domingo, 17 de septiembre de 2017

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«Diario: un pájaro muerto, mugre, y desesperación»


En la nada, un muro y un pájaro muerto. Con los ojos cerrados lo reconoces. Sientes cómo suda tu cabeza. Te encuentras frente al puro desperdicio humano que eres tú. De tus ojos salen moscas y de tu lengua un aguijón que te inyecta veneno. Un lamento sigue a otro, el sueño se esfuma, miedo a levantar la mirada. Pánico a contemplar el horizonte. Todo se encoje en un mismo puño. Y ese puño te estruja el cuerpo. Nadar en la miseria de la existencia. Sucias esperanzas, llegar a doblarte y llorar por estar vivo, la angustia de no poder mantener la compostura. Sin ninguna esperanza. Sin ningún rezo te aproximas a lo inerte. Tumbas frías y camas viejas. Despejas tu frente y en tu garganta muda sólo hay un puño de nudos. De súbito te ves cara a cara con el miedo, y lo digieres torpemente mientras te asfixias con tu propia respiración. El miedo es la depresión. El miedo es la inmovilidad. La parálisis de cualquier impulso vivo. Sientes una mano rodeando tu nuca y sólo te ves capaz de negar asustado con la cabeza. Gastas saliva en la nada, gastas oxígeno para un muerto, sol para una tumba joven. Un estado absoluto, la negación de la existencia. Una sincronización insoportable. Una maldad torpe, que te deja petrificado sobre tu sombra, un reflejo tóxico, enfermedad y cansancio. Infamia y voluntad, lejanía y ausencia. Miseria y lamento. Dios y la huida. El descanso y un accidente. Un insecto que bebe de tu cabeza, un animal que se muere y duerme en tu pecho.

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«El violador, el loco y el jardinero»

Paseaba hacia la clínica florida donde está ingresado mi nuevo amigo Rafael, el violador esquizofrénico que se entretiene podando los árboles y dándoles formas cúbicas, y en el camino andaba confiadamente sumergido en reflexiones y pánicos. Rafael me esperaba a las 7 y eran aún las 5, yo paseaba dando anchos rodeos bajo el humo gris que acicala helicópteros que zumban entre rascacielos que chorrean brillos azules de mugre intemporal. Las angustias del siglo XXI pueden llegar a ser ridículas gracias a Internet y las exigencias constantes que nos permite hacernos los unos a los otros, y más ridículas y angustiosas cuando uno cayó sin duda enamorado pero al mismo tiempo se deslizó bajo la pesarosa sed de la Unión Eterna, como le susurraría ancestralmente a sus gacelas Ibn Arabí, "mi pasión es por los rayos y sus fulgores, no por la tierra....", y se obstina en dicha unión eterna por vía electrónica, y le entrega su confianza y la fuerza de sus suposiciones a la velocidad de la luz, y acomoda sus miedos al parpadeo descosido de éstos cacharros. Pero cuando me repongo de mi cobardía voy a parar a un lugar mucho más horrible: la teoría, es decir, las rendijas de la ceguera, y termino incluso pensando, y así de mal paseo.

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