir, restos de paseantes nocturnos. Criaturas que duermen debajo del puente. Lío un cigarrillo y disfruto de toda su belleza. Da pasos, corre de un lado a otro, juega. Y yo simplemente observo.

Unos engendros aparecen, perturban y cruzan el mar de piedra. Z parece asustarse. Regresa corriendo de entre las olas del viento, salta la valla metálica, tropieza y cae de bruces contra el pavimento. Escucho sus costillas revolcarse en el hormigón. Arqueo las cejas, suspiro preocupado. Se levanta rápido y corre hacia mí. Y cuando está a la altura de mi pecho me abraza con fuerza, siento su ternura y me desvanezco. Recibo su abrazo, acaricio su espalda y beso su frente. Levanta el rostro hacia mí y dice que me quiere. Esbozo, como un anciano, una media sonrisa y beso sus labios. Luego le susurro que tenga cuidado, que caerse así por correr. Sé que no puedo salvarle de la herida, pero al menos advertirle, no sé cómo salvarle... Me acaricia la nuca y me explica que esos chicos le dan miedo, que ha visto en sus almas algo negro y podrido que no lo soporta –el Ýtchz, me digo–. Asiento con la cabeza, yo también lo noto, le respondo. Suspiro cansado, arqueo los labios, parpadeo y pretendo solemnidad para intentar dormir de pie.

Niego con la cabeza, mastico aire. Luego empieza a jugar con mi nuez, a intentar provocarme. Estruja mi cuello y se relame los labios. Respiro costosamente. Noto un bulto en mis pantalones. Disfruto del momento, pero miro al frente, se rompe toda la belleza, y pienso en lo jodido que estoy. En el ardor de mi madre. En los ojos rojos y rotos de papá. En la infamia, en la traición, en los escarabajos de oro reventándose ante el sol. Cierro los ojos, esbozo una sonrisa forzada, como un asesino amordazado, como un payaso que no tiene dónde esconder en rostro. Siento sus manos y me quiebro. Sé que le amo. Y yo he estado sepultado en el abismo supremo... He estado en medio de la agonía. En un vórtice de dolor, angustia y negación. Yo he dejado de ser hombre durante diez meses. Trago el llanto, respiro fuerte. Sé que le amo, eso me salva. Contraigo la boca, intento poner la mente en blanco. Sé que le amo, es lo único que sé. Zarza me coge de la mano y me dice que es hora de volver a casa. En silencio asiento con la cabeza. Con los ojos rojos escucho una voz en mi cabeza que me dice que no olvide que es un infante. Y después, un gemido atroz y gutural. Violento y rojo me escupe en la nuca. Me deja tieso, me domina y me viola la cabeza. Mientras intento quedarme con lo que queda del mar de metal, mientras intento memorizar el calor de su cuerpo, mientras trago todo el dolor que hiede mi alma. Me chilla el bastardo y me humilla: 

«Muchacho –me lo dice el mal de metal, me lo dice el Infierno– él se va a suicidar y tú tendrás que mirar». Agónico trago saliva, cojo su mano con suavidad y con los ojos húmedos finjo normalidad, le digo sonriendo que es hora de volver a casa.


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«La mala apología de la pereza» o por qué el ensayo de Larva es un auténtico disparate»

Preámbulo
La mala apología de la pereza cae por su propio peso y sin ningún tipo de esfuerzo. Ya que su pereza mutila cualquier necesidad biológica. En un principio se escribió un ensayo fomentando dichas ideas. Apología de la irresponsabilidad (26 de abril de 2016). No obstante, es pertinente aclarar que dicho ensayo está errado y que debería ser quemado. Como incitaba algún radical llamado Diego Occhoa (erudito de las heces, alimaña salvaje, pequeño y menudo). En Apología de la pereza se encuentran muchos vacíos que explicaremos a continuación. Pero, ¿por qué Apología de la pereza es un auténtico insulto al sentido común? Lo descubriremos en breves momentos.

i
Afirmo rotundamente que la pereza sí es un vicio, y por lo tanto, no es la grandeza que pretende hacernos creer el infame hombrecillo que así lo decreta. No os dejéis confundir por su repugnante dominio de la retórica, sus juegos de sustantivos, pronombres y estructuras lógicas. Ni tampoco por su tono elegante y sutil. Ni siquiera por su gran sentido del humor. Porque en pocas palabras está diciendo que es beneficioso que exista gente que no haga nada, e intenta fundamentar que alguien que no hace nada deba sentirse orgulloso al ceder ante dicha banalidad. Luego intenta argumentar pobremente (más que nada para convencerse a sí mismo) que la pereza salva a alguien de los abismos, que los filósofos tienen, necesariamente la opción de no hacer nada. Habla de ello con una ligereza que produce vértigo; como si fuera un valor, cuando en realidad es un auténtica porquería. Nos quiere dar gato por liebre, quiere que adoremos a los perezosos, que les amemos y les veamos como seres elevados, cuando en realidad sólo son hombres mediocres que han sucumbido ante la pereza.

i.i
Porque la pereza no es un derecho
La pereza es una enfermedad

ii
Estimado Doctor Destouches:
Me cago en tu santa madre hijo de la grandísima.

iii
Pese a que en algún momento pudiera confundirse la pereza con la concepción de la divinización, lo más honesto sería apuntar que la pereza sólo genera más pereza, y por lo tanto inmovilismo. Parálisis ad nauseam. Y el inmovilismo (pese a que el autor pretenda ensalzarlo) sólo es lo opuesto al movimiento y ello sólo significa la muerte, y la muerte no es un concepto válido, tanto en la medida en que no significa nada. Tanto en la medida que no ocasiona nada. Seria fácil apuntar a falacias, pero entiendo que Destouches es lo suficientemente inteligente como para no entrar en un debate que no trae consigo ninguna respuesta sólida. Por ejemplo, la muerte sí que es un auténtico vicio: no permite ni tolera que suceda nada, sólo te sume en un estado de inexistencia prematura. Y por ello, tanto la muerte como la pereza significan lo abominable.

iv
Intentar justificar la pereza, explicarla; o incluso, como alguien que yo me sé, intentar enredar al lector con bazofias pseudocientíficas sobre el capitalismo, el trabajo, el honor y el amor sólo suponen un alto en firme, y la muestra irrefutable de las jugarretas sucias y mil veces mal paridas que pretende el autor de obras como “sobre si la vida merece la pena o no”, “apologíadel suicidio”, “teoría y refutación de los celos”, “Andrésel ratón”, o su obra cumbre: “Suicidismo”. No os dejéis engañar. Destouches es un tipo que juega sucio. No es trigo limpio. Ni tampoco es vegano, como lo son los honorables miembros de esta revista literaria.

v
La pereza es la madre de todos los vicios”. Y por ello, aún cuando bajo mi concepción pudiera parecerme de lo más nauseabunda y moralista, la experiencia me indica que no se puede negar la cultura de la que mamamos. Así como no se puede negar que somos machistas por cultura, racistas por cultura, o incluso perezosos por cultura. Esto último, atribuido, enteramente a la cultura española (aunque hayan otras culturas similares, quizá la griega, la italiana, etcétera). Dicho de paso, españoles subnormales hijos de la grandísima puta, sois unos jodidísimos vagos de mierda. Por vuestra culpa España va mal. Por vuestra pereza la política exterior es un asco, y la interior parece un jardín de bebés orangutanes. Malditos españoles cabrones y perezosos. Gracias a vosotros y la cultura de la que habéis participado no se puede dar el progreso. No me dais miedo, la verdad siempre se acepta.

v.i
¡Y no os maldigo...
entrañables criaturas torpes y vagas!
¡Os animo a crecer!
¡Luchad contra vuestra especie!
¡Luchad contra vuestra herencia...!
¡Porque vagos hijos de la grandísima...
los españoles no son vagos por naturaleza!

vi
El hombre nuevo vs Dios
El hombre de siempre vs Los Españoles

vii
La pereza como concepto de elevación espiritual y nobleza moral sí que es divinizarse. Aunque sea imposible encontrar casos así en la práctica. Por lo tanto, reduciendo según las matemáticas básicas de segundo de bachillerato: no existe la pereza como concepción de elevación espiritual.

Epílogo
Aún pudiendo haber ejemplos de nobles sujetos que logran divinizar su pereza, hablando de manera técnica, no existen dioses entre nosotros, ni tampoco sujetos divinos a los cuáles podríamos atribuirles semejantes paradigmas falaces y engañosos. Y si pudiera parecer que el ensayo del estimado Doctor Larva Destouches pretende enseñar a los jóvenes a no temerle a la pereza, otorgándoles algo de paz sobre sus días, mi convicción ética y moral es superior (dado que se superpone al deseo de educar, deseo del que parte el ensayo de Destouches), y sólo me puede llevar a admitir abiertamente que Larva Destouches es un auténtico timador; un ser suciamente cruel, retorcido y cínico. Y si digo esto, es con pruebas, ya que yo, como ávido lector de todos sus ensayos, tratados, fábulas infantiles, chistes para adultos, revistas eróticas pornográficas, y demás panfletos políticos, he creído en él, y nuevamente, como siempre, me he visto engañado, vapuleado, ultrajado y hasta traicionado... Si es que me cago en la puta Larva Destouches. En la intimidad, eres alguien al que tengo gran estima, pero en sociedad sólo puedo decir abiertamente que, y pese a que sienta un gran respeto hacia ti y tu persona, tus manos blancas y virginales, tus venas divinas y ese hermoso rostros de vampiresco, Larva Destouches me cago en tu santa madre. Larva hijo de puta me la has jugado.


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«Análisis conceptual del refrán: “Más sabe el diablo por viejo que por diablo»

Tipo: Refrán

Idioma: Español

Enunciado: Más sabe el diablo por viejo que por diablo

Ideas clave: Experiencia - Conocimiento

Significado: El paso de los años aporta un gran número de conocimientos.

Marcador de uso: De uso actual

Observaciones léxicas: La gatuña es una hierba que nace espontáneamente y que se arranca cuando se prepara la tierra para la siembra. Ande es «de donde».

Fuentes: Fuente oral

Observaciones: En esta misma línea temática se encuentra la paremia No quiero saber por diablo lo que por viejo se me escapa (Melendi), recogida, por ejemplo, en la canción «Canción de amor caducada»: «No quiero cantos de sirenas / no quiero nudos de garganta / no quiero bailar con la pena / porque me da miedo pisarla / no quiero saber de lo que hablo / no quiero andarme por las ramas / no quiero saber por diablo / lo que por viejo se me escapa».

***

El refrán popularmente escuchado por los jóvenes y dicho asiduamente por los mayores tiene un significado tan grotesco que hablar de él es, en realidad, un auténtico acto de buena voluntad y limpieza ética. Conceptualmente significa que el sujeto que se encuentre en la vejez sabe lo que desea realizar. Es decir, acepta que las cosas son ambivalentes. Y por lo tanto, no se niega a sí mismo al actuar de manera deshonrosa. Ni tampoco tiene conflictos de culpabilidad, ni ataques de ira.

Usando el vocabulario del refrán, el diablo sería lo malo, y dios lo bueno. Por lo tanto, un niño que apenas tiene consciencia de lo que significa lo Bueno y lo Malo, tenderá a actuar de manera que no se le considere malo, ya que malo es algo desagradable para él. Del mismo modo, y dada la adolescencia del sujeto, éste empezará a variar entre lo que es bueno y malo, pero nunca con una convicción ética tan fuerte como para poder estar por encima de toda la concepción del bien y del mal. Esto quiere decir que jugará a ser el diablo, y en ocasiones a ser dios. Lo que se traduce en que el viejo estará por encima del adolescente y del niño (como se entiende), ya que acepta y entiende que uno puede ser bueno y malo a la vez, ambas concepciones no son excluyentes.

Con esto se quiere decir que el anciano sabe más que el diablo porque el diablo es indefinido, mientras que el viejo está definido como viejo y por lo tanto está completo. El viejo puede ser enteramente malo, mientras que el diablo lo es parcialmente porque no es un diablo viejo. Así pues, el viejo sabe cuándo ser bueno y cuándo malo. Dado que la experiencia lo dota de esta solemnidad. Esto se explica de la siguiente manera:

El viejo actúa según lo que ha vivido, y tiene que poner en una balanza sus valores y bajezas. De este modo, elige si cometer un acto de maldad o un acto de bondad. Todo esto movido por una convicción tan rotunda que roza el vértigo. El viejo no hace daño a alguien por vicio, ni por morbo (a menos que estemos hablando de un cretino), sino que está en su derecho de elegir si ser o no ser.

Ahora imaginemos a un diablo joven. Dicha criatura no sería del todo maldad, sino que a su vez, contemplará bondad. Y por lo tanto, a medida que el diablo se va haciendo viejo se cumple su destino, llegando a ser una criatura absoluta. Si juntamos ambos conceptos:

diablo + viejo

Obtenemos algo terrible para la humanidad: El Diablo. La entidad que tanto daño ha hecho a la cultura occidental, mancillando a diablos jóvenes y niños, promoviendo masacres imperdonables, y alimentado los hocicos de la comunidad cristiana. El Diablo se viste de niño, no de anciano. Esto es importante, más adelante lo explicaremos concienzudamente.

El refrán popular pretende educar a los jóvenes para que, de alguna manera, puedan aprender que nunca se deben fiar de alguien mayor que ellos, ya que puede ser el mismísimo diablo. Aunque también tolera variantes como: “mira ese pobre diablo”, un pobre diablo es alguien que no es El Diablo, sino que, según la Real Academia Española, es un mierdecillas, un pringado o un parguelas. Aunque esto último, desde la convicción ética que me confiere el ensayo, me importa un comino.


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«Polacos»

Todas las noches sueño con polacos. Polacos cincuentones que se hacen pajas viciosos y le mandan fotos por el móvil a mi mamá. Se la pajean histéricos dejando ver un miembro rojo húmedo y monstruoso. Sus manos empapadas de corrida hedionda, ardiendo y excitados, cínicos, ruidosos, hambrientos... Salen de la cocina, se esconden en el cuarto de invitados: sus dientes brillan incandescentes en la oscuridad como una banda callejera. Sonríen todo el tiempo: de mi inercia surge mi lamento y mi llanto. Un grupo de polacos cachondos se reúne majestuoso en torno mío. Se sonríen y me dicen que se van a follar a mi mamá. Intento pegarles de hostias para convencerme de que nadie va a tocar a mi madre, pero son demasiado feroces: no acierto siquiera a insultarles. De pronto lo entiendo: nunca lograré evitar que consuman su infamia. Me tumbo. Estiro los dedos lloriqueando como un cristo. Y dejo que profanen el útero de mi madre.

De pequeño tenía un amigo polaco. Iba con él de noche en búsqueda de aventuras. No le detestaba: simplemente jugaba a reírme de él. Los niños corríamos a reírnos de él. Aún recuerdo su cara roja de las bofetadas: los más listos daban lecciones de boxeo identificando los mejores golpes. Una noche le cogí por el pescuezo y le pegué un bofetón tan fuerte que lo tumbó al suelo, fingí que iba a mearle encima. Todos los chicos se rieron. Al día siguiente, envidioso de mi protagonismo, un niño le pego un bofetón tan fuerte que le arrancó un diente. Luego se bajó los pantalones y con su trasero blanco e infantil se sentó en su cara. Con movimientos torpes, inútiles y ridículos. No podía superar aquello, así que utilicé lo escabroso de la farsa a mi favor: señalé al niño y comencé a insultarlo a gritos delante de todo el mundo, riéndome de él, por ser tan maricón. Hasta que unos adultos, alarmados por el estrépito de mi ferocidad, interrumpieron en la escena. Nunca más volvió aquel niño a juntarse con nosotros: sus padres se enteraron de todo. Supe recientemente que, algunos años más tarde, abrió su propio blog y que firma como gusano o larva.

Tengo dieciocho años. Son las tres de la mañana. Paseo en busca de un poco de vino: me dirijo a un local abierto 18 horas. De camino de regreso, en medio de unas calles estrechas, oscuras, fétidas, un polaco cincuentón se planta frente a mí. Se queda inmóvil mirándome a los ojos, de pie. Otro viandante nocturno le grita que no se folle a mi madre, y éste se pone a llorar, cae al suelo con el corazón roto después de una triste agonía. Se ha escuchado perfectamente cuando se le ha roto el corazón, como un suplicio agónico o una chispa estallando. Me río. ¡No te folles otra vez a mi madre, hijo de puta! Felicito al hombre. ¡Ese polaco ya se ha follado a mi madre y no aprende! ¡Ese polaco hijo de puta cómo le odio! Ha sido un grito estupendo. Observo al polaco tumbado en la acera. Está en paz, fuma un cigarrillo, se baja los pantalones y le manda una foto de su enorme pene a mi madre. Pero su silueta no me sugiere nada: sólo una leve curiosidad por su miembro: nunca presté demasiada atención a los penes de los demás. Me marcho a casa.

Tengo veinte años. Son las doce de la noche. Un polco ha entrado en mi casa. Corretea por el salón, en busca de algún agujero dónde consumar su acto. Me da miedo que me muerda. ¿Cómo podría defenderme, si decidiera atacar? Los polacos se follan a las madres sin motivo, son impredecibles: nadie puede adivinar cuándo se follarán a tu mamá. Sus ojos parecen dos torbellinos verdes e infernales y tiene una larga cola sin pelo que arrastra por todas partes, como un látigo carnívoro golpeando el suelo. Me escondo tras una puerta. Oigo cómo se folla a mi madre, cómo jadea y gime por los pasillos: chilla sin saber siquiera por qué y tampoco entiendo su razón. No tiene dónde caerse muerto. Yo, en cambio, tengo esa enorme ventaja sobre él: como es él quién se devora a mi madre, yo me puedo esconder. Grito que quiero que se marche, que deje a mi madre en paz. Lo grito hasta quedarme sin respiración. Horas después, cuando el alba casi ha limpiado todas las sombras del salón, dejo de escuchar sus frenéticos gemidos rebotando en ecos fantasmales por toda la casa. Abro la puerta despacio: parece que el polaco se ha marchado. Y me pongo a llorar por toda la infamia. En el suelo, restos de pasión. Condones, lubricante y unas bragas familiares.

Tengo veintiún años. Mi madre ha sido asesinada por unos polacos. Eran unos polacos enormes. Unos polacos gigantescos, orgullosos, prepotentes, furiosos, que se arrojaron sobre ella saltando de detrás de unos bancos, cuando regresábamos de madrugada de paseo. Eran siete polacos. Mi madre no se pudo defender: sólo pudo llorar y dejarse follar, gemir, suplicar un descanso. Su mirada horrorizada y cachonda me buscaba con vergüenza. Ante el cadáver mal follado de mi madre, observo cómo los polacos escapan en grupo, saboreando el sabor de su pussy dando saltos por la acera. Mis manos están manchadas de leche: he acariciado la mejilla de mi madre en vano. Recojo su cuerpo entre mis brazos. Su cuerpo del que no me llega su respiración. Su lengua le sale muerta de la boca. Una teta está por fuera del sujetador. ¿Qué está más muerto, mi madre o su lengua? ¿Dios o un polaco? La dejo en mi cama envuelta en unas mantas. Corridas gotearán de su cadáver: no soporto oírme respirar. Los cadáveres son humildes: no tiene aspiraciones.

A las nueve de la mañana del jueves tengo que ir a la facultad. A las ocho tomo el tren. Arrastro mis ojeras por los vagones. El tren está vacío: vacío como el ataúd de un periodista. Las compuertas se abren en cada estación: no sube nadie. Me pongo de pie. Las compuertas se abren en mi parada: miles de polacos cachondos entran corriendo en tropel. Me pego al otro extremo del tren, sudoroso, humillado, tembloroso, salto sobre las butacas, me protejo con la mochila. Los polacos parecen pasarlo bien: me chillan que se han follado a mi madre. Gritan que su coño estaba seco. Que le han contagiado candidiasis. Que mi madre ha sido su putita y que murió sirviendo al gran Rey. Son una gran infección. Un océano de polacos me rodea y siguen gritándome, me preguntan: ¿Muchacho, quién se ha follado a tu madre? Pero no contesto. Me gritan: ¿A que no sabes a quién me follé ayer? No respondo. ¡A tu puta madre, maricón! Me contengo, pero me devoran, me engullen con sus insultos: desapareceré en este mar maldito de polacos: nunca se volverá a saber de mí, pero de mi madre sí. Los polacos limpiarán mis huesos y con mis huesos edificarán prostíbulos, construirán pollas artificiales, aparatos, instrumentos de placer. Mirad los polacos golpeando mis huesos, bailando alrededor de un fuego que lo ilumina todo y que todo lo admite y comprende.

Los polacos saltan sobre mi cuerpo. Comienzan a tocarlo todo. Mordisquean mi cara: me arrancan la piel a tiras, lamen mis huevos, hundiendo sus pequeñas lenguas podridas en mis intimidades. Al menos moriré mientras un mar de polacos me comen la polla, me digo mientras agonizo. Desfilan por mis piernas, corren por mis brazos, bailan y exclaman: ¡Chico, me he follado a tu madre! Se arrojan sobre mi vientre. Desgarran la ropa, mordisquean la carne, hunden sus labios en mi tripa, nadan en mis vísceras, me devoran por dentro. Veo a mi vientre hinchado, recuerdo a mi madre siendo follada por los polacos, al menos, me digo..., si al menos no se la hubieran follado mal. Los bultos revientan, saltan polacos por fuera. Me encuentro indefenso ante ellos: se han follado a mi madre sin contemplaciones. Y aunque pudiera defender mi honor no quiero hacerlo: indefenso porque mi madre ha pecado... hacía tiempo que me lo olía, pero no me lo creía. Charcos de sangre por todas partes. Pedazos de carne resbalando por las paredes. Los polacos calman su sed follándose mi cadáver. Luego, orinan mi sangre sobre mi cadáver. Dejan desollado mi cuerpo: mis huesos resplandecen vanidosos. Sólo han dejado intacto el corazón que mi padre les rompió, que aún late encerrado en su cárcel de costillas. Pero mi corazón late por dentro de mi osamenta, como un pájaro ensangrentado cantando en su jaula. Como un hijo humillado. Canciones de amor, de odio, de ruina, de soledad, de infamia, de sexo, inercia y maldad. Los polacos lo veneran todo mientras se relamen y no dejan de mirarme con esos ojos que han visto el rostro orgásmico de mi madre. Cargan a sus espaldas mi dignidad, y se lo llevan como una pieza inservible. Un recuerdo, un trozo de basura. Mi dignidad es la nueva burla: lo sitúan a un extremo y se mean encima, pero aún así, lo aprecian: siempre tiene su encanto humillar a alguien. Los polacos están riéndose de mí. No entiendo por qué tanto odio. Me despierto y mi madre sigue estando muerta y mal follada por un polaco. Nada ha sido un sueño. Todo es real. 


*
«Crack & Wine»

crack

Me despido de unos chicos y camino hasta la boca del metro. Bajo por su túnel infame y recorro sus pasillos. En soledad y ebrio, bastante desesperanzado y aturdido por la miseria de la vida. Arruinado del cualquier esperanza, aterrado con cualquier camino, hecho un lío, Cristo me ha abandonado por levantarle el dedo medio. El mundo me ha vomitado encima por renegar de él. Veo que un tipo con las uñas sucias y los dientes podridos se acerca. No le presto atención. Tampoco estoy por la labor de hablar con nadie. Con gesto amistoso y algunos gestos me explica que está juntado algunos céntimos para poder comer. Parece de algún país del este, un viajero, me digo. Tiene los ojos verdes y va rapado pero se nota que tiene el cabello rubio. Niego con la cabeza, no llevo nada suelto, amigo, le digo, asiente convencido y sonríe indiferente, agradece y se marcha. Qué tipo tan simpático, no me reprocha ser un arrogante infeliz egoísta y maleducado. Parece que el tipo lo entiende. Aunque en realidad parece que el tipo lo entiende todo. Tampoco le preocupa ser rechazado: hasta entiende que la gente prefiera alejarse de él porque creen que es una mala compañía. En ese sentido la gente es terriblemente estúpida, porque no hay mejor compañía que la de un hombre destruido.

Su reclamo es genuino. Le inspecciono, no parece mal tipo, pero si fuera cínicamente sincero, a mí me la suda si es buen tipo o no. Intento adivinar qué drogas consume. Me excita pensar que está en la más absoluta mierda, seguro que sólo así se puede ser feliz. Lo único que puedo aclarar en mi cabeza es que es le pega a las duras, así que, sin ninguna duda, estoy ante un auténtico astronauta. Esos tipos que vuelan alto y casi nunca bajan a la tierra. ¿Habrá olido mi indiferencia? Le veo buscar con la mirada a otra persona a la que poder pedirle algunos céntimos. Pobre infeliz, en una tarea tan ingrata. Hay que tenerlos bien puestos para poder acercarse a la gente y mendigar dinero. Sólo los hombres de verdad pueden llegar a ese extremo. Me parece ridículo que se margine a toda la lacra sólo porque son auténticamente libres. Vendería mi alma por ser un desdichado, aunque sólo pueda conformare son ser un infeliz, hijo de mamá, una hedionda mezcla de una hongo inmóvil y un anarquista con carencias afectivas. Me palpo el alma, tampoco vivo tan mal. Meto la mano en la billetera y encuentro un billete de diez. Doy media vuelta y me acerco al hombre.

Arqueo las cejas, colega, le digo. Mira mis ojos, gesticulo lentamente. Pienso en lo absurdo que es todo eso de las monedas de cambio. Quiero reventarme a puños con los más favorecidos, escupirles en la cara, gritar y jadear, quiero joder como un animal, quiero acostarme con niñas de 15 años, amar, quiero hacer mil barbaridades. Quiero ir a la cárcel. Quiero irme, quiero tantas cosas y a la vez sólo quiero estar muerto. Le suelto el billete. Estira la mano para recibir lo que sea que fuera a darle, a él no le importa nada, sólo recibir. Sus ojos se iluminan, se asombra, casi puedo notar los latidos salvajes de su pecho, volviéndose loco, no creyéndoselo. Tampoco es para tanto, pienso. Simplemente es asqueroso dinero, nada más. Admito que en todo momento fui honesto, no llevaba nada de dinero suelto, pero sí tenía uno o dos billetes. Baja la cabeza hacia su mano, arruga el billete entre sus manos, como si fuera la salvación, como si fuera un increíble regalo inesperado; después levanta la cabeza hacia la mía y su rostro se arruga y se funde en agradecimientos, mientras estira las dos manos para agradecer. Casi le tengo encima de mí a punto de besarme, y gritar mi nombre en alabanzas. Toda una exageración, el puto mundo está loco.

Parpadeo alejado del mundo, la verdad es que todo aquello me parece excesivo. Qué bazofia de mundo, arrogante y hambriento de dolor. Sólo niego con la cabeza, le digo que está bien, qué lo pase bien, que todo está bien, que todo saldrá bien. El drogadicto pone gesto de extrañeza, pero asiente con la cabeza; luego se aleja haciendo reverencias y va en busca de alguna sustancia. Pienso en que hubiera tenido gracia ofrecerle un trato. Él me daba los pocos céntimos que había sacado esa noche y yo le daba el billete, pero eso hubiera sido terriblemente cruel porque esos céntimos insignificantes a fin y al cabo suponían su esfuerzo y el resultado de todo su trabajo. Luego medito. ¿Usará el dinero para comer o para volar? Me sonrío. Ojalá fuera honesto con su alma y la mendicidad del mundo. Si yo fuera él, me digo, si yo fuera él no lo dudaría ni un sólo instante... Si usaras todo el dinero para comprar comida me decepcionarías. De hecho, y si fuera escandalosamente sincero, si contribuí a tu miserable existencia sólo fue por la admiración que me da ver a un hombre destruido, y valientemente digno, sujetándose ferozmente a lo único que de verdad importa en la vida: la evasión y la liviandad de la vida. O lo que es lo mismo, el vicio por delante, con soberbia, con honestidad. A fin de cuentas, no existe nada más importante que preservar la dignidad, y ello implica alimentar y cuidar todos los vicios que has adquirido con el paso del tiempo.

Luego me pego contra la pared de la estación e intento aclarar mi mente, nada bueno me espera, nada hermoso para mí. Nada me pertenece, estoy de paso, no soy un viajero, sólo un accidentado. Estoy por estar, sin ninguna intención de perpetuar mi especie. No siento hambre, no tengo sed. No tengo ganas de respirar. Cierro los ojos y me sonrío, hoy ha sido un buen día. El tipo y sus labios, sus manos sucias, sus ojos iluminándose, su enfermedad, su vicio: ¿cómo querer irse de este mundo después de ver a una criatura tan feliz por algo tan insignificante? La verdad, qué poco me importa la vida. Después me tambaleo hasta la línea amarilla del borde y estiro la cabeza susurrándome que ojalá pierda la noción del tiempo y el monstruo me reviente. Niego lentamente, qué vida es esta... veo una luz que se traga el agujero, por allí viene, por allí va, el destino y el camino: la línea circular. Rechisto con los dientes, hoy no muchacho, me digo. Doy unos pasos hacia atrás y de pronto siento la brisa mecánica acariciándome el rostro. Arqueo los labios, suspiro, sollozo un poco y entro en el vagón. No ha sido un mal día, pero estoy en la más absoluta mierda.


*
«Apología de la irresponsabilidad»

Tendríamos que aceptar muchas contradicciones para poder hablar de la irresponsabilidad sin ningún tipo de reproche íntimo, ni prejuicios lógicos. Hemos digerido todas las patrañas que nos han vomitado y aún así nos seguimos sintiendo dignos. Digo que tendríamos que aceptar en primer lugar que la pereza no es un vicio, sino una virtud, pura belleza ensuciada con mugre humana porque no se puede concebir una sociedad con sujetos que saben que perder el tiempo no es tal, sino sólo una manifestación de la más hermosa contemplación. «La pereza no es un vicio, sino una forma de divinizarse» como afirma Destouches, premisa de la que surge esta defensa. ¿Qué hacían sino los grandes pensadores de la antigüedad sino sólo perder el tiempo y no hacer nada? Y como se explica en el ensayo sobre la pereza, parece que tenemos algún tipo de responsabilidad que explicar. No seamos obtusos, la responsabilidad es un engaño, una farsa y la forma más aceptada de manipulación.

No se podría concebir una sociedad dónde todos los individuos no estuvieran fuertemente convencidos de los valores que predica el trabajo, y del mismo modo, de los valores que se atribuyen a la responsabilidad. Una sociedad dónde admiten que trabajo y responsabilidad sólo son manifestaciones sutiles del concepto de esclavitud. Lo triste de todo el asunto es que en realidad poca gente goza de libertad. Nadie está libre de sus responsabilidades ni del trabajo. Y del mismo modo, aún cuando pudieran escapar del vicio del trabajo y realizar alguna labor que le permita subsistir, seguirían siendo esclavos del mismo concepto. El trabajo lo consume todo. ¿Alguna vez habéis visto en el rostro de vuestros padres el cansancio por el trabajo? No es un cansancio normal, es una aberración para el hombre. Antes la vida era mucho más lógica. Uno podía convivir con el resto de la gente sin levantar muchas sospechas. Sin embargo, en una sociedad como ésta, llegar a ese grado de elevación y pureza sólo significa la putrefacción del cuerpo, la enfermedad y la soledad de los vagabundos. Y nadie quiere ser un vagabundo (me excluyo yo, por supuesto, sería una labor terriblemente hipócrita no admitir mi fascinación y relativo camino junto a ellos: a fin de cuentas mi destino es ser un vagabundo). Las personas que encuentran más calma, dentro de todas las angustias humanas y las desesperaciones son los que no participan de lo que se considera sociedad. Recalco que siguen sufriendo angustias y desesperación, pero al menos son dueños íntegros de sí mismos. ¿Acaso sólo los marginados son libres? ¿Los vagabundos, toxicómanos, algunos ladronzuelos, y quizá también, los mendigos? ¿No es, paradójicamente, la libertad otra forma de esclavitud?

Hablando de ser dueño de uno mismo, ¿acaso esta concepción no está vilmente motivada por el trabajo? Es decir, la concepción de ser dueño de uno mismo significa que tú mismo eres tu propio jefe. Lo cuál es, lo mires por dónde lo mires, terriblemente patético y una traición repugnante hacia uno mismo. Aún cuando eres una persona íntegra tienes que seguir sometiéndote a los mismos dogmas y falsas ideales sobre la libertad. Me entran náuseas y un fuerte dolor de cabeza cuando alguien habla de sí mismo, orgulloso y soberbio, que no tiene jefe, que él es su propio jefe. Me pregunto entonces, ¿se darán cuenta que esta aspiración es falsa, y que el mismo aliento que da la gente sobre ser su propio jefe significa que tienen que existir jefes? ¿Qué son los jefes sino marionetas de todo un eje de putrefacción espiritual, sarna intelectual, bazofia inmunda y condena esclavista? Supongamos entonces que contraes diabetes y se te gangrena la pierna derecha (mala circulación, excesiva cantidad de azúcar en la sangre, etcétera ad nauseam) y acudes precipitado al médico, y resuelven como ideal cortarte la pierna. Te mutilan y sales de allí en una silla de ruedas a seguir con tu labor, con suerte en algún lugar dónde sólo tengas que usar tu cabeza y no tus piernas, sería terrible que fueras un atleta nacional y además padecieras diabetes y estuvieras cojo porque el pobre infeliz de tu abuelo se dedicaba a comer chocolates a escondidas en la recámara y resulta que la sangre como los vicios también se heredan. Lo que quiero decir con todo esto es que pensar que uno mismo es o puede ser su propio jefe no significa acabar con lo que supone la existencia de los jefes, y por lo tanto de la esclavitud del trabajo. Por desgracia, el concepto no puede morir, aún cuando sólo sea una simulación que permite el orden social y la relativa paz entre los habitantes de la tierra. No olvidemos que los jefes son paridos bajo el mismo yugo de la esclavitud laboral. Así mismo, ser tu propio jefe equivale a ser judío y pertenecer al cuerpo de policía en algún gueto del este de Varosvia.

Existen diferencia entre vagabundos y mendigos. Se pueden reconocer a simple vista. Un matiz sería que el vagabundo es dueño de sí mismo y de la calle (el tiempo que los parásitos del mundo le dejen serlo), mientras que el mendigo es dueño de su vaso de plástico que suplica llora y pide limosna. Del mismo modo, aún en este caos mental se puede reconocer quién mantiene la dignidad relativamente fuerte. ¿Comprobáis que lo más cerca de ganarse la vida supone a su vez la humillación? Ya que, existen más similitudes entre un mendigo y un trabajador que entre un vagabundo y un trabajador. ¿Acaso existe algo más digno que un vagabundo que se refugia entre cajas y vino en el interior de un cajero automático? Nadie más digno que una persona libre, sucia y ebria, que fuma un cigarrillo y descansa en la infamia del dinero. Digo que el trabajo y la responsabilidad, la creencia de los falsos valores de pertenecer a algún jefe sólo nos disminuye como seres humanos. Quizá sólo un soberano imbécil pueda creer que es su trabajo, o que tendría que sentirse orgulloso de su trabajo. O incluso que le debe la vida a su trabajo. No seamos borregos, no le debemos nada al mundo, ni por supuesto, al trabajo. El mero hecho de existir nos hace ya dignos de estar en el mundo. Esa aberración abismal y nauseabunda de tener que ganarse la vida... ¡Vuestros padres fueron esclavos y vosotros vais por mismo camino! ¡Huid, hijos de la decepción, del trabajo! ¡Refugiaos en la nada, en la pereza, en la irresponsabilidad! ¡Sed libres aunque suponga vuestra extinción! ¡Sólo son dignos de la gloria los que rechazan la tóxica docilidad de la obediencia!

Pero advierto, la desobediencia es fulminante. No es algo que uno pueda tomarse a la ligera. Y no pertenecer al mundo del trabajo también. ¿Quién estaría lo suficientemente loco cómo para poder rechazar todas esas tentaciones y vivir una vida dura, caprichosa, fría y solitaria sólo por una convicción que no responde a lo real, sino sólo al plano conceptual? No seamos necios, los vagabundos de la calle, los mendigos, toxicómanos, toda esa lacra social que habéis escupido rechazado y basureado, todos ellos son más libres que vosotros, y a la vez, forzosamente, son esclavos de la libertad. Nadie se queda en la calle por voluntad propia, nadie excepto los que de verdad escuchan la voz del mundo, y lloran el dolor de la humanidad, sólo los niños jóvenes y audaces, los que escapan de casa, los que huyen de sus responsabilidades, sólo los necios, los dioses del mundo... ¡El mundo no es un lugar para los iluminados porque se consumen entre sus convicciones! ¡El mundo no soporta lo que no está rendido a sus pies! ¡Porque el mundo quiere ser el único dueño de todas sus criaturas! ¡No seáis imbéciles Dios no es el Trabajo, Dios no es vuestra ropa ni vuestras posesiones! ¡Qué nadie te diga que has nacido para servir porque si logras pisar todas las serpientes malditas de este mundo habrás nacido para reinar!

Por desgracia, en el mundo no se ve con buenos ojos a los que deben reinar. Por otro lado, el grupo que más me representa y al que más he amado, desde la lejanía que me permite mi condición de niño de buena familia, es el de los drogadictos. Esa gente comprende muchas más verdades del mundo que el resto infame y acomodado. Y de forma paradójica, la gente que tiene buena posición económica y creen disfrutar de los genuinos placeres de la vida, muchas veces terminan sucumbiendo ante la inminente caricia de las drogas. ¿Qué podría significar esto? Pues que al final, lo único que de verdad consuela al ser humano, esté en la posición que esté, es la evasión. Poder perderse del mundo, fluir entre mentes no selectas, sino instantáneas. Dejarse llevar por el bálsamo de la indiferencia, por el placer de no existir. Y en el fondo, cualquier padre de familia educado y honrado, cualquier grandioso y buen ciudadano encontrará en el fondo de su alma un deseo impúdico de desaparecer, de cambiar su vida, de ser un marginado social. No tengáis miedo de admitir que todos llevamos dentro un vagabundo deseando arrastrarse por las calles. Al igual que un toxicómano enamorado de alguna sustancia, en calma con su alma, con frío, sucio y maloliente. La paradoja es que al igual que todos los buenos ejemplos tienen ese germen irrefrenable, los mismos callejeros; ratas humanas, sucios y desperdiciados, viciosos perdidos, infames marginados fueron..., y aguardan un deseo contradictorio por ser parte activa de la sociedad. En ese sentido, ellos no son los enfermos, sino las víctimas de un cuento que nos han enseñado muy bien. ¿Cuál es mi reclamo? Mi único reclamo es no haber sido lo suficientemente valiente como para largarme a vivir en la calle, comer de las sobras y sentir en mi cuerpo el frío y el dolor de la gente que vive por inercia, enamorados de placebos increíbles. Mi único reclamo es no ser coherente, y pertenecer, del mismo modo, a la misma masa repugnante y homogénea, a esos buenos modales, buen hacer; participar de esta misma locura. Mi reclamo es ser un ciudadano cualquiera.


Defiendo pues, la irresponsabilidad como motor de la libertad. La defiendo porque no encuentro nada más dulce y sagrado que no cumplir con las obligaciones. La levanto sobre mis hombros y la muestro al mundo, orgulloso y convencido. El único problema es que sé que me hará caer, y cuando esté agonizante y al borde de la nada, no podré convencer a nadie del valor que significa ser irresponsable. Me dejaréis solo y a merced de las fieras del mundo. Algún depravado reventará mis cajas, jugará con mis pertenencias, me mirarán mal al pasar por el tranvía, me despreciarán sólo por oler a heces y orina. Señalarán mi rostro y arrugarán sus caras porque la verdad no es agradable. Porque la libertad es un vagabundo que se emborracha con una caja de vino. Porque no habéis nacido para contemplar la libertad y soportar su peso. Porque somos humildes esclavos de un mundo que estamos destrozando. Porque la esclavitud es real. De todos modos, una cosa sí es cierta: no habrá hombre más libre que el que es irresponsable. Aún cuando sus actos le supongan una condena. Aún cuando toda esa parafernalia a lo largo de los años se vea reducida a aspiraciones frustradas y convicciones caprichosas e infantiles para no cumplir con lo que se le demanda. ¿Qué es la libertad sino sólo la posibilidad de estropearlo todo? La libertad no es bella, ni gratificante. La libertad es pura destrucción y puro vicio. Si la pereza es un valor sagrado, la libertad es una aberración surgida de la mente más perversa. Porque a los seres humanos nos gusta ser sometidos. Porque hemos nacido para obedecer, para no rechistar, y para no cuestionar nada. Y de esto hay pruebas por todo el globo terráqueo. Cuestionáos el modelo a seguir. Cómo se gesta el mundo, cómo se representa. Todo lo que es la jerarquización, cómo es que hemos aceptado que el orden existe. ¿Por qué hemos tragado tan bien toda esa falsedad? ¿Existe jerarquía en el mundo? ¿Existe algo que no esté podrido por lo que se dicta? No podemos escapar de nuestros pecados y esquemas mentales, pero podemos hacer la revolución. Y la revolución es exactamente eso: no hacer nada. La revolución es la irresponsabilidad, y el que diga lo contrario, desconfiad, porque los que tienen todo en orden y acatan las normas son los mismos que algún día nos señalaran con la boca de un revólver. Porque sólo los que creen en las leyes y la norma, en el orden y la prosperidad son los que tienen valor suficiente para apretar el gatillo. Porque su convicción nace de padres equivocados, porque todo el centro de su vida está mermado por falsas esperanzas y valores torcidos. Porque esos mismos hombres honrados y amables, llenos de paz y bondad son los que se corrompen y tuercen su propia voluntad. Porque la gente de buena fe son exterminadores.


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