domingo, 17 de septiembre de 2017

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«Domingo»

Me levanto asqueado de la cama y con indiferencia miro mis manos. El sabor de la colilla calcinada en mi boca perfora mis vísceras, el cansancio, las cejas arrugadas, el mundo indolente e infame... todo se me antoja insoportable. Me siento en el borde de la cama y pienso en lo que me depara el destino. Nada agradable, nada que me pueda consolar. Estoy podrido de existencialismo. Tampoco tengo a dónde huir. Llamo por teléfono y su voz suena cruda cínica y fría. Le digo que no suena como ella, se ríe de mí, cambia el tono, exagera –¡queridísimo mío, alma preciosa...!– se mofa y se burla. Zorra. Con cada vocal de su boca me desprecia. Trago mi orgullo –muy bien, le digo. –¿Vas a querer hablar con alguien más? –no, respondo calmado. Cuelgo. Me quedo petrificado un instante. ¿Esto es lo que me depara la vida? ¿Soportar estos arrebatos infames y nauseabundos hasta el cansancio? ¿Volver al pozo del que me arrastré y juré no volver, y quedarme allí hasta que explote? ¿De verdad tengo que vivir así? Rechisto los dientes, levanto la mano con furia, pongo gesto de parto, acribillo mi buena voluntad y blasfemo. Luego miro al techo y sólo son las ocho de la mañana y no puedo seguir en la cama. La idea de tumbarme y olvidarme del mundo se me antoja deliciosa, pero hoy no es el día. Tengo toda la mañana para mí. Qué imbécil es el cuerpo: me da más tiempo, pero para mí sólo es más tiempo que debo matar. No quiero pensar en nada. No soporto la severidad de mi cabeza. Ojalá la inmovilidad, ojalá el olvido. Más tiempo para volverme loco, para arruinarlo todo, para odiar, llorar o fantasear. Yo no nací para estar de pie.

Echo un vistazo por fuera de la ventana. No hay nadie, ningún alma. Ningún rastro. ¿De verdad tengo que digerir todo esto sólo para sentir que pertenezco a algún lugar? Si tuvieras idea de cómo me estás destrozando. No te haces ni una idea de lo masacrado que estoy, hecho un asco. No lo sabes porque no ves todo lo que se está gestando en mi estómago, ni tampoco tienes cabeza cómo para entender lo cerca que me dejas del abismo. Pero si hay algo que puedo decirte ahora y por siempre es que cuando esté en lo más alto de toda mi especie, en lo más alto del mundo, cuando sea invencible y colosal, cuando ya nada me importe ni nada me dañe, allí, mamá, desde lo más alto de lo que pueda existir para mí, te miraré con desprecio y asco, y te odiaré lo que no está escrito. Y después de haberte devuelto todas las puñaladas que me has obligado a coagular te olvidaré. Porque de ti no quedará rastro. Te aborrezco con todas mis entrañas. Te aborrezco porque has jugado lo suficiente con mi cabeza como para apuntarte con un revólver. Te aborrezco porque tu sangre me intoxica.

Hace unos días me hubiera echado a llorar, encerrado en la habitación, muriéndome del asco. Jadeando y nadando en mi propio vómito. Deseando morir, olvidar y perderme en la nada. Vendiendo mi alma por dormir hasta morir. Por no despertar. Hubiera temblado en un rincón, con las persianas cerradas y el alma rota. Sangrando por la nariz, chillando y maldiciendo; pero hoy me he levantado de la cama, he ido a la cocina y he cogido el pan del desayuno, luego he salido fuera a dar de comer a las palomas. Supongo que hay algo que se me escapa, algo dentro de mí me libera. No me he preocupado de nada. He bajado en pijama, con el rostro sucio de sudor, despeinado, con la cara arrugada y los labios secos. Durante un instante soy un vagabundo. Luego sólo soy un muchacho infame y solitario que le da de comer a las palomas. Y después... ¿qué será de mí? ¿Qué seré? ¿A quién odiaré?

Me siento en la banca, tiemblo de frío, arqueo los hombros: si en realidad nada puede derribarme, nada me importa. Pienso, ¿existe algo que me importe de verdad, algo que me haga sudar frío y chillar histérico sólo por conservarlo? Niego lentamente con la cabeza, no es que me resigne a la nada, es que sinceramente, no tengo nada. Y lo poco que tuve se esfumó. Se volatilizó de mis manos. Cualquier recuerdo dulce y hermoso se perdió. Toda mi infancia quedó en evidencia, toda mi adolescencia sólo fueron tragedias, puñaladas, lamentos y desgracias. Una vida desgraciada. Intento recordar algo hermoso que haya tenido, algo en lo que haya podido brillar y quedar ciego por su propia hermosura: nimiedades, puras nimiedades. Me sonrío, al menos he tenido algo de paz, y algo de amor. Pero que no tenga nada, ¿no me hace aún más libre? La idea de la muerte, cómo hubiera deseado amanecer muerto. Pero luego, cuando me noto mareado y al borde del cataclismo contraigo el culo y me pego a la pared, rezo interiormente y suplico por un día más de vida. Me estabilizo y sigo caminando, y sigo de pie, y sigo vivo. No me engaño, quisiera estar muerto, pero la sola idea de morir me aterroriza. Pienso en el mismo absurdo de la vida, si todos estos años que llevo viviendo lejos significan algo, si en realidad sólo son mis últimos años. Si la muerte se muere de ansias por coleccionar mi alma. Si tengo la muerte atada a las muñecas... y yo lo sé, lo sé con una certeza repulsiva. Sé que un día de estos se me irá la mano y aunque muera, todo aquello habrá sido precioso. Una liberación justa. Una muerte digna.

Será un ritual que nunca podría aborrecer. Me despertaré un día, miraré mis malditas manos, odiaré el mundo, alguien me recordará que estoy vivo, veré a D y será pura belleza y me conmoveré, intentaré calmar a papá, intentaré decirle algo alentador a mamá para que no se vuelva loca cuando ya no esté. Y después daré un largo paseo mirando a la gente, saboreando sus almas, viéndoles jóvenes y felices. Hablaré con el viejo, le diré que es un gran tipo. Le daré un abrazo y le suplicaré que nunca deje de sentirse hombre, que sus nietos son afortunados, que él es un héroe. Llamaré a uno o dos amigos, les contaré algo hermoso y sanador, y luego algo que nos reviente de la risa. Reiremos hasta la náusea y luego prometeré que nos veremos pronto. Después comeré, beberé algo que me tranquilice y saldré a dar de comer a las palomas. Ninguna acudirá a mi funeral. Seguiré lanzando pan hasta que se atrevan a comer. Y mientras abren el pico y tragan sonreiré dichoso y satisfecho. Miraré al cielo, qué belleza de mundo, me despediré sin hacer mucho ruido, sin importarme nada. Al principio sentiré miedo, después intentaré convencerme de que existe algo para mí, buscaré algún capricho por el que estar de pie; pero me reiré y no me resistiré, ¿a estas alturas todavía puedo engañarme así?, me reiré con viva fuerza, apresurado negaré con la cabeza, con los ojos rojos y la boca torcida, toseré algunos insultos y lucharé contra la biología. Me veré al espejo y me reconoceré: el que va a morir te saluda, palparé mi piel y después sólo oscuridad.

Rompo trozos de pan con la mano y los lanzo. Pero en la banca sólo un muchacho y en la calle sólo baldosas llenas de pan. Tampoco tengo prisa, alguna paloma volará. Miro el cielo y el sol me da en el rostro. Sonrío levemente, con los ojos exhumando dolor. Arqueo las cejas, pongo la mente en blanco y sigo con la labor. Alimentar la nada con trozos de pan. Ensuciar el mundo con la nada. Manchar mi alma con el dolor. Si supieras todo el lodo que me has hecho tragar, toda la mugre que se ha pegado a las paredes de mis vísceras, si vieras la hiel y la bilis de mi boca. Si olieras el hedor verdusco de mi alma, si me mirases a los ojos y vieras el vacío, los abismos del amor torcido, si te asomaras a los pozos de mis ojos, y si tocases la piel seca de mi corazón. Si de verdad fueras madre y tocases con tus ojos mi alma sólo podrías horrorizarte y arrodillarte suplicando perdón. Si fueras consciente de todas las puñaladas que me estás clavando. ¿Por qué te empeñas tanto en matarme? ¿Qué he hecho para que sin darte cuenta me odies así? Yo no elegí esta vida, ni ninguna.

Una paloma desciende de los cielos. Una paloma blanca y hermosa. Empieza a comer y la inspecciono, aún conserva parte de sus patas, más que caminar se arrastra sobre su cuerpo. Es una paloma sabia, sabe que no existe nada peor que no comer, aún cuando te lancen el pan con desprecio y tengas que arrastrarte por un poco de comida. Sigo rompiendo trozos de pan y dándoselo hasta que se sacie. Pero la paloma no se sacia, y yo cada vez tengo más sueño. Pego mi espalda al banco, me cruzo de piernas y ladeo la cabeza. El cielo no alberga nada de oscuridad, el sol brilla y me da de frente. Suspiro lento y cansado. Sigo rompiendo pan hasta el final. Recuerdo un abrazo y unos ojos, trago saliva y del cielo bajan más palomas. Me sonrío y las alimento. Mi boca tiembla y sollozo. Respiro fuerte, intentando tragarme las lágrimas. Mi rostro se enrojece y el frío cala mis huesos. Me muerdo los labios, parpadeo y arqueo las cejas. El sueño es cada vez más fuerte. Rompo desesperadamente los últimos trozos de pan que me quedan, me seco el rostro y los lanzo para las palomas. Luego cierro los ojos, intento olvidar, no pensar en nada y me dejo dormir. En el mundo no queda nada, sólo oscuridad y unas palomas insaciables, hambrientas de dolor, histéricas de paz, salvajes del mundo, palomas sin sangre ni descendencia.


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«El chico prepucio largo»

Intenso relato que narra la vida de un joven de doce años con un prepucio muy largo en el que suele esconderse cuando siente que el mundo le maltrata. Relato con grandes referencias políticas que narra con metáforas los problemas de la depresión y la marginación social.


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«SILENT & QUIET MANKIND DREAM»
Cuánta hermosura y melancolía junta, me volatilizo entre espasmos y ruidos nocturnos. El cielo habla, el viento se duerme. De pie y aquí, tan insignificante y minúsculo, y tú tan viva y salvaje. Llena de pureza, deseo y libertad. En un castillo, desperdiciados como humanos, silenciados por el ruido de la noche. Aturdidos, como aves, soñando despiertos. Volando horizontes de pavimento, cemento y moho. Cayendo en trance, abstrayéndonos, despertando un instante. Reconocer en el aire el silencio. Quedándonos dormidos, a veces el mundo no existe.

Sus ojos me devoran, la fragilidad de su figura, el aire de sus pulmones, sus ojos penetrando en mi alma, coleccionándome como una antigüedad. Perplejo y asustado, latiendo fuerte, llorando en el interior, un niño y su alma. El vacío negro de mis ojos y tus pupilas que entran como fantasmas indómitos, el calor de sus manos, el frío de sus dedos, sus ojos entrando en mi carne..., los latidos infames de mi corazón. El miedo, el silencio. Sus ojos me devoran dejándome a tu merced. Como un insecto aplastado, con las extremidades torcidas, con el cuello roto y el rostro desencajado.

Quedo inmóvil y sus ojos devorando; y yo, muriendo, cuánta dicha, cuánto fugacidad, y sus ojos infinitos, destrozando, sus pupilas que todo lo pueden, y el color suave de su piel, y sus exhalaciones, y la fragilidad con la que camina, y sus pasos, y la hierba, y el silencio, y la lluvia, y sus ojos que devoran, y toda ella, la absoluta levedad de la vida. Sé que no podría concebir nada más hermoso. Y el silencio de la calle, el frío de la noche, la soledad de los cuerpos, cuánta hermosura condensada, cuánta armonía, cuánta paz... Y sus manos frías que me guían en el lodo del mundo, la humedad de la calle, las flores recibiendo la caída, resbalándonos en el terreno, tropezando con la lluvia, hundiéndonos en el fango. Y nos quedamos quietos, mirando la nada, y sólo puedo sentir, en sus ojos, absoluta perfección, dulce infancia, y una aplastante soledad. Cuánta dicha para tanta esclavitud.

Y me mira como un animal tierno e indefenso, y me miro yo, ¿cómo he podido estar tanto tiempo vacío? Y su aliento fantasmagórico, su voz, el frío y el ruido de la nada. A lo lejos pasa un hombre, luego un animal. A lo lejos paso yo y luego un muerto. Y de cerca un niño se muere, un hombre llora, un anciano que no sabe dar abrazos. Luego la lluvia cae y no queda nada de nosotros. Estamos en otro lugar, alguno del que nunca querer despertar. Y me miro a las manos y luego a las suyas, y me huelo el alma y luego la suya. Cuánta perfección en los ojos que devoran, y me arrincono contra la pared, me mancho de blanco, de pureza y lloro en silencio. ¿Cómo explicarle a nadie que acabo de entender algo imposible? ¿Cómo explicarle a nadie que la belleza me sobrecoge y me está volviendo loco? ¿Cómo gritarle al mundo que no soporto tanta belleza? Me estoy muriendo...

Cuánta inocencia y cuánta soledad. El mundo de los lobos, los insectos aplastados contra el suelo. El cielo está claro, pero luego llega la invasión. Las nubes lo controlan todo. Las nubes lo lloran todo. Cae el cielo, cae el mar. Mueren los hombres, chillan los niños, de hambre mueren los animales. Y en la incertidumbre de la tarde, la lluvia aumenta, empieza a consumirlo todo. Y pegado a la pared respiro el aire mojado, me compadezco de la humanidad, pienso en la vida y en la muerte. Y durante un instante, en plena calma agradezco al mundo existir, y entre el silencio y la soledad sólo puedo entrar en pánico. ¿Cómo voy a soportar el mundo después de esto? ¿Cómo voy a poder seguir viviendo después de semejante arrebato de viveza, juventud, belleza y cariño? No puedo con la carga, es demasiada humanidad para que un sólo hombre lo soporte. Me revuelco en el suelo, chillo y agonizo. Mi rostro se rompe en rojo, mis labios se quiebran, siento la sangre bombardeando mi alma, mi cuerpo lo recorre todo: mi cabeza va a estallar. Y al dormir, al acostarme por la noche, mientras intento no despertar me digo que soñaré con todo esto. Me digo que dormiré hasta no poder existir, y amaré cada recuerdo, mientras entiendo que estoy perdido... porque si algo tan liviano y hermoso puede descolocarme tanto, me digo, significa que en mi interior no queda salvación. Porque si desde hace tiempo que no corría como un niño, y amaba el silencio y la lluvia, ni sentía el tacto vivo de la inocencia y la juventud, si hace tiempo de nada, si hace tiempo de no sentirme vivo... ¿qué puedo esperar de mí, a qué puedo aspirar, si sólo soy una marioneta infame y desgastada?

Cuánta fragilidad y cuánto silencio en mi cabeza. Me adormezco, cierro los ojos y caigo en una agonía imposible. Me miro las manos y el rostro, la lluvia llora mi dicha, el cielo cierra los ojos. Y durante un tiempo no me siento vacío... ¡Decidme, malditos infames humanos, cómo voy a poder seguir viviendo después de algo así! ¡Cómo voy a poder soportar la infelicidad y la soledad...! Sí sólo soy un humano grotesco, un animal herido y un niño que murió demasiado pronto... Cómo voy a soportar, mundo crudo, cómo voy a soportar tanta belleza si yo ya no estoy hecho para ello, miradme bien, no soy nadie fuerte ni especial. Miradme bien sólo soy una mueca, un niño que se muere, un enfermo que agoniza, en mi interior sólo anida la soledad y el dolor. El silencio y la voluntad de morir. Luego me entra una risa histérica, empiezo a convulsionar, a reír como un poseso, y a volverme loco, chillo y salto, grito, jadeo. El mundo se corrompe, el silencio se vuelve sordo, el mundo no existe, nada queda, nada habla, ni lugares a los que huir porque todos estamos condenados a la soledad y todos vamos a morir.



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«Dardos suicidas»

Querido Vorj:

En realidad eres una nenaza. Un adefesio en persona. Si te soy sincero, y no dudes de mi palabra, porque por algo vivo en ti y te siento y soporto... Hablemos claro, muchacho, eres una porquería. Casi un imbécil. Y cualquiera que te vea y logre oler tu alma sabe, sin ninguna duda, que estás podrido. Es lo que hay, No quiero alentar esa idea absurda de que el mundo te hizo así, o que tu familia te dejó tirado. Eso es un chiste que no tiene gracia. A fin de cuentas, siempre logras mentirte con lo que te da la gana. Quizá el problema sea que no te daba la gana. Es cierto que has pasado unos meses horrendos, lo reconozco. Estabas tieso y en la cama. Ni siquiera tenías voluntad para lavarte la cara, ni salir fuera. Seamos completamente transparentes, no tenías voluntad para hacer nada. Quizá sólo no-voluntad para vivir, o lo que es lo mismo: la voluntad de la muerte. Y eso sí que era peligroso. ¿Qué se puede esperar de alguien que no tiene ni siquiera la voluntad de salir a la calle y enfrentar el día? Te has pasado los últimos meses encerrado en la habitación. Comiendo sobras, comiendo mal, y buscando evadirte, tristemente, de todo. Por eso y por muchas cosas más, te escribo esto.

Debo reconocer que tus razones, o tus excusas, para no hacer nada y quedarte allí, en la tumba, tienen relativa gracia. Y aunque es cierto que me avergüenzo horrores al recordarlo, no le quita el mérito de ser imaginativo. Todo empezó motivado por la ciencia: ¿cuántos días puedo dormir seguidos? –Jodido anormal, ¿aspirando a días, de qué vas?– y al final resultó que sólo se puede dormir un día entero y eso significa ya mucho. Es, lo mires como lo mires, es una auténtica tortura. Después encontraste como imposible levantarte temprano. Esa era la excusa más acertada para faltar a clases. Sin embargo, el razonamiento es válido. ¿Quién querría dormir cinco o seis horas, despertarse con frío, ducharse, comer mal, y salir a la Universidad? ¿Soportar el calor de la gente en el vagón, caminar hacia la Universidad y ver todos esos rostros llenos de optimismo cuando tú estás en la más absoluta mierda, en la más horrorosa oscuridad, y sin ninguna iluminación, sin ningún motivo por el que vivir, a fin de cuentas, tu propia alma te había traicionado, y todos tus valores se habían ido a la mierda y carecías completamente de voluntad? ¿Y luego, en clase, escuchar a un auténtico imbécil hacer de las suyas? ¿Quién querría algo tan semejantemente repulsivo? Creo que nadie, y te entiendo.

Al final resolviste como lógico emborracharte, y así te gastaste buena parte de tus ahorros. Una barbaridad, muchacho. ¿Cómo alguien se puede gastar casi cincuenta euros en menos de 4 días durante casi tres meses. ¿Cómo se puede beber tanto alcohol hasta adormecerse, vomitarse encima y hasta despertarse con las rodillas temblorosas por la orina en el estómago? Y eso no es lo peor de todo. Lo peor era que encima era alcohol malo. Al final, y esto es tan evidente que negarlo sería una completa estupidez, has entendido que tienes cierta predisposición a ser un grandísimo alcohólico. Bravo muchacho, no lo digo por decir. Cualquier persona que consuma alcohol, y aún así se exceda, sólo lo haría por sentirse bien, por divertirse y con gente. Lo que tú hacías era una completa salvajada. Beber solo. Beber hasta vomitar. Beber hasta no sentir nada. Y luego consumir dieazepam de farmacia. Un chiste. Una burla, ¿y dónde queda tu amor propio? Infeliz, deberías recoger tus sobras y amarte, al menos así no estarías tan solo.

Tu destino, casi escrito sobre tu frente, es el de ser un miserable vagabundo. Mientras que el pobre de L sería un mendigo y V un desequilibrado mental que deambula por el mundo, al menos éste último sería feliz, y libre... ¿Por qué tendremos que aceptar que nuestros destinos están abocados a la catástrofe y a la miseria? Queríamos ser héroes y al menos tú sólo has sido un charco de sangre renegada en el suelo, un vómito paralítico, una náusea, un moribundo... Y luego habían momentos en el que te veía en el espejo, y no podía concebir criatura más hermosa. Joven y tierna. Humana y noble. Con los ojos rojos y el corazón en la boca, con los dedos agarrotados, sujetando una botella. Mírate muchacho, ¿eso es lo que quieres ser? ¿Por qué te ha tocado sufrir tanto? No lo sé. ¿Por qué has entendido el mundo y el sentido de la vida tan pronto? Lo lamento, eso sí que es mi culpa. Entender algo semejante sólo puede paralizarte. Aceptar semejantes premisas dolorosas dibujadas en sangre sobre el papel... El mundo sólo le pertenece a los inconscientes.

Pobre y estúpido Vorj. ¿Cuántas veces pensaste en matarte? Eres un auténtico exagerado. Eres un drama, pero si todo en realidad es más simple. ¿Matarte por algo tan liviano, por una vida tan desagradable? Ni siquiera digo dura, porque tú no tienes una vida dura –acaso no has tenido voluntad, acaso sólo has estado en un líquido viscoso y paralizante, acaso sólo has estado invernando en el centro de todo el dolor, ¿renacerá el príncipe?, ¿cantarán los pájaros?, ¿amarás la soledad?, ¿llorarás cada día?– Una vida desagradable, despreciable, una que te deja mal sabor de boca. A eso aspiras, y eso tienes. Y ahora, mientras el sol ilumina la calle, y después de encontrar unos papeles en un cajón, las cosas pintan de otro modo. Pero no dejo de repetirme lo histéricamente gracioso de todo el asunto. ¿De verdad, a pesar de emborracharte prácticamente todos los días, dormir todo lo que te salía de los huevos, no hacer nada, pasártela encerrado en tu cuarto, consumiendo cualquier tontería, y aún así, sin tener que responder a tus responsabilidades, sin tener que explicarle nada a nadie querías irte de este mundo? Menudo imbécil estás hecho, muchacho.

Al menos hoy, criatura mía, mientras te hacías un desayuno increíble, al menos tuviste algo de esperanza. Te iluminó un rayo de tranquilidad o semejante espejismo. Algo que desde hace meses no sentías, y está bien que todo se torne desagradable, pero al menos tenías un poco de paz. Luego hiciste unos huevos revueltos, un té, un vaso con leche, aceitunas, tomate con vinagre sal y ajo, pan tostado, y te sentaste a desayunar. En soledad claro. ¿De qué pasta estás hecho Humanidad? Si eso da igual, de por sí me causas ternura. Eres un niño tan torpe. Te miro y se me humedecen los ojos. Muchacho mío, ¿cómo le explicarás al mundo semejante convicción? Algo me dice que cuando papá y mamá se mueran tú serás el siguiente. Si casi te matas porque había odio allí. ¿Cómo superarás algo semejante? Ojalá pueda engañarme... Y aunque la trampa biológica sea que tienes hermanos, ¿de verdad un hermano podrá saciar tu alma, podrá llenar el vacío de perder a tu padres? ¿Quién puede digerir la muerte de los padres? Sin duda alguna sólo un imbécil. ¿Y acaso esto no quiere decir que la mayoría de la gente es imbécil? Obvio, la mayoría de la gente es imbécil; pero esto sólo es una obviedad. Creen en cosas absurdas, sus vidas son burlas, sus intereses, todo es un chiste. No saben lo que es el mundo, viven en él, consumen de sus genitales, se hartan de todas las cosas buenas que puede ofrecer la vida, y aún así, aún cuando se han follado toda la vida a gusto, no tienen ni puta idea de lo que es la vida. Porque sólo los miserables, y los que sufren, los que lloran por la nostalgia, los que se emborrachan hasta vomitarse encima, los que enferman, y los que tosen lamentos y tristezas son los que conocen la vida. Porque no nos engañemos, la vida no es dulce. La vida es peor que la muerte y aún así se soporta.

En fin, muchacho, al menos yo te quiero.
Siempre tuyo,
Vorj




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Nota: ¿te acuerdas cuando el puto subnormal de L, a causa de la droga del sueño, y en plena enajenación mental, creyó que no ocurriría nada malo si se lanzaba el dardo de un metal especial para cacería de palomas en la pierna, y mientras mirábamos con expectación lo hizo y chilló como un animal herido, como una ardilla a la que la han pisado la cola, y no pudiste evitar, junto con V, soltar tremenda carcajada que se difuminó en una risa abdominal por casi quince minutos? Todavía me sigo riendo.



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«Sucia Madrid»

Me ducho y salgo para clases. Pero el agua ni siquiera me toca. Se evapora al sentirme. Hecho un Cristo y con una tristeza insoportable y grotesca me arrastro por la calle. La pena se adhiere a mi carne como la sarna a los enfermos, como la infamia a los asesinos. Soy un tarántula pálida y vieja que se agarrota y se muere de frío. Llego a la boca del metro sin mucho ánimo. Bajo por las escaleras mecánicas. La gente cansada y aburrida perpetúa la especie, inmóvil y animal haciendo su papel. Con las bocas pastosas y los ojos en otro mundo. Entro al vagón y me recuesto sobre la puerta mecánica del tren. El monstruo gira sus engranajes y se pone en marcha y yo me quedo pensando en lo liviana y maldita que es la vida. Intento hacer un esfuerzo por recordar cómo eran los buenos tiempos. La familia el calor humano pero sólo encuentro frío y polvo.

He pensado en todo lo duro y horrible que me rodea. Mis ojos se han puesto rojos y he empezado a sollozar. Lo he hecho con mucho cuidado, para nada quisiera llamar la atención. Hay que tener tacto y no incomodar a los pasajeros. Nadie quiere ver cómo un desconocido se desangra de pena un día lunes. Lo desagradable eran las miradas cruzadas. Cuando alguien miraba mi rostro encontraba en él una mueca de asco y tragedia humana demasiado insoportable para hacer como si nada. Nadie quiere ver el dolor de mi rostro: ni siquiera yo. Mi cara roja y enferma intensa insoportable y mil veces maldita. Huid de los rostros rotos de pena. Sabía que todo el dolor que nacía de mi pecho me iba a matar. Luego tragué un poco de dolor me sequé los ojos y bajé en ciudad universitaria. Me mordí los labios y contuve la respiración.

Lié un cigarrillo y cambié de rostro. Fingí indiferencia y mantuve el ritmo hasta que mi corazón hubiera dejado de bombardear dolor. Y aún cuando mis pasos eran firmes y la enfermedad de mi corazón grotesca negra y viciosa pude mantener la compostura. Pero seguía sabiendo que de encontrarme con algún conocido, cualquiera que en otra época hubiera compartido conmigo algo de tiempo, lo tenía tan presente que me aterrorizaba la idea..., de ver algún rostro conocido hubiera explotado. Cayendo al suelo, jadeado y gemido, llorando a vivo pulmón, cogiéndome de sus pies y suplicándole que no soporto mi vida, que me pesa demasiado el alma, que me estoy muriendo de pena. Pero por suerte no había rostros conocidos y caminé por la larga avenida hasta la facultad. Y cuando estuve cerca miré al frente. Digno y soberbio apreté mi puño e intenté olvidarlo todo.

Divisé a la gente reunida en las puertas de la facultad fumando y hablando entre ellos; y más allá un banco gris y solitario. Me aproximé al banco y me senté dándole la espalda a la gente. Pegué una calada al cigarrillo y sollocé con fuerza. Con tanto dolor y desamparo que mi rostro se volvió una mueca horrenda de miseria y tristeza. Arrugué mi rostro y lloré hasta que mis ojos se inundaron en sal. Me dolía todo, y el llanto era como levantar una antigua costra en la espalda de un miserable. Levantar un trozo de sangre seca de la que emanaba un hedor insoportable, una tristeza inacabable, una pena infinita... que me sometía y me obligaba a ponerme de rodillas contra el pavimento de la vida. Y si quedasen fuerza, suplicar por dejar de pensar.

Qué asco de mundo, yo no quería pertenecerle a nadie, pero aún así yo soy de él. No podía huir de la realidad. Nadie es libre, todos somos del mundo. Somos de él y sólo de él. Me revolvía sobre mi charco de tristeza y dolor. ARRINCONADO Y LEJOS DE TODO EL MUNDO. Podrido entre lamentos y suplicios. Hecho un amasijo de nervios y cartílagos intactos. Pensé en tirarme por el balcón. En el metro pensé en dejarme caer a las vías y matarme. Pero sólo se matan así los que quieren contar algo, pero yo sólo quería morir. Tampoco quería estropearle el día a alguien. Y en lo alto de la facultad pensé en dejarme caer al vacío. Caer como un trozo de carne. Un sonido risueño que lo explica todo. Y que mi pie derecho tiemble un poco mientras me desangro. Que venga alguien corriendo a ver qué ha pasado. Que todos se aterroricen. Pero la muerte no era para mí. Yo no merezco ese consuelo, yo tengo que vivir y sufrir, ese es mi día a día.

Me sequé las lágrimas y caminé entre la gente. Seguí por el pasillo, entré al baño y tragué agua. Me lavé la cara y entré a clase. Aguardé en silencio, escuché a la mujer contarnos su materia. El adefesio en el que se ha convertido el mundo. Tanta salud muerta. Tanta gente inexpresiva. Saqué del bolsillo un rotulador gordo y negro y blasfemé en las mesas. Escuché su voz, nos miramos a los ojos, y nos entendimos. La mujer no dijo nada. No se acercó a mi pupitre. No dijo nada ni tampoco esperó nada de mí. Sonreí levemente. Acabó la clase y me largué.

Y aunque mi familia estuviese rota, seguía siendo mi familia. Caminé hacia casa. Cogí algunas monedas y salí a comprar una botella de vino. Regresé y me eché a llorar un rato. Como un niño infeliz, como una criatura rota. Chillé y me revolqué sobre mi tristeza hasta que empecé a beber y una vez dado el primer trago todo empezó a ir mejor, todo en calma. Dejó de haber tanto ruido. Dejó de importarme todo. Y poco a poco fingí ser feliz. Mientras el tiempo se hacía más lento, y el mundo seguía en su lugar, pero a mí, honestamente, nada me tranquilizaba.

Bebí un trago más. Puse rostro de ingenua resignación y seguí allí. Sentado mientras le suplicaba a alguien que me diera cariño. Que me mostrase un camino, que me rodeara con sus manos y me dijera que no estaba solo, ni perdido, ni tan sumido en la mierda de la vida. Y aunque bebí hasta adormecerme, nadie respondió a mi llanto. Nadie me dijo que el mundo no era tan imposible. Mis párpados latían y mi pecho se volvía rancio hosco y duro. Pero en lo más profundo de mi alma sabía que el dolor que sentía me iba a acompañar el resto de mi vida. Porque no habría paz para mí. No habría nada a lo que aferrarme. No había nadie al que pedir auxilio, ni tampoco a dónde huir. Estaba muerto de frío triste y aturdido. El mundo no es un lugar en el que se pueda vivir. Y a decir verdad estoy cansado y aburrido de sentirme un maldito insecto que no puede volar libre. Estoy preso en un tarro de mermelada. Dónde sólo hay espacio para el aire la muerte y yo.


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«Un feto muere»

Un muchacho se levanta de la cama sin sueño y con los ojos irritados de tanto soñar horizontes hermosos. Un animal que iverna. Abre los ojos y siente la luz plena del sol entrando por las rendijas de las persianas. Se sienta en la cama, abre la persiana y aguarda. Camina por el pasillo, da varias vueltas, y camina y gira no se detiene. Luego empieza a temblar, sus rodillas se rompen. El abismo de su estómago se abre y de él sale un feto enorme y negro, que aún caliente se arrastra por toda la casa. Y él sigue caminando, apresurado, mientras con una mano coge la herida de su estómago. Después determina como certero coger toda su muerte con las extremidades y cruzándose de brazos sigue su ruta mientras el feto se arrincona en un lugar y estira el cuello, jadea y comprueba sus muñones. El muchacho se detiene frente al feto y le mira fijamente. Se sienta frente a él. Se analizan. Los que han nacido y dormido lloran a los que están muerto y nunca han soñado. Y de la boca del feto sale un gemido, afina su voz, y pregunta: «¿Muchacho, por qué tanta prisa?», el joven queda pensativo y responde: «Sucede que no tengo mucho tiempo», «¿tiempo para qué?», «el tiempo se me va de las manos...» El feto hace una mueca y empieza a reír interiormente, doblándose, arrugándose y pataleando, agita los muñones de sus brazos y vuelve a reír. «¿Muchacho ingenuo, tanta prisa por morir?» El muchacho se pone serio y le dice que no piensa morir. Luego, mientras el feto empieza a tomar forma humana y crece y el color púrpura oscuro de su cuerpo empieza a volverse piel, pícaramente, añade: «¿Ingenuo, y quién crees que soy yo?» El joven se mira los brazos y la herida de su estómago. El feto asiente con la cabeza, cada vez más humano. Luego le dice que sí. El joven no se lo cree, sonríe, llora, se queja, y se reincorpora. El feto se pone en guardia, esperando el ataque del muchacho. Y éste se abalanza sobre él, para asfixiarlo. Y con sus manos aún vírgenes en el crimen estrangula con ferocidad la silueta maldita y negra que esculpió su estómago. El feto abraza al joven y le besa. Después se deja morir y el muchacho cae al suelo. Ve su crimen y se convence que él o yo. Se pone de pie, se acerca a la habitación y mira por la ventana. Comprende entonces el terrible error que ha cometido. Regresa hacia el feto y lo coge en brazos, le llora y suplica perdón. Luego ata un cinturón en la puerta, reposa su cuello y se suelta. Patalea levemente y muere. El feto recobra el aliento, tose hiel, se arrastra hacia el muchacho que con ojos blancos está colgado de la puerta. Abre su herida, rebusca y tira todos sus recuerdos, todo lo que había sido y todo lo que para él significó la vida. Descuelga el cadáver y lo recuesta sobre la cama. Entra en su cuerpo y se deja dormir. Y al día siguiente entre el frío de la mañana y la luz plena del sol otra criatura despertará de la noche. Con los ojos irritados de la muerte, sin horizontes a los que aspirar, y sin hogar al que regresar. Al menos esta criatura no sabrá sufrir y tendrá tiempo para morir.


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«Ayer fui a clases»

Capítulo 1
Llego a clase indiferente. Camino cansado y aturdido, siento que llevo una gran carga en mis hombros. Cierta fiebre adherida a mi cuerpo, como si fuera señas de mi condición. Llevo el pecado original impregnado en la piel. Mi sangre gime lamentos. Marcho recto y con la cabeza alta, mostrando soberbia, intentado mantener algo de la dignidad que ya no tengo. Los más orgullosos son los más desdichados. Los que habían coincidido conmigo los meses pasados se aterran al verme. Parece que era más digerible la idea de que yo estuviese muerto a verme de nuevo. Nunca comprenderé por qué les causo tanto espanto. Intento recordar si he hecho algo para merecer tal mérito, pero no encuentro nada. Creo que se trata de una cuestión de auras. La mía está negra y terriblemente hambrienta de almas ajenas. Sus rostros se descomponen como si hubieran visto un espectro o un demonio. Me cuesta imaginarles paralizados mientras ven a mis espaldas, y rondándome ansiosos, mil espectros malignos y oscuros. No digo nada y me siento al final de las mesas. Resoplo y contemplo. Toda la belleza que alguna vez el mundo pudo ofrecerme se evapora a cada segundo con mi respiración. Y yo, lejos de asfixiarme o ponerme a gritar me resigno y espero la hora de mi muerte. La salida de emergencia.

Capítulo 2
En el transcurso del pasillo, me encuentro cara a cara con una compañera de clase. No puede huir, Miro a sus ojos y le digo hola. Sonríe forzada, casi con pánico, responde lo mismo. Sigo el camino y por puro pudor no pregunta nada. Parece que esa mujer me conoce mejor que nadie. Sabe que nada bueno puedo responderle. Luego siento cierta tristeza por ella. En su rostro sólo había miedo y eso no era justo. Mamá, ¿por qué soy un monstruo?

Capítulo 3
Llega a clase un auténtico payaso sin gracia. Le veo, escucho sus anécdotas, sus chistes, sus ocurrencias y ni siquiera pestañeo. Me mira directamente, ¿quién eres?, pregunta. Me tomo mi tiempo, ¿quién soy?, menuda obscenidad de pregunta, me digo. –Yo soy... –no acabo la frase. El hombre se queda inválido y confundido. –¿Por qué ha faltado tantas semanas, le ocurría algo? –pienso en algunas respuestas. La mayoría rozan lo inmoral, el resto son sólo patrañas que en el momento me parecían entretenidas. –Estaba enfermo –le respondo. –¿Tiene parte médico? –ataca. –¿Parte médico para qué? –Para justificar su faltas... –Podría intentar justificarla pero... –¿pero qué? –¿Pero cómo explicar un sentimiento? La clase queda muda. El hombre baja la intensidad de su sonrisa corrosiva y deja de insistir o mostrar supremacía. Lo veo en sus ojos, él lo sabe. Ese chaval de allí –yo– está en la mierda. En cierto modo, agradezco su delicadeza para callarse la puta boca. Aunque en realidad sólo es condescendencia.

Capítulo 4
El hombre sigue con sus clases, haciendo bromas, manoseando las siluetas de las chicas, leyendo en voz alta los nombres..., resulta que el animal este había pedido a toda la clase fotos recientes de todos, así como también sus números telefónicos. Y mientras leía los nombres y veía las fotos de las chicas exclamaba, más morboso que simpático, que las chicas eran unas auténticas bellezas. Cachondo y hambriento, como un carroñero imposible. La mayoría de la gente era lamentablemente torpe o estúpida como para darse cuenta de lo que realmente sucedía, todos le reían las gracias porque les parecía sobreactuado entretenido y hasta divertido. Las chicas sonreían y yo pensaba, ¿cuántos de esos alaridos son en realidad una mueca desesperada por manifestar de alguna manera tus deseos impuros de yacer con todas las chicas de la clase?


Capítulo 5
Luego dice que no le he dado mi número telefónico, le pregunto que para qué lo quiere, responde que porque es el profesor, para que estemos en contacto. Se me hiela la sangre: este tipo es peligroso. Perverso y retorcido. Dudo, entiendo, y cedo, me da un papel dónde tiene archivados todos los números de clase, absolutamente todos están en su poder, y nadie se da cuenta de lo turbio y enfermo que es todo aquello. Imbéciles, nos está fichando, nos colecciona, somos de su pertenencia, y nadie ha opuesto resistencia. Me da el folio, y entre risas dice, toma el mío, me lo dicta, pienso, ¿para qué quiero esa mierda? Escribo los dígitos dudoso de lo que me está obligando a hacer. Ojalá haber confundido los números. Ojalá no haber entrado en su juego. Se mantiene en clase cosa de hora y media, acaba su cháchara, se despide cariñoso y entiendo, ¿cuánta cocaína habrás desayunado esta mañana para estar así de alterado a las nueve de un día lunes? El sol brilla y el imbécil aquel al menos sabe divertirse.

Capítulo 6
La vida es ingrata, camino hasta la salida. Tampoco nada me representa. Intento curarme de un abismo que me ha dejado destrozado. Le pido ayuda a Dios, y todos los santos posibles, pero ninguno me auxilia. Rompo mi concentración, estoy fundido, no tengo paz, no tengo razón; pero al menos mis dedos ya no están tibios, cómo añoré poder ser otro, qué cargamento de cemento más pesado. Mis hombros se hunden, contar qué, nada puede significar tanto como el lamento humano. Me hago un ovillo, intento olvidar, no ha sido un mal día, pero sí un día de mierda.

Capítulo 7
Salgo con un compañero de clase a fumar. Se lía su cigarrillo, se queja del profesor, le miro a los ojos, enciendo mi cigarrillo. Asiento con la cabeza. El tipo está ofuscado pensando en lo aburrida que ha sido la clase. Y como una navaja que penetra en su carne le digo, sin dejar de mirar a sus ojos inocentes, ¿qué esperas de la vida? Se asombra, sonríe y hace una mueca de mofa y burla, cree que le estoy gastando una broma. Hace un sonido con la boca y luego me doy cuenta de lo terriblemente cruel que ha sido todo eso. ¿Quién quiere darse cuenta que no tiene nada por lo que vivir? Porque en realidad él no espera nada de la vida, su existencia es pura inercia, sus pasos son automáticos. Apura el cigarrillo, mira su reloj, todavía con una sonrisa burlesca en la boca, intenta escapar. Por favor, huye de esta matanza... Como si estuviera avergonzado de sí mismo resuelve: –Tengo que irme, ¿nos vemos mañana? Lentamente asiento con la cabeza. Luego el tipo se va y me quedo de pie al lado de una banca. Tiemblo, frenético pego varias caladas al cigarrillo, el mundo es una ruina, me siento en la tumba. Me asfixio con mi propia sangre, y en la banca me retuerzo como un cadáver seco, lleno del más auténtico asco.

Capítulo 8
Sentado en la biblioteca mientras leo un libro paro de golpe. Digiero la maldad del alma humana. Suspiro y me resigno, el mundo está lleno de infelices. Me pongo de pie y miro por la gran ventana que da a un patio vacío. Niego con la cabeza, tampoco es que haya nada más interesante que hacer. Miro a los lados, tengo miedo, estoy perdido. No sé que hago todavía aquí. Vivo, sin aparentes problemas de salud. Camino hacia el sofá y cojo el libro. Resoplo como un caballo anciano, llevo el libro a mis piernas, me encojo de hombros, pienso en el amor de la infancia pero me entran náuseas. Arqueo los hombros, junto las rodillas y me dejo dormir. Me despierto cada pocos instantes, compruebo que no hay nadie en la sala, respiro fuerte y vuelvo a intentar dormir. Y de nuevo un gran peso sobre toda mi anatomía. Cierro los ojos fuertemente, pero ya no queda sueño. El mundo, nuevamente, me quita mi único consuelo, perder la consciencia.

Capítulo 9
Cojo el libro y me reincorporo. Tengo miedo de salir. Me siento desnudo y demasiado vulnerable cómo para soporta la mirada de cualquiera. Y si bajo a la intemperie es porque tengo sed. Caminar hasta la cafetería, coger un vaso, llenarlo de agua y beber. Agarro con fuerza el libro y camino por el pasillo, bajo las escaleras y me acerco a la cafetería. Está lleno de gente. Puedo oler sus almas llenas de sedantes, sus ojos brillando con optimismo, sus buenos deseos, la inocencia..., la inocencia. Me entra pánico. No puedo pasar por allí, sus ojos me van a destrozar. Palpo mi lengua pastosa. Muero de sed, sal y arena en mi paladar. Trago saliva áspera. Me digo que nadie se ha muerto de sed en tan poco tiempo, me sonrío tímido, tampoco te vas a morir por no beber agua. Me convenzo a mí mismo de que en realidad no tenía tanta sed. Giro sobre mis talones con el corazón acelerado y huyo de allí. Hoy no soporto nada, ni siquiera el más leve contacto con los ojos. Soy todo un engendro, un extranjero, un intruso, y ellos lo saben. Lo puedo ver en sus retinas. Sus ojos me matan.

Capítulo 10
Luego saco una manzana y camino hacia el patio vacío que da hacia las ventanas de la biblioteca. Resoplo aburrido. Muerdo, pienso en la gente que se muere de hambre y de frío. Hace un clima crudo y la gente parece que tiene muy claro a dónde ir. Me atraganto con un trozo de manzana. Toso fuerte y escupo saliva sangre y pulpa. Respiro agitado. Me contemplo desde lo lejos. Qué vergüenza me doy, me siento un desdichado, un vagabundo hambriento, un muerto de hambre, un pobre diablo. Muerdo la manzana que casi me asfixia y durante un instante logro pensar en algo que me calme. Sonrío vivo infantil y afortunado, pero todo es una farsa. Después, de la nada, un sollozo insoportable asfixia mi garganta y mientras tiemblo y lloro me digo a mí mismo que merezco algo más que el Infierno.


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«15 microrrelatos del desasosiego»

Me encuentro perdido entre un bálsamo de miradas tóxicas y niños fugitivos. Vomito hiel cuando me quiero correr. Mi sangre no se mueve, mis dedos muertos y sanos se quiebran. Siento que mi recuerdo se agota, cada día estoy más cerca de la muerte, admito la derrota. No puedo acercarme a nadie, ni pedir auxilio. No tengo ningún hogar. Soy un fantasma. No tengo fuerzas y estoy tan aburrido que ni siquiera me quiero matar.

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Mañana iré a la escuela.

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Voy a la peluquería después de tres meses sin cortarme el cabello. Saludo con las cejas, tomo asiento y aguardo. El hombre me señala la silla de trabajo y asiento con la cabeza. Me dice que yo diré lo que quiero. Abro la boca y le digo que me rape al cero. El tipo se asombra y titubea, ¿pero, joven, está usted seguro? Claro –respondo. Dice que tengo una muy buena y hermosa cabellera, que por qué no disfruto de un peinado. Niego con la cabeza y pienso: ¿para qué adornar a alguien que se va a matar? Sonrío. Es usted muy amable –respondo, hago una pausa y miro a sus ojos– pero rápeme al cero o córteme la cabeza. El hombre traga saliva, parpadea varias veces y coge la máquina. No dice nada y con una pulcritud casi quirúrgica empieza a rasurarme la cabeza. El tipo es un cobarde.

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Camino por la calle de noche y no veo a ningún ser vivo. Ciudades pobladas de ausencia y desprovistas de pudor. Se desvisten sus callejuelas y sus baldosas grietas rotas y viejas. El cielo corrompe a los hombres y los dioses se embalsaman entre falsos acuerdos. No hay nada que pueda aliviar el propio sentido de la muerte. El ritmo de la vida es más lento porque va detrás del ritmo de la muerte. Elementos inexistentes en un bálsamo de destrucción, me encuentro tan vacío, Dios huyó cuando entendió que, el tiempo era infinito, casi tan próximo a mi odio. Y si tuviéramos que vernos en el mismo agujero: Dios y yo, aunque muerto estuviese..., aunque roto por dentro, desangrándome, desgarrándose mis vísceras todo el odio tóxico de mi estómago le haría enloquecer. Mi último aliento y voluntad sobre toda la humanidad sería un lastimero impulso de matar. Si Dios estuviera en mi cuerpo y su lengua fuera la mía Dios al tercer día resucitaría muerto. Ningún Dios puede soportar mis tinieblas, ningún héroe celestial puede caminar sobre los océanos de mi malestar. Ningún elegido puede separar las brasas de mis Infiernos. Porque en mi corazón y en mi alma no hay espacio para Dios.

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Estoy tan solo que junto los tíquets de la compra y subrayo los nombres para recordar que al menos he visto a alguien. Soy un buen ciudadano.

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Entusiasmado con la muerte un niño se mira por primera vez frente al espejo. Luego se asoma por la ventana y ve algo brillante y maravilloso en el asfalto. Se asoma sin ningún pudor y se cae.

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Las estrellas brillan el océano llora catastróficos trofeos. Y en toda la inmensidad del mundo no existe nada que me alivie. Nada puede quitarme toda esta pesadumbre y este ardor en la boca del estómago. Nací roto porque nunca debí respirar. Soy un auténtico aborto fallido. Estoy en una esquina vomitando sangre. El mundo se pone de pie y aplaude al fraude. Soy un animal roto. De verdad que agonizo entre gruñidos y lamentos. No tengo nada por lo que reír, sólo sé pecar. Mirando al cielo ofrezco mi alma por un poco de inconsciencia. Las voces de mi cabeza me van a volver loco. Estoy ciego hediondo en malestar. Nado en un río de melancolía y a veces bebo de sus aguas y considero el suicidio un salvavidas. No puedo negarme la infelicidad porque no existe nada capaz de calmar mi sed. Contemplad la catástrofe. Estoy rompiéndome en pedazos. Vivía enamorado de la juventud y ahora no hay nada por lo que gritar. Nada por lo que morir, ni siquiera hombres moribundos en el ocaso de la vida. Nada se asemeja a la muerte tardía. Yo sólo quiero volver a ser una célula insignificante. Soy el único ser sobre la faz de la tierra que quiere volver a ser feto, arrugarme como una nuez y luego en el vientre de mi madre dejarme morir. Tampoco pido tanto, sólo lamentos e incertidumbre. Momentos de paz y calma sepulcral. Hoy en el cementerio llueven tristes muertos.

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En el final de los mundo había un jovenzuelo enamorado del frío la carne y el suelo. Con una predisposción obscena por caer y revolcarse en el frío del mármol. Sin quejas ni preguntas lamía las baldosas de la avenida. Y entre gritos y angustiosa levedad se doblegaba ante su imperdonable condición: estar vivos por inercia es toda su realidad. Muerte al frío, muerte a la carne, ¡qué viva el suelo!

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Un suicida saltaba desde un escalón de la avenida. Las montañas de metal se corroen entre lágrimas de ácido y etanol. No brillan los horizontes, ni siquiera queda aire del que respirar. Se sume en una insufrible necesidad de caer. Amar la caída y el golpe dolor en el pecho, el rostro roto. Dónde quedan los horizontes a los que aspirar. Sólo quiere mantener la compostura, ardiendo entre lluvia ácida, palpando punzantes garfios de metal. Su boca sabe a óxido. Dios le ha abandonado. No le queda a lo que llorar. Ni siquiera consuelo fantasma. Ni siquiera recuerdos de una familia que se consumió en su propia hipocresía. E intenta agitar el mundo, no volverse un muerto. Pero la biología le traicionó y vacío, moribundo, sudando lágrimas, cansado, exhausto en el mármol de la calle pereció.

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Canciones románticas para morir. Infiernos enlatados. Cucarachas recorriendo las indeterminaciones del planeta. Hermosas muchachas agitando su enormes traseros. Hoy caen lágrimas del oasis de la vida. Nada puede perturbar tu mundo. No hay paredes que se quiebren. No puedes negar la hermosa majestuosidad del mundo desnudo. Pornográficos sumidos en el ritmo vaivén de unas caderas exóticas. Pura belleza decadente. Sonrisas humildes llenas de felicidad y sin dientes.

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La triste historia del joven perdón. Tristísima e irrevocable el joven perdón que no podía perdonar y nunca fue perdonado. El mundo no está hecho para la condescendencia.

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Voy al supermercado y veo a dos adolescentes comprando víveres para una fiesta. Noto en sus ojos deseo y curiosidad. Y entiendo lo muerto que estoy. A mí me dan exactamente igual. Saludo con las cejas y sueltan un risita infantil. Cuchichean algo. Doy algunas vueltas por los pasillos. Cojo una botella de vino y voy a la caja. Pago, y me largo.

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Voy al supermercado a comprar alcohol para pasar la noche en vigilia y calma. Aturdirme un poco y dejar de chapotear sobre mi propio vómito. Cojo algunas litronas y voy a la caja registradora. Un tipo de uno cincuenta y cinco años en chándal me reconoce. Intercambiamos un instante de conversación visual. Me mira con cierta ternura, luego va a las cervezas y coge un pack de seis. Le veo calmado. Su ropa hiede a tabaco viejo y la grasa de su piel asoma. Le señalo con las cejas la caja registradora. –Pasa tú que llevas poco, le digo. Niega con la cabeza y dice que no lleva prisa. Que pase yo primero. Asiento con la cabeza y paso las cervezas. El hombre espera sin preocuparse por nada. Y durante un instante me pregunto si aquella figura vieja cansada y derrotada seré yo dentro de unos años, cuando haya perdido cualquier posibilidad de engañarme. Si ese hombre de allí, alcohólico y satisfecho con su vicio, será padre de mis hijos, silueta de mi destino. Niego amargo, me miro las manos, la cajera dice que son nueve con cuarenta y uno. Saco un billete y una moneda de un céntimo. Se sonríe, dice que tenía el céntimo preparado. Hago una mueca amable, recibo el cambio, el tíquet y las litronas. Salgo del supermercado y suspiro. Qué agonía este mundo, y ese viejo borracho, que cada día más cerca está. Camino por la noche, llego a casa y empiezo a beber.

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Paso algunas litronas por la caja de un supermercado y veo a un marroquí cargando un pack de 18 cervezas baratas en la máquina transportadora. Le inspecciono con los ojos y luego me dejo llevar por la indiferencia. El tipo está nervioso. Guardo mis litros en la bolsa de plástico, arrugo el tíquet de la compra y aguardo. El tipo paga con un billete fuerte. Carga el monstruo y camina apresurado. Le contemplo mientras camino despacio y me fijo en sus pies y en su mano con las cervezas. Por allí va un hombre afortunado por su condición. Malaventurado que cae todas las noches en el agujero de la realidad. Con pasos frágiles camina un hombre, en una mano lleva una barra de pan, y en la otra una abominable colección de latas baratas. El hambre y la necesidad. Salimos a la calle, y yo deambulo pensando en lo que haré esa noche. El hombre gira a la derecha y desaparece. Pienso si ese es el destino de todos los hombres frágiles. Caer en las fauces del vicio. Llego al portal, subo las escaleras y entro en la habitación. Apago la luz principal, suspiro desganado y empiezo a beber.

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Hay un facha alcohólico que espera en la entrada del supermercado. Un poco calvo y con la cabeza sucia espera que alguien le de algunas monedas. Parece que tiene cierto carisma con la gente, y cuando hace mucho frío, espera dentro del supermercado. Charla con las cajeras. Está allí pasando el rato. Y luego, cuando alguien va a pagar, sale y hace su labor. Sonríe torpemente y pide calderilla. Nunca le doy nada, a mí me la pela su vida.



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«Carnaval»

Un Carrusel de muertos grises verdes fulminantes gigantes de pavimento antes gente hambrienta ahora sólo Infierno: parece que no existen matemáticas en el firmamento. Una mujer mira aterrada a su hijo hacer maniobras pornográficas frente al ordenador. Tijeras cortando cordones humanos sangre placenta y demonios guturales. Sucia tierra destrozando mi alma y ahora yo sólo me quiero morir: antes creía en algo y ahora sólo estoy vacío intoxicado con el propio hedor de mi sangre: y yo soy tu bastarda descendencia estornudo polvo sufro agónico resentimiento. Quiero que me devuelvas la inocencia porque yo ya no creo en nada: ni siquiera me apetece echar un polvo y eso me está volviendo loco. Me arden las tripas me hundo en un mar de arena no creo en nada todo es un ritmo insufrible mismo y trágico resentimiento. Me despierto por las mañanas y no hay nada para mí ni siquiera humo sólo el mismo y único vacío fantasmal del acontecimiento: no soporto mi sangre me arden las muñecas de tanto jugar a ser Jesucristo. Una sana y limpia prostituta muere por sus hijos y los cuida y los ama y los mira y los señala. Estoy vacío escupo melancolía: no tengo ningún hogar ninguna fortuna ninguna cueva escondida no hay nada para mí: sólo soy un miserable triste infeliz. Estoy podrido entre bucles interminables en mi cabeza laberintos maliciosos que me hacen enloquecer. Algo en mí no va muy bien. Yo me quiero morir pero tampoco es un gran drama estoy insatisfecho con mi sangre: quisiera veros a todos en el mismo agujero del que nací: retorciéndoos entre vómitos y saliva. Yo no quiero paz yo no quiero guerra: porque yo no quiero nada. Mi alma está vacía y a ver cómo digerís toda mi estirpe nauseabunda tóxica melancolía, porque yo ni siquiera soporto estar despierto. Venid y sentid todo este sucio resentimiento esculpido en alma esculpido al viento. Porque yo estoy ardiendo en mi propia cabeza y todo da mil vueltas frenéticas: no veo pájaros no escucho a los cimientos del cielo prometido construirse. Cementerios silenciosos gritan muertos avariciosos porque no hay nada a lo que apelar nada por lo que luchar morir o desangrar. Antes quise colgarme del armario antes quise tragar quince veinte píldoras amargas antes quise morir pero tampoco era un gran drama. Tenía que despertar mañana a las tres de la mañana y dar mil vueltas por la casa encender el televisor comer algo y luego meterme los dedos en la garganta: palpitar mi carne y el rojo chillar escupir saliva y un poco de infamia. Un trozo de pulmón y luego las pulsaciones se aceleran, queréis mi sangre: pero si está podrida, no hay paz en mi cabeza no hay paz en mi vida, todo es un torbellino de insatisfacción: quiero veros sufrir quiero veros llorar: chillad en la profundidad de vuestras vísceras, descuidad, porque no es nada nuevo: yo no estoy muy bien me estoy muriendo. Quiero notar el vapor de vuestra sangre chillando mil melodías insufribles dramáticas y poco previsibles: tampoco es un gran drama. Estoy hasta la polla de todos vosotros. No os odio, os repudio; me importáis lo mismo que mi alma, quizá os vendería por una grandísima y buena mamada. Un transexual enamora a mil jovenzuelos inadvertidos indefensos desviados: y luego un mar de llantos lamenta y rompe contra el asfalto de la calle. Hoy no hay margaritas en los campos de la infancia ya no quedan santos en las biblias y luego me entra una risa aguda histérica inaguantable a ver si podéis respirar malditos sucios inmundos ególatras despropósitos cerdos vacíos hijos de la grandísima puta: enfermos en el mismo gris mismo hielo celestial infamia de cristal. No podéis hacer ni una pausa seguid el ritmo mismo de la muerte quiero vuestra asfixia proclamada: no podéis respirar..., quiero vuestra toda inmunda parafernalia barata una muestra de odio en el centro de toda vuestra dignidad. Estáis completamente solos. Los muertos se visten de vivos y los vivos lloran estar muertos. No quiero nada porque a nada aspiro. Me voy a hacer una grandísimo atleta e iré corriendo por todas las calles proclamando mi santa y saludable condición. Fumando hierro bebiendo tristes irreverencias ya no hay paz ya no hay amor ya no queda poesía: los asesinos plantas árboles los ángeles se hacen mamadas los infames cenan llagas. Mi madre destrucción desamparo en la ciudad del amor melancolía de irreverente normalidad: no hay salvación para los infelices no hay nada a lo que apelar ni siquiera silencio baldío ni ojos grises: ni aire ni humo ni almas: tampoco oxígeno: huid de la catástrofe ojalá os consuma y respiréis toda la mugre infecta de mi sangre moribunda: huid de la catástrofe no respiréis de la maldad de los hombres: huid de la catástrofe: quiero que todo esto estalle y no haya forma ni salida ni suicidio para vos. Huid de la catástrofe: no hay paraísos idílicos ni líderes romanos no hay sangre en las venas sólo mismas tristes inmundas sanguijuelas. Huid del ritmo de la vida que consume estropea enmudece entorpece cualquier resquicio de humanidad: despreciad pues el sano y limpio propósito de toda nuestra especie. No hay plegarias mortales ni oídos en los cielos. Mil cabezas hablan y gritan. Mil niños sin madre: basura en la calle mugre entre las uñas: piernas que tropiezan y caen en fila hacen una escultura de metales pesados óxido insufrible azufre materia muerta dedos que señalan a niños ricos que mueren de hambre. Y en el firmamento del olvido sólo hay silencio tristeza dolor y miseria. No crean en cuentos no crean en los padres no crean en Dios no crean en vuestro amor: todo es un grandísimo lastre. Una triste broma desafortunada. Abrazaos juntos y llorad a la catástrofe no huyáis de la luz el cielo porque eso os matará: iluminad vuestros rostros deformes jorobas insufribles tristezas agónicas porque oh hijos de la destrucción no hay salvación para nosotros: porque no hay futuro para nadie. Mirad en el cielo y mirad en las uñas de vuestros abuelos: todo se pudre todo se rompe. Árboles muertos gente sufriendo: mal dogma digerido maliciosa y puta televisión con mil catástrofes hambrientas niñas desamparadas clamando amor llorando frío. Porque hoy amaneció nublado y mañana será igual: serpientes dulces famélicas colmillos groseros y dañinos. No creáis en nada porque nada existe. Quizá con suerte locura y muerte en la ebriedad de vuestra alma confiad en el silencio confiad en el firmamento.



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