domingo, 17 de septiembre de 2017

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«Paraíso Robot»


¿Sabéis cómo se dice “nunca” en la jerga del campo? 
Morgen früh”, mañana por la mañana.

PRIMO LEVI

I

...los rascacielos en el futuro sin hombres harán la música vacía de la hermosura, pero ahora son nidos de mártires, aplausos y odio jeroglífico y nuestro futuro es una sucia sombra hundida en las sábanas de algún hospital que huele a orina, espanto y brisa blanca... voy a cometer un milagro, no pienso decir lo que diré, en mi lápida pondrá: lápida… visitad mi lápida, por favor, ¡Vamos a escribir libros en nuestras lápidas, vamos a lapidarnos con libros sin escribir, oh eterna crisis de calles-crisálida sin salida, no creo en ti, Dios coqueto y culpable!…creo en las mafias, en las patrias que me televisan dosis y nos obligan a las gimnasias de la identidad y a mostrar la elegancia enfermiza de un reloj… creo en los poetas de soledad sonada, y creo en el niño sediento que juega con sus muñecos… creo en salas de espera como esta página, en la guerra secreta, en la seducción radiactiva del futuro y en un soldado sonámbulo en las garras puras de la justicia sepulcral…

II
el hombre más pobre habrá muerto antes de que acabe esta línea… puedo verlo irse en silencio, como he visto a tantos otros que aullaron olvidados una noche fría, y vagaron con la mirada destruida por calles eléctricas y aterradas, vadeando ríos de cables y putas aladas, agonía entre cabellos de asfalto, misiles eufóricos, flequillos planificados, hombres esculpidos en sudor y grima … hay ángeles de miedo enterrados en mí permitiendo esta calma enferma de surcar momentos suicidados unos sobre otros… vivimos una especie de presente acabado, de aburrimiento frenético y me refugio en la expresión sumergida de un  niño y los colores viejos… por mis venas corre prisa… nadie remata a nadie, ese es el contrato social… y jamás despegarnos de nuestras familias alucinógenas y de esta vida que es como un orgasmo gris interminable… hay que seguir en las calles inundadas de esclavos celestiales, y terminar allí, entre las tuberías del amanecer y los atardeceres que se marchan en ambulancia… paga si quieres vivir… en nuestras manos un obeso destino canta, somos discípulos del desastre, nuestro destino explosivo lo es todo… nunca dejarás el paraíso robot, mar de luz gris y carreteras…



III

mientras nada llega, el niño se asoma a paisajes abstractos donde el jinete de tiza empuña un vacío frente a las tumbas de cebolla, los ídolos desfilan llorando veneno de lejanías... el suelo está hecho de pasos arrancados... bajo un sol de hierba pasa el río de muchachas dormidas en la postura de la noche; yo las miro, los héroes mueren de vértigo frente a su rostro desnudo, los pájaros cantores se ahorcan en la falsa primavera, yo las miro en el otoño, aprendo la distancia…

IV
en la lluvia psiquiátrica de niños-tumba se columpia un loco ser distinto que habita las estrellas con sus ojos de leche, por sus venas corren espejos nublados, la sangre del niño es un horizonte que desemboca en un mar de ciudades inertes, esperando el ocaso se abraza a la lluvia y pierde su nombre, se abraza a su nombre y desaparece...


V

mi piel tejida con los gritos de pájaros usados, marcha hacia la paz... el horizonte es un faro espesándose frente al mar de sangre, yo camino en la distancia sobrenatural, beso la niebla de vagabundos mágicos casi muertos que discuten con las voces, con las musas en la noche del odio y vivo en la aurora de sus labios, que son las pesadas industrias de pensar jardines… soy náufrago en el abrazo remoto de los edificios que se alimentan de estrellas, náufrago en rincones poblados de sombras y de frío, nadie sabe lo terriblemente solo que se encuentra sin mí… querría creer en algún tipo de detalle imprescindible, equivocarme hacia alguna parte, tallar en mis ojos el odio o el tiempo, e incluso enamorarme, decir: yo antes era fuerte, yo antes era débil... sin embargo, con los ojos enormes de un loco en el amanecer, con las manos hinchadas por la tormenta imaginaria, diré: moriré a fuerza de ser libre... adiós es mi nombre, porque no se puede morir aquí, aunque lo intenten despertando sin rastro tú no vas a terminarte ese horizonte, una carroza te llevará hasta mañana…


VI
Tus caricias son la sinfonía de la intemperie, en el sepulcro de tus caricias tiemblo imperios tristes donde vuelan moscas con almas de cristal y muertes como la orilla infinita de una mirada ausente... cuando crezcan los imperios por el cielo, verás caer el alba, todo será el destino, la misión de los pasos perdidos, y bajo la luz de esta noche dorada nos matamos, donde todos ellos se aman y nos dejan solos…

VII

en las garras puras vuela un pájaro azul sin mundo, confundiéndose con el sollozo tranquilo de los edificios… no hay lugar imposible y pacífico, sólo vaciarse bajo los látigos y dormir sobre la tierra para sostenerla (ay, si los sueños no fueran herramientas…), nacer por siempre en noches de lluvia olvidando el grito sin tiempo de los hombres… la noche crece bajo las vendas, el niño sin párpados corre lejos de los látigos del Sol... amanece otro entierro bajo el chorro de espejos, de mis huellas, de mis tumbas, aprendo a caminar... el cadáver de una orquesta se retuerce bajo el grito lento de las nubes... no quiero ver lo que se ha ido, ni quiero ver lo que va a venir, nada de eso existe ya... sólo ceniza, corredores oscuros para deambular hacia el vacío que pierdo... muñones constelados colman el cielo y difunden cadáveres, son los caminos del firmamento... los labios quedan errantes, las miradas apartadas forman un río bajo mi cuerpo, y qué haré conmigo cruzando mi cuerpo hacia lo mentido, qué haré más que disolverme arrojando puentes a la distancia perfecta... jamás he tenido tanto miedo como esta noche en que te has ido sin siquiera existir…

VIII

seguirán las arrugas abatiéndose, las abuelas cerrando los ojos a la brisa monumental, y seguirán los edificios rezumando eclipses y los cuerpos naciendo en vano sobre campos de látigos, seguirán los ojos como mariposas, posándose sobre todas las cosas, ateridos por el casi... he de desandar el horizonte, desandar mi sombra de cacerías lejanas en medio de la nube de cuerpos varados en destellos, cuerpos ancianos de tanto sufrir y nacer… el cielo se deshace en acantilados que escalan las estrellas desesperadas... protejo mi vacío, nada bajo la máscara, tan sólo máscara, un ángel de voces, un ser extraño cuya paz es distancia, está sumergido en roces negros y todos mis escombros son alas y mis pensamientos, los árboles del Sol, y no hay nada en mí que no sea un pasadizo, un teatro voraz… cae la lluvia iluminada, ya viene otro invierno, la navidad te salta a la yugular, es inútil, seremos náufragos o nada y camino…

IX

la noche levanta olas de llaves que baten las playas donde los niños juegan a ser libres y, sin saberlo, se hacen viejos... morimos hacia el horizonte, nos reclama la noche… cruzo la niebla, los labios de un ejército goteando máquinas inocentes, un ejército cuyas miradas se abalanzan dispersas... puedes abrazar mi cuerpo delatado por la luz, y seguiré preparándome para la noche porque nunca llegará la noche, y cruzando los campos que retumban como un torso cansado, gloria huérfana... y los que sangran soles a tientas, los que navegan pálidamente hacia su rostro van a ser dioses abrazando un monumento sin fondo, van a recoger la cosecha insana y distante, todo va a suceder... los adultos son el humo que despide un incendio de juguetes, manos de espuma, un cielo enredado en trabajadores de oro, un incendio de juguete, frutos del mañana, mar de estelas... es cristal cuando se divisan en sus ojos los ángeles desmayándose con ternura sobre líneas fingidas del horizonte... me sigue un fantasma recóndito, me sigue y se pierde, se pierde y me sigue... me siento llamado y deshecho en suspiros mientras el sol se acurruca estremecido bajo los edificios, voy rumbo al espejo sangrante... cruzo laberintos fantasma, museos vivientes, templos de locura, fábricas de odio, tristezas caminantes, largas calles nubladas hasta encontrar el abrazo de mis enemigos...


X


Cruzo países enteros sin apartar los ojos de la Luna.
Todos los lamentos pertenecen al idiota que venera su fiebre y guarda la nieve en baúles de horror.
En lo que a mí respecta, ningún camino es mío: ¡me río cuando el polvo llega a nacer!
¡Oh luciérnaga, vi tanta sangre vertida con juventud sobre tus preciosos pechos blancos y abandonados!
Vi correr tanta sangre que me pregunté de dónde provenía.
Pero los ángeles que vinieron a responderme tenían tinta resbalando por sus labios: ¡no eran espíritus celestes, eran oficinistas!
Desconfié también de la desconfianza.
¡Rumbos, uníos en una sola tortura transparente! ¡Amor, no te temas! ¡Azul, concéntrate más y asesíname a tiempo!
Junto a mendigos que mueren y duermen, chorrea y malflorece la muchedumbre dispuesta a pulsar su propio retrato hasta el fin de los tiempos.
¡Me río cuando el humo cree arrollar las calaveras de los niños!
Lujuria. Gula. Avaricia. Pereza. Ira. Envidia. Orgullo. Libertad.
 (Dulce, tan dulce que no nos atropella...)
¡Falta belleza, falta veneno! ¡Huiré!
Cruzo asquerosos países
sin apartar los ojos de la Luna.


XI

Leerás palabras donde el hombre aún no ha descubierto el fuego
y todavía es un ser desprevenido y seguimos amándonos
sobre las paredes curvas y frías de las cuevas, llenos de heridas reales mientras escrutamos el océano negro.
Tus esperanzas sólo estarán a salvo con los gusanos.
Ellos sí tienen una misión, pero desde ahora tú no. ¡Estás más cerca de hundirte de lo que crees!
Tu viaje llora brillando hacia una herida arbórea en el horizonte: ¿por qué murmurarías contra el que mira al cielo?
Oh omnipotente Polvo sin solución, ¿no sería más hermoso y más justo que las putas colgaran del cielo?
Un arcoíris paleolítico vomita hogares como espinas donde mi inteligencia aún oscila grácil y acariciante en la encantadora ausencia de patrias y genitales.
Joven mesías, ¿qué vas a hacer con tu mirada violada y resplandeciente?
Entre el velo de las alturas algo respira maldiciones, las nubes parecen lámparas iracundas, y ¿quién ha traicionado qué?  
Los alegres pelotones de la ciudad agónica, los imperceptibles matrimonios de viento se abalanzan sobre mí. 


XII

Toda mi especie ha sido juzgada y condenada por sus propias alucinaciones
sus dulces edificios exiliados, ¡quiero chuparlos mientras chillan de aburrimiento! Qué dulce esta construcción disuelta, medio puente medio cárcel, donde es alegre oler el frío y contemplar restos de hombres nadando en odio y pan,
y panfletos que flotan en el secreto del aire... o no... ¡espera! el cielo es ya un panfleto en mi hipotálamo, ¿tú también te me ofreces, cielo?
si amas, debes viajar al centro del mundo para desintoxicarte: es un hospital de diamante,   ahora lo llaman la Revolución.
Allí no saben que cualquiera no existe, y chillan: ¡viva la procreación de marfil!
Jesucristo reparte chupa-chups por el centro de Madrid y su amor universal es fotografiado con tranquila demencia, ¡vivan los electroletargos!
¡Qué equivocado he estado siempre en todo salvo en este segundo! El cielo es ya parte de mi especie, y espera mi muerte con cortesía y me miran como a una moneda de otro mundo.
¿De qué se ríe?
 ¡Pues de la dulzura de la espuma de los cráneos! ¡Una sola duda recorre todo mi cuerpo, como los barcos que se lanzan río abajo, atrapados por extraños colores!

¿Y cuál es, y cuál es? Bueno, respondo, exclamando y temblando, ¿cuál es?


*
«Apuntes»

1. La música puede curar enfermedades y provocarlas.

2. La música se explica por sí misma, tocándose.

3. Ninguna partitura está completa: siempre falta que la toquen y que la sientan.

4. En la música no hay progreso.

5. Tocar: no puedes hacerlo si quieres hacerlo.

6. La neutralidad no comunica.

7. En un lenguaje sin música no hay preguntas.

8. Sin la música no nos entenderíamos.

9. La música grabada nos permite desentendernos de la música sentida: la presuponemos, nos despreocupamos... Hace varios siglos, las personas comunes cantaban y tocaban juntas, la música estaba mezclada con la vida, aliviaba sufrimientos, avivaba la memoria. Música activa. Ahora escuchamos, oímos al pasar, usamos la música como fondo para aligerar la rutina. Música pasiva.

10. La música que sobrevive es la que ha ayudado a las personas a sobrevivir.

11. Pasar de ejecutar la música a vivir la música es pasar de la mentira a la verdad.

12. La música no puede mentir, no soporta la mentira. Se reconoce al que finge.

13. La prosperidad de una sociedad provoca música indiferente, pero perfecciona los instrumentos.

14. Las humanidades pueden deshumanizar. Los conciertos tapan los gritos de auxilio.

15. El miedo nos arranca la memoria.

16. Los políticos no tienen poder. Los fabricantes de armas y de medicinas sí.

17. La comunidad intelectual se forma alrededor de las mismas inquietudes que podrían asaltar a cualquiera, pero después de estas preguntas se mantiene como secta gracias a dos rituales: el uso de un lenguaje privado y la santificación de los autores.

18. Existe un mercado de las preocupaciones.

19. Las preguntas son universales, pero algunas formas de preguntar son dictatoriales. Una pregunta, si desea ser amada, y no respondida, tomará formas inaccesibles, se expresará marginalmente.

20. Cuando una pregunta duele, urge una respuesta comprensible. Cuando deja de doler empieza a ser usada como postura, esto es, como solución de algún otro dolor profundo que nos negamos a reconocer. En estos casos la pretensión de verdad es sinónimo de pretensión de autoridad. La autoridad no es autoridad si no es atractiva.


*
«Cygnus melancoryphus»

Irreal como los muertos, camino en medio de un campo amarillento y flotante que aún resiste al avance de las periferias. A mi alrededor hay pequeños pinos, bosquecillos, flores violetas y espigas y campos de siembra, fríos y ondulantes arados para mis ojos que llevan horas llorando. Paseo largamente, perdiéndome varias veces por una zona que casi siempre he recorrido de noche. No estoy exactamente perdido, sino que es como si anduviera dentro de un pozo, porque realmente no me importa nada el lugar en el que va a caer mi próximo paso. Veo el atardecer una y otra vez: el campo está lleno de cuestas que me hacen subir y bajar. Unas gafas de sol me tapan el llanto; es que me crucé con un viejecito, nos miramos y me pareció que iba a echarse a llorar él también. Al menos vi cómo sus cejas cayeron hasta ensombrecerle los ojos. Le vi tan contrariado que unos pasos más allá exclamé NO SE PREOCUPE ESTOY BIEN, pero ya era tarde, porque al volverme vi que el viejecito colgaba de una soga...pero qué  estoy diciendo, digo.... soy un cisne de cuello negro. Los cisnes no piensan, sus cabeza está gloriosamente llena de vírgenes opacas. Los cisnes no escriben para nadie, sólo lloran, silban, y tienen ojillos diminutos, sórdidos y sin párpados, que los confunden con las máquinas. Pero vistos de lejos son figuras angélicas y sinuosas, flotando en el agua o exteniendo sus alas que se parecen al fuego de otro mundo. ¿Me estoy mendigando palabras a mí mismo? ¿Cuál fue mi error? ¡Haber cargado preguntas con miedo, para esperar luego respuestas que no fueran tan cobardes como las preguntas! ¿Por qué el miedo es tan fiel, si amar es lo único que tiene sentido? La verdad es que me molestan los vidrios delante de los ojos. Siento una presión muy en el centro de la cabeza, como si mi mirada estuviera siendo sutilmente exiliada, codiciada, etcétera. HE encontrado un sofá azul junto al camino, abandonado en medio del secarral. Me tumbo allí, estiro las piernas. Es mullido, recoge mi cuerpo con suavidad. Quiero quedarme a contemplar cómo se hace de noche, y canturreo lo primero que se me ocurre
 Las estrellas vendrán,
¿Pero quién las querrá?
¿Hay aún más estrellas 
detrás de las estrellas?
Me pregunto si se tapan 
las unas a las otras...
Me pregunto por qué
sólo sé amar con prisa...
¿Por qué tanta prisa?
¿por qué tanto miedo,
si sé que las estrellas
están de camino?

Y muchos otros despropósitos estuve cantando hasta que la oscuridad vino definitivamente, trayendo consigo a las famosas estrellas. Muy pocas. La noche vino a mí, y yo seguía en el sofá, manipulando mi llanto, convirtiéndolo en cancioncillas de voz averiada. Pero lo único que cubría el cielo era una suciedad anaranjada y semiinconsciente a la que me costaba mirar directamente sin acordarme de ciertos gritos repugnantes que creo que recorren el universo desde su nacimiento hasta su muerte. Entonces me di cuenta de que era tarde, y corrí, un poco animado, porque cuando logro desatar la imaginación me animo, aunque me resquebraje al mismo tiempo. Mis zancadas levantaban mucho polvo. Una loba blanquísima e inmensa, contraria a la noche, se asomó entonces por el horizonte y empezó a cruzar con lentitud los campos. Nuestras miradas se encontraron, ella resopló y siguió adelante hasta desaparecer.  De regreso, pasé frente al lugar donde vive ella, miro a los edificios insípidos y al silencio... Silencio. ¿Transparente? ¿A qué imaginar los derrumbamientos, por qué pensar que un momento ligeramente inconcluso y mellado iba a extenderse por los ojos así, disipándonoslo todo? Si somos un águila y un ciervo, ¡si somos inocentes! ¿Por qué iba a ocurrirle eso a dos niños como nosotros, que se miran y se hablan y se tocan y se comprenden...? ¡Ah! Diréis... ¡porque sí! ¿verdad? ¡No nos hace falta una razón para reducirlo todo a cenizas...! ¡Nunca hace falta una razón! ¡El tiempo es la única razón incontrolable, la que nos dice que los tesoros únicamente pueden rozarse! Pero ésto no puede ser así... os aseguro que toco el tesoro, aunque no sea esa la palabra, ni ninguna... creo que es algo que sólo se le evapora a quien lo busca...



*
«Logran creer sus nombres»

***

Vuelvo a casa entre los demás muertos
que con dolor logran creer sus nombres,
me cruzo con los posesos y tranquilos viandantes
que amistosamente se retiran a sus hogares
a pasar la noche junto a lo desconocido
y van a cerrar sus ojos mientras yo quedo aquí
posado en el blanco y preguntándome,
por fin preguntándome: ¿he de escribir?
preguntando a mis intestinos  contradictorios:
vendrá la noche, ¿podré hablar?
Me enferman los caminos que sigo,
invariables, bajo la luz eléctrica,
viajando con otros mil cráneos, casi ignorándonos,
entrechocando nuestra melancolía inaudible.
Hasta el fuego puede respirarse en los días olvidados,
cruzando el infierno con música atada a los oídos,
mirando miserias sin querer que terminen.

***

con cada nuevo sol mi voz se aleja...
Sólo puedo hablarle al animal nocturno,
que ama el silencio y cuida de sus pasos,
 dolorosamente esperanzado.


*
«¡Calle!»

La calle, la calle animal todavía, pero hipnotizada de discreción y rota de vientres vacíos como espejos de los que nacerán más calles, más melodiosa enfermedad: ¿cuál...? La enfermedad furtiva, la enfermedad de haber olvidado cuál era la enfermedad. Los que se creen dioses se creen insultados, los cuerpos se temen a sí mismos, el trabajador existe porque se asusta de un jefe al que no ha visto nunca, el hombre común vive aterrorizado por el reloj, presintiendo un funeral en lo alto. Los colmillos giratorios del reloj avanzan hacia las gargantas amarillentas, pero jamás un reloj ha derramado una sola gota de sangre. Sin embargo, todos nosotros, agotados, cerramos los ojos y levantamos el puñal sin ningún motivo, y la sangre hace su aparición. ¿Por qué este cansancio angelical y penetrante, bajo un desilusionado alud de estrellas...? Mirad arriba, al cielo de las calles, que también se cree un genio. De tanto ser mirado, creerá que no necesita aire. El vacío tiene siervos que se creen reyes: contrata verdugos que se creen santos. Sobre el suave vacío llovido, entre muecas de sabiduría, mi rostro hace su aparición: una sombra se monta sobre otra sombra, y murmuro: debo salir de aquí. Abajo, entre mis pasos, se forman charcos y sueño que me desangro mientras camino, que un reguero de mi sangre se mezcla con la oscuridad líquida, y entre el ruido de motores de inmensos vehículos de fealdad y sombras apuradas, nadie encuentra extraño que una sangre brote, incluso sería lo apropiado: sangrar, siempre que no me queje, siempre que lo haga en silencio, o todo lo contrario, gritando hasta que nadie pueda ya mirarme. Sangrar sin saberlo, desaparecer sin límite, tan lentamente... Lloras porque quizás no volverás a soñar, allí donde cada ola es brujería, cuando todos los sonidos te llaman y el sentido del sol se pierde: habitabas las noches. ¿Cuándo volverán las noches? ¿Qué haces aún quebrado pero a la luz, donde ondean las banderas movidas por el suspiro ordenado de los durmientes reptantes? Estás lívido y fugitivo, suplicas un pozo en el que caigáis tu amor y tú... pues en los caminos que sigues da igual allí que aquí, y es lo mismo morir que sonreír.


*
«Las calles»

La calle, la calle animal todavía, pero hipnotizada de discreción y rota de vientres vacíos como espejos de los que nacerán más calles, más melodiosa enfermedad: ¿cuál...? La enfermedad furtiva, la enfermedad de haber olvidado cuál era la enfermedad. Los que se creen dioses se creen insultados, los cuerpos se temen a sí mismos, el trabajador existe porque se asusta de un jefe al que no ha visto nunca, el hombre común vive aterrorizado por el reloj, presintiendo un funeral en lo alto. Los colmillos giratorios del reloj avanzan hacia las gargantas amarillentas, pero jamás un reloj ha derramado una sola gota de sangre. Sin embargo, todos nosotros, agotados, cerramos los ojos y levantamos el puñal sin ningún motivo, y la sangre hace su aparición. ¿Por qué este cansancio angelical y penetrante, bajo un desilusionado alud de estrellas...? Mirad arriba, al cielo de las calles, que también se cree un genio. De tanto ser mirado, creerá que no necesita aire. El vacío tiene siervos que se creen reyes: contrata verdugos que se creen santos. Sobre el suave vacío llovido, entre muecas de sabiduría, mi rostro hace su aparición: una sombra se monta sobre otra sombra, y murmuro: debo salir de aquí. Abajo, entre mis pasos, se forman charcos y sueño que me desangro mientras camino, que un reguero de mi sangre se mezcla con la oscuridad líquida, y entre el ruido de motores de inmensos vehículos de fealdad y sombras apuradas, nadie encuentra extraño que una sangre brote, incluso es lo apropiado: sangrar, siempre que uno no se queje, siempre que lo haga en silencio, o todo lo contrario, gritando hasta que nadie pueda ya mirarme. Sangrar sin saberlo, desaparecer sin límite, tan lentamente... Lloras porque quizás no volverás a la playa a soñar, donde cada ola es brujería, cuando todos los sonidos te llaman y el sentido del sol se pierde: habitabas las noches. ¿Cuándo volverán las noches? ¿Qué haces aún quebrado pero a la luz, donde ondean las banderas movidas por el suspiro ordenado de los durmientes reptantes? Estás lívido y fugitivo, suplicas un pozo en el que caigáis tu amor y tú... pues en los caminos que sigues da igual allí que aquí, y es lo mismo morir que sonreír.



*
«Amor = Abducción»

*******
De un solo golpe, mientras el universo muere,
en una danza, en un remolino de estrellas,
ante un ser azul con cabellos de árbol,
¡gracias, vida, por tanta traición!
De los relámpagos al estómago,
en un Big Bang de cisnes
me ordenas libertad.




*******
Cayendo con los ojos llenos de aire,
en el aire lleno de ojos harás una pregunta
sin fin, esperarás una respuesta sin fin:
no se puede ir derecho hasta el fondo.

Harás una pregunta antes de caer,
porque la caída es muda y el abismo increíble,
y tus manos como el miedo: nunca se clavan
pero sostienen todos los objetos asesinos.



*
«Moribundismo»

Querido Zoón:

Yo tenía un sueño: quería ser grande. No sabía en qué, ni de qué manera grande. ¿Por qué se necesita un pretexto para engrandecerse? Bueno, en realidad no es ninguna tontería, porque rápidamente  surge la pregunta: ¿grande comparado con qué? Y entonces yo lloraba, porque siempre habría algo más enorme, algo inmenso e indescriptible que me impediría ser verdaderamente grande. La palabra grande me resultaba entonces ridícula, carente de sentido, como si lo único verdaderamente grande fuera lo que no existe, y entonces iba a mi mamá, con el sonajero en mano, y le berreaba sin parar hasta que ella me daba el biberón y yo bebía para olvidar...

¿Cómo he pasado de aquel bebé napoleónico a esta especie de pirómano desalentado? Pues me da lo mismo... los misterios no me interesan: hay una sobreabundancia de misterios, la gente sufre un empacho de fascinaciones. ¿Por qué todo ha de sobrecogernos y arrastrarnos inequívocamente a las profundidades? Estoy cansado de profundidades, me desbordan, me aburren, cada maravilla conduce a la siguiente mientras yo sigo pudriéndome...

El caso es que he crecido, así se expresa la muerte, te salen pelos y rutinas, y en seguida, si te despistas un poco, te serenas hasta quedar a oscuras parloteando con otro sepulturero sobre tonterías definitivas, blandiendo burbujas, el blanco os cubre y empezáis a dar manotazos al aire, convencidos de haber cazado al presidente de los sueños. Pero nadie real te llevará de la mano, es demasiado tarde, eso pasaba sólo antes de haber crecido. Ahora lo único que puedes hacer para salvarte es seguir escuchando.

Para seguir escuchando quizás sea necesario dejar de hablar. 

Esto es una promesa: perderé la voz para poder darla.

Atentamente moribundo:

Zoón.



PD: ¿esperar puede ser una aventura?

*
«einroave»

Recibo de mi propia mano la maldad que no cabe en mí, me alejo de la sabiduría: una bofetada tras otra, mi cara desaparece y escucho el canto de los ángeles, más allá del cual sólo queda fatiga sin respuesta. Me encontrarán muerto o mudo, en la orilla, o mejor dicho, no van a encontrarme salvo si están demasiado lejos... daré la misma impresión que las noches abandonadas.



*
«Osos de agua»

Me he enterado de que existen los osos de agua, pero resultan ser unos monstruos minúsculos, una  especie de gusanos aterradores, gordos y parsimoniosos. Sabemos dónde está su cara porque en uno de sus extremos hay un agujero por el que comen y expulsan los deshechos indistintamente. Se mueven de tal forma que parecen haber sido creados para flotar a la deriva en el espacio exterior: parece que su cuerpo quisiera vagar en la inmensidad agitando las patitas y succionándolo todo con esa boca redonda. Gracias a ellos creo que he renunciado a encontrarme con un oso de agua. Jamás, en ninguna parte. Con lo cual, ésto es una despedida: adiós, osos de agua, adiós, poesía...

* en realidad me dan ternura


*
«Escribiendo algo»

Cristales
En el universo hay amplios espacios donde nada dice nada. ¿Es eso una desgracia? Debo aceptarlo así, ni siquiera es hora ya de decir nada... Si al menos me escuchara alguien, incluso yo mismo, entonces habría motivos para decirlo. Pero no, no. Y aún si tuviera que decirlo, no lo haría, no  aquí ni así. Quizás gritando, pero muy lejos. Si tuviera que decirlo me aseguraría de que nadie me oyese.


Es el fin
Me detengo a la puerta de una casita. Dentro se oyen gemidos. Alguien, con voz cada vez más débil, está repitiendo que no hay esperanza. Yo, travieso, chillo "¡sí que la hay!", y me escondo detrás de unos matorrales, esperando a que abra alguien extrañado. Pero nadie me abrirá.Hace tanto frío que sin querer susurro: "no entiendo este frío". 


Cuidado
Las sábanas me acarician porque están muertas. Me voy a dormir pronto, estoy débil como si tuviera un pulpo agonizando dentro de mi cabeza. Pero cuidado, una vez que me duerma: ¿aprenderé allí lo necesario para no regresar nunca?


Putas
Voy al prostíbulo a ejercitar mis pensamientos. Me siento en un sofá muy cerca de las barras donde bailan ellas, para oler bien el sudor y los perfumes; el olvido. Entonces por fin siento la sinceridad infernal, y cuando abro los ojos  veo lo mismo que cuando los cierro: putas, putas, putas.  


Buenos días
Para no derramar una sola lágrima me tengo que despertar corriendo, dar un manotazo a las sábanas, que saldrán volando y quedarán colgadas de la lámpara, tengo que saltar de la cama, abalanzarme hasta la puerta de mi casa, abrirla y cerrarla tras de mí de un portazo, y arrojarme p0r las calles sin tiempo que perder, descalzo y en pijama, corriendo sin tregua por mi pueblo, corriendo durante todo el día hasta que cae la noche, y entonces volveré de nuevo a casa, cojeando, me meteré en la cama y me dormiré con todas mis fuerzas para no derramar una sola lágrima.



*
«In Albis»

CAPÍTULO UNO

I

Cuando el primer viejo salió de su casa en el amanecer, se asustó y se creyó loco y tuvo que parpadear muchas veces para asegurarse de lo que veían sus ojos. Alguien había pintado todas las casas del pueblo de los colores más imprudentes. Donde antes había un gris, un marrón o, como mucho, un blanco, ahora brillaban verdes temblorosos, azules penetrantes e incluso rosas insostenibles. Ningún color era feo, pero todos eran intrusos. Cada calle parecía ahora un arcoíris. El olor a pintura de las paredes hacía que los niños cerraran los ojos y aspirasen el aire con fuerza por la nariz.

Según la gente del pueblo iba despertando y enterándose de lo sucedido, el bullicio y la confusión general crecían. En todas las esquinas había grupos conversando en tono misterioso, tocando con el dedo los muros coloreados, y quejándose un poco sin saber muy bien por qué. De alguna forma, muchos se sentían de pronto habitando una broma, aunque una muy leve, no del todo incómoda. Nadie iba a vengarse, pero ¿quién había sido?

Ninguna tradición ni regla ancestral se había violado, -en el pequeño pueblo, la casa de uno era la casa de todos- pero indudablemente algo se tambaleaba. El pueblo parecía otro. A algunos les hacía gracia. Otros, indignados, pintaron de nuevo sus paredes hasta dejarlas más o menos como estaban antes. Sin embargo, la gran mayoría consintieron este cambio, a pesar de las extrañas sensaciones. Innegablemente, las calles resultaban ahora mucho más palpitantes y asombrosas, como de un lugar de cuento. Los niños lo preferían así y, en cambio, se podía leer la pena en los ojos de las personas más adultas.

Cuanto más mayor era la gente, más se quejaba. Lo que en la gente se quejaba, en realidad, eran sus recuerdos, que habían sido traicionados. Esas calles viejas pero ahora irreconocibles,  efectivamente, ya no servirían bien para evocar las tantísimas cosas que allí les habían pasado... El más ligero desliz nos puede hacer sentir abandonados...

También hubo discusiones acerca de los colores. No todos estaban satisfechos con el tono que les había tocado: algunos no se identificaban en absoluto con sus paredes, y quizás sí preferían las de otro. ¡Pero eran sus casas de lo que se estaba hablando! Sus hogares de siempre... Ah, si pillara al artista, decían, si cogiera yo a ese creadorzuelo...

Finalmente, este pueblo tierno se fue a la cama esa noche, no  disgustado, sino profundamente extrañado. A ninguno se le pasó por la cabeza ponerse a buscar seriamente al responsable, y aunque a todos se les habían disparado algunas hipótesis, en el fondo de sus corazones ya habían aceptado aquella bufonada como parte de sus vidas. No tenía sentido investigar, escandalizarse, ni emprender ninguna persecución que pudiera alterarlos realmente.



II

A la mañana siguiente, el mismo viejo salió con los primeros rayos de sol, y vio de nuevo que algo fallaba, que el pueblo se le iba volviendo más y más ajeno. Todos los colores estaban cambiados de sitio. Lo que la mañana  anterior fue sorpresa, esta vez se convirtió en un asomo de temor. ¿A dónde había  ido a parar? Se volvió para comprobar que su casa seguía a sus espaldas, pero no vio más que una incomprensible mancha  violeta.

Esta nueva modificación, esta nueva broma, fue aceptada mucho más fácilmente que la primera, y nadie mencionó siquiera la danza de los colores. Cada día las paredes del pueblo amanecían pintadas de nuevo con una nueva disposición de tonos, y poco a poco esto fue cambiando la percepción que todos tenían del lugar, sin que nadie dijera nada. Las personas empezaron a perderse y a olvidarse de cómo se llegaba hasta los sitios. Los colores eran, por otra parte, hipnotizantes hasta tal punto que uno se olvidaba incluso de adónde tenía pensado ir. El pueblo no tenía más de veinte calles,  y todos ellos las habían recorrido de arriba abajo miles de veces, pero, con una oscura frustración, las  gentes  de pronto tenían que detenerse ante un rojo bermejo o un naranja que les desorientaba por completo.

En  esta perdición, las rutinas se rompían y crecía en ellos una sensación de absurdo a la que, sorprendentemente, se adaptaron muy rápidamente y sin protestar. Ocurrían entonces encuentros inesperados a  horas inesperadas, y las personas empezaban a hablar de  temas distintos, y también de  forma distinta, con otras palabras menos seguras, y a veces casi inaudibles.

III

No obstante, entre toda esta inconsciencia se produjo un asesinato, y por fin se culpó de ello a los colores.

Buscando su casa, la hija del panadero se había tropezado con el hijo del  pescadero, que también pululaba de una puerta a otra desde hacía horas. Era casi de noche, y en las calles reinaba el silencio. Los dos jóvenes nunca se habían visto en medio de tanta soledad, y de pronto se necesitaron como si fueran el primer hombre y la primera mujer sobre la tierra. Desde la primera mirada y las primeras palabras inútiles supieron que no iban a poder librarse fácilmente el uno del otro. Abrazándose como animales, entraron en un granero cualquiera, y se amaron mucho esa noche en la oscuridad, hasta que amaneció.

Desafortunadamente, una vez  que se separaron y encontraron sus respectivas casas, ya no lograron cruzarse en los días siguientes, pese a que ambos ya ni siquiera hacían caso de los colores, sino que iban de aquí para allá buscándose como locos. La hija del panadero empezó a pensar que el chico la rehuía, y se fue poniendo cada vez más rabiosa. "¿Cómo se  atreve él a olvidar lo que yo no puedo olvidar?" exclamaba para sus adentros sin fin. Al quinto día, decidió llevar consigo un cuchillo por si se lo cruzaba: no podía soportar recordar lo que había pasado esa noche. No podía perdonarle ni dejar de desearle.

Salió a la calle como posesa, chillando el nombre del hijo del pescadero, y gracias a estos chillidos pudieron al fin verse frente a frente. Cuando se reconocieron, ella quiso correr a abrazarlo, pero entonces notó que tenía un cuchillo en la mano y se acordó de toda su rabia. En lugar de ir a abrazarlo, cargó contra él, clavándole el filo en el centro del pecho. Después, la chica huyó del pueblo y no se la volvió a ver.

Las personas que vagaban por el pueblo iban encontrándose con el cuerpo inerte y arremolinándose en torno a él, tratando de recordar qué  habían hecho durante los últimos meses. El cadáver del hijo del pescadero puso en evidencia todo el problema. Sólo a través del crimen habían podido reconocer el laberinto en que se habían convertido sus vidas. Cuando lo encontraron agonizante,  las últimas palabras del hijo del pescadero habían sido:

- La oscuridad olía a pintura...

Después de esa reunión desconsolada, decidieron todos quedarse despiertos una noche y vigilar, apostados en las ventanas, para cazar al pintor. No vieron ni oyeron nada, pero sí pudieron oler la pintura, escurriéndose mecánicamente por las paredes. Estremecidos, pasaron la noche cada uno en  su casa, convenciéndose de que todo aquello era obra de un fantasma. 


*
«MMMMMMMMMMMMMMMM»

Intento hacer poesía pero me duele el pecho. Quiero el nombre de mi dolor, para saber si he de morir o no. ¿Tendrá el médico la fecha de mi muerte? ¡Si fuera a morir pronto, esta vida sería mía! ¡Iré al doctor a buscar mi futuro...! Ojalá me diga que apenas tengo un par de años, meses o días... ¡Quiero un diagnóstico terrible para poder ser libre!

Deslumbrado, correría por las calles, por fin mudo, con viento enterrado en la garganta, correría mudo hasta encontrarte. Te diría: no quiero morir, ¡pero mírame, estoy feliz! La muerte me ha hecho feliz. Los cadáveres pueden prometer al revés, es decir, pueden prometer la felicidad. Se retuercen las nubes, el cielo va extrañándose... ¡VÁMONOS AL MAR!


*
«¿Mañana ha muerto?»

A través de los días de lágrimas ocultas,
torturados suavemente, los dioses palpitantes
circulan por las calles de la pena sin ojos
y cavilan deshechos su próximo destino:
un paso que es otro eco cruel de la dulzura.
Y las miradas caen deprisa como ficciones
en el silencio eterno, roto tan sólo
por algún latido del tumulto que no existe.

¿Qué será de las oscuras flores de nadie
que avanzan tan despacio contra el infinito?
Ojalá hicieran conmigo lo que quisieran
y sucumbiera en sus brazos la tarde humana,
porque todos los países son  charcos de sangre
y todos los presidentes se han dormido
estrangulando a un pájaro. Dios es mañana.



POSDATA:

no sé por qué hago palabras cuando puedo hacer silencio... el silencio traduce mucho mejor la manera en que yo desespero... esta noche, volviendo a mi casa, he visto la Luna de repente y sentí literalmente una herida abriéndose, no sé dónde, y caí de  rodillas y lloré sin tragedias, francamente, lloré con lágrimas decididas, con decidida tristeza y en silencio....

me sucede que ***** es una razón para vivir. No es que yo lo quiera así, y ni mucho menos me siento retenido, pero me engañaría, como muchos se engañan, si dijera que vivo "con esperanza"... no, yo no vivo con nada, yo vivo por ***** ,  a través de ello, ¡y bienvenidos sean todos los dolores enigmáticos, si vienen en nombre de ******!

Entonces, si mi razón de vivir no es el espectáculo, si querría no exhibirme pero cada palabra es un circo, ¿para qué digo todas estas cosas, que encima están mal dichas? Malditos mis sueños mendigos inexplicables. Automáticamente estériles incapaces de trastornar al trastornado.

Ya no hay utopías siquiera. Ahora hay upatías:  utopías de los sentimientos. Escribir es una upatía.


*
«1´5»

Un frío infinito me abre los ojos. Cuando los tenía cerrados he sentido que volaba, y luego, de tanto frío, pensé que me había convertido en hielo, pero ahora veo que he despertado en el fondo del mar. Sin embargo, no puedo asustarme. Más bien me parece natural: yo sabía que esto tenía que ocurrir algún día. La oscuridad inmensa ya me envuelve y lame mi cuerpo. De pronto sólo soy un objeto flotando hacia abajo, una cosa con ojos que se hunde muy lentamente. Mis oídos retumban, oigo ruidos enormes y sofocados. Aquí deben fabricar el silencio del universo. Miro arriba y la claridad queda muy lejos: la claridad también me parece oscura.

Nunca he visto más orden. Cada milímetro del océano está en su sitio, y creo que yo también tiendo a ocupar mi puesto. Mi corazón late cada vez menos extrañado. Cuando deje de latir, tendré un lugar en el mundo. Mientras tanto, a mi alrededor sólo hay quietud y perdición verdadera: el tiempo se ha extinguido. Me hundo sin un futuro. Incluso mis pensamientos están helados y ni siquiera tiemblo, sólo puedo abrir la boca y dejar que entre por mis ojos la hermosura de caer, y dejar escapar pequeñas burbujas que suben zigzagueando. Podría dormirme de tanta belleza. Me congelo en paz acuática. Ya no recuerdo nada de mi vida pasada, de esa época en la que yo no estaba hundiéndome.

Entonces, a punto de cerrar los ojos de nuevo, una corriente más cálida me golpea por el costado, y veo que algo luminoso está irrumpiendo. Distingo una figura que desprende luz. No se pueden calcular bien las distancias, y todavía no sé si es gigante o diminuta: no sé si está lejos o en mis narices. También escucho un rumor melodioso, como un coro de niños. Ahora parece una mariposa: la veo crecer, y entiendo que se me está acercando, y que debe ser inmensa. Gracias a ella veo también mi cuerpo, iluminado por su luz. Recuerdo que tengo brazos y piernas, manos y pies que empiezan a agitarse en el vacío.

Asustado, cuento hasta mil mientras la mariposa de luz sigue aumentando ante mis ojos, y el coro de niños no cesa. Ya no hay forma de llamar a esto "sepulcro". Las incoherencias me vuelven al corazón, y salgo de mi letargo para nadar violentamente hacia ese ser maravilloso. Pienso que lo amo. Sus alas parecen cubiertas de pelo, y en ellas vibran tantos y tan imposibles colores que me siento constantemente renacer. En mitad de esas alas hay dos ojos femeninos que parpadean y tienen las pupilas en espiral: me repugnan, pero sin querer busco en ellos, busco respuestas. El cuerpo de la mariposa me engaña, no sé si es un insecto o un cuerpo humano. Está desnuda, muy quieta. Tiene pechos de mujer, y sus cabellos flotan con lentitud y ondulan como en un viento meloso, ocultando su rostro. Las alas baten el agua y me envían ráfagas ardientes: nos acercamos el uno al otro.

Porque su luz no me abandona, lloro, y al mismo braceo hacia la criatura hasta que al fin la alcanzo. La miro a la cara. Ella está moviendo los labios y me habla. Comprendo que era su voz lo que oí cuando estaba lejos, pero entonces me llegaba en forma de ecos infantiles. Ahora puedo entender lo que me dice. Parece estar muy triste:

- ¿Qué haces aquí? Tú no deberías estar aquí...

- ¡Lo sé! -respondo, presa del pánico- A mí también me sorprende...

- ¿Estás herido...? ¿Por qué vienes al fondo? ¡Sabes que yo no puedo verte ni ayudarte aquí abajo! Sólo es por mi luz que parece que te veo...

- No comprendo... Pero no te vayas.

- Tienes que salir. Yo estaré fuera esperándote. ¡Ni siquiera ahora puedo hablarte, estas palabras sólo son tuyas, tienes que darte cuenta! - exclama con voz tintineante y desesperada- 


De repente, con un fogonazo, toda ella se desvanece y regresa el frío. Vuelve el hondísimo silencio. Pero ya no es soledad exactamente: no hay un vacío donde antes hubo algo. No puedo soportarlo. Sin darme cuenta siquiera grito hasta que todo el aire se me acaba, y aún con el presentimiento de que jamás saldré de ahí, nado hacia arriba, escalando el abismo. Mi pecho estalla en virutas despiertas.

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