*
«El
violador, el loco y el jardinero»
Paseaba
hacia la clínica florida donde está ingresado mi nuevo amigo
Rafael, el violador esquizofrénico que se entretiene podando los
árboles y dándoles formas cúbicas, y en el camino andaba
confiadamente sumergido en reflexiones y pánicos. Rafael me esperaba
a las 7 y eran aún las 5, yo paseaba dando anchos rodeos bajo el
humo gris que acicala helicópteros que zumban entre rascacielos que
chorrean brillos azules de mugre intemporal. Las angustias del siglo
XXI pueden llegar a ser ridículas gracias a Internet y las
exigencias constantes que nos permite hacernos los unos a los otros,
y más ridículas y angustiosas cuando uno cayó sin duda enamorado
pero al mismo tiempo se deslizó bajo la pesarosa sed de la Unión
Eterna, como le susurraría ancestralmente a sus gacelas Ibn Arabí,
"mi pasión es por los rayos y sus fulgores, no por la
tierra....", y se obstina en dicha unión eterna por vía
electrónica, y le entrega su confianza y la fuerza de sus
suposiciones a la velocidad de la luz, y acomoda sus miedos al
parpadeo descosido de éstos cacharros. Pero cuando me repongo de mi
cobardía voy a parar a un lugar mucho más horrible: la teoría, es
decir, las rendijas de la ceguera, y termino incluso pensando, y así
de mal paseo.
Sirva
éste pequeño párrafo desordenado para dibujar lo mustio de mi
espíritu en el momento en que me tropecé con Algo, y sirva nada más
que para eso, por favor. Las estridencias de Algo no pueden ser
contadas de momento. Ya la noche anterior me había preguntado: si
consigo pensar que los sueños son puertas, ¿qué soñaré? Y allí
tuve la respuesta (y porque era respuesta, no la contuve) de la que
ahora dudo porque ya no es entonces, pero la pude tener,
completamente despierto, no muy lúcido pero al menos esponjoso:
hasta mí llegaron ciertas visiones que no sé cómo tratar más allá
de ellas, pero para eso me he puesto a recordar escribiendo el camino
a Rafael el violador esquizofrénico, el interminable camino en que
de pronto, entre reflexiones y angustias, empecé a sentir que
desaparecía y tuve que ponerme a canturrear para ver si se pasaba la
sensación.
Un
suave silencio inmaterial me tomaba... No había nada que hacer al
respecto, sólo abrir los ojos y dejarse: también existía el
peligro de desaparecer en el intento de resistirse a desaparecer. En
seguida empecé a notar que algo en mí no funcionaba, o que
funcionaba demasiado. En resumidas cuentas, sentía que iba a
entrevistarme con quién sabe qué personaje ajeno a la exposición
habitual de mis sentidos. (Aclararé que no estaba drogado, y que sí
había dormido y comido algo) En efecto, y sin dejar de caminar ni
por un momento, por miedo a morirme, vi una especie de óvulo blanco
flotando en el aire, una gelatina de ingenuidad enfrascada,
suspendida sobre mi cabeza. Qué más da, dije, y casi río, qué más
da si eso es Dios. Se le ve bien falto de persuasión. Un Dios no es
Dios si se le puede mirar siendo Dios, es decir, sin inmutarse.
Entonces, como respondiéndome, desde el centro del huevo se fueron
quebrando círculos sombríos hasta formar un remolino oscuro que se
hundía, y finalmente se me mostró un abismo de colmillos móviles,
desde el que se abalanzaba y retrocedía, como una lengua, una
serpiente gris. El abismo hablaba:
¿Quieres
mi secreto? Estás mintiendo al verme. Estás mintiendo al apartarme
de ti. Estás mintiendo si no mientes.
Palabras
que yo, por supuesto, no entendía, y ni siquiera estaba intentando
entender, porque el miedo a ser mordido por esa boca flotante me
paralizaba. Los ojos de la serpiente eran fuego. Pero entonces empecé
a oír sollozos que no eran la voz del abismo y que provenían de sus
profundidades. Fuera de mí, imaginé seres atrapados ahí dentro y
asumí la misión de salvarlos. Me arrojé hacia la serpiente y
agarré su cabeza con ambos brazos, apretando hasta que el monstruo
tuvo que tragarme.
Caí
por túneles completamente a oscuras hasta un agua brillante. La
separación entre luz y oscuridad era completa. El agua cegadora no
podía iluminar nada más allá de sí misma. Emergía para respirar,
me asomaba a la superficie y de nuevo no veía nada. Me sumergía, y
el resplandor dorado del líquido apenas me permitía abrir los ojos
y disinguir algunas burbujas escapando de mi boca. Así que empecé a
salpicar a mi alrededor con esa luz, y al ver que algunas gotas
chocaban contra estructuras sólidas, empecé a adivinar cómo era el
lugar donde estaba. Salpicando las paredes de la cueva pude iluminar
mi camino mientras nadaba. Me acordé de los llantos y empecé a
oírlos al mismo tiempo, pero venían de todas las direcciones, así
que tuve que elegir un llanto en particular hacia el que dirigirme,
lo que me hizo llorar a mí también. Iba llorando y nadando, con mi
llanto confundido entre los otros, hacia un llanto de niño. Cuando
llegué al origen, vi que no era un niño sino un anciano, y las
lágrimas que corrían por su cara eran luz como en la que yo nadaba,
luz recorriendo su cuerpo y demostrándolo igual que yo había
demostrado anteriormente las paredes, porque de otra forma no podría
haberse visto nada de él. El anciano estaba apoyado en la pared.
Traté de hablarle pero casi no hubo modo de que me escuchara, además
yo tampoco podía parar de llorar. Sólo pude preguntarle una cosa:
¿Sabes...
si hay algo más que humanos por aquí?
¿No
oyes los llantos?-
me respondió- Ahora..
¡hip!... estamos solos...
No,
yo sé que no... -murmuré
para mis adentros, rabioso, y me sumergí definitivamente, tratando
de llegar lo más abajo posible. Pasé un rato hundiéndome más y
más, con fuerza creciente, y en el momento en que dejé de
preocuparme por morir ahogado, salí de nuevo a una superficie, lo
cual no hubiera tenido sentido, porque se suponía que estaba boca
abajo. En ésta nueva superficie había luz. De hecho, ya no existía
el agua. Yo estaba subido a una escalera, junto a un árbol, y
llevaba puestos unos guantes enormes, con los que sujetaba unas
tijeras de podar. El árbol estaba cortado de forma cúbica.
"¡Rafael!"
oí a mis espaldas, e instintivamente me giré, y era yo llamádome.
*
«¿Por
qué escribo?»
He
caído por el silbido negro que disecciona los encantos. Rayos a mi
izquierda, sombra a mi derecha, pero rendirse sería un truco
también. Me rindo, me rindo, me rindo, mírame, me rindo, ¿adivinas
qué voy a hacer? ¿A los ojos de qué ángel anhelado rendirse es
vencer, qué enfermedad ha llenado de público mis movimientos? Noto
vibrar mis huesos lentamente al caer otro rayo demasiado cerca, quedo
muy quieto bajo el párpado de nubes. El miedo me ha tenido postrado
dos meses en la cama. Mis huesos se quieren marchar. Hay rayos
cayendo a 30 metros, salen de un pararrayos que se ve desde la
ventana, me ciegan momentáneamente pero sigo tecleando aunque no
vea. Cierro los ojos y veo rayos parados, negros, palpitando sobre un
fondo amarillo. La ventana abierta de par en par a la lluvia. El
cielo está violeta, me empapo por la parte izquierda, y los libros
también, y los plátanos, y la taza se llena de lluvia y golpeteos
blancos. La desaparición se convierte en una verdadera actividad, es
más, en la única actividad posible y verdadera bajo la tormenta,
porque las palabras chocan con una pulpa gruesa de gemidos mejores,
por fin inútiles, sin que se les preste un sólo ardid
esperanzado... y porque las esperanzas se empiezan a divisar las unas
a las otras, y cobran conciencia como multitud y se derrumban,
arrítmicas, . Paso varias horas al día debajo de la cama, y
pensando una historia que ahora trata sobre piratas espaciales. La
música continúa, a veces a mi pesar. Voy a tener que hacer uso de
las drogas, y también voy a tener que perfeccionar mis capacidades
de evasión...
*
«Quiero
que el sol me lleve»
Desde
éste gris que anochece
viene
un canto, me pregunta,
no
sé en qué idioma, y sí sé
que
la respuesta es mi muerte.
Si
fui niño y mi voz nieve,
si
el sol que pudo habitarse
ya
es mar frío, si fui niño
quiero
que el sol se me lleve.
Pero
si aún me quedaran
rastros
de azul en el vientre,
si
aún tuviera yo dos ojos
para
callar y perderme,
piel
para entrar en la llama,
orejas
para asomarme
donde
el muerto se detiene,
si
no estuviera yo seco
me
daría de beber,
me
hundiría en los bosques siempre.
Pero
no hago más que herirme
intentando
comprender
si
éstas heridas son mías,
y
no hago más que ocultarme:
¿qué
horror me expulsó del río
donde
saber y olvidar
eran
lo mismo?
*
«UN
ASOMBROSO GIRO DE LOS ACONTECIMIENTOS»
Movimiento
es muerte
en
ojos tan buscantes.
Sólo
vuestras lenguas
quedarán
en movimiento.
Os
salvo de salvarme.
rubor
en las cadenas, herramientas de plumas,
recuerdos
urgentes y manos al cielo,
pasos
rellenos y dientes de pintura,
escobas
de lágrimas y nieblas infantes,
y,
por favor, bailes en circulación,
genitales
prestos, lunas soportables,
y
los incendios dentro de las órbitas,
porque
mañana el incendio
lo
taparán los pájaros
si
no sois tan imbéciles
como
el que está hablando.
*
«Sin
título»
-
No es lo que se dice, pues decirse se dice poco.
-
Se pudre en las llamas, es cierto, todos lo han visto, sus llamas le
pudren.
-
Un semáforo no es lo mismo que un ritual, desde luego que no, pero
obviar las similitudes aparentes debería ser delito.
-
Entiéndame, no es nada importante, litros de gasolina llueven sobre
mí, y huele tremendamente bien.
-
Sólo si me dice usted lo que piensa, pediré perdón ante su
majestad; y no es de buen ver que un alcohólico como yo le pida
explicaciones a las bestias creadoras, pero tendrá que aceptar mi
miseria, retorcerse entre mi mugre y saborearla como si fuera usted
un muerto de hambre desesperado.
-
Créame, entienda su misión, edifique mis pensamientos y escúlpalos
en hiel, que un hombre como yo no puede demostrar verdades lejanas
ante ratas apáticas.
-
*
«Querido
cielo»
Sube
por los aires el fuego donde anida
mi
sed: éstos últimos pasos son los de un ángel
y
suben por el cielo hasta las entrañas
pensativas,
sube la lumbre de mi sangre
rociando
cada esquina del salón nunca rozado
y
todas las estatuas me miran de soslayo
y
dios en su escritorio se alegra de mi carne
ya
no te desafío, soy del bando de las nubes
me
trajeron aquí la enfermedad y la música
la
enfermedad altanera y las caricias que suben
me
trajeron a tu garganta hilada con olvido
pero
tú, luz, también absorta balbuceas
y,
recogiendo duda, recorres los jardines
de
tinta de mis venas y no sabes qué sembraste
también
mi eco inválido cae sobre ti
querido
cielo, y palpitas como cualquiera de nosotros.
*
«SOL»
***
Tengo
dedos porque el frío se ramifica.
Soy
una sombra: el frío me ilumina
y
me obliga a soñar, a mí
y
a mi corazón cazado por el cristal.
***
Éste
sol tiene una corteza de ojos,
y
los días se cubren de una brisa borrosa
y
yo ya no doy frutos, suplico una razón
a
los muñecos impredecibles, a las nubes,
y
mientras los que viven leen “aún” en ellas
y
los que mueren trabajan y gritan satisfechos,
yo
sólo veo en las nubes la enésima advertencia:
si
das un paso más morirás de amor y pena.
***
Doy
mi paso y la muerte no da el suyo,
y
la muerte nunca encuentra el camino hasta mí,
y
la muerte se equivoca en cada gesto mío:
vivo
seducido por máquinas y el sol,
trapecista
más ajeno y repetitivo,
me
responde sólo con otra ejecución,
con
más espectáculos intransigentes.
Éste
sol es un cajón cerrado
a
mi corazón soñado por el cristal.
***
Naturaleza
es el nombre del momento
en
que todas las respuestas han muerto,
todas
salvo una:
han
muerto todas las preguntas.
***
rompedme,
porque quiero verme
inundadme,
fangos delicados
que
remueven a las alturas
donde
yo estornudaba
mi
nuevo nombre, y mi dolor
bebía
sin parar
***
*
«ARDILLAS
AUTOMÁTICAS»
Sobre
ésta especie de prosperidad letárgica en que discurren las
sociedades del capitalismo avanzado.. Quizás nuestras sociedades
estén en el camino de devolver al hombre a su estado más reactivo y
animal. Me explico: el hombre es una criatura intrínsecamente
carencial, está instintivamente infradeterminada, lo que quiere
decir que no viene al mundo con un paquete de instintos o un código
claro de estímulo-respuesta que le permita orientarse solo. El
hombre puede no
ser como una ardilla a la que le tiras una piedra y huye como si se
le disparase un resorte. Los automatismos están ahí, pero el hombre
puede aplazarlos y, al parecer, distanciarse de ellos para
observarlos y, si es posible, trascenderlos. Ésto tiene que ver con
el proceso biológico de neotenia. A razón de ésta posibilidad,
surge la sociabilidad, y también la ya mentada capacidad de
postergar la satisfacción inmediata o pulsión, capacidad de la que
brotan la conciencia del tiempo y la pregunta por la libertad. En
lugar de satisfacer su sed inmediata, el hombre puede distanciarse de
ella y comenzar una investigación, lanzarse a buscar modos de
emplear el mundo para satisfacerse mejor. Ésta investigación es, en
el fondo, el germen de las dilatadas fuerzas de previsión,
expectación y expedición que caracterizan al hombre. Sin embargo,
en éstas épocas y sociedades podemos decir que el potencial
inquisitivo de los hombres, esto es, sus movimientos de prever el
mundo y de generar expectativas con respecto de él, trascendiéndolo
así, se han fagocitado a sí mismos: parece imposible prever o
esperar nada más allá de las sociedades hipertecnologizadas e
hiperconsumistas. Pero si se anulan éstas fuerzas, el hombre vuelve,
quizás, a un estado inicial, básicamente reactivo, como el de otros
animales: el hombre ha fabricado, por fin, su propio paquete de
instintos irrefrenables, a partir de las retroalimentaciones que se
dan en el triángulo consumo-tecnologías-burocracia.
*
«LA
DISECCIÓN DEL ALBA»
Oigo
que llaman a la vida
el
único refugio
PAUL CELAN
El
indio de cristal mira extraviado las tripas del alba revolverse en
murallas lívidas y rojas como páramos de sangre, como olas de
dioses enfermos
Amanece
roto el día en la pupila gigante de las fábricas
Ante
él se abren el paisaje de la ejecución, la lluvia y los tejados de
sombras perdidas y las catedrales lentas del vacío
Algo
le falta en sus manos nacidas al invierno. Qué busca el niño en la
tormenta
En
los gritos de nieve, en la inundación fría que es el corazón del
mundo. Qué busca entre las columnas de pájaros, entre las cortinas
de su piel...
Instrucciones
para saber si no estás o no en el infierno.
Muy
sencillo:
Si
quieres saber si estás o no en el infierno, significa que estás en
el infierno.
Si
hay gente a tu alrededor intentando convencerte de que éste no es el
infierno, entonces estás en en el infierno.
Si
levantas la vista y ves cientos de personas, estás en el infierno,
sobre todo si hay butacas.
Aunque
esté sonando Beethoven, estás en el infierno.
Si
no le encuentras sentido a la palabra "infierno", estás en
el infierno.
Si
hay una biblioteca demasiado cerca, estás en el infierno.
Si
no puedes esconderte, seguro que estás en el infierno.
Si
te conduces casi arbitratiamente y todas las decisiones son amargas,
y los juramentos, risibles, entonces estás en el infierno.
Si
hay una bandera ondeando sin ironía, estás en el infierno.
Igualmente,
si todavía sueñas, o crees que algo no muere, estás en el
infierno, pero muy cerca de la salida (la salida infernal)
Z.
*
«Canción
a la noche»
es
inútil conquistar
un
circo
es
peligroso
dar
tu amor a la estrella sin cielo
es
peligroso
dar
tu amor a la estrella sin cielo
*
«Trampa
y Tormenta»
TRAMPA
Entonces
hay una muchacha haciendo girar tres aros rojos alrededor de su
cuerpo, y es muy hábil y sonríe, y también es hermosa como si
prometiera desnudarse. Parece rusa, y soy incapaz de calcular su
edad. Tiene cara de niña, pero ya no puede ser una niña. Lleva una
falda negra. Muchos le dan dinero. De pronto, llega un policía y
le hace algunas preguntas. La niña sonríe al guardia mientras
responde, pero él ni la mira, tan sólo escribe en su libreta y
gruñe. Le tiende un papel y se marcha. La jovencita vuelve a pasarse
los aros por el cuello y agita diversas partes de su cuerpo. Un aro
le gira en torno al cuello, otro en la cintura y otro en los
muslos. Muchos viejecitos la rodean y asienten con la cabeza.
Entonces
hay una adolescente que llora mientras habla por teléfono y chupa un
cigarro. Su cara se contrae. Me acerco a su conversación, pero al
momento entiendo que se trata de un amor rompiéndose, y me aparto
muy rápido porque no creo ser capaz de oírlo sin echarme a llorar
yo también. Me voy tan aprisa que remuevo el aire y el humo que la
rodea se eleva rápidamente en espirales. Las últimas palabras que
distingo son "no
sé qué va a pasar..." y
lloro igualmente.
Entonces
hay una treintañera rubia y muy pálida parada en medio de la plaza,
mirando a todas partes con la boca entreabierta, atónita. Sonríe a
veces, habla consigo misma. Pasan quince minutos sin que su expresión
varíe y, cuando he dejado de prestarle atención, oigo un "¡coññño!"
"¡es necesario que llueva!" Me
giro y la señora está arrodillada, tocando el suelo con las manos.
Un
hombre corre a mirarse en un espejo.
Miles
de pájaros cruzan el cielo claro, y la luna blanquísima yace al
fondo, con los dos picos apuntando hacia arriba. Creo que son
gaviotas, y vuelan muy alto, acunadas por ráfagas tranquilas, y se
cagan sobre nosotros y contribuyen a la poesía. Seguro que los
pájaros, como pueden recorrer el cielo, tienen una inmensidad
distinta a la nuestra y más factible. Creo que las especies
voladoras deben ser más enamoradizas, supongo...
Entonces
llego yo, asustado y arruinándome a mí mismo. Pero lucho contra
aquello y procuro no pensar. Miro de nuevo a la niña de los
hula-hops, que sonríe, bendita, impenetrable, y sonríe en otro
idioma. Un hombre mayor se pasea muy despacio con pan en una mano y
una máquina de respirar en la otra. Tiene cables que le entran por
las fosas nasales. Es el rey del oxígeno, y le da de comer a las
palomas viejas que siempre se juntan adormiladas en la estatua del
caballero. Las palomas, de tan débiles, ya no luchan por la comida.
Se toman su tiempo para llegar a las migas, y si otra paloma se las
quita, cambian de dirección, con paciencia hasta conseguir
tragar algo, cualquier cosa...
Suena
música, gorgoritos femeninos, creo que es Beyoncé a todo volumen en
alguna parte. Muchos sonríen al escucharla, y un señor sin dedos y
con el rostro desfigurado (su labio inferior es tan grande como mi
puño) sonríe también, creo. Se detiene en medio de la plaza
como extasiado, mirando al cielo. A veces he visto a ese hombre pedir
en el metro, diciendo "no
tengo dedos, no puedo trabajar".
A
mi lado una pareja se besa constantemente, sonríen y confluyen, casi
no hablan... sólo se agarran las caras con las manos mientras les
palpitan los ojos. Largas miradas. Hacen una foto en la que yo
también he debido salir. Quiero partirme por la mitad. Miro mi
móvil. Leo "la mujer que me matará".
Me
voy olvidando de la plaza, se avecina el fango de estrellas, la
oscuridad empieza y tiendo a confundirme y a caer en el dolor
imaginario, a concluir cosas horribles sobre Elsa. Ya no puedo
luchar, estoy pensando, inequívocamente estoy pensando porque ya no
veo nada de lo que me pasa alrededor. Pero desde el fondo de mis
calvarios artificiales, yo procuro recordarla a ella, a ella. Lucho,
trepo la montaña de carroña y me grito que no hay motivos para que
esa angustia crezca en mí y, es más, odio precisamente una angustia
que viene de la alegría, ¡la odio...! ¿Es posible no temer
lo que no existe? Porque, ¿es posible no ser abandonado?
Entonces
nuevos gritos interrumpen mi envenenamiento interno, y creo que la
mujer rubia de la lluvia está ahora coqueteando con los gitanos.
Suenan palabras bellísimas, claras y profundas. Oigo "te
voy a empotrar".
La mujer empieza a desnudarse y los gitanos quedan paralizados de
miedo. Ella se marcha riendo estridentemente, y a mí también me
entra risa. Ahora hay un grupo de unos treinta ancianos dando vueltas
en círculos alrededor de la fuente donde estoy sentado, y blanden
banderas republicanas y proclaman "ni
olvido ni perdón", "todos
los días a esta hora venimos a protestar...", "Nos han
quitado la memoria" , "¡Libertad!"
Me
aparto. Subo al piso más alto del Corte Inglés para ir al baño. La
última planta es la de los juguetes, y reflexiono idioteces, ¿el
cerebro de Dios es un juguete? ¿Dios piensa a través de juguetes?
¿qué es lo que está jugando conmigo? ¿cuántos dinosaurios
en miniatura podré robar a la vez? Al cabo de un rato salgo de la
tienda con los bolsillos llenos de dinosaurios y apenas
pensando en Elsa (esta vez alegremente pero al borde del llanto)
compro una cerveza y me meto al tren. Son las siete y media.
No
sé adónde ir.
En
el tren, una señora mayor no aparta la vista de mí ni un segundo.
Está muy gorda y tiene un gesto agresivo. Le cuelgan serpientes de
los ojos. No me atrevo a sostenerle la mirada. Creo que es una bruja.
Me saca la lengua. Un hombre, en otro vagón, grita algo sobre
África. "¡Venid
a morir a África! ¡Mejor morir en África que vivir en
trenes!" Dios
mío, no hace falta leer a Kafka para leer a Kafka. El tren se
bambolea y bebo, agrietándome, a punto de acuchillarme o algo así
sólo porque me parece nosequé de ella. No iré a casa. Dios mío,
soy mi culpa.
TORMENTA
*
«Telepatía
repugnante»
hay
esqueletos andantes en las calles de barro. Los techos son lonas y
plástico, las paredes son de basura, el cielo hace chof, chof, creo
que es también barro azul arriba, y todos ellos caminan con ritmo
desprotegido, aún los de apariencia más salvaje, los más anchos de
espalda. Son por general bajitos, y hacen lo que hacemos, ríen más
que yo, se enamoran, les entra la sombra, pero todo ello con el la
muerte o dios por fuera y los pies descalzos hundidos en el barro.
Oigo tres orgasmos venir de alguna parte. La mujer ha chillado de
placer con tres voces distintas.
vine
deliberadamente a un lugar muy pobre de la ciudad pero no puedo
soportar ciertas impresiones, visiones, así que me siento en el
suelo, con la espalda apoyada en una especie de pared y los ojos muy
abiertos. un niño viene a sentarse a mi lado, y sin mirarle le
pregunto que qué tal le ha ido el día. El niño levanta la vista al
cielo, y se da cuenta de que, efectivamente, un día está acabando,
y de que atardece. Me da golpecitos el hombro, riendo, y me cuenta
que su madre está muy triste, que él no quiere ir a dormir a su
casa porque su madre se molesta mucho con él cuando está triste.
Cuando me giro para verle me doy cuenta de que es un niño feísimo,
tiene demasiados ángulos y la cara hinchada, y está bizco. Hablo
más con él, siempre en tono de burla, y jugando llegamos a decirnos
todo lo que importa en éste mundo, hasta que se hace de noche y las
calles quedan casi a oscuras, si no fuera por unos faroles que
cuelgan cada 20 metros de algún palo. Nos levantamos para volver y
el niño parece haberse olvidado de todo lo que hemos hablado: ha
comprendido mejor que yo
no
me queda aliento ya, cuando voy regresando por las calles
encharcadas, alerta, y he dejado al niño tras de mí, en la puerta
de su casa, preguntàndose si entrar o no. Empiezo a llorar de
impotencia universal...... Elisabeth... qué haces... qué hago...
las estrellas no hacen ruido sobre mí, pero sí puedo desconocerlas
con las orejas, y las escucho, juro que he escuchado las estrellas,
estando por otra parte seguro de que el niño lloraba justo en aquel
momento
Unos
motoristas me vienen siguiendo. Tiro la cartera y el móvil a un
matorral, camino unos minutos más y me detengo, haciéndome el
despistado. Efectivamente, los motoristas venían a por mí. Uno me
saca la navaja y me aprieta el cuello con su manaza. Se ha puesto a
llover y me doy cuenta en ese momento, porque su mano está llena de
lluvia y el cuello se me enfría instantáneamente. Me dice móvil
cartera, todo, rápido. Su compañero vigila alrededor, nervioso.
Tienen la cara hinchada como la del niño, con los labios tachados y
los ojos picudos. Levanto las manos, digo no llevo nada, perdona,
acaban de robarme otros. ¿Otros? Se miran. Me palpa todo el cuerpo
mientras maldice, me hace quitarme las zapatillas, las coge y busca
dentro. Nada. Las tira con rabia al suelo. Hay una verdadera tormenta
desatándose sobre nosotros. Estamos calados y con el pelo mojado. Me
pega con el mango de la navaja en el pecho y dice mierda puta
chingada y se marchan. Regreso al matorral, cojo mis cosas y sigo el
camino, lloviéndome encima, juego a repetir el alfabeto en mi
cabeza. ¿Qué es lo primero que me enseñaron? ¿Qué es lo primero
que aprendí? El agua resbala calle abajo, está oscurísimo
¿Es
posible que yo sienta lo que estás haciendo tú ahora, Elisabeth, es
posible sentirlo a distancia? ¿dirías que no? ah, pero ¿no lo
dirías demasiado rápido? es cierto, sería una desgracia haber
descubierto la telepatía, y más desgraciado aún sería llamar
telepatía a una imaginación especialmente furiosa. No estoy seguro,
claro, no creo ser el nuevo Leonardo Da Vinci de los pasadizos
neuronales, pero dudar más de lo que siento, eso no puedo hacerlo.
Me ha ocurrido otras veces. Una intuición se me desborda y me ofrece
certezas corporales ajenas a las mías, es decir, adivinaciones que,
por supuesto, rechazo, pero sí... te siento girando, conversando, g
A éstas estupideces me he entregado al volver a casa, pero al menos
no notaba el viento helándome éste cuerpo mojado. Aún estoy mojado
escribiendo ésto
Querría
sustancias para olvidar en qué lugar de mi cuerpo o del mundo están
mis ojos. Afuera en la venana el cielo de la noche parpadea, y yo
permanezco en esa incrédula inmovilidad que tu ausencia me ha dado,
con la ventana abierta y la lluvia empapando la moqueta, elucubro
formas de recoger rayos con mi cuerpo sin tener que morir. Hay una
fábula china en la que un hombre cruza un bosque incendiado, y al
salir le preguntan con asombro si no se quemó con el fuego, a lo que
el hombre responde: "¿qué es el fuego? Yo no sé nada de eso".
Por desgracia, sé qué son los rayos: son descargas de plasma que
está a 27.000 grados. El cielo vibra. Tengo termiteros dentro de las
piernas, y miento a todo el mundo sobre mi salud. Luego se diría que
sufro con afán, lo diría yo también. El resultado de mi discreción
rebotando contra las paredes de la angustia es una fatalidad para mí,
porque da la sensación de que podría, en realidad, estar más
tranquilo. Podría tener un jardín. El cielo brilla. Telepatía
repugnante. Dame una señal. MÁTAME SI ESTÁS AHÍ, SEÑAL, OH,
SEÑAL, SóLO CREERÉ EN TI SI ME DAS UNA SEÑAL... LOS RAYOS ESTÁN
JUSTO ENCIMA DE MÍ. TRUENA DESDE TODAS DIRECCIONES.
O
mio babino caro, mi piace é bello BELLO
vo'andare in Porta Rossa
*
«Caos
cristalino»
Ya
no veo personas, veo cuellos largos y escamosos que salen del suelo y
no llegan al cielo
(una
serpiente de tierra caliente, idiomas de peonzas)
Tengo
que deliberarlo violentamente:
me
hago flaco y de corazón blanco, temo a la bóveda celeste, escucho
reptar las lenguas luminosas, el bosque está en la esquina,
al
fondo aguardas, bajo el mismo manto, tampoco bastas para que viva,
pero algo extraño debe estar bastanto.
¡Por
qué sustituyo hablar por pensar?
*
«Una
visita»
Me
encontraba yo cruzando una zona muy escabrosa del país, unos montes
extraños, azotados durante todo el año por largos vientos,
cubiertos noche y día por una constante tormenta negra. La
naturaleza de este lugar suspiraba verdaderamente, y se dejaba agitar
con una flexibilidad y una delicadeza muy extrañas, como si
estuviera dispuesta a desaparecer, pero al mismo tiempo acostumbrada
a resurgir.
El
paraje gemía y mis pasos iban volviéndose cada vez más estúpidos,
rápidos e incómodos: había que luchar con las ráfagas de aire, y
la lluvia me tenía empapado y muerto de frío. El abrigo que llevaba
no era suficiente, y no tardaría demasiado en anochecer. Yo
sabía que no mucho más abajo se encontraba el fondo del valle, un
lecho hundido entre las montañas, escondido de tal forma que los
vendavales no lo alcanzaban. Suponiendo que algún pueblo tendría
que haber allí, corrí por la ladera de la montaña en esa
dirección, buscando el cobijo que alguien pudiera darme.
Ya
casi de noche, tropezando de agotamiento y murmurando oraciones
inventadas por el camino, salí de la tormenta para llegar abajo.
Helado, con temblores hasta en los ojos, contemplé dónde estaba: un
pequeño prado, nada más. Levantando la vista pude verme rodeado de
alturas, y cómo una oscura masa de nubes devoraba las cumbres
indiferentes. Por todas partes retumbaba el eco de los truenos, y
mientras buscaba con la vista la luz de algún hogar, pude escuchar,
a mis espaldas, una risa apenas audible, casi ahogada por el
estruendo.
Lo
primero que vi al volverme fue una pequeña cabaña de madera en el
linde del bosque, a menos de cien metros. A través de sus ventanas
brillaba con fuerza un fuego verdoso. Después, a pocos pasos de
donde yo me encontraba, distinguí a un hombrecillo pálido tumbado
boca arriba sobre la hierba, con los brazos abiertos y la vista fija
en aquellas nubes. Estaba desternillándose, y su risa sonaba de una
manera asombrosamente desagradable y difícil de compartir, como una
risa secreta, inconfesable, nacida del cansancio. Al momento se me
ocurrió que quizás aquello, más que una risa, era un llanto que
había pasado demasiado tiempo a solas, un llanto que se había
olvidado de los otros llantos. Me incliné sobre él, y pregunté:
-
Perdone la interrupción. ¿Es usted el dueño de esa casa de allí?
-
¡Eso no es una casa! Es el ataúd de mi incomprensión, el absurdo
con paredes, la miserable construcción sin cielo, el...
-
Pero espere... ¡Lamento haberle ofendido! Lamento que se
ofenda usted así... ¿Bueno, pero es suyo eso o no? -quise insistir,
señalando al fondo del prado
-
Sí, sí, sí, es mío- y pronunció "mío" con retintín,
como si la palabra fuera entre comillas.
-
Oh... y, perdone la molestia, pero quería pedirle, si le parece
bien, que me dejara dormir con usted sólo esta noche. Mañana
partiré al alba...
-
¿Dormir conmigo? - casi gritó el pequeño hombre, mirándome por
primera vez y sonrojándose- pero...
-
¡No quería decir eso! Me refería a alojarme en su casa. Míreme,
estoy empapado... y hace frío. ¿No nota el frío?
-
Claro que lo noto. Yo siempre noto el frío...
Después
de un largo silencio se incorporó apresuradamente, como si acabara
de caerse. Quedándose ahí plantado frente a mí, se puso a mirar a
su alrededor, al parecer buscando comprobar algo. Ahora podía
observar mejor su engañosa fisionomía: su rostro pequeño, recto
y ansiosamente inteligente. Nada en ese rostro lo hacía parecer
confiado, salvo quizás algo de crueldad en la mandíbula. Su mirada
y sus manos, animados por nerviosismos infantiles, hacían
movimientos parecidos: iban lejos y luego regresaban tristes, o
parecían anticipar algún horror y entonces, paralizadas, cobraban
una falsa seriedad.
Aquel
hombre volvió a mirarme un segundo, y luego bajó la vista, diciendo
a media voz:
-
Está bien, está bien, quédese. En la cabaña no hace frío,
entremos.
-
Muchas gracias- respiré aliviado.- De verdad, perdone la molestia.
Empezamos
a caminar muy deprisa y en silencio, pisando la hierba susurrante,
sin dejar de oír los truenos sobre nosotros. Antes de entrar, el
hombre se detuvo, exclamando:
-
¡Yo soy mucha más molestia que usted! Eso no lo dude. ¡Crédulo,
no es más que un crédulo, y no para de pedir perdón! - esto último
lo dijo mirando arriba, a la tormenta, como si allí hubiera alguna
autoridad ante la que acusarme.
-
No haga caso, es una costumbre. En realidad no tenemos por qué
hablar.
-
Pues sí. Hablaremos, tendremos que hablar algo. Si no hablamos,
parecerá que nos damos igual, y si nos diéramos igual no habría
razón para que yo le dejara dormir en mi casa.
-
¡Ah! ¿Ahora sí es su casa? Creo que está usted jugando...
-
¡Calle y entre! -rió.
Me
encontré de pronto en medio de una biblioteca iluminada por el
fuego. Las paredes eran estanterías rebosantes, y en el centro
de la estancia había una alfombra negra. Al fondo, una cama y unos
utensilios de cocina. Oí la puerta cerrándose detrás de mí.
-
Duerma en la cama. Yo leeré. No descanso jamás, por increíble que
le parezca. Siempre digo eso: no descanso jamás. Usted debería
hacer lo mismo, no descanse jamás, si es quiere asegurarse de
algo... Cada sueño es un dueño. ¡Já!
Me
dirigí a la cama y comencé a desvestirme en silencio mientras
escuchaba ruidos metálicos a mis espaldas. Al fin me decidí a
hablar.
-
Oiga... ¿por qué vive aquí, en medio de la nada, a la sombra de
una tormenta que no acaba nunca? ¿Qué hace en un lugar así?
-
Me escapé de casa y...
Mientras
hablaba, el hombre había cogido un cuchillo y se estaba abalanzando
sobre mí. Era pequeño y débil, y pude reducirle tan fácilmente
que pensé que se trataba de una broma. Pero al momento descubrí que
no: él me miraba con ojos compungidos y furiosos, y deliraba:
-
¡Deja de creer en Dios, o te mato! ¿Quién eres? ¡Dímelo! ¿Qué
quieres? ¡Yo no he matado a nadie, yo soy inocente! ¡Mataré al que
crea que he matado a alguien! ¡Dios me ha acusado injustamente, Dios
ha mentido sobre mí, y no deja de mentir en ningún momento...!
Estoy roto... -y se echó a llorar, echándose la alfombra por
encima, estremeciéndose y convulsionando.
-
¿Pero qué hace? ¡Yo no creo en Dios, yo creo en Alguien! ¿Hay
alguien que no exista? - repliqué, furioso yo también- Pero ahora
empiezo a dudar de que usted sea alguien... ¿Por qué intentó
matarme, a ver?
-
¿Por qué lo intenté? Lo intenté, sí... ¿Y por qué? ¡Yo iba a
matarle, a usted...! Bueno, le confieso -su expresión se suavizó un
poco, haciéndose indecisa, y hablaba con un hilo de voz- que nunca
antes tuve que responder a esa pregunta. Tendrá que responderse a sí
mismo, porque verá... soy inexperto... el matar siempre me ha dado
buenos resultados. Mire, si quiere le enseño... Acompáñeme...
El
hombrecillo señaló la puerta de la casa y, sin dirigirme una
mirada, caminó hasta ella y la cruzó, cabizbajo. Yo le seguí.
Afuera lloviznaba dulcemente y en el cielo ya se debilitaban los
colores del atardecer. Al echar un vistazo a las nubes que seguían
clavadas en las montañas, me percaté entonces de lo horrible
que sería la oscuridad en medio de ese bosque. Al cabo de unas
horas reinaría por allí una oscuridad total, y me di cuenta de que
prefería pasar la noche con un asesino antes que andar metido entre
las sombras, sin ver ni oír nada humano, a merced de mi propia
imaginación. Me condujo hasta una especie de huerto que había en la
parte trasera de la cabaña. Con gesto ojeroso y apenado, me señaló
unas coliflores y susurró "verá..."
Me
acerqué y vi que no eran coliflores, sino cabezas de personas, que
asomaban, inexpresivas, con los ojos cerrados y las bocas
entreabiertas. Sobre todo me extrañaba que no se hubieran
descompuesto todavía, pero en seguida vi un rociador de pesticida al
lado del huerto, respondiendo a mi pregunta. Junto a mí, él me
miraba desorientado, inofensivo, y se paseaba de aquí para allá,
como si los hechos hablaran por sí solos y aquello tuviera que
quedar zanjado lo más pronto posible. No parecía comprender por qué
nos quedábamos tanto tiempo mirando su huerto. Era evidente que
deseaba cambiar de tema, y yo le hice ese favor.
-
Entonces, ¿me dará cobijo ésta noche, sí o no...?
-
Claro, claro. Todo ésto es muy inusual... ya le he dicho que no
duermo jamás, pero podemos hacer algo, algo grande ésta noche.
¿Usted quiere hacer algo grande? ¡Por ejemplo, no intentaré
matarle de nuevo! En lo que a eso respecta, creo haber comprendido...
-suspiró.
-
Me alegra su buena voluntad... ¿Y qué es eso tan grande que podemos
hacer?
-
Si le parece... uno de éstos visitantes trajo consigo una botella.
Creo que es ron. Podemos beber y conversar, si le parece, a ver
adónde llegamos. Yo ya le he dicho que no hablo, que nunca hablo,
salvo cuando me despisto. Es una idea que siempre me repito: hablar,
hablas cuando no sabes. Pero sospecho que con usted se puede hacer
algo más que hablar. Emitir sonidos, hacer saltar imágenes,
transportar quintaesencias o simplemente reír, todas esas
operaciones están de más si no esconden un esfuerzo mucho mayor, si
no sostienen una especie esperanza ilimitada, que corre por detrás
de todo eso... no sé si me explico.
-
Naturalmente... Para mí se explica de maravilla. Yo también creo
haber sentido que hablar sin esperanza no es hablar... Pero entremos
a la casa, por favor, ¡su huerto me está dando náuseas!
-
Oh, lo siento... vamos, vamos adentro, por favor.- dijo, echándole
una mirada fulminante a la tierra oscura.
Una
vez en la casa, nos sentamos junto al fuego y el hombre sacó la
botella de ron. Sentí que las paredes llenas de libros se
ensanchaban y empezaban lentamente a respirar, como si aquello fuera
un hogar. El baile de las llamas nos rodeaba con oleajes de luz
rosada. Estábamos sonrientes y callados, y un insólito compañerismo
se había apoderado de nosotros, de tal forma que nuestros
movimientos, los suyos y los míos, se respondían alegremente entre
sí. Tenía la sensación de que ninguna desgracia podía ocurrir
ahora que estábamos frente a frente, dos extraños que sin embargo
no necesitan comprobar nada el uno del otro, y se contemplan con
ironía, infundiéndose valor y aliándose en silencio.
-
Entonces, ¿qué le trae por aquí? ¡Beba! - me tendió una copa
llena.
-
Un viaje... voy de un bloque de hielo a otro. Ahora marcho hacia el
sur del mundo. Pero no se crea, porque cuando llegue allí daré
media vuelta y me volveré al norte. ¿No es de risa que los extremos
del mundo sean dos bloques de hielo? Ya he ido y vuelto tres veces, y
siempre me sorprende esa blancura, y los vendavales helados... es
como si en esos lugares la naturaleza se volviera amnésica. Ahora
que lo pienso, creo que ésto me ocurre porque no he encontrado el
amor. Si encontrara el amor, supongo que me quedaría en el sur, o en
el norte, o en el medio, da lo mismo. Lo he visto muchas veces,
ocurre así: las personas se quedan en lugares inesperados. Pero no
para mí. Creo que es una maldición. Desde que era niño no puedo
enamorarme: allí donde debería estar la cara de una mujer sólo veo
una niebla incomprensible. Donde debería escuchar su voz, sólo
consigo oír música. A veces presiento que estoy mirándolas a los
ojos, pero en realidad están de espaldas, y si en algún momento
creo estar hablando con ellas, entonces no me responden, me
abandonan...
-
¡Oh, el amor! -rió el hombrecillo- Es usted muy
interesante... ¿Sabe? Yo también viajé, pero mi viaje terminó, y
acerca del amor sólo tenía conmigo con dos verdades
contradictorias: que todo el mundo ama, y que el amor es lo más
escaso que hay. ¡Ahora, ya lo ve, yo me dedico a la miseria! Eso no
es muy distinto a vivir en la ciudad. Me dedico a rendirme, conque no
sé cuándo me he rendido... conque huya de aquí. ¡En serio! Le
diría que saliese por la puerta y escapase ahora mismo, porque en
el fondo le aseguro que usted lleva la razón: no hay nada más
corrosivo que alguien que se ha quedado en alguna parte por motivos
ajenos al amor. ¡Así que corra! ¡Fuera, largo! ¡No hable con
difuntos! -seguía riéndose, pero en sus ojos había lágrimas.
-
No, ésta noche no, por favor -supliqué, recordando la oscuridad
exterior...- No llore, le diré algo bonito. Escuche- dije,
levantándome y extendiendo los brazos como un ave tropical, sin
darme cuenta del ridículo que hacía:
Una
noche dormiré
con
el amor bajo el brazo
y
en mi mano habrá un puñal
por
si al despertar descubro
que
el amor se ha ido volando.
-
Con toda sinceridad, ¡qué poema tan horrible! Déjeme probar, a
ver... - el hombre se levantó conmigo, miró al fuego y murmuró
unos versos:
Ésta
noche dormiré
con
un puñal en la mano.
Si
no me atrevo despierto,
he
de atreverme soñando...
-
Vaya... reconozco que ha hablado del amor...- tuve que decir.
Entonces
nos quedamos así, de pie, y seguimos bebiendo pensativos y en
silencio. Yo estaba sorprendido por las torturadas palabras del
hombrecillo. ¿De verdad puede alguien suicidarse en sueños? Ahora
bien, ¿no es precisamente así como ocurre siempre? En cualquier
caso, a los dos nos era difícil mantenernos en pie. Aún con el
pensamiento en otra parte, nos balanceábamos de un lado a otro sin
darnos cuenta, intentando mantener el equilibrio de forma instintiva.
Se veía que ninguno de los dos era buen bebedor. En mi caso, no
probaba una gota de alcohol desde hacía al menos cinco años.
Al ver cómo él se tambaleaba peligrosamente junto a las llamas, le
advertí:
-
Vas a caerte en el fuego.
-
¿Qué? - me miró y pareció despertar de algún ensueño- Oh,
gracias.
Nos
sentamos aparatosamente, y nuestras miradas volvieron a encontrarse,
adormiladas.
-
Aproveche ahora para decírmelo. Es un buen momento. Dígame que cree
que estoy loco, que estoy enfermo. -me dijo con voz grave y el rostro
repentinamente ensombrecido.
-
¡De ninguna manera! Incluso me he dado cuenta de que usted y yo
somos hermanos, porque nuestro espíritu se retuerce en la misma
dirección. Me es igual que tenga una plantación de cadáveres:
mañana, cuando salga el sol, me iré con la sensación de haber
conocido a alguien enteramente hermoso, y a estas alturas nada de lo
que haga podrá hacerme cambiar de opinión. ¡Puede probar a matarme
de nuevo, si quiere! ¡Puede conseguirlo! Seguirá pareciéndome
alguien tierno y simpático.
-
Si me duermo... ¿No quedará usted decepcionado?
-
Duerma, por favor...
El
hombre se recostó sobre la alfombra y cerró los ojos revelando una
expresión de tranquilidad infantil. Su soledad parecía haberse
disipado por entero. Yo me quedé escuchando cómo se le alargaba la
respiración, y después de unos tragos más el alcohol me golpeó
definitivamente. Caí medio desmayado y sudoroso, muy cerca del
fuego, con las llamas penetrando en mis sueños a través de los ojos
entrecerrados.
Pasada
la noche, la luz del amanecer sobrepasó las montañas primero, luego
las nubes, y finalmente logró caer sobre la cabaña. Fue entonces
cuando se descubrió la fragilidad. El resplandor, que entraba
primero por las ventanas, pasó a abrir agujeros allí donde
tocaba. Al tacto de la luz, las paredes, afligidas, cedían, y
detrás de ellas las estanterías también empezaron a desvanecerse.
Al principio desfallecían sólo los colores, luego toda materia se
arruinaba y encogía levemente, expirando entre vapores palpitantes.
Los libros se esparcían en el aire como cenizas, el techo volaba,
hecho humo, y la alfombra se convirtió en un manto de rocío gélido.
Al final la cabaña entera se esfumó, el maldito huerto también, y
quedamos sólos, él y yo, durmiendo sobre la hierba.
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