domingo, 17 de septiembre de 2017

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«El violador, el loco y el jardinero»

Paseaba hacia la clínica florida donde está ingresado mi nuevo amigo Rafael, el violador esquizofrénico que se entretiene podando los árboles y dándoles formas cúbicas, y en el camino andaba confiadamente sumergido en reflexiones y pánicos. Rafael me esperaba a las 7 y eran aún las 5, yo paseaba dando anchos rodeos bajo el humo gris que acicala helicópteros que zumban entre rascacielos que chorrean brillos azules de mugre intemporal. Las angustias del siglo XXI pueden llegar a ser ridículas gracias a Internet y las exigencias constantes que nos permite hacernos los unos a los otros, y más ridículas y angustiosas cuando uno cayó sin duda enamorado pero al mismo tiempo se deslizó bajo la pesarosa sed de la Unión Eterna, como le susurraría ancestralmente a sus gacelas Ibn Arabí, "mi pasión es por los rayos y sus fulgores, no por la tierra....", y se obstina en dicha unión eterna por vía electrónica, y le entrega su confianza y la fuerza de sus suposiciones a la velocidad de la luz, y acomoda sus miedos al parpadeo descosido de éstos cacharros. Pero cuando me repongo de mi cobardía voy a parar a un lugar mucho más horrible: la teoría, es decir, las rendijas de la ceguera, y termino incluso pensando, y así de mal paseo.

Sirva éste pequeño párrafo desordenado para dibujar lo mustio de mi espíritu en el momento en que me tropecé con Algo, y sirva nada más que para eso, por favor. Las estridencias de Algo no pueden ser contadas de momento. Ya la noche anterior me había preguntado: si consigo pensar que los sueños son puertas, ¿qué soñaré? Y allí tuve la respuesta (y porque era respuesta, no la contuve) de la que ahora dudo porque ya no es entonces, pero la pude tener, completamente despierto, no muy lúcido pero al menos esponjoso: hasta mí llegaron ciertas visiones que no sé cómo tratar más allá de ellas, pero para eso me he puesto a recordar escribiendo el camino a Rafael el violador esquizofrénico, el interminable camino en que de pronto, entre reflexiones y angustias, empecé a sentir que desaparecía y tuve que ponerme a canturrear para ver si se pasaba la sensación.

Un suave silencio inmaterial me tomaba... No había nada que hacer al respecto, sólo abrir los ojos y dejarse: también existía el peligro de desaparecer en el intento de resistirse a desaparecer. En seguida empecé a notar que algo en mí no funcionaba, o que funcionaba demasiado. En resumidas cuentas, sentía que iba a entrevistarme con quién sabe qué personaje ajeno a la exposición habitual de mis sentidos. (Aclararé que no estaba drogado, y que sí había dormido y comido algo) En efecto, y sin dejar de caminar ni por un momento, por miedo a morirme, vi una especie de óvulo blanco flotando en el aire, una gelatina de ingenuidad enfrascada, suspendida sobre mi cabeza. Qué más da, dije, y casi río, qué más da si eso es Dios. Se le ve bien falto de persuasión. Un Dios no es Dios si se le puede mirar siendo Dios, es decir, sin inmutarse. Entonces, como respondiéndome, desde el centro del huevo se fueron quebrando círculos sombríos hasta formar un remolino oscuro que se hundía, y finalmente se me mostró un abismo de colmillos móviles, desde el que se abalanzaba y retrocedía, como una lengua, una serpiente gris. El abismo hablaba:

¿Quieres mi secreto? Estás mintiendo al verme. Estás mintiendo al apartarme de ti. Estás mintiendo si no mientes.

Palabras que yo, por supuesto, no entendía, y ni siquiera estaba intentando entender, porque el miedo a ser mordido por esa boca flotante me paralizaba. Los ojos de la serpiente eran fuego. Pero entonces empecé a oír sollozos que no eran la voz del abismo y que provenían de sus profundidades. Fuera de mí, imaginé seres atrapados ahí dentro y asumí la misión de salvarlos. Me arrojé hacia la serpiente y agarré su cabeza con ambos brazos, apretando hasta que el monstruo tuvo que tragarme.

Caí por túneles completamente a oscuras hasta un agua brillante. La separación entre luz y oscuridad era completa. El agua cegadora no podía iluminar nada más allá de sí misma. Emergía para respirar, me asomaba a la superficie y de nuevo no veía nada. Me sumergía, y el resplandor dorado del líquido apenas me permitía abrir los ojos y disinguir algunas burbujas escapando de mi boca. Así que empecé a salpicar a mi alrededor con esa luz, y al ver que algunas gotas chocaban contra estructuras sólidas, empecé a adivinar cómo era el lugar donde estaba. Salpicando las paredes de la cueva pude iluminar mi camino mientras nadaba. Me acordé de los llantos y empecé a oírlos al mismo tiempo, pero venían de todas las direcciones, así que tuve que elegir un llanto en particular hacia el que dirigirme, lo que me hizo llorar a mí también. Iba llorando y nadando, con mi llanto confundido entre los otros, hacia un llanto de niño. Cuando llegué al origen, vi que no era un niño sino un anciano, y las lágrimas que corrían por su cara eran luz como en la que yo nadaba, luz recorriendo su cuerpo y demostrándolo igual que yo había demostrado anteriormente las paredes, porque de otra forma no podría haberse visto nada de él. El anciano estaba apoyado en la pared. Traté de hablarle pero casi no hubo modo de que me escuchara, además yo tampoco podía parar de llorar. Sólo pude preguntarle una cosa:

¿Sabes... si hay algo más que humanos por aquí?

¿No oyes los llantos?- me respondió- Ahora.. ¡hip!... estamos solos... 

 No, yo sé que no... -murmuré para mis adentros, rabioso, y me sumergí definitivamente, tratando de llegar lo más abajo posible. Pasé un rato hundiéndome más y más, con fuerza creciente, y en el momento en que dejé de preocuparme por morir ahogado, salí de nuevo a una superficie, lo cual no hubiera tenido sentido, porque se suponía que estaba boca abajo. En ésta nueva superficie había luz. De hecho, ya no existía el agua. Yo estaba subido a una escalera, junto a un árbol, y llevaba puestos unos guantes enormes, con los que sujetaba unas tijeras de podar. El árbol estaba cortado de forma cúbica. "¡Rafael!" oí a mis espaldas, e instintivamente me giré, y era yo llamádome.


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«¿Por qué escribo?»

He caído por el silbido negro que disecciona los encantos. Rayos a mi izquierda, sombra a mi derecha, pero rendirse sería un truco también. Me rindo, me rindo, me rindo, mírame, me rindo, ¿adivinas qué voy a hacer? ¿A los ojos de qué ángel anhelado rendirse es vencer, qué enfermedad ha llenado de público mis movimientos? Noto vibrar mis huesos lentamente al caer otro rayo demasiado cerca, quedo muy quieto bajo el párpado de nubes. El miedo me ha tenido postrado dos meses en la cama. Mis huesos se quieren marchar. Hay rayos cayendo a 30 metros, salen de un pararrayos que se ve desde la ventana, me ciegan momentáneamente pero sigo tecleando aunque no vea. Cierro los ojos y veo rayos parados, negros, palpitando sobre un fondo amarillo. La ventana abierta de par en par a la lluvia. El cielo está violeta, me empapo por la parte izquierda, y los libros también, y los plátanos, y la taza se llena de lluvia y golpeteos blancos. La desaparición se convierte en una verdadera actividad, es más, en la única actividad posible y verdadera bajo la tormenta, porque las palabras chocan con una pulpa gruesa de gemidos mejores, por fin inútiles, sin que se les preste un sólo ardid esperanzado... y porque las esperanzas se empiezan a divisar las unas a las otras, y cobran conciencia como multitud y se derrumban, arrítmicas, . Paso varias horas al día debajo de la cama, y pensando una historia que ahora trata sobre piratas espaciales. La música continúa, a veces a mi pesar. Voy a tener que hacer uso de las drogas, y también voy a tener que perfeccionar mis capacidades de evasión...


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«Quiero que el sol me lleve»

Desde éste gris que anochece
viene un canto, me pregunta,
no sé en qué idioma, y sí sé
que la respuesta es mi muerte.

Si fui niño y mi voz nieve,
si el sol que pudo habitarse
ya es mar frío, si fui niño
quiero que el sol se me lleve.

Pero si aún me quedaran
rastros de azul en el vientre,
si aún tuviera yo dos ojos
para callar y perderme,

piel para entrar en la llama,
orejas para asomarme
donde el muerto se detiene,
si no estuviera yo seco

me daría de beber,
me hundiría en los bosques siempre.


Pero no hago más que herirme
intentando comprender
si éstas heridas son mías,
y no hago más que ocultarme:
¿qué horror me expulsó del río
donde saber y olvidar
eran lo mismo?

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«UN ASOMBROSO GIRO DE LOS ACONTECIMIENTOS»


Movimiento es muerte
en ojos tan buscantes.
Sólo vuestras lenguas
quedarán en movimiento.
Os salvo de salvarme. 

rubor en las cadenas, herramientas de plumas,
recuerdos urgentes y manos al cielo,
pasos rellenos y dientes de pintura,
escobas de lágrimas y nieblas infantes,
y, por favor, bailes en circulación,
genitales prestos, lunas soportables,
y los incendios dentro de las órbitas,
porque mañana el incendio
lo taparán los pájaros
si no sois tan imbéciles
como el que está hablando.


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«Sin título»

- No es lo que se dice, pues decirse se dice poco. 
- Se pudre en las llamas, es cierto, todos lo han visto, sus llamas le pudren. 
- Un semáforo no es lo mismo que un ritual, desde luego que no, pero obviar las similitudes aparentes debería ser delito. 
- Entiéndame, no es nada importante, litros de gasolina llueven sobre mí, y huele tremendamente bien.
- Sólo si me dice usted lo que piensa, pediré perdón ante su majestad; y no es de buen ver que un alcohólico como yo le pida explicaciones a las bestias creadoras, pero tendrá que aceptar mi miseria, retorcerse entre mi mugre y saborearla como si fuera usted un muerto de hambre desesperado.
- Créame, entienda su misión, edifique mis pensamientos y escúlpalos en hiel, que un hombre como yo no puede demostrar verdades lejanas ante ratas apáticas.
-


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«Querido cielo»

Sube por los aires el fuego donde anida
mi sed: éstos últimos pasos son los de un ángel
y suben por el cielo hasta las entrañas
pensativas, sube la lumbre de mi sangre
rociando cada esquina del salón nunca rozado
y todas las estatuas me miran de soslayo
y dios en su escritorio se alegra de mi carne
ya no te desafío, soy del bando de las nubes
me trajeron aquí la enfermedad y la música
la enfermedad altanera y las caricias que suben
me trajeron a tu garganta hilada con olvido
pero tú, luz, también absorta balbuceas
y, recogiendo duda, recorres los jardines
de tinta de mis venas y no sabes qué sembraste
también mi eco inválido cae sobre ti
querido cielo, y palpitas como cualquiera de nosotros.


*
«SOL»

***


Tengo dedos porque el frío se ramifica.
Soy una sombra: el frío me ilumina
y me obliga a soñar, a mí
y a mi corazón cazado por el cristal.

***

Éste sol tiene una corteza de ojos,
y los días se cubren de una brisa borrosa
y yo ya no doy frutos, suplico una razón
a los muñecos impredecibles, a las nubes,
y mientras los que viven leen “aún” en ellas
y los que mueren trabajan y gritan satisfechos,
yo sólo veo en las nubes la enésima advertencia:
si das un paso más morirás de amor y pena.

***

Doy mi paso y la muerte no da el suyo,
y la muerte nunca encuentra el camino hasta mí,
y la muerte se equivoca en cada gesto mío:
vivo seducido por máquinas y el sol,
trapecista más ajeno y repetitivo,
me responde sólo con otra ejecución,
con más espectáculos intransigentes.
Éste sol es un cajón cerrado
a mi corazón soñado por el cristal.


***

 Naturaleza es el nombre del momento
en que todas las respuestas han muerto,
todas salvo una:
han muerto todas las preguntas.


 ***

rompedme, porque quiero verme
inundadme, fangos delicados
que remueven a las alturas
donde yo estornudaba
mi nuevo nombre, y mi dolor
bebía sin parar

***


*
«ARDILLAS AUTOMÁTICAS»

Sobre ésta especie de prosperidad letárgica en que discurren las sociedades del capitalismo avanzado.. Quizás nuestras sociedades estén en el camino de devolver al hombre a su estado más reactivo y animal. Me explico: el hombre es una criatura intrínsecamente carencial, está instintivamente infradeterminada, lo que quiere decir que no viene al mundo con un paquete de instintos o un código claro de estímulo-respuesta que le permita orientarse solo. El hombre puede no ser como una ardilla a la que le tiras una piedra y huye como si se le disparase un resorte. Los automatismos están ahí, pero el hombre puede aplazarlos y, al parecer, distanciarse de ellos para observarlos y, si es posible, trascenderlos. Ésto tiene que ver con el proceso biológico de neotenia. A razón de ésta posibilidad, surge la sociabilidad, y también la ya mentada capacidad de postergar la satisfacción inmediata o pulsión, capacidad de la que brotan la conciencia del tiempo y la pregunta por la libertad. En lugar de satisfacer su sed inmediata, el hombre puede distanciarse de ella y comenzar una investigación, lanzarse a buscar modos de emplear el mundo para satisfacerse mejor. Ésta investigación es, en el fondo, el germen de las dilatadas fuerzas de previsión, expectación y expedición que caracterizan al hombre. Sin embargo, en éstas épocas y sociedades podemos decir que el potencial inquisitivo de los hombres, esto es, sus movimientos de prever el mundo y de generar expectativas con respecto de él, trascendiéndolo así, se han fagocitado a sí mismos: parece imposible prever o esperar nada más allá de las sociedades hipertecnologizadas e hiperconsumistas. Pero si se anulan éstas fuerzas, el hombre vuelve, quizás, a un estado inicial, básicamente reactivo, como el de otros animales: el hombre ha fabricado, por fin, su propio paquete de instintos irrefrenables, a partir de las retroalimentaciones que se dan en el triángulo consumo-tecnologías-burocracia.


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«LA DISECCIÓN DEL ALBA»


Oigo que llaman a la vida
el único refugio
PAUL CELAN

El indio de cristal mira extraviado las tripas del alba revolverse en murallas lívidas y rojas como páramos de sangre, como olas de dioses enfermos 
 
Amanece roto el día en la pupila gigante de las fábricas 
 
Ante él se abren el paisaje de la ejecución, la lluvia y los tejados de sombras perdidas y las catedrales lentas del vacío 
 
Algo le falta en sus manos nacidas al invierno. Qué busca el niño en la tormenta 
 
En los gritos de nieve, en la inundación fría que es el corazón del mundo. Qué busca entre las columnas de pájaros, entre las cortinas de su piel...


Instrucciones para saber si no estás o no en el infierno.
Muy sencillo:

Si quieres saber si estás o no en el infierno, significa que estás en el infierno.

Si hay gente a tu alrededor intentando convencerte de que éste no es el infierno, entonces estás en en el infierno.

Si levantas la vista y ves cientos de personas, estás en el infierno, sobre todo si hay butacas.

Aunque esté sonando Beethoven, estás en el infierno.

Si no le encuentras sentido a la palabra "infierno", estás en el infierno.

Si hay una biblioteca demasiado cerca, estás en el infierno.

Si no puedes esconderte, seguro que estás en el infierno.

Si te conduces casi arbitratiamente y todas las decisiones son amargas, y los juramentos, risibles, entonces estás en el infierno.

Si hay una bandera ondeando sin ironía, estás en el infierno.

Igualmente, si todavía sueñas, o crees que algo no muere, estás en el infierno, pero muy cerca de la salida (la salida infernal)


Z.

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«Canción a la noche»

es inútil conquistar
un circo
es peligroso
dar tu amor a la estrella sin cielo
es peligroso
dar tu amor a la estrella sin cielo


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«Trampa y Tormenta»
TRAMPA

Entonces hay una muchacha haciendo girar tres aros rojos alrededor de su cuerpo, y es muy hábil y sonríe, y también es hermosa como si prometiera desnudarse. Parece rusa, y soy incapaz de calcular  su edad. Tiene cara de niña, pero ya no puede ser una niña. Lleva una falda negra. Muchos le dan dinero. De pronto, llega un policía  y le hace algunas preguntas. La niña sonríe al guardia mientras responde, pero él ni la mira, tan sólo escribe en su libreta y gruñe. Le tiende un papel y se marcha. La jovencita vuelve a pasarse los aros por el cuello y agita diversas partes de su cuerpo. Un aro le gira en  torno al cuello, otro en la cintura y otro en los muslos. Muchos viejecitos la rodean y asienten con la cabeza.

Entonces hay una adolescente que llora mientras habla por teléfono y chupa un cigarro. Su cara se contrae. Me acerco a su conversación, pero al momento entiendo que se trata de un amor rompiéndose, y me aparto muy rápido porque no creo ser capaz de oírlo sin echarme a llorar yo también. Me voy tan aprisa que remuevo el aire y el humo que la rodea se eleva rápidamente en espirales. Las últimas palabras que distingo son "no sé qué va a pasar..." y lloro igualmente.

Entonces hay una treintañera rubia y muy pálida parada en medio de la plaza, mirando a todas partes con la boca entreabierta, atónita. Sonríe a veces, habla consigo misma. Pasan quince minutos sin que su expresión varíe y, cuando he dejado de prestarle atención, oigo un "¡coññño!" "¡es necesario que llueva!" Me giro y la señora está arrodillada, tocando el suelo con las manos.

Un hombre corre a mirarse en un espejo. 

Miles de pájaros cruzan el cielo claro, y la luna blanquísima yace al fondo, con los dos picos apuntando hacia arriba. Creo que son gaviotas, y vuelan muy alto, acunadas por ráfagas tranquilas, y se cagan sobre nosotros y contribuyen a la poesía. Seguro que los pájaros, como pueden recorrer el cielo, tienen una inmensidad  distinta a la nuestra y más factible. Creo que las especies voladoras deben  ser más enamoradizas, supongo...

Entonces llego yo, asustado y arruinándome a mí mismo. Pero lucho contra aquello y procuro no pensar. Miro de nuevo a la niña de los hula-hops, que sonríe, bendita, impenetrable, y sonríe en otro idioma. Un hombre mayor se pasea muy despacio con pan en una mano y una máquina de respirar en la otra. Tiene cables que le entran por las fosas nasales. Es el rey del oxígeno, y le da de comer a las palomas viejas que siempre se juntan adormiladas en la estatua del caballero. Las palomas, de tan débiles, ya no luchan por la comida. Se toman su tiempo para llegar a las migas, y si otra paloma se las quita, cambian de  dirección, con paciencia hasta conseguir tragar algo, cualquier cosa...

Suena música, gorgoritos femeninos, creo que es Beyoncé a todo volumen en alguna parte. Muchos sonríen al escucharla, y un señor sin dedos y con el rostro desfigurado (su labio inferior es tan grande como mi puño) sonríe  también, creo. Se detiene en medio de la plaza como extasiado, mirando al cielo. A veces he visto a ese hombre pedir en el metro, diciendo "no tengo dedos, no puedo trabajar".

A mi lado una pareja se besa constantemente, sonríen y confluyen, casi no hablan... sólo se agarran las caras con las manos mientras les palpitan los ojos. Largas miradas. Hacen una foto en la que yo también he debido salir. Quiero partirme por la mitad. Miro mi móvil. Leo "la mujer que me matará".

Me voy olvidando de la plaza, se avecina el fango de estrellas, la oscuridad empieza y tiendo a confundirme y a caer en el dolor imaginario, a concluir cosas horribles sobre Elsa. Ya no puedo luchar, estoy pensando, inequívocamente estoy pensando porque ya no veo nada de lo que me pasa alrededor. Pero desde el fondo de mis calvarios artificiales, yo procuro recordarla a ella, a ella. Lucho, trepo la montaña de carroña y me grito que no hay motivos para que esa angustia crezca en mí y, es más, odio precisamente una angustia que viene de la alegría, ¡la odio...!  ¿Es posible no temer lo que no existe? Porque, ¿es posible no ser abandonado?

Entonces nuevos gritos interrumpen mi envenenamiento interno, y creo que la mujer rubia de la lluvia está ahora coqueteando con los gitanos. Suenan palabras bellísimas, claras y profundas. Oigo "te voy a empotrar". La mujer empieza a desnudarse y los gitanos quedan paralizados de miedo. Ella se marcha riendo estridentemente, y a mí también me entra risa. Ahora hay un grupo de unos treinta ancianos dando vueltas en círculos alrededor de la fuente donde estoy sentado, y blanden banderas republicanas y proclaman "ni olvido ni  perdón",  "todos los días a esta hora venimos a protestar...", "Nos han quitado la memoria" , "¡Libertad!"  

Me aparto. Subo al piso más alto del Corte Inglés para ir al baño. La última planta es la de los juguetes, y reflexiono idioteces, ¿el cerebro de Dios es un juguete? ¿Dios piensa a través de juguetes?  ¿qué es lo que está jugando conmigo? ¿cuántos dinosaurios en miniatura podré robar a la vez? Al cabo de un rato salgo de la tienda con  los bolsillos llenos de dinosaurios y apenas pensando en Elsa (esta vez alegremente pero al borde del llanto) compro una cerveza y me meto al tren. Son las siete y media.

No sé adónde ir.

En el tren, una señora mayor no aparta la vista de mí ni un segundo. Está muy gorda y tiene un gesto agresivo. Le cuelgan serpientes de los ojos. No me atrevo a sostenerle la mirada. Creo que es una bruja. Me saca la lengua. Un hombre, en otro vagón, grita algo sobre África. "¡Venid a morir  a África! ¡Mejor morir en África que vivir en trenes!" Dios mío, no hace falta leer a Kafka para leer a Kafka. El tren se bambolea y bebo, agrietándome, a punto de acuchillarme o algo así sólo porque me parece nosequé de ella. No iré a casa. Dios mío, soy mi culpa.


TORMENTA



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«Telepatía repugnante»

hay esqueletos andantes en las calles de barro. Los techos son lonas y plástico, las paredes son de basura, el cielo hace chof, chof, creo que es también barro azul arriba, y todos ellos caminan con ritmo desprotegido, aún los de apariencia más salvaje, los más anchos de espalda. Son por general bajitos, y hacen lo que hacemos, ríen más que yo, se enamoran, les entra la sombra, pero todo ello con el la muerte o dios por fuera y los pies descalzos hundidos en el barro. Oigo tres orgasmos venir de alguna parte. La mujer ha chillado de placer con tres voces distintas.

vine deliberadamente a un lugar muy pobre de la ciudad pero no puedo soportar ciertas impresiones, visiones, así que me siento en el suelo, con la espalda apoyada en una especie de pared y los ojos muy abiertos. un niño viene a sentarse a mi lado, y sin mirarle le pregunto que qué tal le ha ido el día. El niño levanta la vista al cielo, y se da cuenta de que, efectivamente, un día está acabando, y de que atardece. Me da golpecitos el hombro, riendo, y me cuenta que su madre está muy triste, que él no quiere ir a dormir a su casa porque su madre se molesta mucho con él cuando está triste. Cuando me giro para verle me doy cuenta de que es un niño feísimo, tiene demasiados ángulos y la cara hinchada, y está bizco. Hablo más con él, siempre en tono de burla, y jugando llegamos a decirnos todo lo que importa en éste mundo, hasta que se hace de noche y las calles quedan casi a oscuras, si no fuera por unos faroles que cuelgan cada 20 metros de algún palo. Nos levantamos para volver y el niño parece haberse olvidado de todo lo que hemos hablado: ha comprendido mejor que yo

no me queda aliento ya, cuando voy regresando por las calles encharcadas, alerta, y he dejado al niño tras de mí, en la puerta de su casa, preguntàndose si entrar o no. Empiezo a llorar de impotencia universal...... Elisabeth... qué haces... qué hago... las estrellas no hacen ruido sobre mí, pero sí puedo desconocerlas con las orejas, y las escucho, juro que he escuchado las estrellas, estando por otra parte seguro de que el niño lloraba justo en aquel momento

Unos motoristas me vienen siguiendo. Tiro la cartera y el móvil a un matorral, camino unos minutos más y me detengo, haciéndome el despistado. Efectivamente, los motoristas venían a por mí. Uno me saca la navaja y me aprieta el cuello con su manaza. Se ha puesto a llover y me doy cuenta en ese momento, porque su mano está llena de lluvia y el cuello se me enfría instantáneamente. Me dice móvil cartera, todo, rápido. Su compañero vigila alrededor, nervioso. Tienen la cara hinchada como la del niño, con los labios tachados y los ojos picudos. Levanto las manos, digo no llevo nada, perdona, acaban de robarme otros. ¿Otros? Se miran. Me palpa todo el cuerpo mientras maldice, me hace quitarme las zapatillas, las coge y busca dentro. Nada. Las tira con rabia al suelo. Hay una verdadera tormenta desatándose sobre nosotros. Estamos calados y con el pelo mojado. Me pega con el mango de la navaja en el pecho y dice mierda puta chingada y se marchan. Regreso al matorral, cojo mis cosas y sigo el camino, lloviéndome encima, juego a repetir el alfabeto en mi cabeza. ¿Qué es lo primero que me enseñaron? ¿Qué es lo primero que aprendí? El agua resbala calle abajo, está oscurísimo

¿Es posible que yo sienta lo que estás haciendo tú ahora, Elisabeth, es posible sentirlo a distancia? ¿dirías que no? ah, pero ¿no lo dirías demasiado rápido? es cierto, sería una desgracia haber descubierto la telepatía, y más desgraciado aún sería llamar telepatía a una imaginación especialmente furiosa. No estoy seguro, claro, no creo ser el nuevo Leonardo Da Vinci de los pasadizos neuronales, pero dudar más de lo que siento, eso no puedo hacerlo. Me ha ocurrido otras veces. Una intuición se me desborda y me ofrece certezas corporales ajenas a las mías, es decir, adivinaciones que, por supuesto, rechazo, pero sí... te siento girando, conversando, g A éstas estupideces me he entregado al volver a casa, pero al menos no notaba el viento helándome éste cuerpo mojado. Aún estoy mojado escribiendo ésto

Querría sustancias para olvidar en qué lugar de mi cuerpo o del mundo están mis ojos. Afuera en la venana el cielo de la noche parpadea, y yo permanezco en esa incrédula inmovilidad que tu ausencia me ha dado, con la ventana abierta y la lluvia empapando la moqueta, elucubro formas de recoger rayos con mi cuerpo sin tener que morir. Hay una fábula china en la que un hombre cruza un bosque incendiado, y al salir le preguntan con asombro si no se quemó con el fuego, a lo que el hombre responde: "¿qué es el fuego? Yo no sé nada de eso". Por desgracia, sé qué son los rayos: son descargas de plasma que está a 27.000 grados. El cielo vibra. Tengo termiteros dentro de las piernas, y miento a todo el mundo sobre mi salud. Luego se diría que sufro con afán, lo diría yo también. El resultado de mi discreción rebotando contra las paredes de la angustia es una fatalidad para mí, porque da la sensación de que podría, en realidad, estar más tranquilo. Podría tener un jardín. El cielo brilla. Telepatía repugnante. Dame una señal. MÁTAME SI ESTÁS AHÍ, SEÑAL, OH, SEÑAL, SóLO CREERÉ EN TI SI ME DAS UNA SEÑAL... LOS RAYOS ESTÁN JUSTO ENCIMA DE MÍ. TRUENA DESDE TODAS DIRECCIONES. 

O mio babino caro, mi piace é bello BELLO

vo'andare in Porta Rossa


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«Caos cristalino»

Ya no veo personas, veo cuellos largos y escamosos que salen del suelo y no llegan al cielo
(una serpiente de tierra caliente, idiomas de peonzas)
Tengo que deliberarlo violentamente:
me hago flaco y de corazón blanco, temo a la bóveda celeste, escucho reptar las lenguas luminosas, el bosque está en la esquina,
al fondo aguardas, bajo el mismo manto, tampoco bastas para que viva, pero algo extraño debe estar bastanto.
¡Por qué sustituyo hablar por pensar?


*
«Una visita»

Me encontraba yo cruzando una zona muy escabrosa del país, unos montes extraños, azotados durante todo el año por largos vientos, cubiertos noche y día por una constante tormenta negra. La naturaleza de este lugar suspiraba verdaderamente, y se dejaba agitar con una flexibilidad y una delicadeza muy extrañas, como si estuviera dispuesta a desaparecer, pero al mismo tiempo acostumbrada a resurgir.

El paraje gemía y mis pasos iban volviéndose cada vez más estúpidos, rápidos e incómodos: había que luchar con las ráfagas de aire, y la lluvia me tenía empapado y muerto de frío. El abrigo que llevaba no era suficiente, y no tardaría demasiado en  anochecer. Yo sabía que no mucho más abajo se encontraba el fondo del valle, un lecho hundido entre las montañas, escondido de tal forma que los vendavales no lo alcanzaban. Suponiendo que algún pueblo tendría que haber allí, corrí por la ladera de la montaña en esa dirección, buscando el cobijo que alguien pudiera darme.

Ya casi de noche, tropezando de agotamiento y murmurando oraciones inventadas por el camino, salí de la tormenta para llegar abajo. Helado, con temblores hasta en los ojos, contemplé dónde estaba: un pequeño prado, nada más. Levantando la vista pude verme rodeado de alturas, y cómo una oscura masa de nubes devoraba las cumbres indiferentes. Por todas partes retumbaba el eco de los truenos, y mientras buscaba con la vista la luz de algún hogar, pude escuchar, a mis espaldas, una risa apenas audible, casi ahogada por el estruendo.

Lo primero que vi al volverme fue una pequeña cabaña de madera en el linde del bosque, a menos de cien metros. A través de sus ventanas brillaba con fuerza un fuego verdoso. Después, a pocos pasos de donde yo me encontraba, distinguí a un hombrecillo pálido tumbado boca arriba sobre la hierba, con los brazos abiertos y la vista fija en aquellas nubes. Estaba desternillándose, y su risa sonaba de una manera asombrosamente desagradable y difícil de compartir, como una risa secreta, inconfesable, nacida del cansancio. Al momento se me ocurrió que quizás aquello, más que una risa, era un llanto que había pasado demasiado tiempo a solas, un llanto que se había olvidado de los otros llantos. Me incliné sobre él, y pregunté:

- Perdone la interrupción. ¿Es usted el dueño de esa casa de allí?

- ¡Eso no es una casa! Es el ataúd de mi incomprensión, el absurdo con paredes, la miserable construcción sin cielo, el...

-  Pero espere... ¡Lamento haberle ofendido! Lamento que se ofenda usted así... ¿Bueno, pero es suyo eso o no? -quise insistir, señalando al fondo del prado

- Sí, sí, sí, es mío- y pronunció "mío" con retintín, como si la palabra fuera entre comillas.

- Oh... y, perdone la molestia, pero quería pedirle, si le parece bien, que me dejara dormir con usted sólo esta noche. Mañana partiré al alba...

- ¿Dormir conmigo? - casi gritó el pequeño hombre, mirándome por primera vez y sonrojándose- pero...

- ¡No quería decir eso! Me refería a alojarme en su casa. Míreme, estoy empapado... y hace frío. ¿No nota el frío?

- Claro que lo noto. Yo siempre noto el frío...

Después de un largo silencio se incorporó apresuradamente, como si acabara de caerse. Quedándose ahí plantado frente a mí, se puso a mirar a su alrededor, al parecer buscando comprobar algo. Ahora podía observar mejor su engañosa fisionomía: su rostro pequeño, recto  y ansiosamente inteligente. Nada en ese rostro lo hacía parecer confiado, salvo quizás algo de crueldad en la mandíbula. Su mirada y sus manos, animados por nerviosismos infantiles, hacían movimientos parecidos: iban lejos y luego  regresaban tristes, o parecían anticipar algún horror y entonces, paralizadas, cobraban una falsa seriedad.

Aquel hombre volvió a mirarme un segundo, y luego bajó la vista, diciendo a media voz:

- Está bien, está bien, quédese. En la cabaña no hace frío, entremos.

- Muchas gracias- respiré aliviado.- De verdad, perdone la molestia.

Empezamos a caminar muy deprisa y en silencio, pisando la hierba susurrante, sin dejar de oír los truenos sobre nosotros. Antes de entrar, el hombre se detuvo, exclamando:

- ¡Yo soy mucha más molestia que usted! Eso no lo dude. ¡Crédulo, no es más que un crédulo, y no para de pedir perdón! - esto último lo dijo mirando arriba, a la tormenta, como si allí hubiera alguna autoridad ante la que acusarme.

- No haga caso, es una costumbre. En realidad no tenemos por qué hablar.

- Pues sí. Hablaremos, tendremos que hablar algo. Si no hablamos, parecerá que nos damos igual, y si nos diéramos igual no habría razón para que yo le dejara dormir en mi casa.

- ¡Ah! ¿Ahora sí es su casa? Creo que está usted jugando...

- ¡Calle y entre! -rió.

Me encontré de pronto en medio de una biblioteca iluminada por el fuego. Las  paredes eran estanterías rebosantes, y en el centro de la estancia había una alfombra negra. Al fondo, una cama y unos utensilios de cocina. Oí la puerta cerrándose detrás de mí.

- Duerma en la cama. Yo leeré. No descanso jamás, por increíble que le parezca. Siempre digo eso: no descanso jamás. Usted debería hacer lo mismo, no descanse jamás, si es quiere asegurarse de algo... Cada sueño es un dueño. ¡Já!

Me dirigí a la cama y comencé a desvestirme en silencio mientras escuchaba ruidos metálicos a mis espaldas. Al fin me decidí a hablar.

- Oiga... ¿por qué vive aquí, en medio de la nada, a la sombra de una tormenta que no acaba nunca? ¿Qué hace en un lugar así?

- Me escapé de casa y...

Mientras hablaba, el hombre había cogido un cuchillo y se estaba abalanzando sobre mí. Era pequeño y débil, y pude reducirle tan fácilmente que pensé que se trataba de una broma. Pero al momento descubrí que no: él me miraba con ojos compungidos y furiosos, y deliraba:

- ¡Deja de creer en Dios, o te mato! ¿Quién eres? ¡Dímelo! ¿Qué quieres? ¡Yo no he matado a nadie, yo soy inocente! ¡Mataré al que crea que he matado a alguien! ¡Dios me ha acusado injustamente, Dios ha mentido sobre mí, y no deja de mentir en ningún momento...! Estoy roto... -y se echó a llorar, echándose la alfombra por encima, estremeciéndose y convulsionando.

- ¿Pero qué hace? ¡Yo no creo en Dios, yo creo en Alguien! ¿Hay alguien que no exista? - repliqué, furioso yo también- Pero ahora empiezo a dudar de que usted sea alguien... ¿Por qué intentó matarme, a ver?

- ¿Por qué lo intenté? Lo intenté, sí... ¿Y por qué? ¡Yo iba a matarle, a usted...! Bueno, le confieso -su expresión se suavizó un poco, haciéndose indecisa, y hablaba con un hilo de voz- que nunca antes tuve que responder a esa pregunta. Tendrá que responderse a sí mismo, porque verá... soy inexperto... el matar siempre me ha dado buenos resultados. Mire, si quiere le enseño... Acompáñeme...

El hombrecillo señaló la puerta de la casa y, sin dirigirme una mirada, caminó  hasta ella y la cruzó, cabizbajo. Yo le seguí. Afuera lloviznaba dulcemente y en el cielo ya se debilitaban los colores del atardecer. Al echar un vistazo a las nubes que seguían clavadas en las montañas, me percaté entonces de lo  horrible que sería la oscuridad en medio de ese bosque. Al  cabo de unas horas reinaría por allí una oscuridad total, y me di cuenta de que prefería pasar la noche con un asesino antes que andar metido entre las sombras, sin ver ni oír nada humano, a merced de mi propia imaginación. Me condujo hasta una especie de huerto que había en la parte trasera de la cabaña. Con gesto ojeroso y apenado, me señaló unas coliflores y susurró "verá..."

Me acerqué y vi que no eran coliflores, sino cabezas de personas, que asomaban, inexpresivas, con los ojos cerrados y las bocas entreabiertas. Sobre todo me extrañaba que no se hubieran descompuesto todavía, pero en seguida vi un rociador de pesticida al lado del huerto, respondiendo a mi pregunta. Junto a mí, él me miraba desorientado, inofensivo, y se paseaba de aquí para allá, como si los hechos hablaran por sí solos y aquello tuviera que quedar zanjado lo más pronto posible. No parecía comprender por qué nos quedábamos tanto tiempo mirando su huerto. Era evidente que deseaba cambiar de tema, y yo le hice ese favor.

- Entonces, ¿me dará cobijo ésta noche, sí o no...?

- Claro, claro. Todo ésto es muy inusual... ya le he dicho que no duermo jamás, pero podemos hacer algo, algo grande ésta noche. ¿Usted quiere hacer algo grande? ¡Por ejemplo, no intentaré matarle de nuevo! En lo que a eso respecta, creo haber comprendido... -suspiró.

- Me alegra su buena voluntad... ¿Y qué es eso tan grande que podemos hacer?

- Si le parece... uno de éstos visitantes trajo consigo una botella. Creo que es ron. Podemos beber y conversar, si le parece, a ver adónde llegamos. Yo ya le he dicho que no hablo, que nunca hablo, salvo cuando me despisto. Es una idea que siempre me repito: hablar, hablas cuando no sabes. Pero sospecho que con usted se puede hacer algo más que hablar. Emitir sonidos, hacer saltar imágenes, transportar quintaesencias o simplemente reír, todas esas operaciones están de más si no esconden un esfuerzo mucho mayor, si no sostienen una especie esperanza ilimitada, que corre por detrás de todo eso... no sé si me explico.

- Naturalmente... Para mí se explica de maravilla. Yo también creo haber sentido que hablar sin esperanza no es hablar... Pero entremos a la casa, por favor, ¡su huerto me está dando náuseas!

- Oh, lo siento... vamos, vamos adentro, por favor.- dijo, echándole una mirada fulminante a la tierra oscura.

Una vez en la casa, nos sentamos junto al fuego y el hombre sacó la botella de ron. Sentí que las paredes llenas de libros se ensanchaban y empezaban lentamente a respirar, como si aquello fuera un hogar. El baile de las llamas nos rodeaba con oleajes de luz rosada. Estábamos sonrientes y callados, y un insólito compañerismo se había apoderado de nosotros, de tal forma que nuestros movimientos, los suyos y los míos, se respondían alegremente entre sí. Tenía la sensación de que ninguna desgracia podía ocurrir ahora que estábamos frente a frente, dos extraños que sin embargo no necesitan comprobar nada el uno del otro, y se contemplan con ironía, infundiéndose valor y aliándose en silencio.

- Entonces, ¿qué le trae por aquí? ¡Beba! - me tendió una copa llena.

- Un viaje... voy de un bloque de hielo a otro. Ahora marcho hacia el sur del mundo. Pero no se crea, porque cuando llegue allí daré media vuelta y me volveré al norte. ¿No es de risa que los extremos del mundo sean dos bloques de hielo? Ya he ido y vuelto tres veces, y siempre me sorprende esa blancura, y los vendavales helados... es como si en esos lugares la naturaleza se volviera amnésica. Ahora que lo pienso, creo que ésto me ocurre porque no he encontrado el amor. Si encontrara el amor, supongo que me quedaría en el sur, o en el norte, o en el medio, da lo mismo. Lo he visto muchas veces, ocurre así: las personas se quedan en lugares inesperados. Pero no para mí. Creo que es una maldición. Desde que era niño no puedo enamorarme: allí donde debería estar la cara de una mujer sólo veo una niebla incomprensible. Donde debería escuchar su voz, sólo consigo oír música. A veces presiento que estoy mirándolas a los ojos, pero en realidad están de espaldas, y si en algún momento creo estar hablando con ellas, entonces no me responden, me  abandonan...

-  ¡Oh, el amor! -rió el hombrecillo- Es usted muy interesante... ¿Sabe? Yo también viajé, pero mi viaje terminó, y acerca del amor sólo tenía conmigo con dos verdades contradictorias: que todo el mundo ama, y que el amor es lo más escaso que hay. ¡Ahora, ya lo ve, yo me dedico a la miseria! Eso no es muy distinto a vivir en la ciudad. Me dedico a rendirme, conque no sé cuándo me he rendido... conque huya de aquí. ¡En serio! Le diría que saliese por la puerta y escapase ahora mismo, porque en  el fondo le aseguro que usted lleva la razón: no hay nada más corrosivo que alguien que se ha quedado en alguna parte por motivos ajenos al amor. ¡Así que corra! ¡Fuera, largo! ¡No hable con difuntos! -seguía riéndose, pero en sus ojos había lágrimas.

- No, ésta noche no, por favor -supliqué, recordando la oscuridad exterior...- No llore, le diré algo bonito. Escuche- dije, levantándome y extendiendo los brazos como un ave tropical, sin darme cuenta del ridículo que hacía:

Una noche dormiré
con el amor bajo el brazo
y en mi mano habrá un puñal
por si al despertar descubro
que el amor se ha ido volando.

- Con toda sinceridad, ¡qué poema tan horrible! Déjeme probar, a ver... - el hombre se levantó conmigo, miró al fuego y murmuró unos versos:

Ésta noche dormiré
con un puñal en la mano.
Si no me atrevo despierto,
he de atreverme soñando...

- Vaya... reconozco que ha hablado del amor...- tuve que decir.

Entonces nos quedamos así, de pie, y seguimos bebiendo pensativos y en silencio. Yo estaba sorprendido por las torturadas palabras del hombrecillo. ¿De verdad puede alguien suicidarse en sueños? Ahora bien, ¿no es precisamente así como ocurre siempre? En cualquier caso, a los dos nos era difícil mantenernos en pie. Aún con el pensamiento en otra parte, nos balanceábamos de un lado a otro sin darnos cuenta, intentando mantener el equilibrio de forma instintiva. Se veía que ninguno de los dos era buen bebedor. En mi caso, no probaba una gota de alcohol desde hacía al  menos cinco años. Al ver cómo él se tambaleaba peligrosamente junto a las llamas, le advertí:

- Vas a caerte en el fuego.

- ¿Qué? - me miró y pareció despertar de algún ensueño- Oh, gracias. 

Nos sentamos aparatosamente, y nuestras miradas volvieron a encontrarse, adormiladas.

- Aproveche ahora para decírmelo. Es un buen momento. Dígame que cree que estoy loco, que estoy enfermo. -me dijo con voz grave y el rostro repentinamente ensombrecido.

- ¡De ninguna manera! Incluso me he dado cuenta de que usted y yo somos hermanos, porque nuestro espíritu se retuerce en la misma dirección. Me es igual que tenga una plantación de cadáveres: mañana, cuando salga el sol, me iré con la sensación de haber conocido a alguien enteramente hermoso, y a estas alturas nada de lo que haga podrá hacerme cambiar de opinión. ¡Puede probar a matarme de nuevo, si quiere! ¡Puede conseguirlo! Seguirá pareciéndome alguien tierno y simpático.

- Si me duermo... ¿No quedará usted decepcionado?

- Duerma, por favor...

El hombre se recostó sobre la alfombra y cerró los ojos revelando una expresión de tranquilidad infantil. Su soledad parecía haberse disipado por entero. Yo me quedé escuchando cómo se le alargaba la respiración, y después de unos tragos más el alcohol me golpeó definitivamente. Caí medio desmayado y sudoroso, muy cerca del fuego, con las llamas penetrando en mis sueños a través de los ojos entrecerrados.

Pasada la noche, la luz del amanecer sobrepasó las montañas primero, luego las nubes, y finalmente logró caer sobre la cabaña. Fue entonces cuando se descubrió la fragilidad. El resplandor, que entraba primero por las ventanas, pasó a abrir agujeros allí donde tocaba. Al tacto de la luz, las paredes, afligidas, cedían, y detrás de ellas las estanterías también empezaron a desvanecerse. Al principio desfallecían sólo los colores, luego toda materia se arruinaba y encogía levemente, expirando entre vapores palpitantes. Los libros se esparcían en el aire como cenizas, el techo volaba, hecho humo, y la alfombra se convirtió en un manto de rocío gélido. Al final la cabaña entera se esfumó, el maldito huerto también, y quedamos sólos, él y yo, durmiendo sobre la hierba.


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