domingo, 17 de septiembre de 2017

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« M.H.Y.R.S.E.»

 Podréis decir alma si os asusta decir alma.¡Mucho más confiarán en la destrucción los ángeles, porque conocen lo persuasivo del contraste! Su alma, más inconfundible aún hundiéndose en la tiniebla, más inconfundible doliéndose...

De niño practiqué los trances hasta memorizar sin querer algunas proporciones angélicas, y miraba fijamente ir y venir al péndulo que recibe los nombres de paraíso e infierno en distintos puntos de su trayectoria. Estuve contando las lombrices que vibran en el estómago del niño hambriento, en mí se alternaban segundos de éxtasis y segundos de indiferencia... y terror de segundos. Las razones de morir, las he vivido. En su forma más espesa son resortes. Recibí los golpes inolvidables y después contuve la incomprensión llorosa. Me deterioré con la exactitud de un espíritu. Me deterioré.

No sé lo que he visto, pero la visión está ahí. Nada adivino, no me atrevo, pero mis células sí: su reacción, su maravilloso presentimiento a través del umbral de la hembra misteriosa ha hablado. Lo que sea que haya conocido, me expulsa. ¿Habrá sido un hecho del mundo?


*
«Las promesas médicas»

capítulo 1

 me la suda cómo esté escrito
Rumblefoe.

Me estaba empezando a doler la pierna, así que fui al médico. Aquí en México hay un doctor en cada farmacia. Conozco mis piernas y sus tumores dormidos. Por eso me preocupé al notar que en la parte opuesta a la rodilla había un bulto especialmente grande, y que me dolía a cada paso. No estoy muy vivo últimamente, así que ni siquiera me asusté, pero lo que sí hice fue, como digo, acercarme hasta un doctor, porque después de todo, aunque esté muerto me gustaría poder andar.

Entré en la farmacia, y un hombre enjuto con gafas, muy mayor, se presentó ante mí con una sonrisa. Le expliqué mi problema y él me hizo pasar a una salita trasera, toda blanca y llena de sábanas y herramientas de primeros auxilios. Después de palparme detalladamente la pierna entera, deteniéndose en cada quiste, puso un gesto de gravedad, se quitó las gafas y habló así, mirándome a los ojos:

Usted, joven, va a perder esa pierna tarde o temprano. Probablemente no se lo hayan dicho aún,  pero mi política con los pacientes es decidida: nunca les mentiría a ustedes. Puede que no éste año, puede que no el siguiente, pero algún día tendrá que ir a su doctor con la pierna abultada como un melón, y éste le comunicará que lo mejor sería amputarla. Entonces le hablará de las virtudes de las prótesis, de la esperanza en las prótesis, y cuando se esté yendo de la consulta le hará una broma sobre piratas con pata de palo. Yo, por mi parte, creo que lo mejor es que deje su pierna en mis manos aquí y ahora. Se evitaría unos años muy pesados en los que tendría que estar contemplando cómo se hinchan sus huesos, y el dolor irá creciendo tan lentamente que no se dará cuenta hasta el final.
¿Qué me estás ofreciendo exactamente? -dije con voz temblorosa- debería hablar ésto con mis padres. ¿Cómo sé que no me mientes...?
¡Sus padres! ¿Qué van a decir ellos? Vamos, ya es mayorcito... ¿Y por qué iba a mentirle? Verá, le ofrezco dos cosas. Hay una aldea llamada San José del Pacífico donde vive un viejo amigo mío, un cirujano jubilado que ahora se dedica a conducir terapias con hongos alucinógenos. Ha dado resultados sorprendentes en pacientes de todo tipo. Probaremos eso, usted y yo. Para desgracia de usted, esos bultos suyos son ya evidentemente catastróficos. Lo que le estoy ofreciendo entonces es, sin duda, una ayuda enorme. Le estoy tendiendo la mano de éste hombre, y la mía también. Si los hongos no resultan, le quitaremos esa pierna, joven, y de paso podrá recuperarse entre los bosques humeantes de la montaña de Oaxaca, con la compañía de los duendes y los atardeceres. Le prometo que desde su habitación de descanso se verá el Océano Pacífico. Todo gratis. Le regarlaremos una de esas famosas piernas de metal. Ya ve que es la oportunidad de su vida...
Espere, por favor... -el hombre hablaba tan rápida y desordenadamente que casi me desmayo al notar por fin a la información que me daba posándose en mí- tengo que buscar una cosa.

Me aparté en silencio, casi llorando, y abrí Google con el móvil. Tecleé: traficantes de piernas. Tráfico de órganos: piernas. Piernas. Nada. No había nada. De todas formas, ¿quién iba a querer mi pierna deforme? Entonces levanté la vista de nuevo para mirar al hombre, y vi en él un punto de ansia dolorosa que me hizo adivinar su bondad. Era bueno, un viejo casi aplastado pero con energías para luchar por mí. Por mí. ¿Por qué?

Pero... ¿Por qué me ayudas...? No lo entiendo... ¿No vienen aquí muchas personas tan enfermas  como yo? ¿Acaso les hace a ellos ofertas semejantes también?
Veo que tampoco se lo han dicho.... Muchacho, la suya es una enfermedad mortal. Una osteocondrosis múltiple es un caso entre tres millones. Y no. Es cierto que aquí vienen todos los días personas que se van a morir, pero no jóvenes con la pierna hecha una plantación de células cancerígenas. Usted tiene que confiar en mí. Yo le ayudo por varias razones. La primera de ellas es que al verlo entrar por la puerta he visto que usted es un alma vieja, muy cerca de encontrar su misión, y en seguida mi alma, mucho más jóven, se ha sentido en disposición absoluta de socorrerle... La segunda es que me aburro de ésta farmacia, me aburro enormemente y quiero dedicarme a otra cosa. Llevaba pensando en eso toda la mañana, y ayer también, y antes de ayer... Ahora, si nos vamos usted y yo a San José del Pacífico, podré estar tranquilo con mi amigo. Tiene usted que conocer a mi amigo. Es un visionario...
Ya hablaremos...-murmuré, echando a correr dificultosamente, saliendo de la tienda a toda prisa. No me detuve hasta llegar a mi cuarto. Lloré mucho. Luego del llanto volví a sentir el dolor palpitándome...


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«Historia del pensamiento»

Llevamos milenios hablando de las mismas cosas, y aunque así sea, los supuestos sabios lo hacen de maneras cada vez más extrañas e inaccesibles. ¿Por qué? Con palabras cada vez más enrevesadas, como éstas mismas palabras, el discurso de los rondadores del saber se va alejando de los tímpanos de las masas populares, si es que alguna vez estuvo cerca de ellos. Resultado: alelamiento mútuo.

Cuanta más población, más aspirantes, más tensión competitiva, y más abstruso el pensamiento nacido para subyugar y aturdir a los otros pensamientos, es decir, para sobrevivir a la muchedumbre. La muchedumbre sólo aceptará obedecer a lo que no entiende.

La incomprensión masiva de un "pensamiento" le dota de un presupuesto de profundidad basado en el complejo de inferioridad de la masa misma. "Si no lo entiendo, otro mejor que yo tendrá que hacerlo, y me pisoteará por ello... así que por precaución démosle espacio a eso que parece que está en mi idioma pero que no puedo entender ni tampoco puede importarme jamás."

Un eje de comprensión para la llamada Historia del pensar: el miedo a ser pisoteado, que es directamente proporcional al número de gente que nos rodea. En sociedades superpobladas reinarán los hombres ininteligibles, los vendedores de teorías turísticas...




No nos están dando órdenes ni códigos celestiales, nos están diciendo cuáles son las acciones posibles. No prohíben mirar, sino que ciegan.


*
«Los ángeles se reproducen como conejos»

Si todo puede decirse
ya no importa qué se diga,
Si todo queda a la vista
puedo aceptar el infierno
y mis latidos se ensanchan
hasta que parezco un muerto.
Un mundo en que todos cantan
queriendo salvar su voz
es el mundo más estrecho.
Por fortuna, tu mirada
me hace dudar del desierto:
que yo muera y que me mires
no puede ocurrir a un tiempo.

Y, sin embargo, estoy triste
casi desde que recuerdo,
¿No será que la tristeza
ya se ocupa de mis sueños?
Quien navega sus pesares
en dirección al pesar
no ve que sus pensamientos
quieren ponerlo a rezar.
Quien se sirve del ingenio
para olvidar dónde pisa,
quien se sirve de la brisa
para decir yo me muevo
camina por donde quiere
con pasos de prisionero.


*
«A oscuras»

 el sol está bajo la lluvia
en el puerto de los ojos cerrados
detened a las olas que he recordado


A oscuras mi imaginación se diluvia,
las esquinas que olvidé empiezan a alumbrarme
con blanca luz deformadora, luz reclinada,
y mi viaje da comienzo cuando desespero
de moverme un milímetro, y la oscuridad me tiene
en su regazo como la más inmóvil de sus bestias.

Desisto de moverme y comienzo a viajar
por tierras no imaginadas, no tocadas por nadie,
por prados mentirosos y ruinas florecientes,
y la turba silenciosa se me ha mostrado
detrás de todas las voces, en cada deseo...

El trajín de lo vacante ruge rodeándome:
son por fin los espíritus, que se entregan a sus quehaceres,
ignorados por nuestras caudalosas grietas de carne
e hinchados de desaparición, es decir, de esperanza.

Mi sola quietud los intriga, se dicen:
¿cómo alguien se detiene en medio del río
sin detener al río ni detener su vida?
Y los espíritus me rodean entonces con detalle:
esos trozos me están dirigiendo la mirada.
Si intento preguntarles, los pierdo para siempre,
si intento responderles mi vida se acaba.

Y en silencio de ojos fijos se mantiene la llama
de los ángeles sin sangre que me acompañan
y me restriegan la horrible trampa del tiempo
y se burlan del hueco que yo llamé rostro.
Hacen que me esfume, y yo se lo agradezco:
si a pesar de verlos recuerdo mi amor,
significa que mi amor traspasa el recuerdo.

Después de tantos días una danza palpita
y mi sonrisa a oscuras abre las ventanas.
De mis venas brota una brisa pálida,
le digo a los muertos, dejemos que la luz
se inmiscuya un poco, le digo a los muertos:
sintamos las plantas de los pies. Algo pasa.


*
«Juran a la gran blancura»

el sol estaba bajo la lluvia en el puerto de los ojos cerrados
detened a las olas que he recordado
detened a las olas que he recordado
muñecos sedantes se me llevan gritando
me arrastran por la arena y los restos de mi imaginación
mi ventana reproduce la oscuridad, mis manos
juran a la gran blancura



*
«Vendo no comprar»

navego la arquitectura líquida de las estrellas: los infinitos peldaños de una fruta negra
llamada respirar

renuncio a la palabra, a las aglomeraciones: si se puede comprender, se puede adorar

a la muerte siempre le falta una pieza que eres tú, ¿cómo adorarás a la pieza que falta? (¡máscaras perfectas me convertirán el rostro en aire...!)

me arrodillo entre el caudal indivinizable: el río interrumpe las ficciones mías, un rezo ajeno se me traga

refuto el metal y las espinas de la perfección y la pena cuadrada, me arrodillo entre el cadáver de la inexistencia que viaja

hacia el paraíso irresponsable de todos los sueños separados unos de otros. Bendigo la frontera entre los sueños: el infierno (abrazo remoto)

bendigo la brisa torcida y agonizo edificando tus ojos en mi imaginación

tormentosamente

efecto de la lejanía inevitable

respondo a tu existencia con lágrimas

no te veo y no puedo esconderme de ti

soy el sargento de tu desaparición

escalo la piedra preciosa de tu ausencia y escalo hasta un prostíbulo de sopor llamado "Madre Mía", donde me inyectan el horizonte

y toda una serie de divertidas grapas en mi pecho, y toda una serie de cegueras pálidas llamadas amaneceres

y cada amanecer debe ser anotado por mi alma entrecerrada

no queremos confundir un día con otro

por eso nace la civilización

y la sangre, arquitecta, resbala

y mi corazón se fue tan lejos

en plena liturgia de la claridad

para no confundir un día con otro

es mi deber caer en la trampa

y morir, esperarte.


*
«Pese al silencio»

Pese al silencio, hasta la más mínima idea se nubla con éste presentimiento de estar girando, de que la habitación inmóvil donde el hombre desconocido y yo intentamos tomarnos la sopa mirándonos a los ojos, está en el fondo girando, aunque desde dentro no exista forma de saberlo, porque todo permanece quieto en su sitio y nada se cae, se tambalea o se estremece ni en un ápice. Pero la impresión va creciendo hasta marearme: todo sin excepción gira, sometido a los deseos alejados de una espiral enorme que sólo intuyo; tan enorme que su movimiento me es casi imperceptible; tan enorme que sólo podré soñarla. El otro hombre desconocido que no soy yo, canoso, arrugado, largo, con los ojos tristes y violetas, parece también notarlo y me explica:

- Ni una cucharada conseguiré dar.

Comprendiéndolo bien, le respondo, efusivamente:

- ¡Ninguna!¡Pero habrá algo detrás de ésto! A ver, ¿dónde estamos?

- Eso me gustaría saber a mí- y se levanta sin muchas fuerzas, dejándome ver que en lugar de dos piernas tiene dos cascadas de un líquido oscuro que cae muy deprisa de su cintura al suelo, emitiendo rumores distantes. También, allí donde deberían estar sus pies sólo hay dos espesas nubecillas de vapor. Lo veo avanzar fatigosamente hasta la pared y empujarla con el dedo índice, mientras me dirige una mirada rota, en blanco, como un actor que se ha olvidado sin remedio de la frase que había que decir a continuación. 

Después de unos segundos de confusa expectación, me doy cuenta de que se ha quedado así, hechizado, con el dedo pegado a la pared. Tengo miedo: de repente sé que estoy solo. Intento llamarle, pero no responde. Me da miedo tocarle o intentar moverle de su  sitio. Levanto la voz y hasta le grito al oído, pero sigue paralizado, y sólo escucho el incesante murmullo de las piernas-cascadas negras. Sus ojos abiertos ya no miran, son artificiales, suspendidos  como átomos de inercia que sólo reflejarán la misma mentirosa inmortalidad una y otra vez. Si no fuera por las leves inclinaciones de su pecho al respirar, se diría que está muerto. Aunque siga de pie, ese cuerpo parece de repente haber repelido toda lógica viviente, quedando como sorprendido y devorado por una ironía universal, universal como mínimo...

Desesperado, por primera vez miro bien a mi alrededor. En la habitación no hay más que dos sillas de plástico de las que acabamos de levantarnos, una mesa con dos platos de sopa y dos cucharas, y una pequeña puerta en la esquina. Sin embargo, al fijarme en las paredes grises, que parecen metálicas, advierto algo extraño: un leve brillo las recorre de arriba abajo, como un jugo palpitante que me hace pensar por fin que estoy dentro de un estómago. Medio desmayado del asco, me acerco a una de ellas hasta casi rozarla con la nariz, y distingo, en efecto, una gelatina grumosa y transparente que se escurre con lentitud, cayendo hacia abajo. Al agacharme sobre el ángulo que hacen el suelo y la pared, descubro la fina rendija por la que esa cosa sale de la habitación. Acordándome entonces de que la punta del dedo del hombre está hundida en la viscosidad, me acerco con cuidado a retirar su mano de allí, y al instante él parece recobrar el movimiento y el sentido, y habla:

- No consigo buscar...

- La pared es una trampa, no la toque más -le aviso- porque se ha quedado usted pegado... Y, caballero, le diré sin  rodeos lo que pienso de todo ésto. Sospecho que ésta habitación es algún tipo de organismo vivo, algo así como una habitación carnívora. Mire todo de cerca, mírelo bien dos veces. Apuesto a que eso de ahí ni siquiera es una puerta. ¡Y, por supuesto, a esa sopa ni se acerque! Además, ¿no se ha dado cuenta de que usted y yo no nos conocemos de nada? ¡Es más, se me ha olvidado cómo se hacía para recordar! ¿Qué había antes de ésto?

- Sí, sí es cierto todo lo que me dices, y muy  amenazante... Sí parecemos proceder de la nada, sí... 

- Entonces -empiezo a decir, tratando de resultar animoso- deberíamos ponernos a averiguar cómo se sale, y se me van ocurriendo maneras de...

Sin embargo, el hombre deja de escucharme y, con los ojos muy abiertos, agarra una cuchara y se la clava a la pared con todas sus fuerzas mientras yo sólo puedo susurrar oh...sí.... Se la clava varias veces y, sorprendentemente, consigue abrir hendiduras, de las que empieza a brotar un espeso líquido anaranjado que se retuerce en vano hacia nosotros, implorante. Luego escuchamos aullidos ensordecedores hasta que, de pronto, se descompone entorno a nosotros una lluvia de pequeños dientes puntiagudos, y después por fin vemos el cielo y las estrellas escupidos sobre nuestras cabezas, recibimos viento en el rostro, y bajo los pies nos queda una masa suavemente inerte, como un gran pétalo incomprensible, cuyo pasado viviente ya es imposible de adivinar. La habitación ha desaparecido: es de noche. Oímos estruendo de olas.

Nos encontramos navegando sobre el extraño cadáver, arrastrados por una especie de océano giratorio. En seguida entendemos que estamos dentro de un remolino gigantesco. El hombre y yo nos asomamos al borde de nuestra embarcación muerta y no podemos ver el fondo: sólo una abertura negra, un abismo en el centro, muy abajo. El color del agua es púrpura, aunque más lejos se vuelve verde, y finalmente roja hasta donde alcanza la vista. La corriente gira sobre sí misma con tanta fuerza que las paredes del abismo quedan casi verticales: parece un anfiteatro, o inmensos escalones de agua atornillándose lentamente en la negrura.

Pasmados, nulos, aún forcejeamos para que el remolino exista más allá de nuestros ojos, pero la escena monstruosa no parece tener acceso al pensamiento, o bien el cuerpo no logra encontrar ninguna reacción posible. Morir es claro e  inimaginable. ¿Qué hacer? Siendo tan evidente, y al mismo tiempo tan horroroso lo que está por venir, toda acción al respecto queda descartada de antemano. Quizás entonces, frente a lo inevitable, empiezan a aparecer las acciones inevitables, que parecen más bien intrusiones. Yo lloro un poco. ¡Me ahogaré! Hubiera querido vivir, no ahogarme...  Hubiera querido tantas, tantas cosas más...  

Al escucharme llorar, el hombre masculla como para sí mismo:

- ¿No hubiera sido mejor tomarse la sopa...?

- Compañero, extraño compañero... -le digo, repentinamente emocionado-  el pasado, o al menos a su frialdad, es adonde nos dirigimos... Pero enfrentemos la desgraciada pregunta presente, o al menos admitamos que existe: ¿qué hacemos ahora?

- Usted sabe tan  bien como yo que nada puede hacerse- me replica sin miedo, con ojos fijos en el abismo de frescor púrpura enroscándose, como buscando sin querer un sol ahí abajo...


Nos quedamos entonces en silencio, escuchando el grito lento del mar: roncos y circulares truenos en trance, inacabables... pero los giros son  cada vez más rápidos y más cortos, y las olas empiezan a empaparnos. El vaivén va volviéndose violento y crece el peligro de resbalar y caer, porque cada ola que nos golpea es más inmensa que la anterior. Es entonces cuando empezamos a gritar con el mar, pero no de pánico, sino arrebatados por la sensación de insignificancia, de que el vacío juega con nosotros pero seguimos despiertos. ¡A morir despiertos! A mí empieza a darme un ataque de risa, y miro al hombre, que  está también  temblando y con los ojos brillantes,  y comprendo que él también se ríe y me devuelve la mirada. Así, desternillándonos, y apenas consiguiendo agarrarnos a los bordes de la embarcación, vamos hundiéndonos hasta que nos perdemos de vista, primero al otro, y después a nosotros mismos.

*
«Entonces una luz»

Entonces una luz se me aparece, y es una luz con rostro, o al menos expresiva (y excesiva), ya que me invita a pasar. Me dice pasa aún cuando no hay ningún lugar al que pasar, ni desde el que pretender movimiento alguno: sólo estamos esa luz y yo, de principio a fin, lo que me hace suponer que debo ser la sombra, y que estoy a punto de extinguirme. Ahora lo entiendo. La luz me brinda la oportunidad de acabar conmigo mismo. Sólo se me está sugiriendo que me muera, puesto que me invita a pasar, a pasar a ella, digo yo, y, por tanto, a desaparecer. Desaparecer no siempre es una amenaza. Más aún, me tienta. Quiero ser desconocido de todos, escabullirme... pero el olor de la luz es  tan repetitivo... Y también me intimida, porque la rodean esos pequeños vientos vibrantes que el fuego desprende, agitando el aire con un ruido de banderas: el ruido que viene justo antes del dolor...

Luz adentro. Me adhiero.

Primero: un ataúd con ruedas, hecho de oro y tirado por bebés, por al menos un centenar de bebés titubeantes con duras correas apretadas a sus cuellos. Lloran y  lloran, y el carro avanza más o menos en todas direcciones. Dentro del carro van subidos, como piedras, unas figuras divinas, glotonas, rubicundas, cuyo rostro, aunque infinito, tiene un deje de desesperación,  porque no saben estar solos, porque a su pesar están vivos, porque son palabras. Palabras que los bebés cargan difusamente por un paisaje inhóspito y tradicionalmente furioso, lleno de flores que  se elevan como bengalas por el  cielo y se inclinan sobre nosotros, hinchadas, eclipsando a las estrellas y traicionando a la noche misma, sustituyéndola por otra más pequeña y oscura.

No creo que haya más armonía en esas chispas paralizadas en lo alto. En seguida uno comprende que las estrellas son también trozos de algo: añicos, servidos en una bandeja, misteriosamente organizados, pero al fin y al  cabo restos separados de algo que acostumbraba a estar unido. Yo mismo, sin ir más lejos, estuve ahí, antes de la ruptura, a pesar de que la existencia de un sujeto del que predicar algo ya presupone segregación, añadiduras, avideces y no la hermandad siniestra del principio con el final de la que, me temo, estoy hablando, y en la que no haría falta un solo paso. Primera estrella, ¿cómo fuiste vulnerable?

A modo de respuesta, un puñal baja de entre dos nubes blancas, se hunde en la tierra y luego se retira, abriendo una profunda grieta de la que empiezan a brotar ríos de sangre. La herida toma forma de volcán, elevándose sobre el terreno. Con la sangre por las rodillas, avanzo sin mirarla, intentando poner los ojos arriba, a modo de pregunta. Voy esquivando a muchas personas que están quietas, repasando lentamente la sangre con sus manos, y miran la herida y alternativamente se observan los unos a los otros, embelesados. La herida asombrosa, la famosa herida, la herida turística.

Se acerca una barca de luz sobre la sangre, flotando lentamente, surcando el rojo casi a la deriva, gobernada por impulsos livianos. Su único tripulante, una joven que rema con los ojos muy abiertos. Al pasar junto a mí, le digo:

- ¿Por qué remas?

- No sé qué es remar.

- ¿Puedo subir contigo?

- Sube.

Me encaramo a la barca. Aunque voy empapado, la sangre no mancha la luz. Más de cerca, enfocando la vista, descubro que no se trata de luz, sino de una superficie blanca que no deja de moverse a toda velocidad sobre sí misma, como madera de relámpagos encerrados. Intento mirar de nuevo a la joven, pero ella parece haberse olvidado de mi presencia. En cambio, dirige la vista llorosa hacia la cumbre del volcán. Sin mediar palabra, se pone entonces a remar con más fuerza montaña arriba, acompañada por la luz, y la barca va estirándose en contra de la corriente carmesí. Muchas  personas, al  rozarles la barca a su paso, se hunden repentinamente en la  sangre, como si tiraran de ellos hacia abajo, y todas ellas tratan de decir algo justo antes de hundirse, pero a ninguna le da tiempo a terminar.


Una vez allí arriba,  junto  al abismo, ella me sonríe, aliviada. La barca de luz  queda varada, tocando el borde de la herida, y entonces toda la montaña empieza a silbar y a exhalar una niebla cobriza, cada vez más clara y espesa, que me impide ver nada. La herida se está cerrando.


*
«Descripción del diablo»

Una herida deseada no es una herida, sino una paradoja caliente, algo que gira sin fin, esto es, algo que no giraría si no lo observaran. 

El hecho de que se puedan regalar heridas, y de que las heridas sean a veces regalos aceptables, me hace llorar.

Olvidamos que no se puede usar la destrucción. La destrucción nos usa a nosotros, nos usó desde un principio, pero al olvidar ésto empezamos a sembrarla...

Las ciudades, frutos de un dolor ininterrumpidamente previsto, siempre otro que el presente. Nunca llegará. Esperémoslo. El rescate eterno de las ciudades... 

Diría: en la gloria de amar no cabe haber amado. 

Pero saber no es mirar. Saber se parece a saber matar. 

Su forma es fama. 



*
«Agujero»


A veces aparecían en nuestra horrible vida hermosos y polémicos ingenios de todo tipo. Servían para decir: la inteligencia está en otra parte. Los más asustadizos preguntaban por el responsable. En uno de mis paseos matutinos, por ejemplo, encontré un agujero en el suelo lo suficientemente grande como para que uno tuviera que esquivarlo. Cuando desvié un paso a la derecha, sin embargo, el agujero se movió a su vez a la derecha. Así seguimos bailando, el agujero y yo, hasta que decidí saltar por encima de él. Pero el agujero saltó también, y volvió a colocarse frente a mí. Yo creía tener claro que los agujeros son espacios inertes, huecos inexpresivos que nunca han pretendido cosa alguna, pero me daba la  sensación de que éste se burlaba de mí. Caminé hacia él con paso decidido, y entonces vi, maravillado, cómo retrocedía. Di otro paso, y volvió a ocurrir. Entonces, echándome a andar y viendo al agujero escurrirse siempre por delante de mí, a una distancia prudencial, entendí: no era posible caerse. Aquello estaba diseñado sólo para que uno caminara con la sensación de tener un agujero esperándolo.

*
«Delirio»
A través de la llorera celestial y las bombas dibujantes, desolación  artística en la noche de los insalvables esqueletos gesticulantes como pozos, y temblor fascinado de rostros sin aire bajo el tibio abismo que parece una piscina. El asqueroso ángel multimillonario orgulloso y petrificado en su sueño carnívoro hunde sus ojos en la luz y hunde la luz en sus ojos empañados de nada y fríos de tanto mezclar la sangre con el tiempo.

Allí, a las orillas congeladas van los pordioseros de los paraísos a cantar otra terrible noticia. Pero, ¿quién tiene ganas de escuchar otra terrible noticia? En el sordo aquelarre marchan atrapados, alimentados por dados inhumanos, guiados por la estrella más  lejana. El universo  es un asilo para cajas de música y un hospital psiquiátrico  para  flores y un desierto para sus amigos:  el tiempo araña los países y acaricia nuestras ruinas animales.

Traviesa luz de quirófano, el sol hace que lluevan hormigas y también inviernos inventados, de voces cascadas, quiero decir: llevo un collar de pantanos, soy febriles e hirvientes pantanos como el firmamento dentro de un árbol, como el monstruo acústico, monje de  sombra recién nacida, rey del espasmo del viento jeroglífico

Escucha el sonido agrietado que hacen los carros de la sabiduría al pasar sobre la seda, ¿no es como si se extinguiera toda inocencia? Como  fetos aplaudiendo al caos desde todos los vientres del mundo, y joyas cubriendo al corazón paralítico, y nubes de bucles anhelantes acosando a los enamorados.

Tal  vez incluso el aire esté desamparado y algún día respiremos suicidios, no hay juguetes a la luz de la  luna, sólo lluvia verde, risa cansada y oscuridad junto a  la  absurda sonrisa de las estatuas, ¿por qué es eterna la sonrisa suya? Porque también lo es su olvido, que fluye como la carcoma. Veo a un robot añorando la estupidez humana, veo a un robot burlándose de la mañana, resolviendo el alba como si  fuera un rompecabezas.

Una palabra es un cadáver de oxígeno, y, ¿quién cree en las palabras? Los mudos, y nadie cree en las palabras porque incluso entre los mudos hay guerras. Luto preñado de oro absurdo como arrodillarse ante lo que matas. Espejos flotando en mitad del veneno  místico como el odio que muerde su propia carne de rocío.  Invisible semilla de las estatuas. ¿Notas cómo pasa el tiempo loco y muerto? Los segundos no sirven para medirlo, sólo la muerte. Sólo  los infiernos sirven para medir el tiempo, alba de  lágrimas flotantes, noche donde se reúnen los locos pariendo signos, latidos como momias como fuego de estrellas hormigueantes  como latidos como momias como fuego de estrellas hormigueantes como latidos...


La sombra del  tamaño del sinsentido que vibra, el sinsentido amueblado, las tribus de aire, los hilos que forman la tela del dolor de plata. Las ambiciones hacen al infinito, el miedo hace a Dios. El universo tiene perfil de tirano. Esquivo, hervíboro. El cielo, como paz de pensamientos descuartizados, triste oscuridad del sueño que embiste contra los cadáveres como éstos.

Que los enfermos se me lleven a hombros
dejando tras de sí un rastro verde.
Porque conozco sus secretos, que me miren a los ojos
ridículos y encharcados donde no  cabe ya la grandeza
y nos caigamos todos sin  fuerzas, unos sobre otros,
en el suelo, y una nube pálida se nos  lleve

Amarillos son los  ruidos, los pasillos, el sol
y el olvido que cruzaré de la mano de nadie
murmurando quizás, al fin y al cabo,
estoy enamorado, estoy enamorado,
repitiéndome la única verdad que arde,
incomprensible, mientras cruzo los  ruidos
y cruzo el sol, sin preguntarme ya nada

La oscuridad se parte en esferas dolorosas, miradas
al azul amorfo en  las alturas y también bajo mis pies,
tierra abajo, kilómetros de escombros de oscuridad  azul,
ni un rincón de quietud en todo el universo y  sin embargo
las ruedas pasan sobre mí y mis ojos no se apartan del azul...

Pronto no habrá a quién buscar
pero seguirá habiendo una mirada blanca
por suerte moriré antes de decir te amo
y no acabaré de pronunciarlo nunca
seguirá habiendo  una mirada blanca,
un corazón blanco, por fin sin final,
pero debes  estar al borde de no escucharme.

Estoy al cruzar el fondo de la luz
pero olvídame para abrazarme
y herir al dolor. Lo he visto: los soles se apagan.
¡Abrázame! Vamos contra la última ley.
No dejemos que los espacios se enfríen... ¡mira arriba!
el cadáver no se rinde, está tibio, quiere
llorar.  ¡Abrázame contra el frío, estamos perdiendo
las flores nunca invadirán el mundo...!


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