*
«
M.H.Y.R.S.E.»
Podréis
decir alma si os asusta decir alma.¡Mucho más confiarán en la
destrucción los ángeles, porque conocen lo persuasivo del
contraste! Su alma, más inconfundible aún hundiéndose en la
tiniebla, más inconfundible doliéndose...
De
niño practiqué los trances hasta memorizar sin querer algunas
proporciones angélicas, y miraba fijamente ir y venir al péndulo
que recibe los nombres de paraíso e infierno en distintos puntos de
su trayectoria. Estuve contando las lombrices que vibran en el
estómago del niño hambriento, en mí se alternaban segundos de
éxtasis y segundos de indiferencia... y terror de segundos. Las
razones de morir, las he vivido. En su forma más espesa son
resortes. Recibí los golpes inolvidables y después contuve la
incomprensión llorosa. Me deterioré con la exactitud de un
espíritu. Me deterioré.
No
sé lo que he visto, pero la visión está ahí. Nada adivino, no me
atrevo, pero mis células sí: su reacción, su maravilloso
presentimiento a través del umbral de la hembra misteriosa ha
hablado. Lo que sea que haya conocido, me expulsa. ¿Habrá sido un
hecho del mundo?
*
«Las
promesas médicas»
capítulo
1
me
la suda cómo esté escrito
Rumblefoe.
Me
estaba empezando a doler la pierna, así que fui al médico. Aquí en
México hay un doctor en cada farmacia. Conozco mis piernas y sus
tumores dormidos. Por eso me preocupé al notar que en la parte
opuesta a la rodilla había un bulto especialmente grande, y que me
dolía a cada paso. No estoy muy vivo últimamente, así que ni
siquiera me asusté, pero lo que sí hice fue, como digo, acercarme
hasta un doctor, porque después de todo, aunque esté muerto me
gustaría poder andar.
Entré
en la farmacia, y un hombre enjuto con gafas, muy mayor, se presentó
ante mí con una sonrisa. Le expliqué mi problema y él me hizo
pasar a una salita trasera, toda blanca y llena de sábanas y
herramientas de primeros auxilios. Después de palparme
detalladamente la pierna entera, deteniéndose en cada quiste, puso
un gesto de gravedad, se quitó las gafas y habló así, mirándome a
los ojos:
Usted,
joven, va a perder esa pierna tarde o temprano. Probablemente no se
lo hayan dicho aún, pero mi política con los pacientes es
decidida: nunca les mentiría a ustedes. Puede que no éste año,
puede que no el siguiente, pero algún día tendrá que ir a su
doctor con la pierna abultada como un melón, y éste le comunicará
que lo mejor sería amputarla. Entonces le hablará de las virtudes
de las prótesis, de la esperanza en las prótesis, y cuando se esté
yendo de la consulta le hará una broma sobre piratas con pata de
palo. Yo, por mi parte, creo que lo mejor es que deje su pierna en
mis manos aquí y ahora. Se evitaría unos años muy pesados en los
que tendría que estar contemplando cómo se hinchan sus huesos, y el
dolor irá creciendo tan lentamente que no se dará cuenta hasta el
final.
¿Qué
me estás ofreciendo exactamente? -dije con voz temblorosa- debería
hablar ésto con mis padres. ¿Cómo sé que no me mientes...?
¡Sus
padres! ¿Qué van a decir ellos? Vamos, ya es mayorcito... ¿Y por
qué iba a mentirle? Verá, le ofrezco dos cosas. Hay una aldea
llamada San José del Pacífico donde vive un viejo amigo mío, un
cirujano jubilado que ahora se dedica a conducir terapias con hongos
alucinógenos. Ha dado resultados sorprendentes en pacientes de todo
tipo. Probaremos eso, usted y yo. Para desgracia de usted, esos
bultos suyos son ya evidentemente catastróficos. Lo que le estoy
ofreciendo entonces es, sin duda, una ayuda enorme. Le estoy
tendiendo la mano de éste hombre, y la mía también. Si los hongos
no resultan, le quitaremos esa pierna, joven, y de paso podrá
recuperarse entre los bosques humeantes de la montaña de Oaxaca, con
la compañía de los duendes y los atardeceres. Le prometo que desde
su habitación de descanso se verá el Océano Pacífico. Todo
gratis. Le regarlaremos una de esas famosas piernas de metal. Ya ve
que es la oportunidad de su vida...
Espere,
por favor... -el hombre hablaba tan rápida y desordenadamente que
casi me desmayo al notar por fin a la información que me daba
posándose en mí- tengo que buscar una cosa.
Me
aparté en silencio, casi llorando, y abrí Google con el móvil.
Tecleé: traficantes de piernas. Tráfico de órganos: piernas.
Piernas. Nada. No había nada. De todas formas, ¿quién iba a querer
mi pierna deforme? Entonces levanté la vista de nuevo para mirar al
hombre, y vi en él un punto de ansia dolorosa que me hizo adivinar
su bondad. Era bueno, un viejo casi aplastado pero con energías para
luchar por mí. Por mí. ¿Por qué?
Pero...
¿Por qué me ayudas...? No lo entiendo... ¿No vienen aquí muchas
personas tan enfermas como yo? ¿Acaso les hace a ellos ofertas
semejantes también?
Veo
que tampoco se lo han dicho.... Muchacho, la suya es una enfermedad
mortal. Una osteocondrosis múltiple es un caso entre tres millones.
Y no. Es cierto que aquí vienen todos los días personas que se van
a morir, pero no jóvenes con la pierna hecha una plantación de
células cancerígenas. Usted tiene que confiar en mí. Yo le ayudo
por varias razones. La primera de ellas es que al verlo entrar por la
puerta he visto que usted es un alma vieja, muy cerca de encontrar su
misión, y en seguida mi alma, mucho más jóven, se ha sentido en
disposición absoluta de socorrerle... La segunda es que me aburro de
ésta farmacia, me aburro enormemente y quiero dedicarme a otra cosa.
Llevaba pensando en eso toda la mañana, y ayer también, y antes de
ayer... Ahora, si nos vamos usted y yo a San José del Pacífico,
podré estar tranquilo con mi amigo. Tiene usted que conocer a mi
amigo. Es un visionario...
Ya
hablaremos...-murmuré, echando a correr dificultosamente, saliendo
de la tienda a toda prisa. No me detuve hasta llegar a mi cuarto.
Lloré mucho. Luego del llanto volví a sentir el dolor
palpitándome...
*
«Historia
del pensamiento»
Llevamos
milenios hablando de las mismas cosas, y aunque así sea, los
supuestos sabios lo hacen de maneras cada vez más extrañas e
inaccesibles. ¿Por qué? Con palabras cada vez más enrevesadas,
como éstas mismas palabras, el discurso de los rondadores del saber
se va alejando de los tímpanos de las masas populares, si es que
alguna vez estuvo cerca de ellos. Resultado: alelamiento mútuo.
Cuanta
más población, más aspirantes, más tensión competitiva, y más
abstruso el pensamiento nacido para subyugar y aturdir a los otros
pensamientos, es decir, para sobrevivir a la muchedumbre. La
muchedumbre sólo aceptará obedecer a lo que no entiende.
La
incomprensión masiva de un "pensamiento" le dota de un
presupuesto de profundidad basado en el complejo de inferioridad de
la masa misma. "Si no lo entiendo, otro mejor que yo tendrá que
hacerlo, y me pisoteará por ello... así que por precaución démosle
espacio a eso que parece que está en mi idioma pero que no puedo
entender ni tampoco puede importarme jamás."
Un
eje de comprensión para la llamada Historia del pensar: el miedo a
ser pisoteado, que es directamente proporcional al número de gente
que nos rodea. En sociedades superpobladas reinarán los hombres
ininteligibles, los vendedores de teorías turísticas...
No
nos están dando órdenes ni códigos celestiales, nos están
diciendo cuáles son las acciones posibles. No prohíben mirar, sino
que ciegan.
*
«Los
ángeles se reproducen como conejos»
Si todo puede decirse
ya
no importa qué se diga,
Si
todo queda a la vista
puedo
aceptar el infierno
y
mis latidos se ensanchan
hasta
que parezco un muerto.
Un
mundo en que todos cantan
queriendo
salvar su voz
es
el mundo más estrecho.
Por
fortuna, tu mirada
me
hace dudar del desierto:
que
yo muera y que me mires
no
puede ocurrir a un tiempo.
Y,
sin embargo, estoy triste
casi
desde que recuerdo,
¿No
será que la tristeza
ya
se ocupa de mis sueños?
Quien
navega sus pesares
en
dirección al pesar
no
ve que sus pensamientos
quieren
ponerlo a rezar.
Quien
se sirve del ingenio
para
olvidar dónde pisa,
quien
se sirve de la brisa
para
decir yo
me muevo
camina
por donde quiere
con
pasos de prisionero.
*
«A
oscuras»
el
sol está bajo la lluvia
en
el puerto de los ojos cerrados
detened
a las olas que he recordado
A
oscuras mi imaginación se diluvia,
las
esquinas que olvidé empiezan a alumbrarme
con
blanca luz deformadora, luz reclinada,
y
mi viaje da comienzo cuando desespero
de
moverme un milímetro, y la oscuridad me tiene
en
su regazo como la más inmóvil de sus bestias.
Desisto
de moverme y comienzo a viajar
por
tierras no imaginadas, no tocadas por nadie,
por
prados mentirosos y ruinas florecientes,
y
la turba silenciosa se me ha mostrado
detrás
de todas las voces, en cada deseo...
El
trajín de lo vacante ruge rodeándome:
son
por fin los espíritus, que se entregan a sus quehaceres,
ignorados
por nuestras caudalosas grietas de carne
e
hinchados de desaparición, es decir, de esperanza.
Mi
sola quietud los intriga, se dicen:
¿cómo
alguien se detiene en medio del río
sin
detener al río ni detener su vida?
Y
los espíritus me rodean entonces con detalle:
esos
trozos me están dirigiendo la mirada.
Si
intento preguntarles, los pierdo para siempre,
si
intento responderles mi vida se acaba.
Y
en silencio de ojos fijos se mantiene la llama
de
los ángeles sin sangre que me acompañan
y
me restriegan la horrible trampa del tiempo
y
se burlan del hueco que yo llamé rostro.
Hacen
que me esfume, y yo se lo agradezco:
si
a pesar de verlos recuerdo mi amor,
significa
que mi amor traspasa el recuerdo.
Después
de tantos días una danza palpita
y
mi sonrisa a oscuras abre las ventanas.
De
mis venas brota una brisa pálida,
le
digo a los muertos, dejemos que la luz
se
inmiscuya un poco, le digo a los muertos:
sintamos
las plantas de los pies. Algo pasa.
*
«Juran
a la gran blancura»
el
sol estaba bajo la lluvia en el puerto de los ojos cerrados
detened
a las olas que he recordado
detened
a las olas que he recordado
muñecos
sedantes se me llevan gritando
me
arrastran por la arena y los restos de mi imaginación
mi
ventana reproduce la oscuridad, mis manos
juran
a la gran blancura
*
«Vendo
no comprar»
navego
la arquitectura líquida de las estrellas: los infinitos peldaños de
una fruta negra
llamada
respirar
renuncio
a la palabra, a las aglomeraciones: si se puede comprender, se puede
adorar
a
la muerte siempre le falta una pieza que eres tú, ¿cómo adorarás
a la pieza que falta? (¡máscaras perfectas me convertirán el
rostro en aire...!)
me
arrodillo entre el caudal indivinizable: el río interrumpe las
ficciones mías, un rezo ajeno se me traga
refuto
el metal y las espinas de la perfección y la pena cuadrada, me
arrodillo entre el cadáver de la inexistencia que viaja
hacia
el paraíso irresponsable de todos los sueños separados unos de
otros. Bendigo la frontera entre los sueños: el infierno (abrazo
remoto)
bendigo
la brisa torcida y agonizo edificando tus ojos en mi imaginación
tormentosamente
efecto
de la lejanía inevitable
respondo
a tu existencia con lágrimas
no
te veo y no puedo esconderme de ti
soy
el sargento de tu desaparición
escalo
la piedra preciosa de tu ausencia y escalo hasta un prostíbulo de
sopor llamado "Madre Mía", donde me inyectan el horizonte
y
toda una serie de divertidas grapas en mi pecho, y toda una serie de
cegueras pálidas llamadas amaneceres
y
cada amanecer debe ser anotado por mi alma entrecerrada
no
queremos confundir un día con otro
por
eso nace la civilización
y
la sangre, arquitecta, resbala
y
mi corazón se fue tan lejos
en
plena liturgia de la claridad
para
no confundir un día con otro
es
mi deber caer en la trampa
y
morir, esperarte.
*
«Pese
al silencio»
Pese
al silencio, hasta la más mínima idea se nubla con éste
presentimiento de estar girando, de que la habitación inmóvil donde
el hombre desconocido y yo intentamos tomarnos la sopa mirándonos a
los ojos, está en el fondo girando, aunque desde dentro no exista
forma de saberlo, porque todo permanece quieto en su sitio y nada se
cae, se tambalea o se estremece ni en un ápice. Pero la impresión
va creciendo hasta marearme: todo sin excepción gira, sometido a los
deseos alejados de una espiral enorme que sólo intuyo; tan enorme
que su movimiento me es casi imperceptible; tan enorme que sólo
podré soñarla. El otro hombre desconocido que no soy yo, canoso,
arrugado, largo, con los ojos tristes y violetas, parece también
notarlo y me explica:
-
Ni una cucharada conseguiré dar.
Comprendiéndolo
bien, le respondo, efusivamente:
-
¡Ninguna!¡Pero habrá algo detrás de ésto! A ver, ¿dónde
estamos?
-
Eso me gustaría saber a mí- y se levanta sin muchas fuerzas,
dejándome ver que en lugar de dos piernas tiene dos cascadas de un
líquido oscuro que cae muy deprisa de su cintura al suelo, emitiendo
rumores distantes. También, allí donde deberían estar sus pies
sólo hay dos espesas nubecillas de vapor. Lo veo avanzar
fatigosamente hasta la pared y empujarla con el dedo índice,
mientras me dirige una mirada rota, en blanco, como un actor que se
ha olvidado sin remedio de la frase que había que decir a
continuación.
Después
de unos segundos de confusa expectación, me doy cuenta de que se ha
quedado así, hechizado, con el dedo pegado a la pared. Tengo miedo:
de repente sé que estoy solo. Intento llamarle, pero no responde. Me
da miedo tocarle o intentar moverle de su sitio. Levanto la voz
y hasta le grito al oído, pero sigue paralizado, y sólo escucho el
incesante murmullo de las piernas-cascadas negras. Sus ojos abiertos
ya no miran, son artificiales, suspendidos como átomos de
inercia que sólo reflejarán la misma mentirosa inmortalidad una y
otra vez. Si no fuera por las leves inclinaciones de su pecho al
respirar, se diría que está muerto. Aunque siga de pie, ese cuerpo
parece de repente haber repelido toda lógica viviente, quedando como
sorprendido y devorado por una ironía universal, universal como
mínimo...
Desesperado,
por primera vez miro bien a mi alrededor. En la habitación no hay
más que dos sillas de plástico de las que acabamos de levantarnos,
una mesa con dos platos de sopa y dos cucharas, y una pequeña puerta
en la esquina. Sin embargo, al fijarme en las paredes grises, que
parecen metálicas, advierto algo extraño: un leve brillo las
recorre de arriba abajo, como un jugo palpitante que me hace pensar
por fin que estoy dentro de un estómago. Medio desmayado del asco,
me acerco a una de ellas hasta casi rozarla con la nariz, y distingo,
en efecto, una gelatina grumosa y transparente que se escurre con
lentitud, cayendo hacia abajo. Al agacharme sobre el ángulo que
hacen el suelo y la pared, descubro la fina rendija por la que esa
cosa sale de la habitación. Acordándome entonces de que la punta
del dedo del hombre está hundida en la viscosidad, me acerco con
cuidado a retirar su mano de allí, y al instante él parece recobrar
el movimiento y el sentido, y habla:
-
No consigo buscar...
-
La pared es una trampa, no la toque más -le aviso- porque se ha
quedado usted pegado... Y, caballero, le diré sin rodeos lo
que pienso de todo ésto. Sospecho que ésta habitación es algún
tipo de organismo vivo, algo así como una habitación carnívora.
Mire todo de cerca, mírelo bien dos veces. Apuesto a que eso de ahí
ni siquiera es una puerta. ¡Y, por supuesto, a esa sopa ni se
acerque! Además, ¿no se ha dado cuenta de que usted y yo no nos
conocemos de nada? ¡Es más, se me ha olvidado cómo se hacía para
recordar! ¿Qué había antes de ésto?
-
Sí, sí es cierto todo lo que me dices, y muy amenazante... Sí
parecemos proceder de la nada, sí...
-
Entonces -empiezo a decir, tratando de resultar animoso- deberíamos
ponernos a averiguar cómo se sale, y se me van ocurriendo maneras
de...
Sin
embargo, el hombre deja de escucharme y, con los ojos muy abiertos,
agarra una cuchara y se la clava a la pared con todas sus fuerzas
mientras yo sólo puedo susurrar oh...sí....
Se la clava varias veces y, sorprendentemente, consigue abrir
hendiduras, de las que empieza a brotar un espeso líquido anaranjado
que se retuerce en vano hacia nosotros, implorante. Luego escuchamos
aullidos ensordecedores hasta que, de pronto, se descompone entorno a
nosotros una lluvia de pequeños dientes puntiagudos, y después por
fin vemos el cielo y las estrellas escupidos sobre nuestras cabezas,
recibimos viento en el rostro, y bajo los pies nos queda una masa
suavemente inerte, como un gran pétalo incomprensible, cuyo pasado
viviente ya es imposible de adivinar. La habitación ha desaparecido:
es de noche. Oímos estruendo de olas.
Nos
encontramos navegando sobre el extraño cadáver, arrastrados por una
especie de océano giratorio. En seguida entendemos que estamos
dentro de un remolino gigantesco. El hombre y yo nos asomamos al
borde de nuestra embarcación muerta y no podemos ver el fondo: sólo
una abertura negra, un abismo en el centro, muy abajo. El color del
agua es púrpura, aunque más lejos se vuelve verde, y finalmente
roja hasta donde alcanza la vista. La corriente gira sobre sí misma
con tanta fuerza que las paredes del abismo quedan casi verticales:
parece un anfiteatro, o inmensos escalones de agua atornillándose
lentamente en la negrura.
Pasmados,
nulos, aún forcejeamos para que el remolino exista más allá de
nuestros ojos, pero la escena monstruosa no parece tener acceso al
pensamiento, o bien el cuerpo no logra encontrar ninguna reacción
posible. Morir es claro e inimaginable. ¿Qué hacer? Siendo
tan evidente, y al mismo tiempo tan horroroso lo que está por venir,
toda acción al respecto queda descartada de antemano. Quizás
entonces, frente a lo inevitable, empiezan a aparecer las acciones
inevitables, que parecen más bien intrusiones. Yo lloro un poco. ¡Me
ahogaré! Hubiera querido vivir, no ahogarme... Hubiera querido
tantas, tantas cosas más...
Al
escucharme llorar, el hombre masculla como para sí mismo:
-
¿No hubiera sido mejor tomarse la sopa...?
-
Compañero, extraño compañero... -le digo, repentinamente
emocionado- el pasado, o al menos a su frialdad, es adonde nos
dirigimos... Pero enfrentemos la desgraciada pregunta presente, o al
menos admitamos que existe: ¿qué hacemos ahora?
-
Usted sabe tan bien como yo que nada puede hacerse- me replica
sin miedo, con ojos fijos en el abismo de frescor púrpura
enroscándose, como buscando sin querer un sol ahí abajo...
Nos
quedamos entonces en silencio, escuchando el grito lento del mar:
roncos y circulares truenos en trance, inacabables... pero los giros
son cada vez más rápidos y más cortos, y las olas empiezan a
empaparnos. El vaivén va volviéndose violento y crece el peligro de
resbalar y caer, porque cada ola que nos golpea es más inmensa que
la anterior. Es entonces cuando empezamos a gritar con el mar, pero
no de pánico, sino arrebatados por la sensación de insignificancia,
de que el vacío juega con nosotros pero seguimos despiertos. ¡A
morir despiertos! A mí empieza a darme un ataque de risa, y miro al
hombre, que está también temblando y con los ojos
brillantes, y comprendo que él también se ríe y me devuelve
la mirada. Así, desternillándonos, y apenas consiguiendo agarrarnos
a los bordes de la embarcación, vamos hundiéndonos hasta que nos
perdemos de vista, primero al otro, y después a nosotros mismos.
*
«Entonces
una luz»
Entonces
una luz se me aparece, y es una luz con rostro, o al menos expresiva
(y excesiva), ya que me invita a pasar. Me dice pasa aún
cuando no hay ningún lugar al que pasar, ni desde el que pretender
movimiento alguno: sólo estamos esa luz y yo, de principio a fin, lo
que me hace suponer que debo ser la sombra, y que estoy a punto de
extinguirme. Ahora lo entiendo. La luz me brinda la oportunidad de
acabar conmigo mismo. Sólo se me está sugiriendo que me muera,
puesto que me invita a pasar, a pasar a ella, digo yo, y, por tanto,
a desaparecer. Desaparecer no siempre es una amenaza. Más aún, me
tienta. Quiero ser desconocido de todos, escabullirme... pero el olor
de la luz es tan repetitivo... Y también me intimida, porque
la rodean esos pequeños vientos vibrantes que el fuego desprende,
agitando el aire con un ruido de banderas: el ruido que viene justo
antes del dolor...
Luz
adentro. Me adhiero.
Primero:
un ataúd con ruedas, hecho de oro y tirado por bebés, por al menos
un centenar de bebés titubeantes con duras correas apretadas a sus
cuellos. Lloran y lloran, y el carro avanza más o menos en
todas direcciones. Dentro del carro van subidos, como piedras, unas
figuras divinas, glotonas, rubicundas, cuyo rostro, aunque infinito,
tiene un deje de desesperación, porque no saben estar solos,
porque a su pesar están vivos, porque son palabras. Palabras que los
bebés cargan difusamente por un paisaje inhóspito y
tradicionalmente furioso, lleno de flores que se elevan como
bengalas por el cielo y se inclinan sobre nosotros, hinchadas,
eclipsando a las estrellas y traicionando a la noche misma,
sustituyéndola por otra más pequeña y oscura.
No
creo que haya más armonía en esas chispas paralizadas en lo alto.
En seguida uno comprende que las estrellas son también trozos de
algo: añicos, servidos en una bandeja, misteriosamente organizados,
pero al fin y al cabo restos separados de algo que acostumbraba
a estar unido. Yo mismo, sin ir más lejos, estuve ahí, antes de la
ruptura, a pesar de que la existencia de un sujeto del que predicar
algo ya presupone segregación, añadiduras, avideces y no la
hermandad siniestra del principio con el final de la que, me temo,
estoy hablando, y en la que no haría falta un solo paso. Primera
estrella, ¿cómo fuiste vulnerable?
A
modo de respuesta, un puñal baja de entre dos nubes blancas, se
hunde en la tierra y luego se retira, abriendo una profunda grieta de
la que empiezan a brotar ríos de sangre. La herida toma forma de
volcán, elevándose sobre el terreno. Con la sangre por las
rodillas, avanzo sin mirarla, intentando poner los ojos arriba, a
modo de pregunta. Voy esquivando a muchas personas que están
quietas, repasando lentamente la sangre con sus manos, y miran la
herida y alternativamente se observan los unos a los otros,
embelesados. La herida asombrosa, la famosa herida, la herida
turística.
Se
acerca una barca de luz sobre la sangre, flotando lentamente,
surcando el rojo casi a la deriva, gobernada por impulsos livianos.
Su único tripulante, una joven que rema con los ojos muy abiertos.
Al pasar junto a mí, le digo:
-
¿Por qué remas?
-
No sé qué es remar.
-
¿Puedo subir contigo?
-
Sube.
Me
encaramo a la barca. Aunque voy empapado, la sangre no mancha la luz.
Más de cerca, enfocando la vista, descubro que no se trata de luz,
sino de una superficie blanca que no deja de moverse a toda velocidad
sobre sí misma, como madera de relámpagos encerrados. Intento mirar
de nuevo a la joven, pero ella parece haberse olvidado de mi
presencia. En cambio, dirige la vista llorosa hacia la cumbre del
volcán. Sin mediar palabra, se pone entonces a remar con más fuerza
montaña arriba, acompañada por la luz, y la barca va estirándose
en contra de la corriente carmesí. Muchas personas, al
rozarles la barca a su paso, se hunden repentinamente en la
sangre, como si tiraran de ellos hacia abajo, y todas ellas tratan de
decir algo justo antes de hundirse, pero a ninguna le da tiempo a
terminar.
Una
vez allí arriba, junto al abismo, ella me sonríe,
aliviada. La barca de luz queda varada, tocando el borde de la
herida, y entonces toda la montaña empieza a silbar y a exhalar una
niebla cobriza, cada vez más clara y espesa, que me impide ver nada.
La herida se está cerrando.
*
«Descripción
del diablo»
Una
herida deseada no es una herida, sino una paradoja caliente, algo que
gira sin fin, esto es, algo que no giraría si no lo observaran.
El
hecho de que se puedan regalar heridas, y de que las heridas sean a
veces regalos aceptables, me hace llorar.
Olvidamos
que no se puede usar la destrucción. La destrucción nos usa a
nosotros, nos usó desde un principio, pero al olvidar ésto
empezamos a sembrarla...
Las
ciudades, frutos de un dolor ininterrumpidamente previsto, siempre
otro que el presente. Nunca llegará. Esperémoslo. El rescate eterno
de las ciudades...
Diría:
en la gloria de amar no cabe haber amado.
Pero
saber no es mirar. Saber se parece a saber matar.
Su
forma es fama.
*
«Agujero»
A veces aparecían en nuestra horrible vida hermosos y polémicos ingenios de todo tipo. Servían para decir: la inteligencia está en otra parte. Los más asustadizos preguntaban por el responsable. En uno de mis paseos matutinos, por ejemplo, encontré un agujero en el suelo lo suficientemente grande como para que uno tuviera que esquivarlo. Cuando desvié un paso a la derecha, sin embargo, el agujero se movió a su vez a la derecha. Así seguimos bailando, el agujero y yo, hasta que decidí saltar por encima de él. Pero el agujero saltó también, y volvió a colocarse frente a mí. Yo creía tener claro que los agujeros son espacios inertes, huecos inexpresivos que nunca han pretendido cosa alguna, pero me daba la sensación de que éste se burlaba de mí. Caminé hacia él con paso decidido, y entonces vi, maravillado, cómo retrocedía. Di otro paso, y volvió a ocurrir. Entonces, echándome a andar y viendo al agujero escurrirse siempre por delante de mí, a una distancia prudencial, entendí: no era posible caerse. Aquello estaba diseñado sólo para que uno caminara con la sensación de tener un agujero esperándolo.
*
«Delirio»
A
través de la llorera celestial y las bombas dibujantes, desolación
artística en la noche de los insalvables esqueletos
gesticulantes como pozos, y temblor fascinado de rostros sin aire
bajo el tibio abismo que parece una piscina. El asqueroso ángel
multimillonario orgulloso y petrificado en su sueño carnívoro hunde
sus ojos en la luz y hunde la luz en sus ojos empañados de nada y
fríos de tanto mezclar la sangre con el tiempo.
Allí,
a las orillas congeladas van los pordioseros de los paraísos a
cantar otra terrible noticia. Pero, ¿quién tiene ganas de escuchar
otra terrible noticia? En el sordo aquelarre marchan atrapados,
alimentados por dados inhumanos, guiados por la estrella más
lejana. El universo es un asilo para cajas de música y
un hospital psiquiátrico para flores y un desierto para
sus amigos: el tiempo araña los países y acaricia nuestras
ruinas animales.
Traviesa
luz de quirófano, el sol hace que lluevan hormigas y también
inviernos inventados, de voces cascadas, quiero decir: llevo un
collar de pantanos, soy febriles e hirvientes pantanos como el
firmamento dentro de un árbol, como el monstruo acústico, monje de
sombra recién nacida, rey del espasmo del viento jeroglífico
Escucha
el sonido agrietado que hacen los carros de la sabiduría al pasar
sobre la seda, ¿no es como si se extinguiera toda inocencia? Como
fetos aplaudiendo al caos desde todos los vientres del mundo, y
joyas cubriendo al corazón paralítico, y nubes de bucles anhelantes
acosando a los enamorados.
Tal
vez incluso el aire esté desamparado y algún día respiremos
suicidios, no hay juguetes a la luz de la luna, sólo lluvia
verde, risa cansada y oscuridad junto a la absurda
sonrisa de las estatuas, ¿por qué es eterna la sonrisa suya? Porque
también lo es su olvido, que fluye como la carcoma. Veo a un robot
añorando la estupidez humana, veo a un robot burlándose de la
mañana, resolviendo el alba como si fuera un rompecabezas.
Una
palabra es un cadáver de oxígeno, y, ¿quién cree en las palabras?
Los mudos, y nadie cree en las palabras porque incluso entre los
mudos hay guerras. Luto preñado de oro absurdo como arrodillarse
ante lo que matas. Espejos flotando en mitad del veneno místico
como el odio que muerde su propia carne de rocío. Invisible
semilla de las estatuas. ¿Notas cómo pasa el tiempo loco y muerto?
Los segundos no sirven para medirlo, sólo la muerte. Sólo los
infiernos sirven para medir el tiempo, alba de lágrimas
flotantes, noche donde se reúnen los locos pariendo signos, latidos
como momias como fuego de estrellas hormigueantes como latidos
como momias como fuego de estrellas hormigueantes como latidos...
La
sombra del tamaño del sinsentido que vibra, el sinsentido
amueblado, las tribus de aire, los hilos que forman la tela del dolor
de plata. Las ambiciones hacen al infinito, el miedo hace a Dios. El
universo tiene perfil de tirano. Esquivo, hervíboro. El cielo, como
paz de pensamientos descuartizados, triste oscuridad del sueño que
embiste contra los cadáveres como éstos.
Que los enfermos se me lleven a hombros
dejando
tras de sí un rastro verde.
Porque
conozco sus secretos, que me miren a los ojos
ridículos
y encharcados donde no cabe ya la grandeza
y
nos caigamos todos sin fuerzas, unos sobre otros,
en
el suelo, y una nube pálida se nos lleve
Amarillos
son los ruidos, los pasillos, el sol
y
el olvido que cruzaré de la mano de nadie
murmurando
quizás, al fin y al cabo,
estoy
enamorado, estoy enamorado,
repitiéndome
la única verdad que arde,
incomprensible,
mientras cruzo los ruidos
y
cruzo el sol, sin preguntarme ya nada
La
oscuridad se parte en esferas dolorosas, miradas
al
azul amorfo en las alturas y también bajo mis pies,
tierra
abajo, kilómetros de escombros de oscuridad azul,
ni
un rincón de quietud en todo el universo y sin embargo
las
ruedas pasan sobre mí y mis ojos no se apartan del azul...
Pronto
no habrá a quién buscar
pero
seguirá habiendo una mirada blanca
por
suerte moriré antes de decir te amo
y
no acabaré de pronunciarlo nunca
seguirá
habiendo una mirada blanca,
un
corazón blanco, por fin sin final,
pero
debes estar al borde de no escucharme.
Estoy
al cruzar el fondo de la luz
pero
olvídame para abrazarme
y
herir al dolor. Lo he visto: los soles se apagan.
¡Abrázame!
Vamos contra la última ley.
No
dejemos que los espacios se enfríen... ¡mira arriba!
el
cadáver no se rinde, está tibio, quiere
llorar.
¡Abrázame contra el frío, estamos perdiendo
las
flores nunca invadirán el mundo...!
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