domingo, 17 de septiembre de 2017

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«My weird bad queer son»

Cansado cierro los ojos y las horas del día se dilatan como úteros maduros húmedos en sangre. Me entra una risa, el mundo arde en la palma de mi mano. No hay extraños, tampoco números romanos. Enciendo la televisión, veo el 24 horas en el salón. Basura inmunda acusa a los falsos criminales. A nadie le importa. Me rasco la cabeza, no hay calabazas en el cielo. Ni tampoco nombres propios, no hay nada, soy padre de un espectro aturdido y hambriento. No suena el despertador. Ha sido un día corto y no tengo la cabeza en su lugar. El estómago me ruge, mi ritmo cardíaco se duerme: no hay sangre en mis venas ni saliva en mi boca. Pienso en dichas hermosas: muerte muerte sangre sangre y destrucción. Niños naciendo famélicos en vientres hinchados de pus manos virginales, agujas en la comida, llama semen y paja en los ojos; en la tristeza de unos padres muertos, sangre adoptiva y devota; en los ojos de I, en los labios de I, y en las flores parapléjicas de los funerales farmacéuticos nómadas y tardíos. En toda la belleza perfección dulce almíbar de niños sanos y amigables. En caricias rotas, muñecas tristes, cerámicas conquistadoras de la muerte baldía con grietas de oro y plata: zumo de sandía. Un temblor me sobrecoge, veo luces negras y mil espectros rondándome. Saben quién es el invitado. Y yo toso con la mirada perdida y les saludo con las cejas: y vuelvo a ceder, a fin de cuentas, este es su hogar no el mío. Yo soy el inquilino, el útero que sobra, y ellos anidan en el vacío de mis tripas, se alimentan tranquilos y somnolientes. Meten sus puños y palpan mis tinieblas. Los abismos aborígenes de mi infancia muerden la almohada con agonía. Un íncubo se los folla grotesco y cariñoso: está enamorado del género humano. Dios no reza. No quedan obeliscos en la antigua Grecia. Violaciones catedrales, muecas hoscas, niños vacíos..., y yo sé que no nací para estar vivo. Me retuerzo en la cama, mi cabeza tiembla e intento despertar pero ni siquiera estoy dormido.

Estoy atrapado entre cadenas de carne muerta pellejo roído, veo cuerdas, una soga me tienta. No quiero matarme, pero me quiero morir. Huelo sangre heces muerte y destrucción... estoy en las últimas y aún así me sonrío vicioso; tengo la boca rota, lleno en sangre, gorgotones abominables, abdominales atrofiados: semen de bebé. Todo es tan liviano, nada importa, no tengo el hábito de estar despierto. Sólo quiero dormir. El día se pronuncia como imposible, me he despertado a las seis de la tarde y no pienso en nada en especial, quizá dormir, quizá morir, a saber... Mil ideas idealistas en el firmamento, el optimismo se muere de hambre, fatalismo en almíbar, burbujas de sangre y saliva. Alguien ha encendido la televisión. El baño pierde agua. Me lavo las manos y un poco la cara, tampoco hay mucho que decir. Veo por la ventana, hace una semana me despertaron dos dulces y cariñosos niños gritando y riendo, y desde el agujero más morboso de mi corazón odié a todo el género humano. Y hace nada un borracho contento cantaba alguna canción de mierda. Eso no me disgustó, hasta me puso de buen humor, pero si sólo era un pobre borracho perdido y vagabundo. Sonreí optimista, el mundo gira, las lagartijas se mueren. Dios no reza. Tenía sangre y ahora vapor, ríos de arena, lágrimas de hiena. El mundo se muere de asco. Un pez se muerde la cola. No hay abismos ni flores, el mundo ojalá esté enamorado. No hay paraíso ni pirámides sublimes. Todo se pudre se arruga y se muere. Voy a a ser madre.

Intento mover los dedos, pero hoy nada se mueve. Arqueo las cejas: me han matado..., si ya lo sé, si se veía venir, que ese muchacho aquel se tenía que morir. Hago un esfuerzo por respirar, pero me cuesta: toso hiel y algunos trozos de cerámica, me muerdo la lengua, son cuchillas de calcio y hueso rebanando la carne. La carne es débil, la sangre peor. Marta. El cielo se nubla, es de madrugada, veo lunas rojas, mi madre sonriendo. El Castillo. Hace unas semanas soñé que la mataba con las manos. Todo queda en la familia, no sé qué hago con mi vida. Ella venía muy risueña y yo la cogía del cuello y se desangraba. Me duele todo eso, yo no quería matarla, pero ella moría. Reventaba a puños, tampoco quería. Y sangre y sangre y la muerte de mamá. Hace dos días envenenó a papá en el almuerzo. Mezcló matarratas dofus en el arroz y lo dejó morir. Yo estaba medio dormido y ella se jactaba contándome cómo había envenenado a papá. Me desperté sobresaltado y salí corriendo, llamé a papá por el teléfono y le dije que no se comiera el arroz. El hombre calló y luego me dijo que, pero hijo, ya se lo había comido todo. Salí a encontrarle, le miré aterrado, metí mis dedos en su boca y arañé su garganta. Mordió mis dedos y empezó a vomitar, pero sólo vomitaba líquido, todo el arroz ya estaba en sus intestinos y él se iba a morir. Llamé a tío Daniel que es médico y me dijo que no se podía hacer nada, que papá se iba a morir, pero que al menos llamase a la policía y denunciase a mamá. Los criminales tienen que pagar. Si papá iba a morir que al menos mamá fuera a la cárcel. Papá se revolcó sobre el asfalto, se meó encima y se murió. Odié mi sangre, pero no llamé a la policía, me quedé allí un rato pensando en que lo último que hizo papá antes de morir fue morderme los dedos.

Hace tres meses mamá me clavó un puñal en el abdomen y dijo que tampoco dolía tanto. Me muerdo la lengua, saboreo el filo de mis clavículas. No sé si estoy vivo, creo que sólo soy un espectro. Los pómulos arden entre piel seca, tengo los labios húmedos. Quiero besarte pero también quiero alejarme. Me gustaba cómo parecías tener algo en mente, pero en realidad estás perdida. Y es entretenido, al final siempre caes en mi órbita. Te alejas, te escondes, pareces una niña pequeña jugando a las escondidas, pero mi vórtice es inapelable. Quedas arrastrada a él. Te eclipso con mi luz negra y te mareo en mi laberinto. No hay manera de salir. Pero por suerte al menos tienes sentido común y no te dejas llevar. Tu pulgar me vuelve loco. Ni idea, somos ajenos desconocidos y tú eres tan pura. Pulcra sana y viva en toda tu imaginación. Me conmueves. Aunque ahora en realidad me da absolutamente igual. No me despiertas ni siquiera un sentimiento. Te aborrezco, lárgate de mi vidas. Aunque te vería a los ojos, notaría tu acento extraño. Caería enamorado. Pero no te amo. Por allí hay una chica con los ojos verdes y seguro que tiene los labios secos. Mojaría tus labios, dormiría contigo, te abrazaría por la espalda. Te besaría suave, lento, contando las pulsaciones de tu cuello. Y luego mordería tus labios, rozaría tu piel, armaría los castillos con el sudor de tus hombros. Besaría tus clavículas, jugaría con tu garganta. Desnudaría tu piel, palparía tus pechos. Mordería tu cuello, sangraría mis labios. Ardería contigo. Y después contemplaría tu silueta, soltaría dardos, jugaría a los dados, haría dedos. Mordería tu espalda, besaría el bodegón de tu espalda. Estrujaría tus piernas, lamería tus dedos. Estás enamorada de la vida. Te lo noto. Y me entra una risa estúpida. Qué chica más tierna, más noble. Qué chica más sencilla, es todo un dulce, un caramelo. Es apetecible, seguro que nos llevaríamos bien, aunque en realidad no tengo energías para nada de eso. Luego recuerdo el drama, la tragedia de estar vivo. Ojalá tuviera sida. Sería todo un artista. Pero en realidad tampoco lo sería, sólo me dejaría morir. Podrido en la cama, quiero despertar, pero no tengo sueño. Quiero vivir, pero me cansa respirar. Quiero sentir, pero estoy vacío. Quiero amar, pero todo me arde. Quiero volar, pero no tengo sangre. Quiero amarte, pero no te entiendo. Quiero amarte, pero no me entrego. Quiero sentirte, pero no me importas nada. En realidad eres pura belleza. Rostro busto griego. No entiendo nada. Tampoco pienso. Te veo, somos perfectos extraños. Abrazo un ataúd, ato mis zapatos, miro al cielo, muerte en perpendicular, quiero ser un edificio abandonado.

Veo en las baldosas cerámicas rotas de mi cara la respuesta a todas mis súplicas: me estoy muriendo. Chispas rojas en mi cara, puntos inequívocos de que ayer vomité mi alma. Ritmo de vida, qué paradoja más dañina. Mi infancia sagrada: pura costumbre desdeñosa, papá sujetándome de los brazos: que todavía es pronto, no te mueras papá. Todos en casa, es domingo, papá mira las noticias, mamá toma un café con las piernas cruzadas. Mi hermana habla por mensajes de texto, llevo el pelo sucio, los ojos cansados, la casa huele a ambientador. Hay polvo en el suelo, hace un día estupendo. Dentro de dos días saldré a la calle a comprar tabaco. Caminaré desdeñoso por las callejuelas. Serán las seis y media de la tarde y hará frío. A las dos de la tarde un sol radiante y lleno de vida me despertará, pero yo preferiré seguir durmiendo. El mundo se come su cola, agoniza en medio de cicatrices de metal. Me gustaría estar en otra parte. Respiro el aire tóxico de la calle, antes estaba enamorado y ahora sólo me pudro. Sé que me estoy muriendo, pero luego me veo en el espejo y me quedo hipnotizado por mis ojos. Son los ojos más hermosos que he visto nunca: lloran toda su estirpe. Recuerdo pasajes de la mañana, los días con Mariana, el Infierno de despertarme a las seis de la mañana. Ahora sólo me dejo dormir, sin importarme nada. No creo en la gente, no creo en nadie, mi alma llorando catedrales sin asfaltar. Veo por la ventana, nada importante. Me despierto con ganas de reventarme a hostias. De mal humor, chillando histérico, hambriento, salvaje, infierno... y si sucede todo eso sólo es porque ya no tengo sueño. Ojalá el sueño eterno. Cansancio insalvable. Quiero tener quince años otra vez. Quiero volver a nacer, tener diez once doce años. No es que quiera ser niño, es que quiero volver a vivir. Toda la carretera de mi vida se ha ido al cuerno. Nada se puede salvar. Me duele la cabeza. Tengo jaqueca. Quiero vomitar. Me hundo en el humo de la mugre. Me pierdo en los propios laberintos de mi cabeza. Yo no tengo arte, no tengo amor, no tengo sangre.

Después recapacito, admiro la naturaleza. Los animales no son crueles, pero todos son unos asesinos. Y la gente es cruel y ni siquiera cometen actos criminales. Dios me la ha jugado, le veo encima de todos, jugando con sus almas. No creo en la constitución, no creo en las buenas voluntades, ni siquiera creo en mi sangre. No hay ni una sola brisa en toda la isla. Mamá está sentada al lado de papá. Una mujer ideal, ¿dónde está todo en lo que creías? No te reprocho nada, me arde el alma, me escaldas las manos, me quiero matar. Mi hermana se ríe, alguien intenta conquistar su corazón. Yo te extraño, ¿qué ha sido de nosotros? ¿Por qué ya no hablamos? Papá acaricia el brazo de mamá. Y mi madre restriega tiernamente su rostro en el hombro de papá. Los veo sentados, están felices, todo el mundo se mantiene. No estamos en un pantano inmóvil. Sólo que somos estrellas en la inmensidad del cosmos. Somos una familia unida. Somos gente decente, buenas personas... Me sonrío, intento levantarme, pero no puedo, estoy quieto. Huelo la felicidad y me da alergia, empiezo a estornudar. Cuando tenía diecisiete años me sangraba la nariz. Me gustaba saber que aún tenía sangre, y ahora sólo polvo, vacío. Una sanguijuela gigante está eructando los restos de mi estirpe. Y yo pestañeo y sonrío como una muñeca de porcelana. Pornografía por todas partes. Hace frío, mis dedos se entumecen, quisiera morir, quisiera volver a nacer, no soporto mi piel, me arden las mejillas, mis dientes se rompen. Creo que estoy muriendo, el cielo se apiada de mí, me brinda mi muerte, caigo en el abismo, me recreo en los años de felicidad, y si tuviera que decir la verdad sólo soy un muchacho triste. Ni siquiera me apetece follar. Me seco, estoy envejeciendo, no sé por qué sigo de pie, tendría que estar tumbado en el cementerio, durmiendo con los muertos, soñando con los vivos. No extraño la vida, sólo me hundo en el fango de la insatisfacción, me muerdo las uñas, me rasco la cabeza, ni siquiera tengo ganas de enamorar a nadie. Me quedo aquí, inmóvil y mi hermana se levanta de sofá, me mira a los ojos y se despide con las cejas. Papá queda inmóvil petrificado al lado de mamá y ella se pone de pie. No mira atrás, coge una bolsa, abre la puerta y se va. Me quedo contemplando a papá. Su rostro afable, es un hombre honrado, es un buen hombre, su piel se arruga, suda sangre, sus ojos se caen, la vejez se lo come, su boca se tuerce, se le cae el pelo; recién ahora entiendo que lleva una dentadura postiza. Respira levemente, intenta levantar el brazo, me sonríe torpemente. Le miro a los ojos: no me puedo mover, papá te amo. Abre la boca, sus encías sangran. Le miro a los ojos con el corazón adolorido. Exhala cansado tose y murmura sin dejar de mirarme a los ojos:
Tú eres mi hijo.

Abro los ojos irritado. Esta vez sí estaba dormido. Me despierta la brisa del Infierno. Las olas del cielo. Trago una bocanada de aire pesado muevo los brazos agitado y toso hiel. Maldigo, abro la boca arrebatado y miro a los lados perdidos. No sé dónde estoy. No veo nada, estoy ciego. Apresurado palpo mi cuerpo. Estoy entero. Ve una luz negra. Agito la cabeza, me pongo de pie. Me convenzo de que estoy en el lugar indicado. Me duele la cabeza, el cuello me pesa. Niego amargamente. Me arden las mejillas. Siento la presión de un dedo maldito en mi cabeza. Algo me está matando. Miro a los lados, inspecciono el lugar, dónde demonios estoy. Siento un dedo que me aprieta la frente. Unas garras en mis sienes, mil lenguas rondándome. Frunzo el ceño, niego cansado, no, no, no... Hoy no. Me pongo en guardia, cojo fuerza, levanto los brazos. ¡HOY NO MALDITA SEA! No sé dónde estoy, pero lo huelo: huelo toda esa muerte infecciosa, morbo estomacal destrucción, demonios jugando a ser madres: dándole el pecho a los hijos bastardos del planeta. Lanzo golpes al vacío. Puñetazos fuertes y temblores inmemorables. Blasfemo mi estirpe chillo grotesco. ¡Te voy a matar! Me cargo de fuerza, soy un boxeador. Siento que se me revuelven las tripas. Las arcadas suben hasta mi boca y caigo. Me pongo en pie, levanto los hombros agito los brazos como un condenado. Me choco contra la pared, pateo la puerta, lanzo todo al suelo, araño el suelo, escupo al aire, me doy de hostias contra la ventana. Empiezo a sangrar. Lloro un poco. Desganado pienso en alguien. Aunque no exista. Me siento en el suelo. Me limpio la sangre de la nariz, veo una mancha negra en el suelo: vómito de la naturaleza, sangre de mamá, niños al borde del abismo: hoy es mi funeral.

De mi estómago brota un bulto. Una mano infernal que se pasea por mis tripas. Lo entiendo todo. El presagio: hoy es el día. Respiro fuerte y jadeo. Toso y pienso en lo que ha sido mi vida. Rechisto los dientes, tampoco lo hice tan mal. Tampoco fue tan mal. Nunca me rendí. De mi boca sale un muerto. Babas negras placenta púrpura. Veo unas garras apresurándose no tengo miedo. Y el (…) Con la manga me limpio los restos de mugre de la boca. Niego con la cabeza. Veo el feto, ¿dónde estoy? –Qué demonios es eso...– lo cojo con resentimiento y asco. Lo inspecciono: lleva mi tristeza. Lo cojo en brazos. Escucho una risa aguda y violenta. Miro a los lados y no veo nada. Algo muerto ha nacido de mis entrañas. Soy padre de un engendro. Palpo mi estómago y noto una protuberancia. Soy madre, soy la madre del Infierno. Toco mis pechos. Soy madre y aquí yace mi hijo muerto. Miro al techo: los demonios se ríen de mí, mil espectros sonrientes. Malditos asquerosos. Me tiro de los pelos, esa mierda de allí no es mía. Pero tiene mis ojos, lleva mi desgracia: sólo puede ser mío.

¡Ese engendro no tiene mi sangre! Lo miro. Alucino mi vida, papá en el Infierno... toso sangre, caigo y caigo de rodillas. Veo al feto muerto. Lo cojo en brazos... grito, caigo de rodillas, miro a los lados, y caigo de rodillas y caigo y miro y caigo, lo cojo en brazos, ¿dónde estoy? ¿dónde estoy...?¿y qué tengo que hacer con alguien que ha nacido muerto? ¿Qué hacer con algo que no debería ser?

Cierro los ojos y escucho una voz. Asiento con la cabeza, pego el feto a mi cuerpo, llevo su cabeza grotesca y horrible a mis pechos y dejo que mame. El muerto mama de mi alma. Traga toda mi sangre toda la leche de mi cuerpo. Las bondades de ser madre. Suspiro aliviado. Al menos no te he dejado solo. No te abandono, no te he traicionado... ¡aún cuando eres abominable, un asesino de asesinos, un demonio de demonios! Siento que me desvanezco. Siento sus colmillos clavándose en mi carne. Noto cómo brota un hilo de sangre. Suspiro tranquilo. Menos mal que quería morir. Asiento con la cabeza, acaricio su piel arrugada y cierro los ojos: me dejo dormir. Aliméntate hijo mío... no mueras, come hijo mío, hijo mío come... y luego mátame. Yo no quiero esta vida.

Y el engendro traga de mi pecho y devora mi carne, se abre paso por mis costillas, absorbe mis tripas y empieza a crecer. Come de mis clavículas, destroza la piel de mis rodillas, deja huesos deja deshecho humano. Y sigue alimentándose, se deja llevar, fluye por las incertidumbres de mi cuerpo. Se siente afortunado. Cuánta devoción por la maternidad. Contempla el mundo con alegría. Se lo come todo. Dejando de mí sólo la cabeza. Y allí, en la soledad de la habitación dónde le vi nacer entiendo que sólo soy un amuleto. Gruñe, pide más, le digo que de mí no queda nada, pero él sigue hambriento e insatisfecho. Su hambre es insaciable y yo ya estoy muerto. Me entra una sonrisa estúpida qué hermosa es la vida.




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«W»


***

El castillo rompe en sangre
Familias perdidas valores podridos
Cerca el fuego del invierno
Muerte muerte y destrucción
En el lecho mojado no hay paz
Ni siquiera decepción...

No me aferro al crucifijo
No me asusto: no hay náuseas
No hay inocencia no hay nada
todos vamos a caer...
seremos hombres de miel

Guerra fatídica de erradicación
muerte muerte y fermentación
Cadáveres púrpuras en las baldosas
niños rotos muerto en miedo
Pena pena fuego y destrucción
llanto llanto hierro rojo desolación
vírgenes hediondas en sangre extranjera
Hombre tristes sueños rotos sangre tóxica

Cantarán los locos
Bailarán los niños
Matarán aldeanos
Incendiarán las casas

Degollarán caballos
Quemarán los campos
Intoxicarán los pozos
Matarán mil madres
despiertas y con náuseas
Pero al menos
yo podré dormir
hasta las cinco de la tarde


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«Los gatos lloran de hambre»

En la calle hace frío y los gatos lloran de hambre. El viento sopla rostros fantasmagóricos en el abismo de la mañana y en la cocina el frigorífico está vacío. Me he levantado de la cama con toda la buena voluntad del mundo, luego he levantado el dedo como si tuviera alguna gran brillante idea, y me vuelto a dormir.

A las cuatro de la tarde no he podido más con la farsa y me he puesto de pie. La espalda me dolía horrores y no podía mover el cuello. He mirado el techo y sólo he podido deprimirme. Una lástima que no hayan dos hermosas chicas besándose. Creo que eso sí me animaría. Con el cabello sucio y la cara llena de sudor he bajado al supermercado de la avenida. Tengo que comer algo aunque sea un desperdicio. He caminado lento y cansado. Es increíble lo mucho que agota estar deprimido. Parece que es una labor infinita. Quizá debería volver al prozac, no lo sé.

En la entrada una nigeriana saluda a la gente y pide limosnas. Intento no decirle nunca nada. Es que verá, indigente, siempre voy con los bolsillos vacíos. Debe pensar que soy el tipo más indolente de todo el planeta. Un auténtico gusano. Un egoísta como Marina. Nunca le doy dinero. Pero la verdad es que si tuviera, tampoco le daría nada. Y en realidad su vida no me importa una mierda. De verdad joder, si muere, si se ahorca, si llora, pasa frío o tiene hambre a mí me da absolutamente igual. No siento pena, ni lástima, ni siquiera empatía por esa pobre mujer. La veo siempre allí, de pie, pasando hambre y frío... y para mí es como si fuera un árbol. Supongo que sí es cierto y en realidad sólo soy el tipo más repugnante de todo el barrio. Hasta yo mismo me doy asco. Me veo por las mañanas y me digo: Sergio, das asco.

Cojo un brick de leche, pan, y algo de embutido barato; y también una lata de pepinillos en vinagre. Lo único que tengo en mente desde que me levanté de la cama eran esos malditos pepinillos en vinagre. Quería tragármelos todos de golpe. Saciar un vacío inexplicable. Aunque también era cierto que sólo quería tragar hasta vomitar. Es una terapia mucho más efectiva que ponerme a llorar. Qué ansia por un poco de vinagre, por toda esa maldita acidez rompiendo toda la hiel de mi estómago. Mi garganta me duele, los padres son farsantes, el diecisiete del dos mil dieciséis Marina se suicidó.

Luego he cogido cinco o siete cabezas de ajo y he pagado. El cajero no tendría más de veinte veintidós años quizá. Él también anda deprimido. Lo veo impreso en su cara. ¿También te drogas, hijo de puta? Hace unos meses fue bastante amable. Pero también era cierto que hace unos meses acababa de empezar a trabajar y era Navidad. Supongo que en realidad no se puede negar que él trabaja para el supermercado y yo sólo soy un sucio cliente. Un cliente muy sucio. Así funcionan las cosas en la ciudad. Un chaval con futuro pierde el tiempo entre pasillos con productos para la limpieza y un asqueroso como yo, que ni siquiera le da limosnas a los mendigos, no tiene ganas de ir a la facultad. Creo que estoy enfermo.

He cogido dos bolsas de plástico y he salido bostezando. Qué sueño me da vivir. Por el camino he recordado una canción antigua. Algo movida, de los ochenta quizá, algo lleno de vida, no lo sé. Pero no tenía ánimos de tararear nada así que me he concentrado en olvidarla. Es increíble lo fácil que puedo olvidarlo todo. ¿Quién soy? Ni puta idea. –Antes hice un intento por ponerme a bailar y sentirme algo alegre, euforia instantánea, pero era imposible. La tristeza de verdad no baila, sólo se arrastra. Soy una lombriz resentida. No tenía ganas ni de caminar. A lo mejor mañana es mi funeral. No lo sé, maldita sea. Ojalá sentirme con ánimos de pegarme un tiro. Me duele la cabeza. Tengo jaqueca. Me duelen los ojos. Creo que tengo cataratas. Pero hoy hace un día estupendo, eso no lo puedo negar.

El viejo bar de los chinos tenía un anuncio nuevo en neón pegado en la puerta principal. Se podía leer bar y una copa que brillaba y una cereza saltarina. Menuda porquería más hortera. He sonreído. Sin duda ahora era todo un bar en toda su decadencia. He suspirado cansado. En el fondo sé muy bien que yo soy ese maldito letrero de neón. Eso soy, hijo de puta: una porquería hortera en medio de toda la decadencia mugrosa de la ciudad. Un dos por uno en el carrefour. Un caramelo que te regalan los chinos cuando compras en algún bazar. Un poco de mugre debajo de las uñas, algo de sida entre las piernas. Eso soy, y no me avergüenzo. En el fondo lo admiro. Con lo fácil que es ser un tipo feliz y yo me cago encima de infelicidad y resentimiento.

Estoy deprimido. Y no es un chiste de esos que le cuentas a la gente. No vas por allí diciéndoles: Escuchad, escuchad, adivinad quién está hoy terriblemente deprimido –Para nada, colega. Es como una realidad pegajosa que no puedes quitarte de encima. Es como que te coge la lluvia en medio de la noche y tu casa está muy lejos. Caminas con los zapatos encharcados. Y con el culo frío... Antes me decía: Caray, muchacho, estás exagerando. Carallo carallo, muchacho, te lo estás inventando. Si tú no eres así. –Pero ahora lo veo de frente, ¿sabéis? Estoy puto deprimido y lo que es puto peor: no sé puto por qué.

Me he sentado en una de las bancas y luego me he dicho: pero si sólo faltan unos pocos metros, colega, y luego está el hogar. El bendito y puto hogar. Me he quedado quieto un rato y luego como el que bosteza me he echado a llorar. ¿Hogar, mariquita? Qué será esa puta mierda, me ha entrado pena, ¿sabéis? Si doy hasta puta lástima. Cuatro días sin ducharme, con la boca pastosa, la lengua blanca de tanto vómito, los ojos llenos de mugre y la frente pegajosa. El pelo sucio y mucha sed que no se sacia con agua. Algunos intentos por poner algo de orden. Limpiar el cuarto, arreglar los libros, prender incienso. Nada sirve, joder. Dos o tres días ebrio con alcohol barato. Apestando a decadencia. Viendo algo de pornografía en el ordenador, escondiendo la cabeza entre la mierda de los animales. Esnifando rubifen porque los gramos son muy caros. Con algo de fiebre, tosiendo hiel, sangre y dientes. Creo que tengo caries.

Allí, sentado en una banca. Sucio y con flemas. He vacilado en coger o no el teléfono móvil. Luego he intercambiado algunos monosílabos con papá. Bien sí no bien igual. Adiós papá. Luego he colgado. El hombre tampoco ha notado que lloraba como un niño. Papá es fuerte, no le he vuelto a escuchar quebrarse. Tiene huevos el hombre. He estado algunos minutos mirando la nada. Dos chicas besándose..., por el puto amor de Dios. Me he tumbado en la banca y me he puesto a dormir. Creo que tengo cáncer.

Me he despertado sobresaltado. Por suerte nadie le roba nada a un hombre que duerme en la calle. He vuelto a llamar a papá. Parezco un crío que le tiene miedo a la luz del día. Otros monosílabos más. Nada importante: burocracia familiar. No estoy desesperado, ni tampoco estoy en las últimas. Ni siquiera pienso en el suicidio. Qué puta vida más aburrida. Sólo quiero dormir. Evadirme. No pensar en nada. Luego me he despedido de él diciéndole que le quería: me ha dado asco escucharme. Papá te quiero papá te quiero tanto. No merezco tus apellidos, hombre. Soy una maldita decepción. Al menos aún recuerdo tu cara.

En el salón he comido un trozo de pan con embutido y luego toda la puta lata de pepinillos. Le tenía ganas joder. Así hasta que me ha ardido el estómago y he tenido que ir al baño a vomitar. Maldita rutina. Me he metido los dedos en la garganta y he vomitado como un puerco. Miraba las baldosas del suelo y luego el hoyo en el váter, he pensado en dos chicas besándose. Dos chicas muy guapas. Chicas, mon amour. Ay, Dios Santo... Luego todo ha estado salpicado con deshecho humano. Y yo, la gran mugre: allí, de rodillas. Rezándole al excusado. Llorando como un cocodrilo. Me he frotado la boca y después he tragado un sorbo de agua. Olía a muerto, sabía a metal. Mis ojos ardían como el trasero de un niño desafortunado al que algún sucio enfermo a sodomizado. Contemplé un rato la escena. Creo que soy bulímico.

Con el paso del tiempo he aprendido a vomitar como Dios manda. Es todo un maravilloso ritual. Me quito la camiseta, me pongo de rodillas frente al váter, pienso en algo desagradable, imagino que si no vomito muero, y espero. La primera arcada siempre es gratuita, y es la que enciende el vómito. Calienta la garganta y se dispone a nacer. Y después es seguir tirando de la soga. Con frecuencia imagino que meto los puños en el interior de mi garganta y busco algo que esté podrido. Mi alma, por ejemplo. Quizá mi vida, no lo sé. Y luego todo sigue su curso. La naturaleza sigue su camino y mis dedos rozan la campanilla y termino vomitando hiel, sangre y saliva. Creo que tengo sida.

Ronroneo. Tampoco ha sido un mal día. Los árboles se secan, los gatos lloran de hambre. La negra pide dinero, papá no dice mucho. Pero tengo algo de dinero. Y por desgracia hace dos días la imbécil de Marina se ahorcó en su habitación. Menuda pendeja joder. Su novio la encontró morada y aún caliente. Conociéndola dejó también alguna nota deprimente. Algo que habría escrito para mí. Pero que nadie leerá. A veces no entiendo a los padres. De verdad. Yo también te quise puta imbécil, y ahora me jodo y no leo lo que decías. En realidad, ha sido un día de la puta mierda. Me cago en tu cadáver Marina. Eres una jodida egoísta de mierda. Nadie puede confiar en un suicida. Como mi día, tú también tenías buen aspecto, pero al final, ha resultado que era un día de la puta mierda joder, y ya está. La vida es así. El cielo es azul, las rosas son rojas, Marina está muerta y Sergio está deprimido. Una obviedad.


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«SICK, ILL & PROXIMUM PROMETHEUS DEATHS»

 Toda la belleza del mundo contenida en un instante de tranquilidad: Falsa apariencia. Quiero una muerte entre lápidas persistentes y silenciosas. Mi cabeza no está bien. Algo anda mal: lo puedo sentir. ¿Qué será hoy, enfermedad o malestar existencial? Quise huir de la destrucción del hierro y ardí en medio del invierno. Con los ojos cansados y los labios morados. Y quién iba a decirme que huir del Infierno era la verdadera enfermedad. Me escondo en la habitación de un hombre muerto. Duermo quince casi veinte horas seguidas. Mis ojos rojos y cristalizados en el estupor amargo de la madrugada. Mis cejas no tienen ningún tipo de ironía: soy una marioneta en mi inmundicia. Mi boca pastosa y agria. Mis pupilas dilatadas y cansadas. Un dolor profundo en la carnosidad púrpura de mi garganta. Mis amígdalas están condenadas: tengo la certeza. Toda la belleza del mundo esnifada en un instante de calma. Los animales juegan con sus depredadores hambrientos, las niñas pasean en el parque y juegan al Hogar, y a lo lejos un hombre noble con su destrucción: un pederasta las observa desde lo alto de un ático. Me sonrío: ya no quedan asesinos en serie. ¿A dónde ha ido toda esa buena gente? Me encorvo en la oscuridad de la habitación, hace tres o cuatro días hice una limpieza en profundidad; apilé libros, afilé navajas, clavé dardos. Llené un mechero con gasolina: incendiarme en un instante de tranquilidad: un suspiro sublime, una calma arenosa y cautivadora. El otro día cogí prestado el extintor de la escaleras. Quise ir por todas partes apagándolo todo. En realidad sólo quiero que todo se muera. Hace una semana que no salgo de casa. Malvivo por voluntad propia, todo es mera convicción. Estoy deprimido y no me enorgullezco de ello. Al menos ahorro agua y saliva. Mis héroes: todos muertos. Mis días son grises las flores se mueren. Salgo de vez en cuando de la habitación a mear en la vasija, verme los ojos, tragar un sorbo de agua y vuelvo a la cueva. Respiro aire poco oxigenado. Las persianas cerradas. Qué más da si es de día o de noche. No hay motivo por el que salir fuera. No sé si algo me importa. Mis días de auge y soberbia grandiosidad han acabado. Y yo he muerto con ellos. Camino por el pasillo, me asomo por la ventana: cuánta destrucción, cuántos niños felices. Madres trabajadoras y padres enamorados de su descendencia. En el cenicero no quedan colillas, en el Infierno no hay almas excitadas. Y en el cielo, manteniéndose entre las nubes y rozando los límites de la voluntad humana estoy yo manteniendo el aliento. Con tanta certeza de que caeré, no hoy, ni mañana; sino peor aún, pronto. Muerto pronto. Muerto por la mañana. Desde que no veo siluetas malditas, ni oigo voces infernales, desde que no hablo con espectros, ni tulpas hambrientos... desde que no hay alucinaciones, desde que no me drogo con esperanzas brillantes, desde que no salgo de casa parece que no hay nada que me alivie. Me arde el estómago, tengo la boca manchada de vómito. Soy bulímico ocasional, un muerto en vida según la época del año. Los días son grises, los Inviernos corrosivos. No quedan almas limpias, ni niños felices. Rechisto con los dientes. Me despierto, veo mis ojos en el espejo, el rostro rojo. Escupo saliva densa y roja. ¿Dónde estoy? Pierdo la memoria, un oasis de felicidad, estoy muriéndome, estoy enfermo. Tiemblo en frío, chillo alucinaciones: no quiero ver a nadie, no quiero resignaciones, ¿dónde quedé yo? No tengo ánimo, no tengo fuerzas... agonizo en medio de la nada. Me retuerzo de dolor. Miro al cielo y no hay belleza... Me vuelvo loco. Estoy enfermo. Miro el cielo aterrizar entre castillos rotos. Trago saliva. Y en el cielo se ve precipitarse un gran trozo de carne. Me despierto después de dos meses dormido. Tengo el cuerpo agarrotado y el cuello contracturado. Una expresión de desasosiego invade la comisura de mi boca y todos los pecados han caducado. ¿Estoy limpio? Hace un rato una risa histérica y demoníaca me ha consumido en un gruñido agudo e hipnotizante. Estiro el cuello, mis manos tiemblan. No siento frío, no tengo calor... Mi garganta sabe a sangre, hace unas horas bajé al supermercado a comprar pan leche y helado. Es una terapia muy limpia. He encendido la televisión para pasar el rato. Miro por la ventana. No hay almas, el suelo está húmedo, llueve, los cerdos gruñen. Los vecinos del quinto b están jodiéndose el culo. Respiro fuerte, mi madre me manda mails y no los leo. No tengo dinero en mi cuenta corriente. El otro día besé a un demonio. Le saludé atento, levanté las cejas y le dije: ¿Qué hace usted por aquí? –y me respondió jocoso y vicioso– quiero joderte el alma. Me reí parsimonioso: ¿Alma? Si de eso yo no tengo. –Hagamos un pacto. –Estoy a los huevos de ver muertos. –Muchacho, muchacho, ¿tanta estima por tu alma? He camino por la ciudad de noche, cuando todos estaban en casa lamiéndose las heridas y cantando melodías infantiles. Alegres con calefacción amable. Papá se ha tragado su lengua. Lo último que me ha dicho ha sido: “Hijo mío, este es el final, pero no te preocupes..., si no puedes decir nada mejor que el silencio, ¿para qué hablar?” Juro que he intentado detenerle, pero ha sonreído y señalado el cielo, me ha guiñado un ojo. Luego a estirado la lengua y la ha mordido suavemente. Acariciándola con los dientes. Después, mirándome a los ojos, intentando darme una lección de vida, ha cogido su cabeza y la ha estampado contra la mesa hasta que su mentón ha sido un martillo y la sangre lo ha salpicado todo. Hace unas semanas un imbécil casi me rompe la cara. Hace unos días casi mato a un cobarde en una reunión de amigos. Quise destrozarle la cara a puñetazos. Me he contenido: iba ebrio, le he dicho a uno de los muchachos: quiero matar a ese tipo –No, Sergei, no. Ahora no. –Pero mírale, cree que no tiene miedo y está cagado en vida. Hace bromas, menea el trasero y cree que se ha ganado el cielo o lo que es peor: cree que tiene paz y calma. –Sergei, tranquilízate. Hace unas horas casi me explota la cabeza al vomitar tan fuerte. Noté las venas llenas de sangre forzada. Los capilares estallando. Una vez estrellas rojas en lo blanco: manchas de guerra. Guadañas malditas. Salía del supermercado con pan leche y helado bastante animado. No era un mal día. Abrí uno de los helados, hace tiempo que tenía ganas de comerme algo fresco. Algo que no esté muerto, y la verdad es que lo he disfrutado, pero después todo eran plegarias romanas. He mamado uno de los polos hasta que toda la nata ha eyaculado en mi boca. He tragado. Sergei no escupe: sino traga. Luego he abierto el brick de leche y he bebido un sorbo. Y luego otro. Y así hasta que mi estómago ya no ardía. He abierto otro paquete de helado –gula, hijo mío– hasta el fondo. Pan, he mordido pan hasta reventar. Qué asco, noto la arcada en la garganta. ¿Dónde anda Dios cuando necesitas que te metan los dedos en la garganta? He respirado hondo. Ebrio y solitario, el mundo se ha hecho de barro, y los caballos se cagan en cualquier lado. La verdad es que sólo soy un asesino. Me levanto por la noche, agitado, hambriento de dolor, chillando asustado: alucinaciones malditas, niños muertos, gente imposible. Hace frío. He dormido tantas veces en el metro que cuando veo a algún policía diciéndole a un vagabundo que no puede dormir en la calle desearía reventarme de hostias contra la autoridad. Ojalá un duelo de caballeros: a puño limpio. Resignado cabizbajo he caminado por la ciudad, con los ojos hediondos en odio, y la boca ardiendo en rencor. He mirado a los ojos de Dios y sólo he visto a un Demonio con una máscara festiva. Me ha dicho que no me asuste, que la máscara sólo es un jueguete. He arqueado las cejas –si a mí me da igual lo que hagas. El otro día me decían que debíamos matar a Dios. Obviamente me reí, ¿sabes? ¿Matar a Dios? ¿Quién puede ser tan obtuso? –Dios se ha meado encima. Se ha quitado la cara de bondad y ha asomado una barba eclíptica y unos ojos perversos y oscuros. Que quiere mi alma otra vez –no sé, tío, a mí déjame en paz un rato, ando deprimido y hoy no quiero jugar... Abro los ojos acabo de nacer. Mi madre me sonríe tiernamente, la veo a los ojos, acaricio su mejilla. Luego no puedo evitarlo. Cojo su cuello, veo su nariz delicada partirse. Sus labios chorreando sangre y mi puño en lo alto. Como un saco, y reviento a hostias y reviento a hostias y mamá llora en el suelo, se le caen los dientes –¡Hijo mío; hijo mío, pero yo te quiero...! –suplica. Sonrío –y yo a ti mamá, yo también te quiero. Pero la vida es así. Miro el techo, arañas expandiéndose por los ojos del cielo. Miro mis manos: manchadas de odio desprecio y muerte. Papá balbucea algo abre los ojos está loco. Se le cae el pelo, se ha clavado agujas en los ojos..., gime y jadea, se mea encima. Me acerco a él. Acaricio su mejilla: ¿Papá, qué te han hecho? –sonríe y jadea. Suspiro fuerte. Papá..., ¿quién ha sido? Señala una foto. ¿Él?, le digo. Asiente con la cabeza, empieza a darse contra la pared. Chilla asustado, gruñe como un cerdo. Se revuelva en el suelo en un pantano de orina y vómitos. Me entran náuseas. Trago saliva y me aproximo a la foto. Cojo el marco con solemnidad. Y veo en la foto toda la destrucción de mi herencia. Maldita sea, si allí está toda la familia junta... y en mis ojos una cruz, una línea roja: yo no soy no pertenezco. Me sonrío, chillo histérico. Me quiero matar. Me levanto, movido por el impulso de mis caderas. Miro el cielo, un abismo, una gran boca negra: Una tarántula tarareando canciones para niños. La perra del otro día ladrándome: recuerdo mi infancia. Un niño golpeándome la cara con el puño. Me sonrío. Trago aliento, respiro saliva. Miro al frente. Un revólver cae en mis manos lo palpo, le doy al click veo las balas. Apunto al frente, luego a mi cabeza, abro la boca, me recreo. Cierro los ojos. No muchacho, sé un chico bueno. Trago aire, suspiro. Rechisto con los dientes. Disparo al cielo. Baja, putita astral, baja y nos reventamos a hostias mal nacido. Baja Dios hijo de tu putísima santidad. Cuanta soledad y inmundicia tiene el pobre niño Jesús... tener que hacerse hombre para poder hablar consigo mismo. Menudo esperpento. Mirad, por allí va Jesucristo, llorando porque Rodrigo le ha pegado con el puño. Me sonrío. Si todo el mundo lo sabe, bestia inmunda, todo el mundo sabe que mi sufrimiento es el tuyo, que ni siquiera eres manual..., escúchalo bien y agoniza, desgraciado. Tú sólo eres el piloto automático. Ni siquiera eres chatarra. Dios no ha muerto, sólo es un rompecabeza para niños retrasados. Por eso nos entendemos tan bien. Miro el continente entero. Me río, su puta madre. El otro día miré dentro de los ojos de Jacky boy y sólo encontré maldad. Su lengua perfilándose, sus ojos adoloridos. No me asusté: entre serpientes nos reconocemos. Me mordí los labios y le besé en la boca. Qué hermoso muchacho, podrido desde dentro, jadeando sufrimiento, llorando cruces, meándose encima cada vez que recuerda los infortunios de su vida. Y yo he matado tantas veces que sólo soy un asesino. Bastardo mío. Estiro la mano y tiemblo: santa devoción, espasmos colaterales. Miro el cielo: pronto caigo. Yo ardo y sufro en mármol de medio día. Noches tristes, ancianos cansados. No tengo resignación, no tengo ganas de caminar, levantarme de la cama. Y es lo normal, ningún drama: la gente sufre, los niños se mueren.

*
«Hit da ground»

In her tomb by the side of the sea
Edgar Allan Poe


*
En la tumba junto al mar en el espasmo Voltaire: Sara Lee
en el cielo nublado carcajadas mi alma rota llora niños majaras
Mi estirpe afónica reclama desesperación tu nombre Sara Lee
En las sombras de las farolas los ancianos tristes y grotescos
sin media cara caminan por la ciudad y los niños rotos ausentes
se lanzan al vacío y chocan contra el sucio y frío pavimento

porque nunca más...,
¡por qué nunca más respirar...!

En el cielo una cruz
en la tierra sólo muertos
Dónde estás Sara Lee
dónde estás que no te siento
En la tumba al ras del suelo
Cementerios: miro el cielo miro el mar
Gorgojos mecánicos mares insectos de metal...
Nadie suena odas melodías máscaras de oxígeno sangrante

Aún te siento
aún te lloro
Almas rotas
niños tristes
Sara Lee
dónde estás

Mil veces brillantes
tus ojos magnesio
verde musgo
tu nariz
tus labios
jóvenes
y fugaces...

Todo en ti duele
y luego a Dios le pregunto
que si muero hoy
Oh Dios Padre...por favor–
muérase yo contigo

¡Eres mi última voluntad!
¡Y en el insomnio: sólo tú!
¡Y en la pesadilla: sólo yo!
¡Sara , por qué... por qué!
¡Por qué tan pronto... Sara Lee!

Epilepsia espiritual
peso muerto almas rotas
Mis pasos son torturas
mis rodillas explotan...

Y la ciudad inmersa en polvo extranjero
Lluvia ácida mortajas desnutridas
Las nubes suspiran cansadas:
Sara lee
silencio mío,
Sara Lý...,
alma mía: por qué...,
por qué tan pronto

Niños vivos
infantes fuimos
Dedos serpiente
mismo gólem
misma sangre

Mis labios en los tuyos
tus manos en mi cuello
Hazme daño yo lo pido
Hazme daño lo necesito

Ojos grises labios y dientes
Nada va mal–
Sara Lee
mientes fatal.
Manos tuyas en mi frente
Pupilas ardientes
Labios tiritando
¿Sara Lee?
¿...que todo iba bien?

Tus dedos en mi nuca
tus labios en mi oído...
Tus ojos afilándose
malestar de medio día
la tristeza de tu pecho
mi corazón latiendo fuerte
Sara Lee
Sara Lee

Oh, alma mía...,
por favor
no me dejes aquí solo
¡aquí no conozco a nadie!
Oh, alma mía, no me dejes
no me dejes morir...

Tristes muecas
tumbas frías
niños guía

Junto a la tierra muerto el mar
Junto a tu tumba muerto yo
¡S a r a L e e!

Me recuesto asfixiado
contra un árbol muerto
y con tanta exactitud sé
que él está más vivo
que yo...

Amor joven desalmado
Dios Padre me han castigado
Obligado y ninguneado:
a tragarme todos los dientes
partirme la espalda
nadie queda para mí
No tengo luz
no te tengo aquí...
...y yo Dios Padre
¡Y yo Dios Padre!
¡Entre lágrimas y odiseas!
¡Y yo, Dios Padre, yo te maldigo!

Tu Reino Pavimento Sepulcral
¡Por qué me habéis hecho esto!
Reina muerta y mía envuelta....
en formol clínicas de funerarias

No queda piel no quedan ojos...
muchachita mía Sara Lee
¡Sara Lee! (...) ¡Sara Lee!
¡Sara Lee me estás matando!

Almas vivas canciones limpias
juntos vacilando a la gravedad
Inmersos en sudor y caricias
Tus ojos clavados en mi rostro
tus labios húmedos palpando mi cuello
Tus manos sujetando mis clavículas
Tus piernas cruzando mis caderas
Bálsamos éramos...,
juntos florecíamos...

¿Cómo suena la mar?
Sin ti absoluta oscuridad
No ha vuelto a amanecer...
Y yo, Sara Lee, yo...,
respiro sólo por inercia

Las nubes traicioneras soplan
viento helado sobre mi nuca
El cielo blasfema tu nombre
Sara Lee... sin ti yo no existo

Lejos de mí la ciudad
Lejos de ti maldita eternidad
Y tú muerta, ¡Sara Lý!
¡Y tú muerta!

Agonizo entre palizas salvajes
No te olvides..., no te olvides que yo
no te olvides..., no te olvides
que reviento tus puños
contra mi tumba
Muerto estoy
muerta estás
¡Sara Lee!

En mi hogar
no queda nadie
ni aire ni frío
ni recuerdos
ni lamentos
t o r t ú r a m e
¡pero no te vayas!
muerte ausencia
ni perfume tuyo
ni súplicas mías...
¡SARA LEE!

Las nubes soplan histéricas
los cielos llueven ácido
El sol hiede y muere en fiebre
Sara Lee, sin ti no queda parnaso

Una tumba sepultada
donde esconder mis ojos
Arrancádmelos
¡yo no los quiero!
Nunca más Sara Lee
nunca más...
que tus manos estén frías
que tus ojos sean cristal
que tus labios sean muerte
¡Tú no sabes lo que se siente!

Y tus manos que delineaban el aire
y tus ojos brillando en la noche desnuda...
Sin ti no hay noche sin ti no hay guerras

En la tumba y junto al pavimento
en el suelo y llorando...
Memento mori
un hombre asustado
golpeando el pavimento
rompiéndose los tobillos

En la tumba y junto al pavimento
en el suelo cruzando la demencia
Un niño enamorado
sin dientes
ni orgullo
rompiendo
el pavimento

Y en tu tumba
amor mío
y junto al pavimento
rompiéndose los nudillos
un anciano desnutrido
con los dedos tercamente retorcidos
y la sangre por el cuello
la soga cercana
el revólver cargado
rompiendo el pavimento

Pronto alma mía pronto...,
Pronto junto a ti...,
Sara lee
enséñame a dormir
enséñame a morir

Con los puños en lo alto
la nariz húmeda en sangre
Con los ojos encendidos
y los labios contraídos
un niño se precipita
a la nada: al vacío

Con los puños en el pecho
y los nudillos descubiertos
empieza a romper sus muñecas
en el suelo frío pavimento
y en la tumba
de un mal muerto
un tuerto que murmura

Las rodillas
y la cabeza
y la tumba
y la mortaja
y el infierno
y el cielo
y la nada...

Unos ojos agónicos
labios carnosos
Eterna tu figura
Tu mentón silencioso
Tus párpados afilados
Arcángeles explotando en odio y envidia
Como mortales clínicos y enamorados
Robándote el aire de los pulmones
¡Dejadla vivir!
¡Dejadme a mí morir!

Muriéndome de sueño: Sara Lee
En el cosmos asaltando estrellas: Sara Lee
Rotos con los puños coliseos griegos: Sara Lee
En mi momento supremo en tu lápida la ausencia: Sara Lee

En tu tumba
cada vez más cercana
en mi muerte tu corazón
en la nada nosotros dos
en el infierno todos
los arcángeles de Dios
en el aire una lágrima
en el subsuelo destrucción
en el ácido de la lluvia
en las luces del sol
en la nada vegetación
en el mismo y frío pavimento
una nube que suspira
en la lápida de los cielos
un corazón que late muerto
Sara Lee (...) Sara Lee...

Y en la lápida que no late
en el vaho de la noche
los animales indefensos
observan en la intemperie
del cementerio
a un niño suicidarse.




«Sara»
Bebo vino fumo papel
Sara no me habla
te quiero beber

Bebo tinto
de caja granel

Sara yo te quiero
no te dejes querer

Canto himnos
Te veo atardecer

Sara tú me erizas
no te dejes tocar

Vine ebrio
no me dejes beber

Dejarme matar
sólo
para verte nacer


*
«Inconsciencia e insomnio de la psicosomatía gutural del ojo derecho (vol. 2)»

Despierto con el ácido en la boca del estómago, y toda la angustia lasciva de la estirpe humana se evapora de mí. Abro los ojos como un búho hambriento y rujo como una bestia cortejando a otra. Acicalo mi barba con determinación y muerdo mis muelas. Frunzo la nariz, y pego una honda calada, noto que mi ojo derecho está despejado. Toda niebla inmunda e infame ha desaparecido. El mundo es un lugar maravilloso, y hasta habitable. Las órbitas de mis ojos dan mil vueltas alrededor de mi cabeza y mi frente se carga de una importante cantidad de vehemencia. Podría lanzar rayos láser con ellos. Estalla de mi pecho una ambiciosa necesidad de estirar las piernas, ver mundo. Salgo a recorrer los kilometrajes infinitos de la calle. Pasear libre por el mundo. Sin caos, sin dolor y sin melancolía.
     En las baldosas de sus calles no queda ningún rastro de indiferencia. Ni un ápice de desfachatez humana. ¡Maldito género! Ni tampoco hay titanes dispuestos a devorarte, ni tampoco, pornografía arquitectónica. De esa que se aprovecha de tu ceguera para convencerte de que el buen camino es el que lleva tiene senda más iluminada. Las casas de cristal están hechas para los cobardes. Porque el único camino que existe es el de la tortura. El negror de la casucha rancia. Los toros negros e inmensos recibiendo la estocada final, cayendo a la arena como sacos condenados de músculo y muerte. El alma animal difuminándose entre los mangos de las espadas. Los cuernos santificados de la bestia noble. Y luego, el salvajismo de los inocuos. Porquerías grisáceas, mierdas hediondas, bastardos acomplejados con sentimientos de superioridad.
    Estiro los hombros y me dispongo a fluir como un charco de alcantarilla. No hay nada que me represente más que ser un charco de heces humanas. En sí, todo lo que soy es un desperdicio humano. No tengo salvación. No tengo futuro. No tengo ambiciones. Excepto una que se queda muy lejos. Una ambiciosa necesidad de estirar mi alma hasta romperla. Tensar los músculos del cuerpo y salir corriendo: que el mundo me vea correr así como yo le he visto encerrarme. No estoy loco. Padezco de un síndrome, aquel que dícese del que está trastornado porque la realidad le chuta demasiada cocaína. Si la morfina del mundo es la autocomplacencia, la coca o el crack de éste es la realidad. Soy un yonkie vicioso y morboso, me chuto mala mierda, la heroealidad me afecta al cerebro. Me deja hecho un Cristo, perdido, con los pantalones mojados y la sudoración por los cielos. Tiemblo frío, sudo angustia.
    El mundo, pese a todo lo que es, no fue hecho para mí. Yo debí haber sido una persona sin consciencia. Un lisiado mental. Alguien mucho más tolerante con las ventiscas del mundo perverso. Nadie puede darme un elixir salvador. Nadie tiene tanto aguante cómo para soportar por las noches mis sollozos repulsivos.
     He visto una foto de mi papá cuándo era feliz. Su rostro hinchado y alegre. Los mismos ojos que siempre ha llevado, las cejas arqueadas, y la boca hacia arriba. Sus pómulos marcándose y dejando ver el brillo de la cámara en su calvicie. Me he separado de la pantalla bastante afectado. Me he cogido de las orejas y me he puesto a llorar. ¿Cómo le digo a papá que el mundo tampoco ha sido hecho para él?
    Padezco de inconsciencia e insomnio. Me derrito en un bálsamo ardiente de reglas rojizas. Mi madre debió abortar, el amor de mi vida debió haber sabido que sería un error, mi hermana debió cortarme los huevos con sus tijeras infantiles cuando tuvo ocasión: ¡Por favor, no dejéis que mi sabia se expanda!

     Sufro de indiferencia. El mundo me ha vomitando encima, y yo llevo la misma ropa sucia y acre de hace diez días. Tengo rastros de leche y proteína líquida en la ropa. El pelo sucio, los ojos rotos, el alma intoxicada. ¡No me dejéis aquí solo! ¡No me dejéis vivir, agonizo de pánico! ¡Dios Padre, yo te maldigo!


*
«Inconsciencia e insomnio de la psicosomatía gutural del ojo derecho (vol. 1)»

Hasta la más mínima brisa podría tirarme contra el suelo. Estoy en un estado de enajenación mental y de locura muy extremo. Los ojos se me dilatan como dos cigarrillos en los labios de mil vagabundos perdidos. Mis sienes laten pesadamente y mi pecho se cierra mientras que la realidad se distorsiona y se aproxima. Con esfuerzo y sobrecogimiento logro afilar el ojo derecho para poder ver y sobrevivir a las inclemencias del mundo. Me late el ojo, se cubre con una neblina espesa, mientras la gente mantiene su posición y se jactan de sus aciertos festivos. Un carrusel de bienaventurados, santos católicos, santos cristianos y santos evangélicos profanando el agujero carnoso de sus hembras. Todos juntos para hacer mi día a día más llevadero, una terrible agonía. El mundo se dilata y se desestabiliza. Padezco de perplejidad. Sufro de una terrible hipersensibilidad. Y cuando ello ocurre, todas las miradas del mundo me golpean en la cara. Como el bofetón de una madre inmunda.
   Y mientras me retuerzo sobre mis talones, agitando las manos, pidiendo auxilio, me voy difuminando en el horizonte que se hace inmenso y oscuro. El mundo no está hecho para mí, el mundo no me representa. Ni las cruces, ni los jueces, ni Dios anidan en mi hogar. No hay manera de escapar. Y esos ojos pardos que me miran me destrozan.
     Por un instante creo oír algo, y Las Pupilas de cabello largo se ríen de mí. Me señalan viciosas y lascivas. Gruñen sus bocas y arquean las cejas. Todo se corrompe a mi paso. Los rostros se deforman para ser espectros demoníacos e intolerantes. Agonizo con cada pestañeo, cada paso, cada respiración, siento que el infierno me respira en la nuca. Que el útero me ha abandonado a mi suerte demasiado pronto.
    Camino por las calles asustado, perdido, paranoico y cada vez que intento hablar, compruebo, angustiosamente, que esa ni siquiera es mi voz. Tartamudeo. Las lágrimas de Cristo corroen mis mejillas. Si Dios viera lo que agonizo. Si me viera, de verdad, en la intimidad de mi habitación. Hecho una cruz, rojo, abatido. Con la nariz pelada, los nudillos reventados y con el cuello marcado por la asfixia de la soga próxima. No me queda refugio. El mundo se desmorona a cada instante. Y de pronto, un atisbo doloroso de indiferencia. En los ojos de alguien que siento cercano. Me desprecia con todo el sudor de su cuerpo. Me vuelve un inútil, un desadaptado que se vuelve loco por intentar sobrevivir. Y es esa misma mirada la que me mata.
    Son los ojos de mi madre que, con los labios fruncidos me escupe en la cara que lo único que tengo en la cabeza es mierda. Y lo sé, mamá, sé que sólo tengo mierda, pero no hace falta que hablemos de eso justo ahora. Que me quite sus apellidos del alma, que no me los merezco. Pero si yo nunca pedí tenerlos, si yo nunca quise estar aquí.
     Me habéis parido al mundo y luego pretendéis que os de las gracias. El mundo es una tortura, y los ojos pardos que me miran y me desprecian hacen tanto daño en mi pecho que siento que me voy a volatilizar. El aire es pesado y húmedo. El sol brilla rabioso, pretendiendo hundirnos en el magma de la tierra. Los árboles crecen deprisa para alejarse de mi paso. Y la gente a la que le debo la vida me reprocha no vivirla. Que estoy muerto. Estoy ebrio de sueño, cabizbajo, atontado y cansado. Mis párpados se cierran, me arde el alma. Mi sangre hierve en mis venas, y mi lengua, antes bífida, parece un gran tazón de mugre caduca.
     El cielo se nubla, el tiempo se vuelve arrítmico. Y la única voz que escucho por las noches es la de un demonio que se mofa de mí y me despierta: ¡Eres tú! –Me grita. Y lloro desesperado, sé que lo peor que puede pasarte es escuchar voces.

    Y siempre que caigo en el pozo de la desesperación escucho una voz infame y gutural que se recrea en mi pánico. Eres tú... –Me susurra al oído. Eres tú –Me dice mientras camino por los pasillo del mundo, buscando agua bendita o evadirme. ¡ERES TÚ! –Me chilla mientras agonizo y desesperado me clavo en la frente las mismas púas de la corona de Dios.   


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