*
«Paraíso
Robot»
¿Sabéis cómo se dice “nunca” en la jerga del campo?
“Morgen
früh”, mañana por la mañana.
PRIMO
LEVI
I
...los
rascacielos en el futuro sin hombres harán la música vacía de la
hermosura, pero ahora son nidos de mártires, aplausos y odio
jeroglífico y nuestro futuro es una sucia sombra hundida en las
sábanas de algún hospital que huele a orina, espanto y brisa
blanca... voy a cometer un milagro, no pienso decir lo que diré, en
mi lápida pondrá: lápida… visitad mi lápida, por favor, ¡Vamos
a escribir libros en nuestras lápidas, vamos a lapidarnos con libros
sin escribir, oh eterna crisis de calles-crisálida sin salida, no
creo en ti, Dios coqueto y culpable!…creo en las mafias, en las
patrias que me televisan dosis y nos obligan a las gimnasias de la
identidad y a mostrar la elegancia enfermiza de un reloj… creo en
los poetas de soledad sonada, y creo en el niño sediento que juega
con sus muñecos… creo en salas de espera como esta página, en la
guerra secreta, en la seducción radiactiva del futuro y en un
soldado sonámbulo en las garras puras de la justicia sepulcral…
II
…el
hombre más pobre habrá muerto antes de que acabe esta línea…
puedo verlo irse en silencio, como he visto a tantos otros que
aullaron olvidados una noche fría, y vagaron con la mirada destruida
por calles eléctricas y aterradas, vadeando ríos de cables y putas
aladas, agonía entre cabellos de asfalto, misiles eufóricos,
flequillos planificados, hombres esculpidos en sudor y grima … hay
ángeles de miedo enterrados en mí permitiendo esta calma enferma de
surcar momentos suicidados unos sobre otros… vivimos una especie de
presente acabado, de aburrimiento frenético y me refugio en la
expresión sumergida de un niño y los colores viejos… por
mis venas corre prisa… nadie remata a nadie, ese es el contrato
social… y jamás despegarnos de nuestras familias alucinógenas y
de esta vida que es como un orgasmo gris interminable… hay que
seguir en las calles inundadas de esclavos celestiales, y terminar
allí, entre las tuberías del amanecer y los atardeceres que se
marchan en ambulancia… paga si quieres vivir… en nuestras manos
un obeso destino canta, somos discípulos del desastre, nuestro
destino explosivo lo es todo… nunca dejarás el paraíso robot, mar
de luz gris y carreteras…
III
… mientras
nada llega, el niño se asoma a paisajes abstractos donde el jinete
de tiza empuña un vacío frente a las tumbas de cebolla, los ídolos
desfilan llorando veneno de lejanías... el suelo está hecho de
pasos arrancados... bajo un sol de hierba pasa el río de muchachas
dormidas en la postura de la noche; yo las miro, los héroes mueren
de vértigo frente a su rostro desnudo, los pájaros cantores se
ahorcan en la falsa primavera, yo las miro en el otoño, aprendo la
distancia…
IV
… en
la lluvia psiquiátrica de niños-tumba se columpia un loco ser
distinto que habita las estrellas con sus ojos de leche, por sus
venas corren espejos nublados, la sangre del niño es un horizonte
que desemboca en un mar de ciudades inertes, esperando el ocaso se
abraza a la lluvia y pierde su nombre, se abraza a su nombre y
desaparece...
V
… mi
piel tejida con los gritos de pájaros usados, marcha hacia la paz...
el horizonte es un faro espesándose frente al mar de sangre, yo
camino en la distancia sobrenatural, beso la niebla de vagabundos
mágicos casi muertos que discuten con las voces, con las musas en la
noche del odio y vivo en la aurora de sus labios, que son las pesadas
industrias de pensar jardines… soy náufrago en el abrazo remoto de
los edificios que se alimentan de estrellas, náufrago en rincones
poblados de sombras y de frío, nadie sabe lo terriblemente solo que
se encuentra sin mí… querría creer en algún tipo de detalle
imprescindible, equivocarme hacia alguna parte, tallar en mis ojos el
odio o el tiempo, e incluso enamorarme, decir: yo antes era fuerte,
yo antes era débil... sin embargo, con los ojos enormes de un loco
en el amanecer, con las manos hinchadas por la tormenta imaginaria,
diré: moriré a fuerza de ser libre... adiós es mi nombre, porque
no se puede morir aquí, aunque lo intenten despertando sin rastro tú
no vas a terminarte ese horizonte, una carroza te llevará hasta
mañana…
VI
Tus
caricias son la sinfonía de la intemperie, en el sepulcro de tus
caricias tiemblo imperios tristes donde vuelan moscas con almas de
cristal y muertes como la orilla infinita de una mirada ausente...
cuando crezcan los imperios por el cielo, verás caer el alba, todo
será el destino, la misión de los pasos perdidos, y bajo la luz de
esta noche dorada nos matamos, donde todos ellos se aman y nos dejan
solos…
VII
… en
las garras puras vuela un pájaro azul sin mundo, confundiéndose con
el sollozo tranquilo de los edificios… no hay lugar imposible y
pacífico, sólo vaciarse bajo los látigos y dormir sobre la tierra
para sostenerla (ay, si los sueños no fueran herramientas…), nacer
por siempre en noches de lluvia olvidando el grito sin tiempo de los
hombres… la noche crece bajo las vendas, el niño sin párpados
corre lejos de los látigos del Sol... amanece otro entierro bajo el
chorro de espejos, de mis huellas, de mis tumbas, aprendo a
caminar... el cadáver de una orquesta se retuerce bajo el grito
lento de las nubes... no quiero ver lo que se ha ido, ni quiero ver
lo que va a venir, nada de eso existe ya... sólo ceniza, corredores
oscuros para deambular hacia el vacío que pierdo... muñones
constelados colman el cielo y difunden cadáveres, son los caminos
del firmamento... los labios quedan errantes, las miradas apartadas
forman un río bajo mi cuerpo, y qué haré conmigo cruzando mi
cuerpo hacia lo mentido, qué haré más que disolverme arrojando
puentes a la distancia perfecta... jamás he tenido tanto miedo como
esta noche en que te has ido sin siquiera existir…
VIII
… seguirán
las arrugas abatiéndose, las abuelas cerrando los ojos a la brisa
monumental, y seguirán los edificios rezumando eclipses y los
cuerpos naciendo en vano sobre campos de látigos, seguirán los ojos
como mariposas, posándose sobre todas las cosas, ateridos por el
casi... he de desandar el horizonte, desandar mi sombra de cacerías
lejanas en medio de la nube de cuerpos varados en destellos, cuerpos
ancianos de tanto sufrir y nacer… el cielo se deshace en
acantilados que escalan las estrellas desesperadas... protejo mi
vacío, nada bajo la máscara, tan sólo máscara, un ángel de
voces, un ser extraño cuya paz es distancia, está sumergido en
roces negros y todos mis escombros son alas y mis pensamientos, los
árboles del Sol, y no hay nada en mí que no sea un pasadizo, un
teatro voraz… cae la lluvia iluminada, ya viene otro invierno, la
navidad te salta a la yugular, es inútil, seremos náufragos o nada
y camino…
IX
… la
noche levanta olas de llaves que baten las playas donde los niños
juegan a ser libres y, sin saberlo, se hacen viejos... morimos hacia
el horizonte, nos reclama la noche… cruzo la niebla, los labios de
un ejército goteando máquinas inocentes, un ejército cuyas miradas
se abalanzan dispersas... puedes abrazar mi cuerpo delatado por la
luz, y seguiré preparándome para la noche porque nunca llegará la
noche, y cruzando los campos que retumban como un torso cansado,
gloria huérfana... y los que sangran soles a tientas, los que
navegan pálidamente hacia su rostro van a ser dioses abrazando un
monumento sin fondo, van a recoger la cosecha insana y distante, todo
va a suceder... los adultos son el humo que despide un incendio de
juguetes, manos de espuma, un cielo enredado en trabajadores de oro,
un incendio de juguete, frutos del mañana, mar de estelas... es
cristal cuando se divisan en sus ojos los ángeles desmayándose con
ternura sobre líneas fingidas del horizonte... me sigue un fantasma
recóndito, me sigue y se pierde, se pierde y me sigue... me siento
llamado y deshecho en suspiros mientras el sol se acurruca
estremecido bajo los edificios, voy rumbo al espejo sangrante...
cruzo laberintos fantasma, museos vivientes, templos de locura,
fábricas de odio, tristezas caminantes, largas calles nubladas hasta
encontrar el abrazo de mis enemigos...
X
Cruzo
países enteros sin apartar los ojos de la Luna.
Todos
los lamentos pertenecen al idiota que venera su fiebre y guarda la
nieve en baúles de horror.
En
lo que a mí respecta, ningún camino es mío: ¡me río cuando el
polvo llega a nacer!
¡Oh
luciérnaga, vi tanta sangre vertida con juventud sobre tus preciosos
pechos blancos y abandonados!
Vi
correr tanta sangre que me pregunté de dónde provenía.
Pero
los ángeles que vinieron a responderme tenían tinta resbalando por
sus labios: ¡no eran espíritus celestes, eran oficinistas!
Desconfié
también de la desconfianza.
¡Rumbos,
uníos en una sola tortura transparente! ¡Amor, no te temas! ¡Azul,
concéntrate más y asesíname a tiempo!
Junto
a mendigos que mueren y duermen, chorrea y malflorece la muchedumbre
dispuesta a pulsar su propio retrato hasta el fin de los tiempos.
¡Me
río cuando el humo cree arrollar las calaveras de los niños!
Lujuria.
Gula. Avaricia. Pereza. Ira. Envidia. Orgullo. Libertad.
(Dulce,
tan dulce que no nos atropella...)
¡Falta
belleza, falta veneno! ¡Huiré!
Cruzo
asquerosos países
sin
apartar los ojos de la Luna.
XI
Leerás
palabras donde el hombre aún no ha descubierto el fuego
y
todavía es un ser desprevenido y seguimos amándonos
sobre
las paredes curvas y frías de las cuevas, llenos de heridas reales
mientras escrutamos el océano negro.
Tus
esperanzas sólo estarán a salvo con los gusanos.
Ellos
sí tienen una misión, pero desde ahora tú no. ¡Estás más cerca
de hundirte de lo que crees!
Tu
viaje llora brillando hacia una herida arbórea en el horizonte: ¿por
qué murmurarías contra el que mira al cielo?
Oh
omnipotente Polvo sin solución, ¿no sería más hermoso y más
justo que las putas colgaran del cielo?
Un
arcoíris paleolítico vomita hogares como espinas donde mi
inteligencia aún oscila grácil y acariciante en la encantadora
ausencia de patrias y genitales.
Joven
mesías, ¿qué vas a hacer con tu mirada violada y resplandeciente?
Entre
el velo de las alturas algo respira maldiciones, las nubes parecen
lámparas iracundas, y ¿quién ha traicionado qué?
Los
alegres pelotones de la ciudad agónica, los imperceptibles
matrimonios de viento se abalanzan sobre mí.
XII
Toda
mi especie ha sido juzgada y condenada por sus propias alucinaciones
sus
dulces edificios exiliados, ¡quiero chuparlos mientras chillan de
aburrimiento! Qué dulce esta construcción disuelta, medio puente
medio cárcel, donde es alegre oler el frío y contemplar restos de
hombres nadando en odio y pan,
y
panfletos que flotan en el secreto del aire... o no... ¡espera! el
cielo es ya un panfleto en mi hipotálamo, ¿tú también te me
ofreces, cielo?
si
amas, debes viajar al centro del mundo para desintoxicarte: es un
hospital de diamante, ahora lo llaman la Revolución.
Allí
no saben que cualquiera no existe, y chillan: ¡viva la procreación
de marfil!
Jesucristo
reparte chupa-chups por el centro de Madrid y su amor universal es
fotografiado con tranquila demencia, ¡vivan los electroletargos!
¡Qué
equivocado he estado siempre en todo salvo en este segundo! El cielo
es ya parte de mi especie, y espera mi muerte con cortesía y me
miran como a una moneda de otro mundo.
¿De
qué se ríe?
¡Pues
de la dulzura de la espuma de los cráneos! ¡Una sola duda recorre
todo mi cuerpo, como los barcos que se lanzan río abajo, atrapados
por extraños colores!
¿Y
cuál es, y cuál es? Bueno, respondo, exclamando y temblando, ¿cuál
es?
*
«Apuntes»
1.
La música puede curar enfermedades y provocarlas.
2.
La música se explica por sí misma, tocándose.
3.
Ninguna partitura está completa: siempre falta que la toquen y que
la sientan.
4.
En la música no hay progreso.
5.
Tocar: no puedes hacerlo si quieres hacerlo.
6.
La neutralidad no comunica.
7.
En un lenguaje sin música no hay preguntas.
8.
Sin la música no nos entenderíamos.
9.
La música grabada nos permite desentendernos de la música sentida:
la presuponemos, nos despreocupamos... Hace varios siglos, las
personas comunes cantaban y tocaban juntas, la música estaba
mezclada con la vida, aliviaba sufrimientos, avivaba la memoria.
Música activa. Ahora escuchamos, oímos al pasar, usamos la música
como fondo para aligerar la rutina. Música pasiva.
10.
La música que sobrevive es la que ha ayudado a las personas a
sobrevivir.
11.
Pasar de ejecutar la música a vivir la música es pasar de la
mentira a la verdad.
12.
La música no puede mentir, no soporta la mentira. Se reconoce al que
finge.
13.
La prosperidad de una sociedad provoca música indiferente, pero
perfecciona los instrumentos.
14.
Las humanidades pueden deshumanizar. Los conciertos tapan los gritos
de auxilio.
15.
El miedo nos arranca la memoria.
16.
Los políticos no tienen poder. Los fabricantes de armas y de
medicinas sí.
17.
La comunidad intelectual se forma alrededor de las mismas inquietudes
que podrían asaltar a cualquiera, pero después de estas preguntas
se mantiene como secta gracias a dos rituales: el uso de un lenguaje
privado y la santificación de los autores.
18.
Existe un mercado de las preocupaciones.
19.
Las preguntas son universales, pero algunas formas de preguntar son
dictatoriales. Una pregunta, si desea ser amada, y no respondida,
tomará formas inaccesibles, se expresará marginalmente.
20.
Cuando una pregunta duele, urge una respuesta comprensible. Cuando
deja de doler empieza a ser usada como postura, esto es, como
solución de algún otro dolor profundo que nos negamos a reconocer.
En estos casos la pretensión de verdad es sinónimo de pretensión
de autoridad. La autoridad no es autoridad si no es atractiva.
*
«Cygnus
melancoryphus»
Irreal
como los muertos, camino en medio de un campo amarillento y flotante
que aún resiste al avance de las periferias. A mi alrededor hay
pequeños pinos, bosquecillos, flores violetas y espigas y campos de
siembra, fríos y ondulantes arados para mis ojos que llevan horas
llorando. Paseo largamente, perdiéndome varias veces por una zona
que casi siempre he recorrido de noche. No estoy exactamente perdido,
sino que es como si anduviera dentro de un pozo, porque realmente no
me importa nada el lugar en el que va a caer mi próximo paso. Veo el
atardecer una y otra vez: el campo está lleno de cuestas que me
hacen subir y bajar. Unas gafas de sol me tapan el llanto; es que me
crucé con un viejecito, nos miramos y me pareció que iba a echarse
a llorar él también. Al menos vi cómo sus cejas cayeron hasta
ensombrecerle los ojos. Le vi tan contrariado que unos pasos más
allá exclamé NO SE PREOCUPE ESTOY BIEN, pero ya era tarde, porque
al volverme vi que el viejecito colgaba de una soga...pero qué
estoy diciendo, digo.... soy un cisne de cuello negro. Los
cisnes no piensan, sus cabeza está gloriosamente llena de vírgenes
opacas. Los cisnes no escriben para nadie, sólo lloran, silban, y
tienen ojillos diminutos, sórdidos y sin párpados, que los
confunden con las máquinas. Pero vistos de lejos son figuras
angélicas y sinuosas, flotando en el agua o exteniendo sus alas que
se parecen al fuego de otro mundo. ¿Me estoy mendigando palabras a
mí mismo? ¿Cuál fue mi error? ¡Haber cargado preguntas con miedo,
para esperar luego respuestas que no fueran tan cobardes como las
preguntas! ¿Por qué el miedo es tan fiel, si amar es lo único que
tiene sentido? La verdad es que me molestan los vidrios delante de
los ojos. Siento una presión muy en el centro de la cabeza, como si
mi mirada estuviera siendo sutilmente exiliada, codiciada, etcétera.
HE encontrado un sofá azul junto al camino, abandonado en medio del
secarral. Me tumbo allí, estiro las piernas. Es mullido, recoge mi
cuerpo con suavidad. Quiero quedarme a contemplar cómo se hace de
noche, y canturreo lo primero que se me ocurre
Las
estrellas vendrán,
¿Pero
quién las querrá?
¿Hay
aún más estrellas
detrás
de las estrellas?
Me
pregunto si se tapan
las
unas a las otras...
Me
pregunto por qué
sólo
sé amar con prisa...
¿Por
qué tanta prisa?
¿por
qué tanto miedo,
si
sé que las estrellas
están
de camino?
Y
muchos otros despropósitos estuve cantando hasta que la oscuridad
vino definitivamente, trayendo consigo a las famosas estrellas. Muy
pocas. La noche vino a mí, y yo seguía en el sofá, manipulando mi
llanto, convirtiéndolo en cancioncillas de voz averiada. Pero lo
único que cubría el cielo era una suciedad anaranjada y
semiinconsciente a la que me costaba mirar directamente sin acordarme
de ciertos gritos repugnantes que creo que recorren el universo desde
su nacimiento hasta su muerte. Entonces me di cuenta de que era
tarde, y corrí, un poco animado, porque cuando logro desatar la
imaginación me animo, aunque me resquebraje al mismo tiempo. Mis
zancadas levantaban mucho polvo. Una loba blanquísima e inmensa,
contraria a la noche, se asomó entonces por el horizonte y empezó a
cruzar con lentitud los campos. Nuestras miradas se encontraron, ella
resopló y siguió adelante hasta desaparecer. De regreso, pasé
frente al lugar donde vive ella, miro a los edificios insípidos y al
silencio... Silencio. ¿Transparente? ¿A qué imaginar los
derrumbamientos, por qué pensar que un momento ligeramente
inconcluso y mellado iba a extenderse por los ojos así,
disipándonoslo todo? Si somos un águila y un ciervo, ¡si somos
inocentes! ¿Por qué iba a ocurrirle eso a dos niños como nosotros,
que se miran y se hablan y se tocan y se comprenden...? ¡Ah!
Diréis... ¡porque sí! ¿verdad? ¡No nos hace falta una razón
para reducirlo todo a cenizas...! ¡Nunca hace falta una razón! ¡El
tiempo es la única razón incontrolable, la que nos dice que los
tesoros únicamente pueden rozarse! Pero ésto no puede ser así...
os aseguro que toco el tesoro, aunque no sea esa la palabra, ni
ninguna... creo que es algo que sólo se le evapora a quien lo
busca...
*
«Logran
creer sus nombres»
***
Vuelvo
a casa entre los demás muertos
que
con dolor logran creer sus nombres,
me
cruzo con los posesos y tranquilos viandantes
que
amistosamente se retiran a sus hogares
a
pasar la noche junto a lo desconocido
y
van a cerrar sus ojos mientras yo quedo aquí
posado
en el blanco y preguntándome,
por
fin preguntándome: ¿he de escribir?
preguntando
a mis intestinos contradictorios:
vendrá
la noche, ¿podré hablar?
Me
enferman los caminos que sigo,
invariables,
bajo la luz eléctrica,
viajando
con otros mil cráneos, casi ignorándonos,
entrechocando
nuestra melancolía inaudible.
Hasta
el fuego puede respirarse en los días olvidados,
cruzando
el infierno con música atada a los oídos,
mirando
miserias sin querer que terminen.
***
con
cada nuevo sol mi voz se aleja...
Sólo
puedo hablarle al animal nocturno,
que
ama el silencio y cuida de sus pasos,
dolorosamente
esperanzado.
*
«¡Calle!»
La
calle, la calle animal todavía, pero hipnotizada de discreción y
rota de vientres vacíos como espejos de los que nacerán más
calles, más melodiosa enfermedad: ¿cuál...? La enfermedad furtiva,
la enfermedad de haber olvidado cuál era la enfermedad. Los que se
creen dioses se creen insultados, los cuerpos se temen a sí mismos,
el trabajador existe porque se asusta de un jefe al que no ha visto
nunca, el hombre común vive aterrorizado por el reloj, presintiendo
un funeral en lo alto. Los colmillos giratorios del reloj avanzan
hacia las gargantas amarillentas, pero jamás un reloj ha derramado
una sola gota de sangre. Sin embargo, todos nosotros, agotados,
cerramos los ojos y levantamos el puñal sin ningún motivo, y la
sangre hace su aparición. ¿Por qué este cansancio angelical y
penetrante, bajo un desilusionado alud de estrellas...? Mirad arriba,
al cielo de las calles, que también se cree un genio. De tanto ser
mirado, creerá que no necesita aire. El vacío tiene siervos que se
creen reyes: contrata verdugos que se creen santos. Sobre el suave
vacío llovido, entre muecas de sabiduría, mi rostro hace su
aparición: una sombra se monta sobre otra sombra, y murmuro: debo
salir de aquí. Abajo, entre mis pasos, se forman charcos y sueño
que me desangro mientras camino, que un reguero de mi sangre se
mezcla con la oscuridad líquida, y entre el ruido de motores de
inmensos vehículos de fealdad y sombras apuradas, nadie encuentra
extraño que una sangre brote, incluso sería lo apropiado: sangrar,
siempre que no me queje, siempre que lo haga en silencio, o todo lo
contrario, gritando hasta que nadie pueda ya mirarme. Sangrar sin
saberlo, desaparecer sin límite, tan lentamente... Lloras porque
quizás no volverás a soñar, allí donde cada ola es brujería,
cuando todos los sonidos te llaman y el sentido del sol se pierde:
habitabas las noches. ¿Cuándo volverán las noches? ¿Qué haces
aún quebrado pero a la luz, donde ondean las banderas movidas por el
suspiro ordenado de los durmientes reptantes? Estás lívido y
fugitivo, suplicas un pozo en el que caigáis tu amor y tú... pues
en los caminos que sigues da igual allí que aquí, y es lo mismo
morir que sonreír.
*
«Las
calles»
La
calle, la calle animal todavía, pero hipnotizada de discreción y
rota de vientres vacíos como espejos de los que nacerán más
calles, más melodiosa enfermedad: ¿cuál...? La enfermedad furtiva,
la enfermedad de haber olvidado cuál era la enfermedad. Los que se
creen dioses se creen insultados, los cuerpos se temen a sí mismos,
el trabajador existe porque se asusta de un jefe al que no ha visto
nunca, el hombre común vive aterrorizado por el reloj, presintiendo
un funeral en lo alto. Los colmillos giratorios del reloj avanzan
hacia las gargantas amarillentas, pero jamás un reloj ha derramado
una sola gota de sangre. Sin embargo, todos nosotros, agotados,
cerramos los ojos y levantamos el puñal sin ningún motivo, y la
sangre hace su aparición. ¿Por qué este cansancio angelical y
penetrante, bajo un desilusionado alud de estrellas...? Mirad arriba,
al cielo de las calles, que también se cree un genio. De tanto ser
mirado, creerá que no necesita aire. El vacío tiene siervos que se
creen reyes: contrata verdugos que se creen santos. Sobre el suave
vacío llovido, entre muecas de sabiduría, mi rostro hace su
aparición: una sombra se monta sobre otra sombra, y murmuro: debo
salir de aquí. Abajo, entre mis pasos, se forman charcos y sueño
que me desangro mientras camino, que un reguero de mi sangre se
mezcla con la oscuridad líquida, y entre el ruido de motores de
inmensos vehículos de fealdad y sombras apuradas, nadie encuentra
extraño que una sangre brote, incluso es lo apropiado: sangrar,
siempre que uno no se queje, siempre que lo haga en silencio, o todo
lo contrario, gritando hasta que nadie pueda ya mirarme. Sangrar sin
saberlo, desaparecer sin límite, tan lentamente... Lloras porque
quizás no volverás a la playa a soñar, donde cada ola es brujería,
cuando todos los sonidos te llaman y el sentido del sol se pierde:
habitabas las noches. ¿Cuándo volverán las noches? ¿Qué haces
aún quebrado pero a la luz, donde ondean las banderas movidas por el
suspiro ordenado de los durmientes reptantes? Estás lívido y
fugitivo, suplicas un pozo en el que caigáis tu amor y tú... pues
en los caminos que sigues da igual allí que aquí, y es lo mismo
morir que sonreír.
*
«Amor
= Abducción»
*******
De
un solo golpe, mientras el universo muere,
en
una danza, en un remolino de estrellas,
ante
un ser azul con cabellos de árbol,
¡gracias,
vida, por tanta traición!
De
los relámpagos al estómago,
en
un Big Bang de cisnes
me
ordenas libertad.
*******
Cayendo
con los ojos llenos de aire,
en el aire lleno de ojos harás una pregunta
en el aire lleno de ojos harás una pregunta
sin
fin, esperarás una respuesta sin fin:
no
se puede ir derecho hasta el fondo.
Harás
una pregunta antes de caer,
porque
la caída es muda y el abismo increíble,
y
tus manos como el miedo: nunca se clavan
pero
sostienen todos los objetos asesinos.
*
«Moribundismo»
Querido
Zoón:
Yo
tenía un sueño: quería ser grande. No sabía en qué, ni de qué
manera grande. ¿Por qué se necesita un pretexto para engrandecerse?
Bueno, en realidad no es ninguna tontería, porque rápidamente
surge la pregunta: ¿grande comparado con qué? Y entonces yo
lloraba, porque siempre habría algo más enorme, algo inmenso e
indescriptible que me impediría ser verdaderamente grande. La
palabra grande me resultaba entonces ridícula, carente de sentido,
como si lo único verdaderamente grande fuera lo que no existe, y
entonces iba a mi mamá, con el sonajero en mano, y le berreaba sin
parar hasta que ella me daba el biberón y yo bebía para olvidar...
¿Cómo
he pasado de aquel bebé napoleónico a esta especie de pirómano
desalentado? Pues me da lo mismo... los misterios no me interesan:
hay una sobreabundancia de misterios, la gente sufre un empacho de
fascinaciones. ¿Por qué todo ha de sobrecogernos y arrastrarnos
inequívocamente a las profundidades? Estoy cansado de profundidades,
me desbordan, me aburren, cada maravilla conduce a la siguiente
mientras yo sigo pudriéndome...
El
caso es que he crecido, así se expresa la muerte, te salen pelos y
rutinas, y en seguida, si te despistas un poco, te serenas hasta
quedar a oscuras parloteando con otro sepulturero sobre tonterías
definitivas, blandiendo burbujas, el blanco os cubre y empezáis a
dar manotazos al aire, convencidos de haber cazado al presidente de
los sueños. Pero nadie real te llevará de la mano, es demasiado
tarde, eso pasaba sólo antes de haber crecido. Ahora lo único que
puedes hacer para salvarte es seguir escuchando.
Para
seguir escuchando quizás sea necesario dejar de hablar.
Esto
es una promesa: perderé la voz para poder darla.
Atentamente
moribundo:
Zoón.
PD:
¿esperar puede ser una aventura?
*
«einroave»
Recibo
de mi propia mano la maldad que no cabe en mí, me alejo de la
sabiduría: una bofetada tras otra, mi cara desaparece y escucho el
canto de los ángeles, más allá del cual sólo queda fatiga sin
respuesta. Me encontrarán muerto o mudo, en la orilla, o mejor
dicho, no van a encontrarme salvo si están demasiado lejos... daré
la misma impresión que las noches abandonadas.
*
«Osos
de agua»
Me
he enterado de que existen los osos de agua, pero resultan ser unos
monstruos minúsculos, una especie de gusanos aterradores,
gordos y parsimoniosos. Sabemos dónde está su cara porque en uno de
sus extremos hay un agujero por el que comen y expulsan los deshechos
indistintamente. Se mueven de tal forma que parecen haber sido
creados para flotar a la deriva en el espacio exterior: parece que su
cuerpo quisiera vagar en la inmensidad agitando las patitas y
succionándolo todo con esa boca redonda. Gracias a ellos creo que he
renunciado a encontrarme con un oso de agua. Jamás, en ninguna
parte. Con lo cual, ésto es una despedida: adiós, osos de agua,
adiós, poesía...
*
en realidad me dan ternura
*
«Escribiendo
algo»
Cristales
En
el universo hay amplios espacios donde nada dice nada. ¿Es eso una
desgracia? Debo aceptarlo así, ni siquiera es hora ya de decir
nada... Si al menos me escuchara alguien, incluso yo mismo, entonces
habría motivos para decirlo. Pero no, no. Y aún si tuviera que
decirlo, no lo haría, no aquí ni así. Quizás gritando, pero
muy lejos. Si tuviera que decirlo me aseguraría de que nadie me
oyese.
Es
el fin
Me
detengo a la puerta de una casita. Dentro se oyen gemidos. Alguien,
con voz cada vez más débil, está repitiendo que no hay esperanza.
Yo, travieso, chillo "¡sí que la hay!", y me escondo
detrás de unos matorrales, esperando a que abra alguien extrañado.
Pero nadie me abrirá.Hace tanto frío que sin querer susurro: "no
entiendo este frío".
Cuidado
Las
sábanas me acarician porque están muertas. Me voy a dormir pronto,
estoy débil como si tuviera un pulpo agonizando dentro de mi cabeza.
Pero cuidado, una vez que me duerma: ¿aprenderé allí lo necesario
para no regresar nunca?
Putas
Voy
al prostíbulo a ejercitar mis pensamientos. Me siento en un sofá
muy cerca de las barras donde bailan ellas, para oler bien el sudor y
los perfumes; el olvido. Entonces por fin siento la sinceridad
infernal, y cuando abro los ojos veo lo mismo que cuando los
cierro: putas, putas, putas.
Buenos
días
Para
no derramar una sola lágrima me tengo que despertar corriendo, dar
un manotazo a las sábanas, que saldrán volando y quedarán colgadas
de la lámpara, tengo que saltar de la cama, abalanzarme hasta la
puerta de mi casa, abrirla y cerrarla tras de mí de un portazo, y
arrojarme p0r las calles sin tiempo que perder, descalzo y en pijama,
corriendo sin tregua por mi pueblo, corriendo durante todo el día
hasta que cae la noche, y entonces volveré de nuevo a casa,
cojeando, me meteré en la cama y me dormiré con todas mis fuerzas
para no derramar una sola lágrima.
*
«In
Albis»
CAPÍTULO
UNO
I
Cuando
el primer viejo salió de su casa en el amanecer, se asustó y se
creyó loco y tuvo que parpadear muchas veces para asegurarse de lo
que veían sus ojos. Alguien había pintado todas las casas del
pueblo de los colores más imprudentes. Donde antes había un gris,
un marrón o, como mucho, un blanco, ahora brillaban verdes
temblorosos, azules penetrantes e incluso rosas insostenibles. Ningún
color era feo, pero todos eran intrusos. Cada calle parecía ahora un
arcoíris. El olor a pintura de las paredes hacía que los niños
cerraran los ojos y aspirasen el aire con fuerza por la nariz.
Según
la gente del pueblo iba despertando y enterándose de lo sucedido, el
bullicio y la confusión general crecían. En todas las esquinas
había grupos conversando en tono misterioso, tocando con el dedo los
muros coloreados, y quejándose un poco sin saber muy bien por qué.
De alguna forma, muchos se sentían de pronto habitando una broma,
aunque una muy leve, no del todo incómoda. Nadie iba a vengarse,
pero ¿quién había sido?
Ninguna
tradición ni regla ancestral se había violado, -en el pequeño
pueblo, la casa de uno era la casa de todos- pero indudablemente algo
se tambaleaba. El pueblo parecía otro. A algunos les hacía gracia.
Otros, indignados, pintaron de nuevo sus paredes hasta dejarlas más
o menos como estaban antes. Sin embargo, la gran mayoría
consintieron este cambio, a pesar de las extrañas sensaciones.
Innegablemente, las calles resultaban ahora mucho más palpitantes y
asombrosas, como de un lugar de cuento. Los niños lo preferían así
y, en cambio, se podía leer la pena en los ojos de las personas más
adultas.
Cuanto
más mayor era la gente, más se quejaba. Lo que en la gente se
quejaba, en realidad, eran sus recuerdos, que habían sido
traicionados. Esas calles viejas pero ahora irreconocibles,
efectivamente, ya no servirían bien para evocar las tantísimas
cosas que allí les habían pasado... El más ligero desliz nos puede
hacer sentir abandonados...
También
hubo discusiones acerca de los colores. No todos estaban satisfechos
con el tono que les había tocado: algunos no se identificaban en
absoluto con sus paredes, y quizás sí preferían las de otro. ¡Pero
eran sus casas de lo que se estaba hablando! Sus hogares de
siempre...
Ah, si pillara al artista, decían, si cogiera yo a ese
creadorzuelo...
Finalmente,
este pueblo tierno se fue a la cama esa noche, no disgustado,
sino profundamente extrañado. A ninguno se le pasó por la cabeza
ponerse a buscar seriamente al responsable, y aunque a todos se les
habían disparado algunas hipótesis, en el fondo de sus corazones ya
habían aceptado aquella bufonada como parte de sus vidas. No tenía
sentido investigar, escandalizarse, ni emprender ninguna persecución
que pudiera alterarlos realmente.
II
A
la mañana siguiente, el mismo viejo salió con los primeros rayos de
sol, y vio de nuevo que algo fallaba, que el pueblo se le iba
volviendo más y más ajeno. Todos los colores estaban cambiados de
sitio. Lo que la mañana anterior fue sorpresa, esta vez se
convirtió en un asomo de temor. ¿A dónde había ido a parar?
Se volvió para comprobar que su casa seguía a sus espaldas, pero no
vio más que una incomprensible mancha violeta.
Esta
nueva modificación, esta nueva broma, fue aceptada mucho más
fácilmente que la primera, y nadie mencionó siquiera la danza de
los colores. Cada día las paredes del pueblo amanecían pintadas de
nuevo con una nueva disposición de tonos, y poco a poco esto fue
cambiando la percepción que todos tenían del lugar, sin que nadie
dijera nada. Las personas empezaron a perderse y a olvidarse de cómo
se llegaba hasta los sitios. Los colores eran, por otra parte,
hipnotizantes hasta tal punto que uno se olvidaba incluso de adónde
tenía pensado ir. El pueblo no tenía más de veinte calles, y
todos ellos las habían recorrido de arriba abajo miles de veces,
pero, con una oscura frustración, las gentes de pronto
tenían que detenerse ante un rojo bermejo o un naranja que les
desorientaba por completo.
En
esta perdición, las rutinas se rompían y crecía en ellos una
sensación de absurdo a la que, sorprendentemente, se adaptaron muy
rápidamente y sin protestar. Ocurrían entonces encuentros
inesperados a horas inesperadas, y las personas empezaban a
hablar de temas distintos, y también de forma distinta,
con otras palabras menos seguras, y a veces casi inaudibles.
III
No
obstante, entre toda esta inconsciencia se produjo un asesinato, y
por fin se culpó de ello a los colores.
Buscando
su casa, la hija del panadero se había tropezado con el hijo del
pescadero, que también pululaba de una puerta a otra desde hacía
horas. Era casi de noche, y en las calles reinaba el silencio. Los
dos jóvenes nunca se habían visto en medio de tanta soledad, y de
pronto se necesitaron como si fueran el primer hombre y la primera
mujer sobre la tierra. Desde la primera mirada y las primeras
palabras inútiles supieron que no iban a poder librarse fácilmente
el uno del otro. Abrazándose como animales, entraron en un granero
cualquiera, y se amaron mucho esa noche en la oscuridad, hasta que
amaneció.
Desafortunadamente,
una vez que se separaron y encontraron sus respectivas casas,
ya no lograron cruzarse en los días siguientes, pese a que ambos ya
ni siquiera hacían caso de los colores, sino que iban de aquí para
allá buscándose como locos. La hija del panadero empezó a pensar
que el chico la rehuía, y se fue poniendo cada vez más rabiosa.
"¿Cómo se atreve él a olvidar lo que yo no puedo
olvidar?" exclamaba para sus adentros sin fin. Al quinto día,
decidió llevar consigo un cuchillo por si se lo cruzaba: no podía
soportar recordar lo que había pasado esa noche. No podía
perdonarle ni dejar de desearle.
Salió
a la calle como posesa, chillando el nombre del hijo del pescadero, y
gracias a estos chillidos pudieron al fin verse frente a frente.
Cuando se reconocieron, ella quiso correr a abrazarlo, pero entonces
notó que tenía un cuchillo en la mano y se acordó de toda su
rabia. En lugar de ir a abrazarlo, cargó contra él, clavándole el
filo en el centro del pecho. Después, la chica huyó del pueblo y no
se la volvió a ver.
Las
personas que vagaban por el pueblo iban encontrándose con el cuerpo
inerte y arremolinándose en torno a él, tratando de recordar qué
habían hecho durante los últimos meses. El cadáver del hijo del
pescadero puso en evidencia todo el problema. Sólo a través del
crimen habían podido reconocer el laberinto en que se habían
convertido sus vidas. Cuando lo encontraron agonizante, las
últimas palabras del hijo del pescadero habían sido:
-
La oscuridad olía a pintura...
Después
de esa reunión desconsolada, decidieron todos quedarse despiertos
una noche y vigilar, apostados en las ventanas, para cazar al pintor.
No vieron ni oyeron nada, pero sí pudieron oler la pintura,
escurriéndose mecánicamente por las paredes. Estremecidos, pasaron
la noche cada uno en su casa, convenciéndose de que todo
aquello era obra de un fantasma.
*
«MMMMMMMMMMMMMMMM»
Intento
hacer poesía pero me duele el pecho. Quiero el nombre de mi dolor,
para saber si he de morir o no. ¿Tendrá el médico la fecha de mi
muerte? ¡Si fuera a morir pronto, esta vida sería mía! ¡Iré al
doctor a buscar mi futuro...! Ojalá me diga que apenas tengo un par
de años, meses o días... ¡Quiero un diagnóstico terrible para
poder ser libre!
Deslumbrado,
correría por las calles, por fin mudo, con viento enterrado en la
garganta, correría mudo hasta encontrarte. Te diría: no quiero
morir, ¡pero mírame, estoy feliz! La muerte me ha hecho feliz. Los
cadáveres pueden prometer al revés, es decir, pueden prometer la
felicidad. Se retuercen las nubes, el cielo va extrañándose...
¡VÁMONOS AL MAR!
*
«¿Mañana
ha muerto?»
A
través de los días de lágrimas ocultas,
torturados
suavemente, los dioses palpitantes
circulan
por las calles de la pena sin ojos
y
cavilan deshechos su próximo destino:
un
paso que es otro eco cruel de la dulzura.
Y
las miradas caen deprisa como ficciones
en
el silencio eterno, roto tan sólo
por
algún latido del tumulto que no existe.
¿Qué
será de las oscuras flores de nadie
que
avanzan tan despacio contra el infinito?
Ojalá
hicieran conmigo lo que quisieran
y
sucumbiera en sus brazos la tarde humana,
porque
todos los países son charcos de sangre
y
todos los presidentes se han dormido
estrangulando
a un pájaro. Dios es mañana.
POSDATA:
no
sé por qué hago palabras cuando puedo hacer silencio... el silencio
traduce mucho mejor la manera en que yo desespero... esta noche,
volviendo a mi casa, he visto la Luna de repente y sentí
literalmente una herida abriéndose, no sé dónde, y caí de
rodillas y lloré sin tragedias, francamente, lloré con
lágrimas decididas, con decidida tristeza y en silencio....
me
sucede que ***** es una razón para vivir. No es que yo lo quiera
así, y ni mucho menos me siento retenido, pero me engañaría, como
muchos se engañan, si dijera que vivo "con esperanza"...
no, yo no vivo con nada,
yo vivo por *****
, a través de ello, ¡y bienvenidos sean todos los dolores
enigmáticos, si vienen en nombre de ******!
Entonces,
si mi razón de vivir no es el espectáculo, si querría no exhibirme
pero cada palabra es un circo, ¿para qué digo todas estas cosas,
que encima están mal dichas? Malditos mis sueños mendigos
inexplicables. Automáticamente estériles incapaces de trastornar al
trastornado.
Ya
no hay utopías siquiera. Ahora hay upatías:
utopías de los sentimientos. Escribir es una upatía.
*
«1´5»
Un
frío infinito me abre los ojos. Cuando los tenía cerrados he
sentido que volaba, y luego, de tanto frío, pensé que me había
convertido en hielo, pero ahora veo que he
despertado en el fondo del mar.
Sin embargo, no puedo asustarme. Más bien me parece natural: yo
sabía que esto tenía que ocurrir algún día. La oscuridad inmensa
ya me envuelve y lame mi cuerpo. De pronto sólo soy un objeto
flotando hacia abajo, una cosa con ojos que se hunde muy lentamente.
Mis oídos retumban, oigo ruidos enormes y sofocados. Aquí deben
fabricar el silencio del universo. Miro arriba y la claridad queda
muy lejos: la claridad también me parece oscura.
Nunca
he visto más orden. Cada milímetro del océano está en su
sitio, y creo que yo también tiendo a ocupar mi puesto. Mi corazón
late cada vez menos extrañado. Cuando deje de latir, tendré un
lugar en el mundo. Mientras tanto, a mi alrededor sólo hay quietud y
perdición verdadera: el tiempo se ha extinguido. Me hundo sin un
futuro. Incluso mis pensamientos están helados y ni siquiera
tiemblo, sólo puedo abrir la boca y dejar que entre por mis ojos la
hermosura de caer, y dejar escapar pequeñas burbujas que suben
zigzagueando. Podría dormirme de tanta belleza. Me congelo en paz
acuática. Ya no recuerdo nada de mi vida pasada, de esa época en la
que yo no estaba hundiéndome.
Entonces,
a punto de cerrar los ojos de nuevo, una corriente más cálida me
golpea por el costado, y veo que algo luminoso está irrumpiendo.
Distingo una figura que desprende luz. No se pueden calcular bien las
distancias, y todavía no sé si es gigante o diminuta: no sé si
está lejos o en mis narices. También escucho un rumor melodioso,
como un coro de niños. Ahora parece una mariposa: la veo crecer, y
entiendo que se me está acercando, y que debe ser inmensa. Gracias a
ella veo también mi cuerpo, iluminado por su luz. Recuerdo que tengo
brazos y piernas, manos y pies que empiezan a agitarse en el vacío.
Asustado,
cuento hasta mil mientras la mariposa de luz sigue aumentando ante
mis ojos, y el coro de niños no cesa. Ya no hay forma de llamar a
esto "sepulcro". Las incoherencias me vuelven al corazón,
y salgo de mi letargo para nadar violentamente hacia ese ser
maravilloso. Pienso que lo amo. Sus alas parecen cubiertas de pelo, y
en ellas vibran tantos y tan imposibles colores que me siento
constantemente renacer. En mitad de esas alas hay dos ojos femeninos
que parpadean y tienen las pupilas en espiral: me repugnan, pero sin
querer busco en ellos, busco respuestas. El cuerpo de la mariposa me
engaña, no sé si es un insecto o un cuerpo humano. Está desnuda,
muy quieta. Tiene pechos de mujer, y sus cabellos flotan con lentitud
y ondulan como en un viento meloso, ocultando su rostro. Las alas
baten el agua y me envían ráfagas ardientes: nos acercamos el uno
al otro.
Porque
su luz no me abandona, lloro, y al mismo braceo hacia la criatura
hasta que al fin la alcanzo. La miro a la cara. Ella está moviendo
los labios y me habla. Comprendo que era su voz lo que oí cuando
estaba lejos, pero entonces me llegaba en forma de ecos infantiles.
Ahora puedo entender lo que me dice. Parece estar muy triste:
-
¿Qué haces aquí? Tú no deberías estar aquí...
-
¡Lo sé! -respondo, presa del pánico- A mí también me
sorprende...
-
¿Estás herido...? ¿Por qué vienes al fondo? ¡Sabes que yo no
puedo verte ni ayudarte aquí abajo! Sólo es por mi luz que parece
que te veo...
-
No comprendo... Pero no te vayas.
-
Tienes que salir. Yo estaré fuera esperándote. ¡Ni siquiera ahora
puedo hablarte, estas palabras sólo son tuyas, tienes que darte
cuenta! - exclama con voz tintineante y desesperada-
De
repente, con un fogonazo, toda ella se desvanece y regresa el frío.
Vuelve el hondísimo silencio. Pero ya no es soledad exactamente: no
hay un vacío donde antes hubo algo. No puedo soportarlo. Sin darme
cuenta siquiera grito hasta que todo el aire se me acaba, y aún con
el presentimiento de que jamás saldré de ahí, nado hacia arriba,
escalando el abismo. Mi pecho estalla en virutas despiertas.
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