*
«My
weird bad queer son»
Cansado
cierro los ojos y las horas del día se dilatan como úteros maduros
húmedos en sangre. Me entra una risa, el mundo arde en la palma de
mi mano. No hay extraños, tampoco números romanos. Enciendo la
televisión, veo el 24 horas en el salón. Basura inmunda acusa a los
falsos criminales. A nadie le importa. Me rasco la cabeza, no hay
calabazas en el cielo. Ni tampoco nombres propios, no hay nada, soy
padre de un espectro aturdido y hambriento. No suena el despertador.
Ha sido un día corto y no tengo la cabeza en su lugar. El estómago
me ruge, mi ritmo cardíaco se duerme: no hay sangre en mis venas ni
saliva en mi boca. Pienso en dichas hermosas: muerte muerte sangre
sangre y destrucción. Niños naciendo famélicos en vientres
hinchados de pus manos virginales, agujas en la comida, llama semen y
paja en los ojos; en la tristeza de unos padres muertos, sangre
adoptiva y devota; en los ojos de I, en los labios de I, y en las
flores parapléjicas de los funerales farmacéuticos nómadas y
tardíos. En toda la belleza perfección dulce almíbar de niños
sanos y amigables. En caricias rotas, muñecas tristes, cerámicas
conquistadoras de la muerte baldía con grietas de oro y plata: zumo
de sandía. Un temblor me sobrecoge, veo luces negras y mil espectros
rondándome. Saben quién es el invitado. Y yo toso con la mirada
perdida y les saludo con las cejas: y vuelvo a ceder, a fin de
cuentas, este es su hogar no el mío. Yo soy el inquilino, el útero
que sobra, y ellos anidan en el vacío de mis tripas, se alimentan
tranquilos y somnolientes. Meten sus puños y palpan mis tinieblas.
Los abismos aborígenes de mi infancia muerden la almohada con
agonía. Un íncubo se los folla grotesco y cariñoso: está
enamorado del género humano. Dios no reza. No quedan obeliscos en la
antigua Grecia. Violaciones catedrales, muecas hoscas, niños
vacíos..., y yo sé que no nací para estar vivo. Me retuerzo en la
cama, mi cabeza tiembla e intento despertar pero ni siquiera estoy
dormido.
Estoy
atrapado entre cadenas de carne muerta pellejo roído, veo cuerdas,
una soga me tienta. No quiero matarme, pero me quiero morir. Huelo
sangre heces muerte y destrucción... estoy en las últimas y aún
así me sonrío vicioso; tengo la boca rota, lleno en sangre,
gorgotones abominables, abdominales atrofiados: semen de bebé. Todo
es tan liviano, nada importa, no tengo el hábito de estar despierto.
Sólo quiero dormir. El día se pronuncia como imposible, me he
despertado a las seis de la tarde y no pienso en nada en especial,
quizá dormir, quizá morir, a saber... Mil ideas idealistas en el
firmamento, el optimismo se muere de hambre, fatalismo en almíbar,
burbujas de sangre y saliva. Alguien ha encendido la televisión. El
baño pierde agua. Me lavo las manos y un poco la cara, tampoco hay
mucho que decir. Veo por la ventana, hace una semana me despertaron
dos dulces y cariñosos niños gritando y riendo, y desde el agujero
más morboso de mi corazón odié a todo el género humano. Y hace
nada un borracho contento cantaba alguna canción de mierda. Eso no
me disgustó, hasta me puso de buen humor, pero si sólo era un pobre
borracho perdido y vagabundo. Sonreí optimista, el mundo gira, las
lagartijas se mueren. Dios no reza. Tenía sangre y ahora vapor, ríos
de arena, lágrimas de hiena. El mundo se muere de asco. Un pez se
muerde la cola. No hay abismos ni flores, el mundo ojalá esté
enamorado. No hay paraíso ni pirámides sublimes. Todo se pudre se
arruga y se muere. Voy a a ser madre.
Intento
mover los dedos, pero hoy nada se mueve. Arqueo las cejas: me han
matado..., si ya lo sé, si se veía venir, que ese muchacho aquel se
tenía que morir. Hago un esfuerzo por respirar, pero me cuesta: toso
hiel y algunos trozos de cerámica, me muerdo la lengua, son
cuchillas de calcio y hueso rebanando la carne. La carne es débil,
la sangre peor. Marta. El cielo se nubla, es de madrugada, veo lunas
rojas, mi madre sonriendo. El Castillo. Hace unas semanas soñé que
la mataba con las manos. Todo queda en la familia, no sé qué hago
con mi vida. Ella venía muy risueña y yo la cogía del cuello y se
desangraba. Me duele todo eso, yo no quería matarla, pero ella
moría. Reventaba a puños, tampoco quería. Y sangre y sangre y la
muerte de mamá. Hace dos días envenenó a papá en el almuerzo.
Mezcló matarratas dofus en el arroz y lo dejó morir. Yo estaba
medio dormido y ella se jactaba contándome cómo había envenenado a
papá. Me desperté sobresaltado y salí corriendo, llamé a papá
por el teléfono y le dije que no se comiera el arroz. El hombre
calló y luego me dijo que, pero hijo, ya se lo había comido todo.
Salí a encontrarle, le miré aterrado, metí mis dedos en su boca y
arañé su garganta. Mordió mis dedos y empezó a vomitar, pero sólo
vomitaba líquido, todo el arroz ya estaba en sus intestinos y él se
iba a morir. Llamé a tío Daniel que es médico y me dijo que no se
podía hacer nada, que papá se iba a morir, pero que al menos
llamase a la policía y denunciase a mamá. Los criminales tienen que
pagar. Si papá iba a morir que al menos mamá fuera a la cárcel.
Papá se revolcó sobre el asfalto, se meó encima y se murió. Odié
mi sangre, pero no llamé a la policía, me quedé allí un rato
pensando en que lo último que hizo papá antes de morir fue morderme
los dedos.
Hace
tres meses mamá me clavó un puñal en el abdomen y dijo que tampoco
dolía tanto. Me muerdo la lengua, saboreo el filo de mis clavículas.
No sé si estoy vivo, creo que sólo soy un espectro. Los pómulos
arden entre piel seca, tengo los labios húmedos. Quiero besarte pero
también quiero alejarme. Me gustaba cómo parecías tener algo en
mente, pero en realidad estás perdida. Y es entretenido, al final
siempre caes en mi órbita. Te alejas, te escondes, pareces una niña
pequeña jugando a las escondidas, pero mi vórtice es inapelable.
Quedas arrastrada a él. Te eclipso con mi luz negra y te mareo en mi
laberinto. No hay manera de salir. Pero por suerte al menos tienes
sentido común y no te dejas llevar. Tu pulgar me vuelve loco. Ni
idea, somos ajenos desconocidos y tú eres tan pura. Pulcra sana y
viva en toda tu imaginación. Me conmueves. Aunque ahora en realidad
me da absolutamente igual. No me despiertas ni siquiera un
sentimiento. Te aborrezco, lárgate de mi vidas. Aunque te vería a
los ojos, notaría tu acento extraño. Caería enamorado. Pero no te
amo. Por allí hay una chica con los ojos verdes y seguro que tiene
los labios secos. Mojaría tus labios, dormiría contigo, te
abrazaría por la espalda. Te besaría suave, lento, contando las
pulsaciones de tu cuello. Y luego mordería tus labios, rozaría tu
piel, armaría los castillos con el sudor de tus hombros. Besaría
tus clavículas, jugaría con tu garganta. Desnudaría tu piel,
palparía tus pechos. Mordería tu cuello, sangraría mis labios.
Ardería contigo. Y después contemplaría tu silueta, soltaría
dardos, jugaría a los dados, haría dedos. Mordería tu espalda,
besaría el bodegón de tu espalda. Estrujaría tus piernas, lamería
tus dedos. Estás enamorada de la vida. Te lo noto. Y me entra una
risa estúpida. Qué chica más tierna, más noble. Qué chica más
sencilla, es todo un dulce, un caramelo. Es apetecible, seguro que
nos llevaríamos bien, aunque en realidad no tengo energías para
nada de eso. Luego recuerdo el drama, la tragedia de estar vivo.
Ojalá tuviera sida. Sería todo un artista. Pero en realidad tampoco
lo sería, sólo me dejaría morir. Podrido en la cama, quiero
despertar, pero no tengo sueño. Quiero vivir, pero me cansa
respirar. Quiero sentir, pero estoy vacío. Quiero amar, pero todo me
arde. Quiero volar, pero no tengo sangre. Quiero amarte, pero no te
entiendo. Quiero amarte, pero no me entrego. Quiero sentirte, pero no
me importas nada. En realidad eres pura belleza. Rostro busto griego.
No entiendo nada. Tampoco pienso. Te veo, somos perfectos extraños.
Abrazo un ataúd, ato mis zapatos, miro al cielo, muerte en
perpendicular, quiero ser un edificio abandonado.
Veo
en las baldosas cerámicas rotas de mi cara la respuesta a todas mis
súplicas: me estoy muriendo. Chispas rojas en mi cara, puntos
inequívocos de que ayer vomité mi alma. Ritmo de vida, qué
paradoja más dañina. Mi infancia sagrada: pura costumbre desdeñosa,
papá sujetándome de los brazos: que todavía es pronto, no te
mueras papá. Todos en casa, es domingo, papá mira las noticias,
mamá toma un café con las piernas cruzadas. Mi hermana habla por
mensajes de texto, llevo el pelo sucio, los ojos cansados, la casa
huele a ambientador. Hay polvo en el suelo, hace un día estupendo.
Dentro de dos días saldré a la calle a comprar tabaco. Caminaré
desdeñoso por las callejuelas. Serán las seis y media de la tarde y
hará frío. A las dos de la tarde un sol radiante y lleno de vida me
despertará, pero yo preferiré seguir durmiendo. El mundo se come su
cola, agoniza en medio de cicatrices de metal. Me gustaría estar en
otra parte. Respiro el aire tóxico de la calle, antes estaba
enamorado y ahora sólo me pudro. Sé que me estoy muriendo, pero
luego me veo en el espejo y me quedo hipnotizado por mis ojos. Son
los ojos más hermosos que he visto nunca: lloran toda su estirpe.
Recuerdo pasajes de la mañana, los días con Mariana, el Infierno de
despertarme a las seis de la mañana. Ahora sólo me dejo dormir, sin
importarme nada. No creo en la gente, no creo en nadie, mi alma
llorando catedrales sin asfaltar. Veo por la ventana, nada
importante. Me despierto con ganas de reventarme a hostias. De mal
humor, chillando histérico, hambriento, salvaje, infierno... y si
sucede todo eso sólo es porque ya no tengo sueño. Ojalá el sueño
eterno. Cansancio insalvable. Quiero tener quince años otra vez.
Quiero volver a nacer, tener diez once doce años. No es que quiera
ser niño, es que quiero volver a vivir. Toda la carretera de mi vida
se ha ido al cuerno. Nada se puede salvar. Me duele la cabeza. Tengo
jaqueca. Quiero vomitar. Me hundo en el humo de la mugre. Me pierdo
en los propios laberintos de mi cabeza. Yo no tengo arte, no tengo
amor, no tengo sangre.
Después
recapacito, admiro la naturaleza. Los animales no son crueles, pero
todos son unos asesinos. Y la gente es cruel y ni siquiera cometen
actos criminales. Dios me la ha jugado, le veo encima de todos,
jugando con sus almas. No creo en la constitución, no creo en las
buenas voluntades, ni siquiera creo en mi sangre. No hay ni una sola
brisa en toda la isla. Mamá está sentada al lado de papá. Una
mujer ideal, ¿dónde está todo en lo que creías? No te reprocho
nada, me arde el alma, me escaldas las manos, me quiero matar. Mi
hermana se ríe, alguien intenta conquistar su corazón. Yo te
extraño, ¿qué ha sido de nosotros? ¿Por qué ya no hablamos? Papá
acaricia el brazo de mamá. Y mi madre restriega tiernamente su
rostro en el hombro de papá. Los veo sentados, están felices, todo
el mundo se mantiene. No estamos en un pantano inmóvil. Sólo que
somos estrellas en la inmensidad del cosmos. Somos una familia unida.
Somos gente decente, buenas personas... Me sonrío, intento
levantarme, pero no puedo, estoy quieto. Huelo la felicidad y me da
alergia, empiezo a estornudar. Cuando tenía diecisiete años me
sangraba la nariz. Me gustaba saber que aún tenía sangre, y ahora
sólo polvo, vacío. Una sanguijuela gigante está eructando los
restos de mi estirpe. Y yo pestañeo y sonrío como una muñeca de
porcelana. Pornografía por todas partes. Hace frío, mis dedos se
entumecen, quisiera morir, quisiera volver a nacer, no soporto mi
piel, me arden las mejillas, mis dientes se rompen. Creo que estoy
muriendo, el cielo se apiada de mí, me brinda mi muerte, caigo en el
abismo, me recreo en los años de felicidad, y si tuviera que decir
la verdad sólo soy un muchacho triste. Ni siquiera me apetece
follar. Me seco, estoy envejeciendo, no sé por qué sigo de pie,
tendría que estar tumbado en el cementerio, durmiendo con los
muertos, soñando con los vivos. No extraño la vida, sólo me hundo
en el fango de la insatisfacción, me muerdo las uñas, me rasco la
cabeza, ni siquiera tengo ganas de enamorar a nadie. Me quedo aquí,
inmóvil y mi hermana se levanta de sofá, me mira a los ojos y se
despide con las cejas. Papá queda inmóvil petrificado al lado de
mamá y ella se pone de pie. No mira atrás, coge una bolsa, abre la
puerta y se va. Me quedo contemplando a papá. Su rostro afable, es
un hombre honrado, es un buen hombre, su piel se arruga, suda sangre,
sus ojos se caen, la vejez se lo come, su boca se tuerce, se le cae
el pelo; recién ahora entiendo que lleva una dentadura postiza.
Respira levemente, intenta levantar el brazo, me sonríe torpemente.
Le miro a los ojos: no me puedo mover, papá te amo. Abre la boca,
sus encías sangran. Le miro a los ojos con el corazón adolorido.
Exhala cansado tose y murmura sin dejar de mirarme a los ojos:
–Tú
eres mi hijo.
Abro
los ojos irritado. Esta vez sí estaba dormido. Me despierta la brisa
del Infierno. Las olas del cielo. Trago una bocanada de aire pesado
muevo los brazos agitado y toso hiel. Maldigo, abro la boca
arrebatado y miro a los lados perdidos. No sé dónde estoy. No veo
nada, estoy ciego. Apresurado palpo mi cuerpo. Estoy entero. Ve una
luz negra. Agito la cabeza, me pongo de pie. Me convenzo de que estoy
en el lugar indicado. Me duele la cabeza, el cuello me pesa. Niego
amargamente. Me arden las mejillas. Siento la presión de un dedo
maldito en mi cabeza. Algo me está matando. Miro a los lados,
inspecciono el lugar, dónde demonios estoy. Siento un dedo que me
aprieta la frente. Unas garras en mis sienes, mil lenguas rondándome.
Frunzo el ceño, niego cansado, no, no, no... Hoy no. Me pongo en
guardia, cojo fuerza, levanto los brazos. ¡HOY NO MALDITA SEA! No sé
dónde estoy, pero lo huelo: huelo toda esa muerte infecciosa, morbo
estomacal destrucción, demonios jugando a ser madres: dándole el
pecho a los hijos bastardos del planeta. Lanzo golpes al vacío.
Puñetazos fuertes y temblores inmemorables. Blasfemo mi estirpe
chillo grotesco. ¡Te voy a matar! Me cargo de fuerza, soy un
boxeador. Siento que se me revuelven las tripas. Las arcadas suben
hasta mi boca y caigo. Me pongo en pie, levanto los hombros agito los
brazos como un condenado. Me choco contra la pared, pateo la puerta,
lanzo todo al suelo, araño el suelo, escupo al aire, me doy de
hostias contra la ventana. Empiezo a sangrar. Lloro un poco.
Desganado pienso en alguien. Aunque no exista. Me siento en el suelo.
Me limpio la sangre de la nariz, veo una mancha negra en el suelo:
vómito de la naturaleza, sangre de mamá, niños al borde del
abismo: hoy es mi funeral.
De
mi estómago brota un bulto. Una mano infernal que se pasea por mis
tripas. Lo entiendo todo. El presagio: hoy es el día. Respiro fuerte
y jadeo. Toso y pienso en lo que ha sido mi vida. Rechisto los
dientes, tampoco lo hice tan mal. Tampoco fue tan mal. Nunca me
rendí. De mi boca sale un muerto. Babas negras placenta púrpura.
Veo unas garras apresurándose no tengo miedo. Y el (…) Con la
manga me limpio los restos de mugre de la boca. Niego con la cabeza.
Veo el feto, ¿dónde estoy? –Qué demonios es eso...– lo cojo
con resentimiento y asco. Lo inspecciono: lleva mi tristeza. Lo cojo
en brazos. Escucho una risa aguda y violenta. Miro a los lados y no
veo nada. Algo muerto ha nacido de mis entrañas. Soy padre de un
engendro. Palpo mi estómago y noto una protuberancia. Soy madre, soy
la madre del Infierno. Toco mis pechos. Soy madre y aquí yace mi
hijo muerto. Miro al techo: los demonios se ríen de mí, mil
espectros sonrientes. Malditos asquerosos. Me tiro de los pelos, esa
mierda de allí no es mía. Pero tiene mis ojos, lleva mi desgracia:
sólo puede ser mío.
¡Ese
engendro no tiene mi sangre! Lo miro. Alucino mi vida, papá en el
Infierno... toso sangre, caigo y caigo de rodillas. Veo al feto
muerto. Lo cojo en brazos... grito, caigo de rodillas, miro a los
lados, y caigo de rodillas y caigo y miro y caigo, lo cojo en brazos,
¿dónde estoy? ¿dónde estoy...?¿y qué tengo que hacer con
alguien que ha nacido muerto? ¿Qué hacer con algo que no debería
ser?
Cierro
los ojos y escucho una voz. Asiento con la cabeza, pego el feto a mi
cuerpo, llevo su cabeza grotesca y horrible a mis pechos y dejo que
mame. El muerto mama de mi alma. Traga toda mi sangre toda la leche
de mi cuerpo. Las bondades de ser madre. Suspiro aliviado. Al menos
no te he dejado solo. No te abandono, no te he traicionado... ¡aún
cuando eres abominable, un asesino de asesinos, un demonio de
demonios! Siento que me desvanezco. Siento sus colmillos clavándose
en mi carne. Noto cómo brota un hilo de sangre. Suspiro tranquilo.
Menos mal que quería morir. Asiento con la cabeza, acaricio su piel
arrugada y cierro los ojos: me dejo dormir. Aliméntate hijo mío...
no mueras, come hijo mío, hijo mío come... y luego mátame. Yo no
quiero esta vida.
Y
el engendro traga de mi pecho y devora mi carne, se abre paso por mis
costillas, absorbe mis tripas y empieza a crecer. Come de mis
clavículas, destroza la piel de mis rodillas, deja huesos deja
deshecho humano. Y sigue alimentándose, se deja llevar, fluye por
las incertidumbres de mi cuerpo. Se siente afortunado. Cuánta
devoción por la maternidad. Contempla el mundo con alegría. Se lo
come todo. Dejando de mí sólo la cabeza. Y allí, en la soledad de
la habitación dónde le vi nacer entiendo que sólo soy un amuleto.
Gruñe, pide más, le digo que de mí no queda nada, pero él sigue
hambriento e insatisfecho. Su hambre es insaciable y yo ya estoy
muerto. Me entra una sonrisa estúpida qué hermosa es la vida.
*
«W»
***
El
castillo rompe en sangre
Familias
perdidas valores podridos
Cerca
el fuego del invierno
Muerte
muerte y destrucción
En
el lecho mojado no hay paz
Ni
siquiera decepción...
No
me aferro al crucifijo
No
me asusto: no hay náuseas
No
hay inocencia no hay nada
todos
vamos a caer...
seremos
hombres de miel
Guerra
fatídica de erradicación
muerte
muerte y fermentación
Cadáveres
púrpuras en las baldosas
niños
rotos muerto en miedo
Pena
pena fuego y destrucción
llanto
llanto hierro rojo desolación
vírgenes
hediondas en sangre extranjera
Hombre
tristes sueños rotos sangre tóxica
Cantarán
los locos
Bailarán
los niños
Matarán
aldeanos
Incendiarán
las casas
Degollarán
caballos
Quemarán
los campos
Intoxicarán
los pozos
Matarán
mil madres
despiertas
y con náuseas
Pero
al menos
yo
podré dormir
hasta
las cinco de la tarde
*
«Los
gatos lloran de hambre»
En la calle hace frío y los gatos lloran de hambre. El viento sopla rostros fantasmagóricos en el abismo de la mañana y en la cocina el frigorífico está vacío. Me he levantado de la cama con toda la buena voluntad del mundo, luego he levantado el dedo como si tuviera alguna gran brillante idea, y me vuelto a dormir.
A
las cuatro de la tarde no he podido más con la farsa y me he puesto
de pie. La espalda me dolía horrores y no podía mover el cuello. He
mirado el techo y sólo he podido deprimirme. Una lástima que no
hayan dos hermosas chicas besándose. Creo que eso sí me animaría.
Con el cabello sucio y la cara llena de sudor he bajado al
supermercado de la avenida. Tengo que comer algo aunque sea un
desperdicio. He caminado lento y cansado. Es increíble lo mucho que
agota estar deprimido. Parece que es una labor infinita. Quizá
debería volver al prozac, no lo sé.
En
la entrada una nigeriana saluda a la gente y pide limosnas. Intento
no decirle nunca nada. Es que verá, indigente, siempre voy con los
bolsillos vacíos. Debe pensar que soy el tipo más indolente de todo
el planeta. Un auténtico gusano. Un egoísta como Marina. Nunca le
doy dinero. Pero la verdad es que si tuviera, tampoco le daría nada.
Y en realidad su vida no me importa una mierda. De verdad joder, si
muere, si se ahorca, si llora, pasa frío o tiene hambre a mí me da
absolutamente igual. No siento pena, ni lástima, ni siquiera empatía
por esa pobre mujer. La veo siempre allí, de pie, pasando hambre y
frío... y para mí es como si fuera un árbol. Supongo que sí es
cierto y en realidad sólo soy el tipo más repugnante de todo el
barrio. Hasta yo mismo me doy asco. Me veo por las mañanas y me
digo: Sergio, das asco.
Cojo
un brick de leche, pan, y algo de embutido barato; y también una
lata de pepinillos en vinagre. Lo único que tengo en mente desde que
me levanté de la cama eran esos malditos pepinillos en vinagre.
Quería tragármelos todos de golpe. Saciar un vacío inexplicable.
Aunque también era cierto que sólo quería tragar hasta vomitar. Es
una terapia mucho más efectiva que ponerme a llorar. Qué ansia por
un poco de vinagre, por toda esa maldita acidez rompiendo toda la
hiel de mi estómago. Mi garganta me duele, los padres son farsantes,
el diecisiete del dos mil dieciséis Marina se suicidó.
Luego
he cogido cinco o siete cabezas de ajo y he pagado. El cajero no
tendría más de veinte veintidós años quizá. Él también anda
deprimido. Lo veo impreso en su cara. ¿También te drogas, hijo de
puta? Hace unos meses fue bastante amable. Pero también era cierto
que hace unos meses acababa de empezar a trabajar y era Navidad.
Supongo que en realidad no se puede negar que él trabaja para el
supermercado y yo sólo soy un sucio cliente. Un cliente muy sucio.
Así funcionan las cosas en la ciudad. Un chaval con futuro pierde el
tiempo entre pasillos con productos para la limpieza y un asqueroso
como yo, que ni siquiera le da limosnas a los mendigos, no tiene
ganas de ir a la facultad. Creo que estoy enfermo.
He
cogido dos bolsas de plástico y he salido bostezando. Qué sueño me
da vivir. Por el camino he recordado una canción antigua. Algo
movida, de los ochenta quizá, algo lleno de vida, no lo sé. Pero no
tenía ánimos de tararear nada así que me he concentrado en
olvidarla. Es increíble lo fácil que puedo olvidarlo todo. ¿Quién
soy? Ni puta idea. –Antes hice un intento por ponerme a bailar y
sentirme algo alegre, euforia instantánea, pero era imposible. La
tristeza de verdad no baila, sólo se arrastra. Soy una lombriz
resentida. No tenía ganas ni de caminar. A lo mejor mañana es mi
funeral. No lo sé, maldita sea. Ojalá sentirme con ánimos de
pegarme un tiro. Me duele la cabeza. Tengo jaqueca. Me duelen los
ojos. Creo que tengo cataratas. Pero hoy hace un día estupendo, eso
no lo puedo negar.
El
viejo bar de los chinos tenía un anuncio nuevo en neón pegado en la
puerta principal. Se podía leer bar y
una copa que brillaba y una cereza saltarina. Menuda porquería más
hortera. He sonreído. Sin duda ahora era todo un bar en toda su
decadencia. He suspirado cansado. En el fondo sé muy bien que yo soy
ese maldito letrero de neón. Eso soy, hijo de puta: una porquería
hortera en medio de toda la decadencia mugrosa de la ciudad. Un dos
por uno en el carrefour. Un caramelo que te regalan los chinos cuando
compras en algún bazar. Un poco de mugre debajo de las uñas, algo
de sida entre las piernas. Eso soy, y no me avergüenzo. En el fondo
lo admiro. Con lo fácil que es ser un tipo feliz y yo me cago encima
de infelicidad y resentimiento.
Estoy
deprimido. Y no es un chiste de esos que le cuentas a la gente. No
vas por allí diciéndoles: Escuchad, escuchad, adivinad quién está
hoy terriblemente deprimido –Para nada, colega. Es como una
realidad pegajosa que no puedes quitarte de encima. Es como que te
coge la lluvia en medio de la noche y tu casa está muy lejos.
Caminas con los zapatos encharcados. Y con el culo frío... Antes me
decía: Caray, muchacho, estás exagerando. Carallo carallo,
muchacho, te lo estás inventando. Si tú no eres así. –Pero ahora
lo veo de frente, ¿sabéis? Estoy puto deprimido y lo que es puto
peor: no sé puto por qué.
Me
he sentado en una de las bancas y luego me he dicho: pero si sólo
faltan unos pocos metros, colega, y luego está el hogar. El bendito
y puto hogar. Me he quedado quieto un rato y luego como el que
bosteza me he echado a llorar. ¿Hogar, mariquita? Qué será esa
puta mierda, me ha entrado pena, ¿sabéis? Si doy hasta puta
lástima. Cuatro días sin ducharme, con la boca pastosa, la lengua
blanca de tanto vómito, los ojos llenos de mugre y la frente
pegajosa. El pelo sucio y mucha sed que no se sacia con agua. Algunos
intentos por poner algo de orden. Limpiar el cuarto, arreglar los
libros, prender incienso. Nada sirve, joder. Dos o tres días ebrio
con alcohol barato. Apestando a decadencia. Viendo algo de
pornografía en el ordenador, escondiendo la cabeza entre la mierda
de los animales. Esnifando rubifen porque los gramos son muy caros.
Con algo de fiebre, tosiendo hiel, sangre y dientes. Creo que tengo
caries.
Allí,
sentado en una banca. Sucio y con flemas. He vacilado en coger o no
el teléfono móvil. Luego he intercambiado algunos monosílabos con
papá. Bien sí no bien igual. Adiós papá. Luego he colgado. El
hombre tampoco ha notado que lloraba como un niño. Papá es fuerte,
no le he vuelto a escuchar quebrarse. Tiene huevos el hombre. He
estado algunos minutos mirando la nada. Dos chicas besándose..., por
el puto amor de Dios. Me he tumbado en la banca y me he puesto a
dormir. Creo que tengo cáncer.
Me
he despertado sobresaltado. Por suerte nadie le roba nada a un hombre
que duerme en la calle. He vuelto a llamar a papá. Parezco un crío
que le tiene miedo a la luz del día. Otros monosílabos más. Nada
importante: burocracia familiar. No estoy desesperado, ni tampoco
estoy en las últimas. Ni siquiera pienso en el suicidio. Qué puta
vida más aburrida. Sólo quiero dormir. Evadirme. No pensar en nada.
Luego me he despedido de él diciéndole que le quería: me ha dado
asco escucharme. Papá te quiero papá te quiero tanto. No merezco
tus apellidos, hombre. Soy una maldita decepción. Al menos aún
recuerdo tu cara.
En
el salón he comido un trozo de pan con embutido y luego toda la puta
lata de pepinillos. Le tenía ganas joder. Así hasta que me ha
ardido el estómago y he tenido que ir al baño a vomitar. Maldita
rutina. Me he metido los dedos en la garganta y he vomitado como un
puerco. Miraba las baldosas del suelo y luego el hoyo en el váter,
he pensado en dos chicas besándose. Dos chicas muy guapas.
Chicas, mon
amour. Ay,
Dios Santo... Luego todo ha estado salpicado con deshecho humano. Y
yo, la gran mugre: allí, de rodillas. Rezándole al excusado.
Llorando como un cocodrilo. Me he frotado la boca y después he
tragado un sorbo de agua. Olía a muerto, sabía a metal. Mis ojos
ardían como el trasero de un niño desafortunado al que algún sucio
enfermo a sodomizado. Contemplé un rato la escena. Creo que soy
bulímico.
Con
el paso del tiempo he aprendido a vomitar como Dios manda. Es todo un
maravilloso ritual. Me quito la camiseta, me pongo de rodillas frente
al váter, pienso en algo desagradable, imagino que si no vomito
muero, y espero. La primera arcada siempre es gratuita, y es la que
enciende el vómito. Calienta la garganta y se dispone a nacer. Y
después es seguir tirando de la soga. Con frecuencia imagino que
meto los puños en el interior de mi garganta y busco algo que esté
podrido. Mi alma, por ejemplo. Quizá mi vida, no lo sé. Y luego
todo sigue su curso. La naturaleza sigue su camino y mis dedos rozan
la campanilla y termino vomitando hiel, sangre y saliva. Creo que
tengo sida.
Ronroneo.
Tampoco ha sido un mal día. Los árboles se secan, los gatos lloran
de hambre. La negra pide dinero, papá no dice mucho. Pero tengo algo
de dinero. Y por desgracia hace dos días la imbécil de Marina se
ahorcó en su habitación. Menuda pendeja joder. Su novio la encontró
morada y aún caliente. Conociéndola dejó también alguna nota
deprimente. Algo que habría escrito para mí. Pero que nadie leerá.
A veces no entiendo a los padres. De verdad. Yo también te quise
puta imbécil, y ahora me jodo y no leo lo que decías. En realidad,
ha sido un día de la puta mierda. Me cago en tu cadáver Marina.
Eres una jodida egoísta de mierda. Nadie puede confiar en un
suicida. Como mi día, tú también tenías buen aspecto, pero al
final, ha resultado que era un día de la puta mierda joder, y ya
está. La vida es así. El cielo es azul, las rosas son rojas, Marina
está muerta y Sergio está deprimido. Una obviedad.
*
«SICK,
ILL & PROXIMUM PROMETHEUS DEATHS»
Toda
la belleza del mundo contenida en un instante de tranquilidad: Falsa
apariencia. Quiero una muerte entre lápidas persistentes y
silenciosas. Mi cabeza no está bien. Algo anda mal: lo puedo sentir.
¿Qué será hoy, enfermedad o malestar existencial? Quise huir de la
destrucción del hierro y ardí en medio del invierno. Con los ojos
cansados y los labios morados. Y quién iba a decirme que huir del
Infierno era la verdadera enfermedad. Me escondo en la habitación de
un hombre muerto. Duermo quince casi veinte horas seguidas. Mis ojos
rojos y cristalizados en el estupor amargo de la madrugada. Mis cejas
no tienen ningún tipo de ironía: soy una marioneta en mi
inmundicia. Mi boca pastosa y agria. Mis pupilas dilatadas y
cansadas. Un dolor profundo en la carnosidad púrpura de mi garganta.
Mis amígdalas están condenadas: tengo la certeza. Toda la belleza
del mundo esnifada en un instante de calma. Los animales juegan con
sus depredadores hambrientos, las niñas pasean en el parque y juegan
al Hogar, y a lo lejos un hombre noble con su destrucción: un
pederasta las observa desde lo alto de un ático. Me sonrío: ya no
quedan asesinos en serie. ¿A dónde ha ido toda esa buena gente? Me
encorvo en la oscuridad de la habitación, hace tres o cuatro días
hice una limpieza en profundidad; apilé libros, afilé navajas,
clavé dardos. Llené un mechero con gasolina: incendiarme en un
instante de tranquilidad: un suspiro sublime, una calma arenosa y
cautivadora. El otro día cogí prestado el extintor de la escaleras.
Quise ir por todas partes apagándolo todo. En realidad sólo quiero
que todo se muera. Hace una semana que no salgo de casa. Malvivo por
voluntad propia, todo es mera convicción. Estoy deprimido y no me
enorgullezco de ello. Al menos ahorro agua y saliva. Mis héroes:
todos muertos. Mis días son grises las flores se mueren. Salgo de
vez en cuando de la habitación a mear en la vasija, verme los ojos,
tragar un sorbo de agua y vuelvo a la cueva. Respiro aire poco
oxigenado. Las persianas cerradas. Qué más da si es de día o de
noche. No hay motivo por el que salir fuera. No sé si algo me
importa. Mis días de auge y soberbia grandiosidad han acabado. Y yo
he muerto con ellos. Camino por el pasillo, me asomo por la ventana:
cuánta destrucción, cuántos niños felices. Madres trabajadoras y
padres enamorados de su descendencia. En el cenicero no quedan
colillas, en el Infierno no hay almas excitadas. Y en el cielo,
manteniéndose entre las nubes y rozando los límites de la voluntad
humana estoy yo manteniendo el aliento. Con tanta certeza de que
caeré, no hoy, ni mañana; sino peor aún, pronto. Muerto pronto.
Muerto por la mañana. Desde que no veo siluetas malditas, ni oigo
voces infernales, desde que no hablo con espectros, ni tulpas
hambrientos... desde que no hay alucinaciones, desde que no me drogo
con esperanzas brillantes, desde que no salgo de casa parece que no
hay nada que me alivie. Me arde el estómago, tengo la boca manchada
de vómito. Soy bulímico ocasional, un muerto en vida según la
época del año. Los días son grises, los Inviernos corrosivos. No
quedan almas limpias, ni niños felices. Rechisto con los dientes. Me
despierto, veo mis ojos en el espejo, el rostro rojo. Escupo saliva
densa y roja. ¿Dónde estoy? Pierdo la memoria, un oasis de
felicidad, estoy muriéndome, estoy enfermo. Tiemblo en frío, chillo
alucinaciones: no quiero ver a nadie, no quiero resignaciones, ¿dónde
quedé yo? No tengo ánimo, no tengo fuerzas... agonizo en medio de
la nada. Me retuerzo de dolor. Miro al cielo y no hay belleza... Me
vuelvo loco. Estoy enfermo. Miro el cielo aterrizar entre castillos
rotos. Trago saliva. Y en el cielo se ve precipitarse un gran trozo
de carne. Me despierto después de dos meses dormido. Tengo el cuerpo
agarrotado y el cuello contracturado. Una expresión de desasosiego
invade la comisura de mi boca y todos los pecados han caducado.
¿Estoy limpio? Hace un rato una risa histérica y demoníaca me ha
consumido en un gruñido agudo e hipnotizante. Estiro el cuello, mis
manos tiemblan. No siento frío, no tengo calor... Mi garganta sabe a
sangre, hace unas horas bajé al supermercado a comprar pan leche y
helado. Es una terapia muy limpia. He encendido la televisión para
pasar el rato. Miro por la ventana. No hay almas, el suelo está
húmedo, llueve, los cerdos gruñen. Los vecinos del quinto b están
jodiéndose el culo. Respiro fuerte, mi madre me manda mails y no los
leo. No tengo dinero en mi cuenta corriente. El otro día besé a un
demonio. Le saludé atento, levanté las cejas y le dije: ¿Qué hace
usted por aquí? –y me respondió jocoso y vicioso– quiero
joderte el alma. Me reí parsimonioso: ¿Alma? Si de eso yo no tengo.
–Hagamos un pacto. –Estoy a los huevos de ver muertos. –Muchacho,
muchacho, ¿tanta estima por tu alma? He camino por la ciudad de
noche, cuando todos estaban en casa lamiéndose las heridas y
cantando melodías infantiles. Alegres con calefacción amable. Papá
se ha tragado su lengua. Lo último que me ha dicho ha sido: “Hijo
mío, este es el final, pero no te preocupes..., si no puedes decir
nada mejor que el silencio, ¿para qué hablar?” Juro que he
intentado detenerle, pero ha sonreído y señalado el cielo, me ha
guiñado un ojo. Luego a estirado la lengua y la ha mordido
suavemente. Acariciándola con los dientes. Después, mirándome a
los ojos, intentando darme una lección de vida, ha cogido su cabeza
y la ha estampado contra la mesa hasta que su mentón ha sido un
martillo y la sangre lo ha salpicado todo. Hace unas semanas un
imbécil casi me rompe la cara. Hace unos días casi mato a un
cobarde en una reunión de amigos. Quise destrozarle la cara a
puñetazos. Me he contenido: iba ebrio, le he dicho a uno de los
muchachos: quiero matar a ese tipo –No, Sergei, no. Ahora no. –Pero
mírale, cree que no tiene miedo y está cagado en vida. Hace bromas,
menea el trasero y cree que se ha ganado el cielo o lo que es peor:
cree que tiene paz y calma. –Sergei, tranquilízate. Hace unas
horas casi me explota la cabeza al vomitar tan fuerte. Noté las
venas llenas de sangre forzada. Los capilares estallando. Una vez
estrellas rojas en lo blanco: manchas de guerra. Guadañas malditas.
Salía del supermercado con pan leche y helado bastante animado. No
era un mal día. Abrí uno de los helados, hace tiempo que tenía
ganas de comerme algo fresco. Algo que no esté muerto, y la verdad
es que lo he disfrutado, pero después todo eran plegarias romanas.
He mamado uno de los polos hasta que toda la nata ha eyaculado en mi
boca. He tragado. Sergei no escupe: sino traga. Luego he abierto el
brick de leche y he bebido un sorbo. Y luego otro. Y así hasta que
mi estómago ya no ardía. He abierto otro paquete de helado –gula,
hijo mío– hasta el fondo. Pan, he mordido pan hasta reventar. Qué
asco, noto la arcada en la garganta. ¿Dónde anda Dios cuando
necesitas que te metan los dedos en la garganta? He respirado hondo.
Ebrio y solitario, el mundo se ha hecho de barro, y los caballos se
cagan en cualquier lado. La verdad es que sólo soy un asesino. Me
levanto por la noche, agitado, hambriento de dolor, chillando
asustado: alucinaciones malditas, niños muertos, gente imposible.
Hace frío. He dormido tantas veces en el metro que cuando veo a
algún policía diciéndole a un vagabundo que no puede dormir en la
calle desearía reventarme de hostias contra la autoridad. Ojalá un
duelo de caballeros: a puño limpio. Resignado cabizbajo he caminado
por la ciudad, con los ojos hediondos en odio, y la boca ardiendo en
rencor. He mirado a los ojos de Dios y sólo he visto a un Demonio
con una máscara festiva. Me ha dicho que no me asuste, que la
máscara sólo es un jueguete. He arqueado las cejas –si a mí me
da igual lo que hagas. El otro día me decían que debíamos matar a
Dios. Obviamente me reí, ¿sabes? ¿Matar a Dios? ¿Quién puede ser
tan obtuso? –Dios se ha meado encima. Se ha quitado la cara de
bondad y ha asomado una barba eclíptica y unos ojos perversos y
oscuros. Que quiere mi alma otra vez –no sé, tío, a mí déjame
en paz un rato, ando deprimido y hoy no quiero jugar... Abro los ojos
acabo de nacer. Mi madre me sonríe tiernamente, la veo a los ojos,
acaricio su mejilla. Luego no puedo evitarlo. Cojo su cuello, veo su
nariz delicada partirse. Sus labios chorreando sangre y mi puño en
lo alto. Como un saco, y reviento a hostias y reviento a hostias y
mamá llora en el suelo, se le caen los dientes –¡Hijo mío; hijo
mío, pero yo te quiero...! –suplica. Sonrío –y yo a ti mamá,
yo también te quiero. Pero la vida es así. Miro el techo, arañas
expandiéndose por los ojos del cielo. Miro mis manos: manchadas de
odio desprecio y muerte. Papá balbucea algo abre los ojos está
loco. Se le cae el pelo, se ha clavado agujas en los ojos..., gime y
jadea, se mea encima. Me acerco a él. Acaricio su mejilla: ¿Papá,
qué te han hecho? –sonríe y jadea. Suspiro fuerte. Papá...,
¿quién ha sido? Señala una foto. ¿Él?, le digo. Asiente con la
cabeza, empieza a darse contra la pared. Chilla asustado, gruñe como
un cerdo. Se revuelva en el suelo en un pantano de orina y vómitos.
Me entran náuseas. Trago saliva y me aproximo a la foto. Cojo el
marco con solemnidad. Y veo en la foto toda la destrucción de mi
herencia. Maldita sea, si allí está toda la familia junta... y en
mis ojos una cruz, una línea roja: yo no soy no pertenezco. Me
sonrío, chillo histérico. Me quiero matar. Me levanto, movido por
el impulso de mis caderas. Miro el cielo, un abismo, una gran boca
negra: Una tarántula tarareando canciones para niños. La perra del
otro día ladrándome: recuerdo mi infancia. Un niño golpeándome la
cara con el puño. Me sonrío. Trago aliento, respiro saliva. Miro al
frente. Un revólver cae en mis manos lo palpo, le doy al click veo
las balas. Apunto al frente, luego a mi cabeza, abro la boca, me
recreo. Cierro los ojos. No muchacho, sé un chico bueno. Trago aire,
suspiro. Rechisto con los dientes. Disparo al cielo. Baja, putita
astral, baja y nos reventamos a hostias mal nacido. Baja Dios hijo de
tu putísima santidad. Cuanta soledad y inmundicia tiene el pobre
niño Jesús... tener que hacerse hombre para poder hablar consigo
mismo. Menudo esperpento. Mirad, por allí va Jesucristo, llorando
porque Rodrigo le ha pegado con el puño. Me sonrío. Si todo el
mundo lo sabe, bestia inmunda, todo el mundo sabe que mi sufrimiento
es el tuyo, que ni siquiera eres manual..., escúchalo bien y
agoniza, desgraciado. Tú sólo eres el piloto automático. Ni
siquiera eres chatarra. Dios no ha muerto, sólo es un rompecabeza
para niños retrasados. Por eso nos entendemos tan bien. Miro el
continente entero. Me río, su puta madre. El otro día miré dentro
de los ojos de Jacky boy y sólo encontré maldad. Su lengua
perfilándose, sus ojos adoloridos. No me asusté: entre serpientes
nos reconocemos. Me mordí los labios y le besé en la boca. Qué
hermoso muchacho, podrido desde dentro, jadeando sufrimiento,
llorando cruces, meándose encima cada vez que recuerda los
infortunios de su vida. Y yo he matado tantas veces que sólo soy un
asesino. Bastardo mío. Estiro la mano y tiemblo: santa devoción,
espasmos colaterales. Miro el cielo: pronto caigo. Yo ardo y sufro en
mármol de medio día. Noches tristes, ancianos cansados. No tengo
resignación, no tengo ganas de caminar, levantarme de la cama. Y es
lo normal, ningún drama: la gente sufre, los niños se mueren.
*
«Hit
da ground»
In
her tomb by the side of the sea
Edgar
Allan Poe
*
En
la tumba junto al mar en el espasmo Voltaire: Sara Lee
en
el cielo nublado carcajadas mi alma rota llora niños majaras
Mi
estirpe afónica reclama desesperación tu nombre Sara Lee
En
las sombras de las farolas los ancianos tristes y grotescos
sin
media cara caminan por la ciudad y los niños rotos ausentes
se
lanzan al vacío y chocan contra el sucio y frío pavimento
porque
nunca más...,
¡por
qué nunca más respirar...!
En
el cielo una cruz
en
la tierra sólo muertos
Dónde
estás Sara Lee
dónde
estás que no te siento
En
la tumba al ras del suelo
Cementerios:
miro el cielo miro el mar
Gorgojos
mecánicos mares insectos de metal...
Nadie
suena odas melodías máscaras de oxígeno sangrante
Aún
te siento
aún
te lloro
Almas
rotas
niños
tristes
Sara
Lee
dónde
estás
Mil
veces brillantes
tus
ojos magnesio
verde
musgo
tu
nariz
tus
labios
jóvenes
y
fugaces...
Todo
en ti duele
y
luego a Dios le pregunto
que
si muero hoy
–Oh Dios
Padre...por favor–
muérase
yo contigo
¡Eres
mi última voluntad!
¡Y
en el insomnio: sólo tú!
¡Y
en la pesadilla: sólo yo!
¡Sara Lý,
por qué... por qué!
¡Por
qué tan pronto... Sara Lee!
Epilepsia
espiritual
peso
muerto almas rotas
Mis
pasos son torturas
mis
rodillas explotan...
Y
la ciudad inmersa en polvo extranjero
Lluvia
ácida mortajas desnutridas
Las
nubes suspiran cansadas:
Sara
lee
silencio
mío,
Sara
Lý...,
alma
mía: por qué...,
por
qué tan pronto
Niños
vivos
infantes
fuimos
Dedos
serpiente
mismo
gólem
misma
sangre
Mis
labios en los tuyos
tus
manos en mi cuello
Hazme
daño yo lo pido
Hazme
daño lo necesito
Ojos
grises labios y dientes
–Nada
va mal–
Sara
Lee
mientes
fatal.
Manos
tuyas en mi frente
Pupilas
ardientes
Labios
tiritando
¿Sara
Lee?
¿...que
todo iba bien?
Tus
dedos en mi nuca
tus
labios en mi oído...
Tus
ojos afilándose
malestar
de medio día
la
tristeza de tu pecho
mi
corazón latiendo fuerte
Sara
Lee
Sara
Lee
Oh,
alma mía...,
por
favor
no
me dejes aquí solo
¡aquí
no conozco a nadie!
Oh,
alma mía, no me dejes
no
me dejes morir...
Tristes
muecas
tumbas
frías
niños
guía
Junto
a la tierra muerto el mar
Junto
a tu tumba muerto yo
¡S
a r a L e e!
Me
recuesto asfixiado
contra
un árbol muerto
y
con tanta exactitud sé
que él está
más vivo
que
yo...
Amor
joven desalmado
Dios
Padre me han castigado
Obligado
y ninguneado:
a
tragarme todos los dientes
partirme
la espalda
nadie
queda para mí
No
tengo luz
no
te tengo aquí...
...y
yo Dios Padre
¡Y
yo Dios Padre!
¡Entre
lágrimas y odiseas!
¡Y
yo, Dios Padre, yo te maldigo!
Tu
Reino Pavimento Sepulcral
¡Por
qué me habéis hecho esto!
Reina
muerta y mía envuelta....
en
formol clínicas de funerarias
No
queda piel no quedan ojos...
muchachita
mía Sara Lee
¡Sara Lee!
(...) ¡Sara Lee!
¡Sara
Lee me estás matando!
Almas
vivas canciones limpias
juntos
vacilando a la gravedad
Inmersos
en sudor y caricias
Tus
ojos clavados en mi rostro
tus
labios húmedos palpando mi cuello
Tus
manos sujetando mis clavículas
Tus
piernas cruzando mis caderas
Bálsamos
éramos...,
juntos
florecíamos...
¿Cómo
suena la mar?
Sin
ti absoluta oscuridad
No
ha vuelto a amanecer...
Y
yo, Sara Lee, yo...,
respiro
sólo por inercia
Las
nubes traicioneras soplan
viento
helado sobre mi nuca
El
cielo blasfema tu nombre
Sara
Lee... sin ti yo no existo
Lejos
de mí la ciudad
Lejos
de ti maldita eternidad
Y
tú muerta, ¡Sara
Lý!
¡Y
tú muerta!
Agonizo
entre palizas salvajes
No
te olvides..., no te olvides que yo
no
te olvides..., no te olvides
que
reviento tus puños
contra
mi tumba
Muerto
estoy
muerta
estás
¡Sara
Lee!
En
mi hogar
no
queda nadie
ni
aire ni frío
ni
recuerdos
ni
lamentos
t
o r t ú r a m e
¡pero
no te vayas!
muerte
ausencia
ni
perfume tuyo
ni
súplicas mías...
¡SARA
LEE!
Las
nubes soplan histéricas
los
cielos llueven ácido
El
sol hiede y muere en fiebre
Sara
Lee, sin ti no queda parnaso
Una
tumba sepultada
donde
esconder mis ojos
Arrancádmelos
¡yo
no los quiero!
Nunca
más Sara Lee
nunca
más...
que
tus manos estén frías
que
tus ojos sean cristal
que
tus labios sean muerte
¡Tú
no sabes lo que se siente!
Y
tus manos que delineaban el aire
y
tus ojos brillando en la noche desnuda...
Sin
ti no hay noche sin ti no hay guerras
En
la tumba y junto al pavimento
en
el suelo y llorando...
Memento
mori
un
hombre asustado
golpeando
el pavimento
rompiéndose
los tobillos
En
la tumba y junto al pavimento
en
el suelo cruzando la demencia
Un
niño enamorado
sin
dientes
ni
orgullo
rompiendo
el
pavimento
Y
en tu tumba
amor
mío
y
junto al pavimento
rompiéndose
los nudillos
un
anciano desnutrido
con
los dedos tercamente retorcidos
y
la sangre por el cuello
la
soga cercana
el
revólver cargado
rompiendo
el pavimento
Pronto
alma mía pronto...,
Pronto
junto a ti...,
Sara
lee
…enséñame
a dormir
enséñame
a morir
Con
los puños en lo alto
la
nariz húmeda en sangre
Con
los ojos encendidos
y
los labios contraídos
un
niño se precipita
a
la nada: al vacío
Con
los puños en el pecho
y
los nudillos descubiertos
empieza
a romper sus muñecas
en
el suelo frío pavimento
y
en la tumba
de
un mal muerto
un
tuerto que murmura
Las
rodillas
y
la cabeza
y
la tumba
y
la mortaja
y
el infierno
y
el cielo
y
la nada...
Unos
ojos agónicos
labios
carnosos
Eterna
tu figura
Tu
mentón silencioso
Tus
párpados afilados
Arcángeles
explotando en odio y envidia
Como
mortales clínicos y enamorados
Robándote
el aire de los pulmones
¡Dejadla
vivir!
¡Dejadme
a mí morir!
Muriéndome
de sueño: Sara Lee
En
el cosmos asaltando estrellas: Sara Lee
Rotos
con los puños coliseos griegos: Sara Lee
En
mi momento supremo en tu lápida la ausencia: Sara Lee
En
tu tumba
cada
vez más cercana
en
mi muerte tu corazón
en
la nada nosotros dos
en
el infierno todos
los
arcángeles de Dios
en
el aire una lágrima
en
el subsuelo destrucción
en
el ácido de la lluvia
en
las luces del sol
en
la nada vegetación
en
el mismo y frío pavimento
una
nube que suspira
en
la lápida de los cielos
un
corazón que late muerto
Sara
Lee (...) Sara Lee...
Y
en la lápida que no late
en
el vaho de la noche
los
animales indefensos
observan
en la intemperie
del
cementerio
a
un niño suicidarse.
«Sara»
Bebo
vino fumo papel
Sara
no me habla
te
quiero beber
Bebo
tinto
de
caja granel
Sara yo te
quiero
no
te dejes querer
Canto
himnos
Te
veo atardecer
Sara
tú me erizas
no
te dejes tocar
Vine
ebrio
no
me dejes beber
Dejarme
matar
sólo
para verte
nacer
*
«Inconsciencia
e insomnio de la psicosomatía gutural del ojo derecho (vol. 2)»
Despierto
con el ácido en la boca del estómago, y toda la angustia lasciva de
la estirpe humana se evapora de mí. Abro los ojos como un búho
hambriento y rujo como una bestia cortejando a otra. Acicalo mi barba
con determinación y muerdo mis muelas. Frunzo la nariz, y pego una
honda calada, noto que mi ojo derecho está despejado. Toda niebla
inmunda e infame ha desaparecido. El mundo es un lugar maravilloso, y
hasta habitable. Las órbitas de mis ojos dan mil vueltas alrededor
de mi cabeza y mi frente se carga de una importante cantidad de
vehemencia. Podría lanzar rayos láser con ellos. Estalla de mi
pecho una ambiciosa necesidad de estirar las piernas, ver mundo.
Salgo a recorrer los kilometrajes infinitos de la calle. Pasear libre
por el mundo. Sin caos, sin dolor y sin melancolía.
En
las baldosas de sus calles no queda ningún rastro de indiferencia.
Ni un ápice de desfachatez humana. ¡Maldito género! Ni tampoco hay
titanes dispuestos a devorarte, ni tampoco, pornografía
arquitectónica. De esa que se aprovecha de tu ceguera para
convencerte de que el buen camino es el que lleva tiene senda más
iluminada. Las casas de cristal están hechas para los cobardes.
Porque el único camino que existe es el de la tortura. El negror de
la casucha rancia. Los toros negros e inmensos recibiendo la estocada
final, cayendo a la arena como sacos condenados de músculo y muerte.
El alma animal difuminándose entre los mangos de las espadas. Los
cuernos santificados de la bestia noble. Y luego, el salvajismo de
los inocuos. Porquerías grisáceas, mierdas hediondas, bastardos
acomplejados con sentimientos de superioridad.
Estiro
los hombros y me dispongo a fluir como un charco de alcantarilla. No
hay nada que me represente más que ser un charco de heces humanas.
En sí, todo lo que soy es un desperdicio humano. No tengo salvación.
No tengo futuro. No tengo ambiciones. Excepto una que se queda muy
lejos. Una ambiciosa necesidad de estirar mi alma hasta romperla.
Tensar los músculos del cuerpo y salir corriendo: que el mundo me
vea correr así como yo le he visto encerrarme. No estoy loco.
Padezco de un síndrome, aquel que dícese del que está trastornado
porque la realidad le chuta demasiada cocaína. Si la morfina del
mundo es la autocomplacencia, la coca o el crack de éste es la
realidad. Soy un yonkie vicioso y morboso, me chuto mala mierda,
la heroealidad me
afecta al cerebro. Me deja hecho un Cristo, perdido, con los
pantalones mojados y la sudoración por los cielos. Tiemblo frío,
sudo angustia.
El
mundo, pese a todo lo que es, no fue hecho para mí. Yo debí haber
sido una persona sin consciencia. Un lisiado mental. Alguien mucho
más tolerante con las ventiscas del mundo perverso. Nadie puede
darme un elixir salvador. Nadie tiene tanto aguante cómo para
soportar por las noches mis sollozos repulsivos.
He
visto una foto de mi papá cuándo era feliz. Su rostro hinchado y
alegre. Los mismos ojos que siempre ha llevado, las cejas arqueadas,
y la boca hacia arriba. Sus pómulos marcándose y dejando ver el
brillo de la cámara en su calvicie. Me he separado de la pantalla
bastante afectado. Me he cogido de las orejas y me he puesto a
llorar. ¿Cómo le digo a papá que el mundo tampoco ha sido hecho
para él?
Padezco
de inconsciencia e insomnio. Me derrito en un bálsamo ardiente de
reglas rojizas. Mi madre debió abortar, el amor de mi vida debió
haber sabido que sería un error, mi hermana debió cortarme los
huevos con sus tijeras infantiles cuando tuvo ocasión: ¡Por favor,
no dejéis que mi sabia se expanda!
Sufro
de indiferencia. El mundo me ha vomitando encima, y yo llevo la misma
ropa sucia y acre de hace diez días. Tengo rastros de leche y
proteína líquida en la ropa. El pelo sucio, los ojos rotos, el alma
intoxicada. ¡No me dejéis aquí solo! ¡No me dejéis vivir,
agonizo de pánico! ¡Dios Padre, yo te maldigo!
*
«Inconsciencia
e insomnio de la psicosomatía gutural del ojo derecho (vol. 1)»
Hasta
la más mínima brisa podría tirarme contra el suelo. Estoy en un
estado de enajenación mental y de locura muy extremo. Los ojos se me
dilatan como dos cigarrillos en los labios de mil vagabundos
perdidos. Mis sienes laten pesadamente y mi pecho se cierra mientras
que la realidad se distorsiona y se aproxima. Con esfuerzo y
sobrecogimiento logro afilar el ojo derecho para poder ver y
sobrevivir a las inclemencias del mundo. Me late el ojo, se cubre con
una neblina espesa, mientras la gente mantiene su posición y se
jactan de sus aciertos festivos. Un carrusel de bienaventurados,
santos católicos, santos cristianos y santos evangélicos profanando
el agujero carnoso de sus hembras. Todos juntos para hacer mi día a
día más llevadero, una terrible agonía. El mundo se dilata y se
desestabiliza. Padezco de perplejidad. Sufro de una terrible
hipersensibilidad. Y cuando ello ocurre, todas las miradas del mundo
me golpean en la cara. Como el bofetón de una madre inmunda.
Y
mientras me retuerzo sobre mis talones, agitando las manos, pidiendo
auxilio, me voy difuminando en el horizonte que se hace inmenso y
oscuro. El mundo no está hecho para mí, el mundo no me representa.
Ni las cruces, ni los jueces, ni Dios anidan en mi hogar. No hay
manera de escapar. Y esos ojos pardos que me miran me destrozan.
Por
un instante creo oír algo, y Las Pupilas de cabello largo se ríen
de mí. Me señalan viciosas y lascivas. Gruñen sus bocas y arquean
las cejas. Todo se corrompe a mi paso. Los rostros se deforman para
ser espectros demoníacos e intolerantes. Agonizo con cada pestañeo,
cada paso, cada respiración, siento que el infierno me respira en la
nuca. Que el útero me ha abandonado a mi suerte demasiado pronto.
Camino
por las calles asustado, perdido, paranoico y cada vez que intento
hablar, compruebo, angustiosamente, que esa ni siquiera es mi voz.
Tartamudeo. Las lágrimas de Cristo corroen mis mejillas. Si Dios
viera lo que agonizo. Si me viera, de verdad, en la intimidad de mi
habitación. Hecho una cruz, rojo, abatido. Con la nariz pelada, los
nudillos reventados y con el cuello marcado por la asfixia de la soga
próxima. No me queda refugio. El mundo se desmorona a cada instante.
Y de pronto, un atisbo doloroso de indiferencia. En los ojos de
alguien que siento cercano. Me desprecia con todo el sudor de su
cuerpo. Me vuelve un inútil, un desadaptado que se vuelve loco por
intentar sobrevivir. Y es esa misma mirada la que me mata.
Son
los ojos de mi madre que, con los labios fruncidos me escupe en la
cara que lo único que tengo en la cabeza es mierda. Y lo sé, mamá,
sé que sólo tengo mierda, pero no hace falta que hablemos de eso
justo ahora. Que me quite sus apellidos del alma, que no me los
merezco. Pero si yo nunca pedí tenerlos, si yo nunca quise estar
aquí.
Me
habéis parido al mundo y luego pretendéis que os de las gracias. El
mundo es una tortura, y los ojos pardos que me miran y me desprecian
hacen tanto daño en mi pecho que siento que me voy a volatilizar. El
aire es pesado y húmedo. El sol brilla rabioso, pretendiendo
hundirnos en el magma de la tierra. Los árboles crecen deprisa para
alejarse de mi paso. Y la gente a la que le debo la vida me reprocha
no vivirla. Que estoy muerto. Estoy ebrio de sueño, cabizbajo,
atontado y cansado. Mis párpados se cierran, me arde el alma. Mi
sangre hierve en mis venas, y mi lengua, antes bífida, parece un
gran tazón de mugre caduca.
El
cielo se nubla, el tiempo se vuelve arrítmico. Y la única voz que
escucho por las noches es la de un demonio que se mofa de mí y me
despierta: ¡Eres tú! –Me grita. Y lloro desesperado, sé que lo
peor que puede pasarte es escuchar voces.
Y
siempre que caigo en el pozo de la desesperación escucho una voz
infame y gutural que se recrea en mi pánico. Eres tú... –Me
susurra al oído. Eres tú –Me dice mientras camino por los pasillo
del mundo, buscando agua bendita o evadirme. ¡ERES TÚ! –Me chilla
mientras agonizo y desesperado me clavo en la frente las mismas púas
de la corona de Dios.
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